Leyendas de Chiapas

La misa del Templo del Carmen

Hace varios siglos, en el pueblo de San Cristóbal de las Casas, vivía una respetable mujer, conocida como la viuda María Josefina. Desde el momento en que falleció su esposo, había dedicado una parte de su cuantiosa fortuna a ayudar a los desamparados. 

Era muy querida en San Cristóbal, ya que siempre era solidaria, bondadosa y cariñosa con todo el que se acercara a ella. Entre sus múltiples actividades diarias, María Josefina acostumbraba asistir a misa de cinco y todas las mañanas, sin dar oportunidad de que saliera el sol, la viuda llegaba puntualmente a la Iglesia del Carmen, el templo más respetado y admirado de la población, a donde los fieles, devotos como ella, asistían cada día a escuchar la palabra de su Dios.

La nobleza de doña María Josefina la hacía considerada y nunca hacía sonido alguno que pudiera despertar a su empleado para que le abriera la puerta a tan tempranas horas del día. Él ya estaba anciano, débil y enfermo, por lo que ella prefería abrir y cerrar. 

Al regresar de su diaria e impostergable misa, a María Josefina tenía esperándola un exquisito café caliente y unos panecillos para acompañarlo. Después del desayuno continuaba su rutina para mantener la casa impecable y a los desamparados atendidos.

En una ocasión, María despertó por las campanadas de la iglesia que llamaban a todos sus fieles. Preocupada por su retraso se apresuró, pero sin permitir que su prisa provocara un ruido que despertara a su fiel y anciano criado. La viuda caminó a toda prisa por las calles obscuras de San Cristóbal. Llevaba su Rosario y su Biblia bien agarrados en la mano y su paso veloz se escuchaba con fuerza y ritmo, gracias a las banquetas del pueblo.

Al momento de llegar al templo, tomó su acostumbrado lugar, apartado, pero frente al altar principal, especialmente escogido para atender las palabras del sacerdote sin distracciones ni intromisiones. 

Como todos los días, doña María Josefina comenzó a leer su Biblia, esperando a que la misa comenzara, pero había un silencio inexplicable que le hizo parar su lectura y levantar la cabeza para ver el resto del templo. Al momento de incorporarse, se dio cuenta que todos los fieles estaban sentados mucho más adelante que ella y entró en pánico al percatarse de que ¡ninguno de los presentes tenía cabeza!

María Josefina no supo cómo reaccionar, dio un gemido ahogado y vio que el Padre, que comenzaba a oficiar misa, también estaba degollado. Sus piernas no reaccionaban, su respiración se detuvo y su mente se había quedado pasmada. De repente, sintió que una mano le apretaba el hombro. Con terror desenfrenado, decidió voltear a ver quién estaba detrás de ella. Recorrió el hábito del personaje y comenzó a tranquilizarse al ver que era un fraile, pero al momento de terminar de recorrer el cuerpo, se dio cuenta que el religioso tampoco tenía cabeza, mientras éste le decía: 

—Hija mía, ésta no es una misa para los vivos, es para los difuntos.

María Josefina sólo tuvo fuerzas para asentir levemente con la cabeza y con un esfuerzo desmesurado caminó hacia afuera del templo. Su cuerpo se sentía pesado. Por más que quería huir de ese lugar, no era capaz de acelerar el paso. Después de un inmenso esfuerzo, logró regresar a su casa y, mientras abría la puerta, comenzaron a sonar las campanadas de la iglesia, indicando que era la medianoche.

Desde ese momento, cuenta la leyenda que cualquiera que se atreva a pasar a las doce de la noche por la Iglesia del Carmen, no debe entrar al templo, porque se dice que aún se oficia una misa para todos los difuntos que aún, en el otro mundo, asisten fieles a este templo de Dios en San Cristóbal de las Casas.

El monje de Tapachula

Corría el año 1994 en Tapachula, cuando una familia llegó a rentar una casa de dos plantas cerca del centro de esa ciudad. Estaba conformada por cinco miembros. La construcción tenía un cuarto principal y dos recámaras separados por un jardín.

—¡Qué chistosa forma tiene este lugar! —dijeron al verla.

En una de las recámaras separadas se quedaron las dos hermanas, en la otra su hermano mayor y en la principal el matrimonio.

A causa de la mudanza estaban agotados, así que se fueron a dormir temprano. Al llegar la medianoche el perro de la familia, llamado Coffee, empezó a ladrar y gruñir. Una de las hermanas despertó por los ruidos provocados. En ese momento, observó que Coffee entró de un salto por la ventana que estaba abierta por el calor de aquel lugar y de inmediato se colocó debajo de su cama como si algo lo estuviera persiguiendo.

La niña, llamada Julieta y de tan solo doce años, sintió un escalofrío que rápidamente recorrió su cuerpo y la puso en alerta. Observó cómo el perro gruñía hacia una parte de la recamara donde se localizaba un baño amplio. Al levantar la vista hacia ese lugar, se encontró con una persona parada en la entrada de aquel baño. Esta persona era muy alta y vestía una túnica negra, como si fuera un monje. Tenía sus brazos entrelazados frente a su abdomen y miraba hacia la cama donde descansaban las hermanas.

La niña sintió mucho miedo y pensó que sólo era un sueño. Se volteó para pellizcarse y así despertar, pero, para su sorpresa, esta persona seguía observándola. Su cara no se alcanzaba a distinguir, sólo se veía más negro que la misma noche. Se volteó y trató de despertar a su hermana menor, quien ni siquiera imaginaba lo que estaba ocurriendo en ese momento. Se tapó completamente la cara con la sábana y empezó a rezar, ya que la familia era muy devota.

De pronto sintió mucho frío por la espalda. El perro comenzó a ladrar y fue en ese momento cuando, ¡por fin!, despertó la hermana menor por el ruido y los movimientos de la cama. Julieta le indicó que había alguien parado en la puerta del baño. La hermana menor, de nombre Samantha, no observó nada y le dijo:

—No pasa nada, todo está bien.

El perro dejó de ladrar y se salió de la habitación de la misma forma en la que entró. Julieta volteó y observó que, efectivamente, ya no había nadie. De inmediato prendió la luz y poco a poco fue tranquilizándose.

Con mucho esfuerzo se volvió a dormir, pero sólo para sentir un poco más tarde que algo no la dejaba moverse. Ella sentía y percibía todo a su alrededor y trataba de gritar, pero ¡no podía! 

Después de unos minutos logró levantarse empapada de sudor y con un miedo que le caló hasta los huesos. Eran las tres de la mañana. Ya no quiso hacer nada y sólo se quedó despierta hasta el día siguiente en que les contó a sus padres lo ocurrido. Ellos le creyeron de inmediato y salieron a preguntarle a los vecinos si algo parecido ya había pasado en esa casa.

—Antes de cualquier cosa, bienvenido, vecino. —le dijo una amable mujer que parecía dispuesta a contarle todo—. Pues mire, resulta que eso que dice que pasó, es algo normal ahí. Muchos dicen que es un hombre que visita el lugar porque quiere comprar la casa. Al parecer, cuando estaba vivo, no tenía el dinero para adquirirla.

—Pero ¿quién es? ¿Es un espíritu del mal?

—Se sabe poco sobre él. Algunos dicen haberlo visto cuando estaba vivo. Cuentan que se dedicaba a lo mismo que ahora: se asoma por todos lados, recorre la casa como si fuera a comprarla y se va.

—Entiendo, aunque hay algo que no me cuadra. Dice mi hija que era un monje.

—Sí, al parecer era un monje y justo por eso no tenía el dinero para comprar la casa. Tal vez ahí creció y quería recuperarla.

A la noche siguiente, los padres durmieron con sus hijas. Cuando llegó la media noche y con ella el monje; el padre, valeroso, le dijo:

—¡Dime qué buscas o vete de aquí!

El monje dijo:

—Busco tu alma para llevarla al infierno. Después de eso, me llevaré las de tus hijas, la de tu hijo y la de tu esposa. Todos en este mundo son pecadores y van a pagar.

Al escuchar aquellas palabras, los padres tomaron de las manos a Julieta y a Samantha, y se echaron a correr lo más pronto que pudieron. De un grito despertaron al hermano, quien, así como estaba dormido, salió corriendo también. Ya nunca se supo nada de la familia; lo que sí se sabe es que, en aquella casa de Tapachula, ¡otros no tuvieron la misma suerte!

La Titchanila

En Tapachula hay varias leyendas terroríficas, una de ellas es la de la Titchanila, de la cual hay varias versiones, ésta es una de ellas. 

Cuentan que afuera del panteón de Tapachula, se aparece la famosa Titchanila, a la que también llaman la Mala Mujer. 

Cuentan que es el ánima de una joven que solamente se les aparece a los hombres. Quienes la han visto, y han sobrevivido para contarlo, afirman que es más bella de lo que te puedas imaginar. Según los recuentos de muchos, está vestida de una forma muy sensual y provocativa. Por eso mismo, cuando un muchacho la ve, se siente atraído y se le aproxima para tratar de conquistarla. El problema radica en que cuando se acerca, el iluso “don Juan” se da cuenta de que ¡su rostro es una calavera! 

Dicen en Tapachula que muchos hombres, de todas las edades, han caído muertos del susto en el lugar del infortunado encuentro. Cuando los encuentran al día siguiente, notan que sus ojos están abiertos y que en sus rostros se dibuja una expresión de profundo horror. Por eso todo mundo sabe que el muerto falleció porque vio a la Titchanila. 

Al hacer las autoridades sus investigaciones y después de la autopsia de ley, no encuentran absolutamente ningún factor que pueda determinar que el muchacho haya muerto por asesinato, envenenamiento, suicidio, etc. Siempre el resultado es un infarto y lo curioso es que, aparentemente, se trata de hombres saludables que jamás habían presentado problemas cardiacos. 

Uno de estos encuentros lo tuvo Jumaro. Él era el muchacho más guapo y asediado por las jovencitas del lugar. Su novia, Aranza, se la pasaba muy mal, pues el joven era un coqueto, al parecer, sin remedio, o así fue hasta que un día ella le dijo:

—Si yo te vuelvo a cachar coqueteándole a otra mujer, no vas a vivir para contarlo.

Jumaro no hizo mucho caso, a lo mucho fue un poco más discreto. Lo que no sabía, es que Aranza era una mujer muy astuta y siempre cumplía su palabra, por lo que una noche fue a buscar a la Titchanila, habló con ella sin miedo —sabía que sólo atacaba a los hombres— y se fue a dormir.

Esa misma noche, Jumaro se fue de fiesta, asunto que su novia ya se imaginaba. Al regresar a su casa, una hermosa mujer le salió al paso. Él comenzó a seguirla. Al llegar a un panteón, la Titchanila mostró su rostro verdadero y el joven cayó muerto de inmediato. En un balcón, dicen, había una jovencita riendo a carcajadas.

El Sombrerón

Cuenta la leyenda que El Sombrerón es un hombre, o bueno, un espíritu que cambia su vestimenta. Algunas veces aparece como un charro con su traje negro y adornos de plata, otras con ropa elegante y otras más a la usanza indígena. Lo que nunca le falta es un enorme sombrero, el cual le cubre una buena parte del rostro, por lo que nunca se le ha visto bien. 

No se sabe muy bien donde vive, aunque muchos dicen que en una cueva llena de riquezas. Debe ser en Tuxtla, o muy cerca de ahí, pues es su zona.

Se cuenta que este personaje se le aparece a quien ha elegido para conquistar su alma, entonces le causa una conmoción que lo paraliza, impidiéndole moverse o caminar para salvarse. Dicen que provoca algo así como una angustia, un miedo indescriptible y una incapacidad completa para defenderse. 

El Sombrerón transmite en su presa descargas incontrolables de escalofrío constante en todo el cuerpo. Lo curioso es que, al parecer, primero se acerca a sus víctimas y les ofrece riquezas y larga vida. A quienes llegan a caer en su trampa y ceden ante sus ofrecimientos, los deja abandonados en sitios lejanos a donde inicialmente los capturó.

Cuando ha logrado su objetivo, el Sombrerón se aleja del lugar y, montado en un enorme caballo negro azabache, atraviesa las calles de San Fernando, en medio del insoportable aullar de perros a su paso. 

Comentan que han existido lugareños que, en medio de su curiosidad, intentan ver el paso de este personaje. Un hechicero de la zona dice que él tiene una poción para ver fantasmas, la cual les ha vendido a muchos vecinos. Estos cuentan que han visto a curiosos personajes que deambulan penando por la zona, entre ellos al Sombrerón, sin embargo, el riesgo es mortal, ya que quien llega a presenciar una visión, puede quedar atrapado en esa dimensión y mostrar signos de locura o incluso terminar con un desenlace fatal.

Quien cae en las manos del Sombrerón, tiene que pagar con el alma de un niño inocente para lograr salvarse.  

Cuentan que esto le pasó a Juan Camal. Éste era un hombre al que le gustaban mucho las riquezas, pero no trabajar, por lo que decidió ir en busca de los tesoros del Sombrerón. Para lograr esto, le pidió a su mujer que anduviera sola, en la noche, por la zona en que el espíritu solía aparecerse. En otras palabras: ¡la usó de carnada!

Mientras la mujer, muerta de miedo, paseaba por ahí, él se fue a las cuevas para buscar el tesoro. Al parecer, las malas personas tienen mucha suerte, porque lo encontró a las pocas horas. 

Como iba bien preparado con una carreta, pudo llevarse buena parte del botín. Así, iba muy tranquilo y contento a su casa, cuando vio a su esposa muerta. Se hincó ante ella y dijo:

—Gracias por tu sacrificio, ahora yo podré ser feliz por siempre.

Le dio un beso en la frente y se fue a su casa. 

Cuando la gente se enteró de lo que había hecho —el desgraciado ni siquiera fue para recoger el cuerpo de su mujer—, se fueron como turba enardecida en su contra. Lo que no se esperaban es que Juan Camal ya había contratado a unos hombres bien armados para que lo cuidaran siempre. 

Parecía que el tipo aquel se iba a salir con la suya, cuando llegó un indio a su casa. Parecía muy pobre. Les dijo a los guardias que le dieran algo de comer, pues no había probado bocado en días. Los hombres le dijeron a Juan y éste, en un momento de extraña bondad, les ordenó que lo hicieran pasar. 

Ya adentro, estando solos, el indio, que llevaba un gran sombrero, le dijo:

—Vine por mis riquezas. Cuando estaba vivo me costó mucho trabajo robarlas, así que no es justo que tú te las quedes. 

—Pues no te daré nada —dijo Juan envalentonado, y luego les gritó a sus guardias— ¡Vengan a ayudarme!

Los hombres entraron, pero en cuanto vieron al indio a los ojos, un miedo terrible los paralizó y murieron de inmediato. 

—Ahora te toca a ti —dijo el Sombrerón.

—Espera. Tengo a un niño. Te lo daré para que hagas lo que quieras con su alma, si me dejas vivir.

El Sombrerón aceptó el trato, pero aun así se llevó todas las riquezas. Juan Camal pensó que, por lo menos había salvado su vida, pero cuando los del pueblo se enteraron de lo que había hecho, fueron tras él y ya no hubo guardias que lograran salvarlo.

La serpiente 

Hace muchos años, cuando aún los lagos de Montebello eran poco conocidos, los pobladores de la región comenzaron a notar que algunas de sus vacas comenzaban a desaparecer cuando se acercaban a tomar agua a los lagos. Poco tiempo después, ¡también comenzaron a desaparecer las personas que entraban ahí!

Los pobladores tenían mucho miedo, pero, sobre todo, querían saber qué estaba pasando. Algunos decían que era obra de algún demonio, otros pensaban que al lago se le había hecho un hoyo por el que se le iba todo lo que entraba —lo cual no era muy lógico, pues no había ningún remolino—, pero pronto se dieron cuenta de que eso debía de ser obra de algún animal, uno muy grande.

Entonces decidieron comenzar a vigilar los lagos en busca de alguna señal de aquella desconocida bestia. 

Un día, cuando uno de los hombres recorría la orilla del lago en su caballo, logró ver una enorme serpiente que ¡tragó de un solo bocado a una vaca completa! De inmediato salió a todo galope para avisar al pueblo. Al llegar y contar lo sucedido, decidieron organizarse para cazar a aquella serpiente.

El problema era que ninguno de ellos quería meterse al agua, pues era un suicidio seguro. Entonces intentaron con redes, pero, aunque obtuvieron buena pesca, no sacaron ninguna serpiente. Luego lanzaron arpones, pero nunca lograron darle. 

En ese momento llegó un chamán y les dijo:

—A los dioses no se les mata, se les dan ofrendas.

Y desde entonces, cuenta la leyenda, los lugareños se organizan para llevarle, mes con mes, un gran animal que calmara su hambre. Ahora, ellos sienten que el Dios Serpiente los cuida de cualquier enemigo que quiera atacarlos. 

La carreta de San Pascualito

En la Ciudad de Tuxtla Gutiérrez, desde tiempos lejanos, los pobladores zoques han sostenido la creencia de que las personas que se enferman, mientras no escuchen a media noche el rechinido de una carreta, pueden estar seguras de que sanarán del todo y continuarán disfrutando de la vida; pero si la carreta permite que se escuchen sus rechinidos, el enfermo morirá a los pocos minutos o segundos. 

En Tuxtla existe un templo dedicado a la veneración de San Pascual, pero se conoce como el templo de San Pascualito, de quien se cree que sus restos se encuentran en un ataúd, colocado atrás del altar y al que conduce una escalera doble, es decir, por un lado se sube y por otro se baja. Es un santo tan milagroso que frente a su féretro se practican las conocidas limpias con aguardiente de caña y manojos de hojas de albahaca. 

San Pascual es el carretero y se dice que quita el mal o da la muerte 

Se rumora que la leyenda comenzó con un hombre guatemalteco, de la hoy Ciudad Vieja, que estaba convaleciente de una fiebre epidémica conocida en la lengua kaqchikel como cucumatz. Esta persona había recibido ya la unción religiosa cuando vislumbró una figura que se le presentó como San Pascual. Éste le dijo que, a cambio de que el pueblo lo adoptara como patrono, él se llevaría la epidemia a los nueve días de la muerte del hombre. 

El moribundo aceptó y murió. A los nueve días la enfermedad en el pueblo cesó. Desde entonces los chiapanecos describen a San Pascualito como un esqueleto de capa y corona que viaja arriba de una carreta.

La leyenda, que era muy conocida a finales del siglo XIX, se fue perdiendo en el olvido, a pesar de que muchos moribundos escuchaban su crujir. Lo curioso es que, de unos años para acá, ha tomado fuerza de nuevo, tal vez porque los más jóvenes se sorprenden al escuchar ese viejo sonido.

Se cuenta que un muchacho que iba viajando por Chiapas, en una noche húmeda y cálida como suelen ser en esa zona, para ser más exacto en un pueblito llamado Tehuacán, pasando el municipio de Cintalapa, iba platicando con su abuela acerca de cuentos y leyendas. Después de mucho insistirle, ella le contó la de San Pascualito.

Entusiasmado se sentó a escuchar el increíble relato. Así pasaron horas de plática. Llegó la hora de dormir y, a pesar del miedo que sentía, se hizo el valiente para dormir solo en un cuarto de aspecto sombrío, espeluznante y tenebroso.

Como se sentía un poco mal del estómago, tomó un poco de leche y trató de conciliar el sueño

A las dos de la mañana se levantó por un vaso de agua. Como estaba en un rancho y no estaba acostumbrado, le espantaban los sonidos de la madera vieja, los rechinidos por doquier, los olores raros y los bichos por todas partes.

Fue por agua, con algo de temor y regresó a su cama improvisada, que estaba pegada a la pared que daba a la calle. Al recostarse escuchó claramente a lo lejos un ruido, ¡el chirrido de una carreta jalada por un caballo!

El muchacho pensó: «Qué bueno que no estoy enfermo de gravedad, o sabría que éste es mi fin». Luego se rió por lo rústico e inocente de su pensamiento e intentó quedarse dormido de nuevo.

Pero volvió a escuchar el ruido y se quedó como pasmado. Cada vez se oía más fuerte y más cerca el rechinido de las llantas de madera en las piedras de la calle, y el andar de la bestia que la jalaba.

El miedo cubrió todo su cuerpo. Empezó a sudar frío, pero la curiosidad lo venció y fue a asomarse a la ventana para ver qué estaba pasando en la calle.

Entonces vio que, en efecto, era una carreta de madera jalada por un caballo, o, mejor dicho, eran sólo la silueta y una sombra profundamente negra que la conducía, sosteniendo en su mano derecha una especie de guadaña.

De inmediato se tiró al colchón y se puso a rezar. Luego escribió todo lo que le había pasado en su diario y, tal vez por el miedo, se quedó dormido.

Al otro día la abuela fue a despertarlo, pero como no le abría, entró al cuarto. ¡El muchacho estaba muerto! Todos pensaban que estaba sano, pero resulta que tenía cáncer de estómago. La familia supo lo que le había pasado porque leyeron lo que escribió.

Cuenta la leyenda que la carreta ahora viaja por todo Chiapas, y se lleva, en especial, a los que no creen en ella.

Brazo fuerte 

En la comunidad ejidal denominada El Jobo, ubicada a escasos kilómetros de Tuxtla Gutiérrez y donde viven algunos descendientes de los zoques —etnia de la zona que se llama a sí misma O’depüt, es decir, gente de palabra—, se mantiene la siguiente creencia:

Cuando un cazador o algún campesino atrapa vivo al animal conocido como Oso Hormiguero, también llamado Brazo Fuerte, automáticamente el animalito cruza los brazos frente a su pecho y, con sus largas y afiladas pezuñas, se hace un verdadero nudo, de tal manera que, por fuerte que sea, nadie puede desenlazar sus extremidades. 

Así es como nace la leyenda, pues se dice que aquel que logra zafarle las manos, se convierte en el hombre más vigoroso y fuerte de la comarca, al que nadie logrará vencer en una contienda de poder y de fuerza. 

También se dice que, en el momento de abrir los brazos, el osito arroja por la boca una pequeña piedra y el que logra la hazaña, debe tragarse la piedra inmediatamente para que surta efecto el fenómeno sobrenatural.

Se cuenta que su más grande líder, llamado Javepacuay, fue el único capaz de conseguir semejante proeza, por eso ha sido y será siempre —hasta que alguien más lo logre— el guerrero zoque más poderoso de la historia.

¿Te atreves a intentarlo?

La cueva del cerro Mactumatzá

Cuenta la leyenda que en el Cerro Mactumatzá existe una cueva que está encantada. Durante todo el año permanece oculta y nadie puede acceder a ella, ya que el lugar en donde está situada es de pura roca. Sólo un día al año se abre. La única persona que ha entrado cuenta que hay una gran variedad de comida: tamales, atole, pozol, bebidas y frutas. También hay mucha gente sumamente amable y se puede comer de todo, pero ¡no se puede sacar nada! 

Antes de las doce de la noche se debe salir de ese lugar, porque a esa hora se cierra la cueva y se abre hasta el otro año, a la misma hora y el mismo día, que es cada Jueves Santo.

Cuentan que, en cierta ocasión, un hombre llamado José Antonio visitó aquel lugar con su familia. Al ver tal cantidad de comida, se emocionó muchísimo, pero todavía se puso más contento al probar las delicias.

Paula, su esposa, estaba igual de contenta, o eso creía ella. También comió durante toda la noche.

Cuando ya iba a llegar la hora de que la cueva cerrara, los amables anfitriones les dijeron:

—Nos encantaría que se quedaran aquí, pero la entrada está a punto de cerrar. Si no quieren pasar un año entero comiendo, es mejor que salgan. Con gusto los recibiremos el siguiente año.

Paula y José Antonio se prepararon para salir, pero, de pronto, José Antonio se regresó, se sentó y comenzó a comer de nuevo. Paula sólo sonrío y le dijo:

—¡No engordes demasiado! —luego salió de la cueva, dejando a su esposo dentro.

Al año siguiente, Paula se dio cuenta de que su recomendación no había sido escuchada, pues aquel joven tragón tenía, por lo menos, veinte kilos de más, pero también una gran sonrisa.

La señora de Angulo

Hace mucho tiempo, en la época colonial, vivía una señora de apellido Angulo en la ciudad de Guatemala. 

Ella estaba muy preocupada, pues su hijo se había enfermado gravemente y los médicos no encontraban la razón. La señora de Angulo se había enterado que en Chiapas había un curandero indígena que podía sanar a su hijo, entonces ella fue de inmediato.

Tuvo que pasar por Ciudad Real, que en la actualidad es San Cristóbal de las Casas, y se estableció en el hermoso estado de Chiapas. Durante mucho tiempo se dedicó a buscar al señor que podía sanar a su hijo. Cuando por fin lo encontró, éste le dijo:

—Tiene que bañar a su hijo en las aguas del Pojoj durante nueves días.

Algunas versiones dicen que no fue ahí, sino en Cumbujuyú.

—¿Aguantará el viaje?

—Aguantará y sanará —dijo el chamán con su estilo duro y seco.

Al pasar los nueve días, el niño sanó por completo, por lo que la señora de Angulo regreso a Guatemala.

Tiempo después, Chiapas se vio afectado por la invasión de unas langostas que destruyeron las cosechas de trigo, maíz y fríjol. Doña María de Angulo se enteró y de inmediato regresó con sus empleados a Chiapas. Lo hermoso fue que les llevó maíz, fríjol, trigo y muchas otras cosas que servirían para que el estado volviera a florecer.

En agradecimiento, todas las personas decidieron hacerle una fiesta en honor a su hijo y cada año se celebra en este evento tan importante en agradecimiento a la señora de Angulo. Esta fiesta se llama Los Parachicos, y es que se dice que cuando llegaron las mulas cargadas de ayuda, la señora decía:

—Abran campo. ¡Abran campo! recuerden que la comida es para los chicos.

Luego los habitantes decían:

—Recuerden, damas, caballeros, que los presentes son para los chicos.

A partir de esta hermosa historia, cada año se nombra a una joven a quien se le llama María de Angulo y en un carro alegórico recorre la ciudad, arrojando moneditas pintadas de color oro, además de dulces, confetis y golosinas.

La Leyenda del Perro y el Cocodrilo

Los antepasados de los actuales habitantes de Chiapas decían que no se debe llevar perros a la cacería cuando ésta se realiza en alguna laguna o en las orillas de los ríos, ya que son enemigos de los cocodrilos.  

Los viejos sabios también decían que, hace miles de años, los perros no tenían lengua, pero los cocodrilos sí, por lo que el Perro un día se acercó a la orilla y le dijo al Cocodrilo:

—Tú que te alimentas de los animales, préstame tu lengua.

—¿Yo qué gano con eso? —preguntó el cocodrilo.

—Yo sé casar. Si me la prestas, te traeré animales para que puedas comer.

El cocodrilo se quedó pensando, pero no le parecía muy buena idea. Así que sólo dijo que lo iba a analizar. 

Al otro día, el perro le llevó carne. Al ver esto, el cocodrilo confió y le prestó su lengua al perro. Día a día, el perro le llevaba de comer al cocodrilo, por lo que éste le seguía prestando la lengua. Así, el perro se acostumbró a su lengua y ya no se la regresó nunca al cocodrilo, además de que ya no le llevó comida.

Al ver esto, el cocodrilo se molestó mucho y desde entonces se cuenta que cuando un cocodrilo ve a un perro cerca del río o de la laguna, ¡se lo come!

Leyenda del Sumidero

Esta leyenda trata sobre la despiadada lucha de los indígenas chiapanecos para oponerse a los conquistadores; tanto así que, dicen, ellos hubieran preferido el suicidio colectivo a someterse a una fuerza externa.

Se cuenta que el español Luis Marín llegó a someter al pueblo nandalumí —hoy Pueblo Grande— en 1524. Sin embargo, los habitantes regresaron a sus costumbres en una actitud de reto.

Entonces, al mando de Diego de Mazariegos, regresaron los españoles armados fuertemente para someter al pueblo. En el Peñón de Tepechtía, del Cañón del Sumidero, se libró la última batalla. ¡Fue terrible! Los nativos lucharon, a pesar de su desventaja tecnológica, con impresionante valentía. 

Los lugareños aseguran que los españoles no dieron muerte a los nativos, sino que ¡familias enteras se arrojaron al precipicio! 

Cuenta la leyenda que el capitán español paró el combate, pues se conmovió al ver a tantas personas ir por voluntad a la muerte antes que quedar sometidos. 

El pueblo que luego se fundó, con los pocos habitantes que quedaron, es el actual San Cristóbal de las Casas, cuna de los pobladores más valientes que han dado muestra de coraje y fuerza hasta nuestros días.

El Duende

En zonas calurosas, como muchas partes de Chiapas, se tiene —o tenía— la costumbre de dormir en hamacas, pues además de ser cómodas, son sumamente frescas.

Hace muchos años era costumbre usarlas en el estado, pero, de pronto, los chiapanecos, dicen, dejaron de dormir en ellas. Desde entonces, todos durmieron en una cama o en un simple catre.

Aunque esto parece inexplicable, no es así. Cuenta la leyenda que, a un trabajador oaxaqueño, llamado Vicente, quien desempeñaba el cargo de caporal en el rancho ganadero de don Fidel, llamado Las Brisas y cercano al mar, le pasó algo muy extraño. 

Él dormía solo en una apartada cabaña de madera. Una noche, un ser invisible y misterioso se dio a la tarea de mecer al cansado Vicente, quien durmió maravillosamente. De pronto, un vendaval empezó a cambiar el clima de la noche. Azotó las hojas de las palmeras y sacudió el tallo de los arbustos.

El aire helado se le metió entre los huecos de la hamaca, por lo que Vicente abrió espantado los ojos y se dio cuenta de que una fuerza misteriosa lo estaba meciendo; pero con tal fuerza, que estuvo a punto de estrellarlo contra el techo. Como creía que alguien le estaba haciendo una maldad, con ira comenzó a dar gritos y soltar insultos.

De inmediato pensó que el bromista era algún compañero de trabajo, pero no pudo verle la cara, por lo que se dejó caer de la hamaca. 

Eran más de las doce de la noche. Los demás compañeros que dormían tranquilamente, se despertaron alarmados al escuchar los gritos de Vicente. Fueron corriendo a ver qué le pasaba y lo encontraron con el machete en la mano derecha, lanzando al aire imaginarios tajos de muerte a quien no existía.

—¿Qué te pasa, Vicente? ¿Te has vuelto loco o acaso sueñas con una criatura del infierno? ¿A quién deseas matar? ¿No ves que estás solo?

Vicente, furioso, gritaba:

—Al desgraciado que me hizo esta broma, me lo voy a echar.

Pasaron unos minutos y por fin se calmó. Luego dijo:

—Si yo no veo a nadie y ustedes tampoco… ¡Aquí hay fantasmas!

Todos rieron de buena gana. Para disipar el miedo que todos disimulaban, abrieron una botella de comiteco y no pararon de beber hasta la llegada del alba, que señalaba la hora de comenzar a trabajar.

Hechos parecidos comenzaron a suceder una y otra vez. La creencia de un ser fantasmal dio nacimiento a mil conjeturas del más allá. Algunos decían que era alguien que murió mientras lo mecían en una hamaca y había vuelto a vengarse de todos los que se arrullaban en el tendido lecho. 

Poco a poco, todos comenzaron a llamarle El Duende. Hubo quien dijo que lo había visto y que era alto y delgado; otros que también lo vieron aseguraron que era más pequeño que un enano, pero más grande que un gnomo, aunque igual de gordito que éste.  

Desde entonces, cuando llega la noche y alguien permanece en la hamaca, se le dice:

—Te va a matar El Duende

Estas palabras funcionan bastante bien con los niños pequeños y con los borrachos, que solían tener sus parrandas al aire libre. Así fue como, de tajo, se cortó el viejo hábito de dormir en esos cómodos instrumentos.

Ahora se dice que esas hamacas no están vacías, sino que las llenan los espíritus.

La Iglesia de Chamula

El pueblo de San Juan Chamula y sus costumbres podrán parecerle extrañas a quienes hemos crecido bajo una educación occidental —traída desde Europa—, lo que hace que esta leyenda pueda parecer extraordinaria. 

Hasta hoy, los chamulas conservan su propia organización política. No permiten que algún blanco construya su casa en el pueblo y son muy celosos de sus costumbres, lo que los convierte en un verdadero ejemplo de resistencia.

La historia sobre la construcción de su iglesia, donde son realizados sus llamativos rituales que combinan la fe católica y la magia, es muy especial y dice más o menos así: 

Cuando los españoles llegaron a dominar estas tierras, los chamulas continuaron con sus costumbres y se negaron a que se construyera una iglesia, pero cambiaron su opinión cuando un hombre negro, con fama de chamán y de tener poderes con la capacidad de aniquilar a sus enemigos, comenzó a alarmar a la población. La influencia de este personaje, pese a no ser chamula, fue haciéndose muy fuerte.

Los chamulas creyeron que, quizá, lo anterior estaba sucediendo por no construir una iglesia. Fue por esto que los habitantes pidieron a este mago que indicara el lugar donde debía construirse el templo, como una especie de reverencia. Entonces el negro se paró en un pedestal a cuarenta metros de donde hoy está la puerta principal de la iglesia. Dio una vuelta silbando y ocurrió que, de lo lejos y dejando atónitos a todos, ¡llovieron piedras que fueron convirtiéndose en carneros! 

Aquellos animales permanecieron junto al negro y entre ellos parecían entenderse, y comenzaron a acomodarse unos sobre otros. Cuando ya habían logrado la forma que deseaban, se fueron convirtiendo de nuevo en piedras. 

Hubo algunas rocas que no acudieron y el negro, molesto, las llamó: Chajancavitz, que quiere decir: Cerro de las Piedras Haraganas. Si no crees esta historia, puedes ver la construcción por ti mismo. Este montículo de rocas rebeldes son las que se posan a la izquierda de la carretera, un poco antes de llegar a Chamula.

Leyenda tzotzil del tlacuache y el tigre

Cuentan que, en medio de la selva, había un tlacuache. Estaba acostado en una mata de coconabe —conocido también como coyol—comiendo la fruta, cuando escuchó a un tigre que estaba paseando por ahí.

El felino, al escuchar un ruidito, alzó la vista y logró ver al tlacuache. Entonces le preguntó:

—¿Qué andas haciendo en esa mata de coconabe?

—Comiendo fruta.

El tigre volvió a preguntar:

—¿Qué es esa fruta?

A lo que le respondió:

—Son los coyoles.

Entonces el tigre decidió comer uno también para saber si le gustaba el fruto.

—Aviéntame uno para probarlo —dijo el felino.

Como el tigre tenía mucha hambre, lo quiso tragar entero, pero no pudo, por lo que quedó trabado en su garganta. ¡Casi muere asfixiado! Por suerte para él, logró sacárselo y así respiró de nuevo. 

Cuando se recuperó, empezó a perseguir al tlacuache para comérselo, pero no lo logró. 

Otro día, el tlacuache estaba deteniendo una piedra que servía para sostener la casa que estaba construyendo. Llegó tigre y preguntó:

—¿Qué haces ahora?

—Construyo mi casa, pero necesito ayuda para ir por más materiales. ¿Me ayudas a sostener esta piedra en lo que yo voy a buscar lo que necesito?

—Está bien —dijo el tigre.

—Pero no la vayas a soltar o se te vendría toda la construcción encima.

El tigre aceptó y el tlacuache se fue, pero no regresó. Entonces el tigre pensó en soltar la piedra, pues ya estaba muy cansado. Después de mucho rato decidió soltarla, ¡y la piedra y la casa se quedaron en su lugar!

El tigre, enfurecido, persiguió al tlacuache hasta encontrarlo. 

Al fin el tigre encontró una galera en medio de un cañaveral, y allí estaba el tlacuache cruzado de piernas. Se encontraba tocando guitarra porque allí iba a realizarse una fiesta de bodas. Entonces el tlacuache le dijo al tigre:

—¿Quieres tocar la guitarra? Yo tengo que alcanzar al padre y a los que van contraer matrimonio. 

—Sí, eso me gusta —contestó el tigre.

—Está bien, pero con la condición de que no dejes de tocar. Tampoco debes voltear afuera cuando escuches los cohetes. 

El tigre, obediente, trató de hacerlo, pero cuando escuchó ese ruido, volteó a ver y se dio cuenta de que ¡estaba rodeado de fuego! Entonces dejó tirada la guitarra y se echó a correr. El pobre salió todo chamuscado y muy molesto. Ya estaba completamente decidido, iba a encontrar al tlacuache para comérselo.

Por fin llegó a una lagunita en la cual, casi en medio de ella, se encontraba un árbol. El tigre quiso tomar un poco de agua cuando se dio cuenta de que el tlacuache estaba allí, debajo del agua. Entonces el tigre se puso a beber toda el agua, pero no pudo terminarla, ¡se sentía tan lleno! Se acostó boca arriba y se dio cuenta de que arriba del árbol estaba trepado el tlacuache. 

—¡Baja de ahí! —le dijo el tigre.

Pero el tlacuache no quiso al principio, luego dijo:

—Está bien, bajaré y dejaré que me comas.

Y así lo hizo. El tigre intentó comérselo, pero tenía tanta agua en la barriga, que no pudo hacerlo. Luego, el tlacuache dijo:

—¡Te gané de nuevo!

Y así, el tigre vio cómo salió corriendo el tlacuache y decidió ya no hacer nada más.

El Túnel Subterráneo de San Cristóbal de las Casas 

Hay muchas personas que creen que en San Cristóbal hay un túnel subterráneo y que lo único que falta es descubrirlo, lo cual sería un gran atractivo turístico para la ciudad. 

Lo cierto es que esta leyenda corre de boca en boca desde hace muchos años. Muchos de los que creen que este túnel existe, aseguran que hay entradas en el Ex-Convento de Santo Domingo, al norte de la ciudad, que atraviesa la zona del centro, pasa por la antigua casa del Marqués de la Tovilla, por el edificio de la C.T.M., que se enfila rumbo al Templo de San Francisco y que desemboca en el Ex-convento de las Madres Violetas, en el conjunto arquitectónico del Carmen. 

Por si lo anterior fuera poco, se asegura que hay ramificaciones por diversos rumbos de la ciudad y que su construcción es parecida a la de Santiago de Compostela, allá en España.

La leyenda dice que este túnel fue construido poco después de la fundación de esta ciudad por los religiosos que erigieron tanto el Templo como el Convento de Santo Domingo, la Iglesia del Carmen y el Convento de las Hermanas de la Encarnación que estaba junto a este último templo. 

Aunque no saben para qué fin fue edificado, se piensa que fue para que el pueblo no se entrometiera en los asuntos religiosos. 

Quienes creen que el túnel subterráneo de San Cristóbal existe, aseguran que allí se guardaron innumerables y valiosos tesoros de la iglesia católica, ¡y que aún permanecen en ese lugar! Esto como consecuencia de las numerosas persecuciones en los tiempos de la Reforma y la Revolución. 

Además, también se cuentan muchos casos de espantos y aparecidos en las inmediaciones de los lugares por donde se dice que pasa el túnel de San Cristóbal. Se habla de que hasta hay un mapa que fue encontrado en el archivo histórico diocesano, pero nadie lo ha visto.

El caso más raro y que da fe de que este túnel sí existe, es la entrada que hay en un pozo en el Ex-Convento de Santo Domingo, que está a unos ocho metros de profundidad. 

La leyenda dice que cuando se dio la guerra entre San Cristóbal y Tuxtla, cuando los habitantes de “San Cris” vieron que iban a perder, guardaron todas sus riquezas en sus túneles y sellaron las entradas. También se dice que muchas personas que no quisieron separarse de su dinero, se quedaron ahí encerradas y murieron olvidadas. Los lugareños dicen que son ellos quienes se aparecen para espantar a quienes se acercan, pues no desean que nadie les quite lo que guardaron tan bien en vida.

Se dice que son tesoros incalculables, tanto, que en 1974 varios especialistas del Instituto de Antropología e Historia fueron a hacer una serie de excavaciones en el Ex-Convento de Santo Domingo. Se cuenta que lograron localizar la famosa entrada del pozo, que hicieron varios intentos por entrar al túnel, pero que dos de ellos resultaron con una extraña enfermedad y que después de ser trasladados a la Ciudad de México, fallecieron. Al parecer, ¡son los únicos que han logrado entrar!

La leyenda del Taxista

Lo que aquí se narra, ocurrió recientemente, quizá hace apenas unos treinta años. Éste fue un caso sorprendente en el que, aseguran, le costó la vida a un taxista a quien llamaremos Pancho, ya que sus familiares desean cuidar su identidad.

La historia comienza en un día cualquiera para un conductor de un coche de alquiler, de un “carro cerrado” o de un “turismo”, como se le solía llamar a los taxis hasta no hace mucho en San Cristóbal. Dicen que esa mañana se le acercaron a Pancho, que estaba limpiando su unidad, dos señoras con ramos de flores y le pidieron que las llevara al panteón de la localidad. 

Las mujeres subieron al coche y se hizo el viaje en no más de cinco minutos. Por ahí de las siete de la mañana, Pancho se sobresaltó al escuchar una voz en la parte posterior del coche que le ordenó que la llevara al centro de la ciudad. Intrigado por cómo se había subido la mujer al coche, no dejó de ver por el espejo retrovisor a aquella mujer que cubría su blanco rostro detrás de un velo negro.

Al llegar a la altura del templo de Nuestra Señora de La Merced, la mujer ordenó al taxista pararse y le dijo que la esperara. Bajó del coche y Pancho se dio cuenta de que iba vestida de negro. La mujer tardó un rato en el interior del templo y después, en vez de subir al carro, le hizo señas al taxista para que siguiera esperándola mientras ella iba al Templo del Calvario. Un rato después, la mujer regresó y se metió de nuevo al carro. Luego le ordenó ir al barrio de Guadalupe e hizo lo mismo. 

Así pasaron las horas y, finalmente, después de visitar todos los templos de San Cristóbal de las Casas, aquella mujer con voz cansada le ordenó al taxista que la llevara al templo de San Felipe. 

Ya casi de noche, la mujer salió de ahí y le ordenó al taxista que la llevara de nuevo al cementerio de la ciudad. Allí, la mujer antes de entrar al panteón, le dijo al taxista:

—No traigo dinero, por favor vaya mañana a cobrar a mi casa

Entonces se levantó el velo de la cara y el taxista pudo ver en toda su plenitud su hermoso rostro, mientras ésta le entregaba un papel escrito. La bella mujer, sin esperar nada, desapareció en la entrada del cementerio y el taxista, un tanto enojado, se retiró del lugar. 

Pancho, cansado de un día manejando casi sin descanso, se fue a dormir. Al otro día temprano, se presentó en la dirección que le dio aquella rara mujer, en el barrio de Mexicanos. Tocó la puerta y pidió hablar con el propietario de la casa. El dueño salió y el taxista le explicó que una mujer utilizó su vehículo y que le dejó un papel con esa dirección para cobrar. 

Primero Pancho recibió como respuesta una sonora carcajada de aquel hombre. Luego le preguntó los detalles del servicio y la cara del hombre se fue tornando en seriedad. Después invitó a pasar al taxista a la casa y le preguntó si era capaz de reconocer a la mujer que estuvo el día anterior con él.

El dueño le enseñó a Pancho una fotografía de una hermosa joven. El taxista la reconoció en el acto. Era ella, no había duda. El dueño de la casa, dijo que eso era imposible, porque tenía más de diez años de muerta. Al recibir aquella contestación, Pancho se desmayó. Los dueños de la casa llamaron a otros taxistas para que lo ayudaran y lo llevaran a su casa. Ya en su hogar, Pancho recobró la conciencia, pero no podía levantarse de la cama. Ese mismo día empezó a tener fiebre alta. Se dice que fueron ocho días de calentura, hasta que por fin murió. 

Cuenta la voz popular que todavía por las mañanas de primavera y en las frías noches de invierno, se aparece, por la zona del panteón, una guapa mujer blanca, vestida de negro, que pide que la lleven a visitar las iglesias de San Cristóbal. ¿Te gustaría ser taxista en esa ciudad?

La Laguna Verde de Coapilla

Cuentan los abuelos que, cierta vez, hace ya mucho tiempo, existía un pozo que servía de sustento a una familia. Ésta estaba conformada por tres personas, el papá, la mamá y la hija. El señor, al morir su mujer, se consiguió otra esposa, a la cual se llevó a vivir con ellos. 

La niña veía a su madrastra como alguien muy mala y no estaba equivocada, pues la maltrataba mucho. 

En cierta ocasión, el señor se fue a trabajar muy lejos y avisó que tardaría en regresar, por lo que la niña se quedó mucho tiempo sola con su madrastra.

A la pequeña la mandaban siempre a traer agua de pozo con un cántaro de barro, el cual llenaba para realizar los quehaceres de hogar, pero la niña rompía el jarrón en cada viaje. Si la mandaban de nuevo, ¡otra vez rompía el cántaro! Esto molestaba a la señora, quien, desesperada, comenzó a pegarle a su hijastra. A esa mujer no le convenía que siempre que se iba a traer agua la niña rompiera un cántaro, por eso le hizo un canasto para que trajera el agua.

A la niña, obvio, se le salía toda el agua del canasto, por lo que, al llegar a casa, ya no tenía nada. La madrastra, sabiendo que era imposible traer agua con aquel absurdo instrumento, le seguía pegando. Pero la niña era muy lista, por lo que decidió tapar los agujeros del canasto con lodo, pero todavía se escurría el agua. La niña, desesperada, comenzó a llorar. De repente se le apareció un señor de muy alta estatura y muy bien vestido.

Le preguntó: 

—¿Por qué lloras? 

—Es que mi madrastra me regaña porque rompo los cántaros y ahora ya no me dio cántaros, me dio un canasto lleno de agujeros. 

—Pero eso no es problema, llena de agua el canasto y verás que no se saldrá el agua —dijo el señor. 

La pequeña, obediente, volvió a intentarlo, ¡y el agua no se salió! Entonces llevó el agua con su madrastra y ya no le pegó, pero ¡la regañó más por llegar tan tarde a su casa!

La niña volvió al día siguiente al pozo y de nuevo se encontró con el señor. El señor le dijo: 

—¿Cómo te fue?

—Ya no me pegó, pero me regañó.

—Mejor ven conmigo. En mi casa no te regañarán, ni te maltratarán. Allá serás la reina. La niña no lo pensó dos veces y aceptó ir con él. Entonces la niña cerró los ojos y apareció en una finca donde había borregos, caballos, vacas, gallinas y también personas que conocía, pero que ya habían muerto. La niña estuvo muy contenta.

Después de unos días el papá de la niña regresó del trabajo y le preguntó a la madrastra dónde estaba su hija, la mujer sólo dijo que vio cuando se estaba ahogando en el pozo. El señor regañó mucho a su mujer y luego se fue a llorar al pozo. De pronto, el hombre apareció de nuevo y le preguntó: 

—¿Por qué lloras? 

Y el padre contestó: 

—Es que mi hija se ahogó en el pozo y mi mujer no hizo nada para ayudarla.

—No te preocupes —dijo el hombre—. Tu hija está conmigo en mi rancho, cierra los ojos y estarás con tu hija. Entonces el padre cerró sus ojos y apareció donde estaba la niña. El padre quiso llevarse a la niña, pero el señor alto no se lo permitió. A cambio de ella, le dio un cofre lleno de dinero y le advirtió que no lo abriera antes de tres días y que no lo viera su mujer.

Entonces el padre se fue a su casa y no le dijo nada a su mujer; pero la mujer se llenó de curiosidad y abrió el cofre, entonces ¡todo se convirtió en un enjambre de avispas! Además, por haber hecho esto, la niña se quedó con el hombre para siempre. 

La leyenda dice que el pozo fue creciendo junto con la niña, hasta convertirse en una inmensa laguna: La Laguna Encantada.

Hay otras historias sobre este sitio, por ejemplo, cuentan que, en cierta ocasión y de la nada, de la Laguna Verde empezaron a salir unos muñecos de madera y unos hombres que se convertían en puercos gigantes a los que llamaron tzuyoyas, quienes perseguían a la gente.

Todos los habitantes estaban muy espantados, por lo que acudieron con el sacerdote para que los ayudara. En aquel entonces había en la iglesia dos santos crucificados a los lados del santuario: Dimas al lado derecho, representando el bien, y Gestas a la izquierda, representando al mal. Todos los brujos les rezaban y le llevaban ofrendas misteriosas. 

En la localidad vivía un anciano: don Nicanor, quien le rezaba todos los días a Dimas, quien le indicó que, para salvar a los niños y mujeres de la amenaza de los tzuyoyas, deberían tomar una piedra, hacer la señal de la cruz y arrojársela.

La gente le obedeció, por lo que empezaron a desaparecer los monos de palo y los puercos gigantes. Para terminar de una vez con esas fuerzas del mal, mandaron traer al señor obispo, quien bendijo la laguna.

Así fue como se terminó con ese terrible mal.

Hay otra historia que cuenta un viejo sabio de la localidad:

—Cuando era niño, me mandaron por agua a la laguna, pero me sorprendí mucho cuando, al sumergir el cántaro para llenarlo de agua, ¡saltó un pez de oro, de legítimo oro, entrando al recipiente! Yo tuve miedo y lo dejé ir. Las personas a las que les comenté lo que había hecho con el pez, me dijeron que había soltado mi suerte.

Al parecer, es la única historia que hay sobre peces de oro en la laguna, pero hay otros hechos todavía más extraños, como los islotes flotantes, que miden hasta treinta metros cuadrados, los cuales recorren lo largo y ancho la laguna.

Unos atribuyen este fenómeno al “encanto” de la laguna y otros aseguran que anuncian mal tiempo. Como son pequeños, están cubiertos en su mayor parte por plantas que alcanzan hasta cinco metros de altura. Sobre éstos, un lugareño dice:

—Recuerdo que cuando éramos chamacos, quisimos incendiar la palma de un islote. Cuando le acercamos el fuego, vimos cómo se fue alejando, ¡como si hubiera visto que lo íbamos a quemar! 

Muchos piensan que aquellas pequeñas islas, en realidad, son los hogares de muchos chaneques que cuidan la laguna y que sus altas plantas sirven para esconderlos de miradas inoportunas.

Así que no puedes dejar de ir a esta hermosa laguna, pues te puedes encontrar un chaneque, ver moverse solo a un islote, pelear contra un puerco gigante, ¡y hasta encontrarte un pez de oro!

La piedra de Huixtla

Cuenta la leyenda que, hace muchos años, un brujo de Chiapas tenía que ir por una campana encantada a Guatemala; por lo que pidió a Juan, un hombre grande, corpulento y decidido, que le ayudara a traerla. 

Juntos se prepararon para un largo viaje. Cuando estuvieron listos, partieron rumbo a un pueblo de Guatemala, donde otro brujo de ese lugar los esperaba con la campana lista para ser llevada a Chiapa de Corzo para festejar sus fiestas tradicionales.

Al llegar, el brujo guatemalteco los recibió con gusto, pero les advirtió que la campana no debería tocar el piso por ningún motivo, ya que se convertiría en una enorme roca.

—Ya lo saben —les dijo—. No importa lo cansados que estén o lo mucho que quieran bajarla. ¡No lo hagan!

Decididos y confiados de la gran fuerza que poseía Juan, partieron hacia su destino. 

Así, con el ánimo en su mejor estado y con toda la fuerza posible, cruzaron los municipios de Cacahuatán, Tapachula y Tuzantán. Después de tanto caminar y cargar, Juan ya se veía cansado, sobre todo porque él llevaba la mayor parte. El brujo lo animaba y le decía:

—¡Vamos, muchacho! Tú eres el hombre más fuerte que conozco. Si tú no logras esta hazaña, nadie lo hará. No la dejes caer, que es muy importante para mí y para todo el pueblo. 

Juan, ya muy cansado, dijo:

—Descansemos un rato, ya no puedo más.

—No, no podemos descansar —dijo el brujo.

—Mira, sólo me siento un poco y con esto tengo para continuar.

—No, porque si lo haces, vas a bajar la campana.

—No, mira. Ahí hay una gran piedra. Me puedo sentar sobre ella y pongo la campana sobre mis piernas, así no toca el suelo. Además, el brujo guatemalteco dijo que no la bajáramos, no que nos matáramos caminando.

Por fin, después de mucha insistencia, el brujo accedió a los ruegos. Entonces el gran Juan se recostó, puso la campana sobre él y se quedó dormido. El brujo se quedó junto a él, cuidando que no se le fuera a caer, pero estaba tan cansado que también se quedó dormido.

No supieron cuánto tiempo pasó, pero cuando amaneció, solo había una enorme roca en forma de campana. ¡Así se formó la Piedra de Huixtla!

El brujo, muy enojado por haberse quedado dormido, le dijo a Juan que intentara levantar la roca, pero todo fue inútil. La enorme piedra se quedaría ahí para siempre.

El brujo, furioso, maldijo a Juan: 

—Tu castigo será quedarte para siempre en este sitio para cuidar la campana.

Es por esta razón que, desde ese entonces, se escucha por las noches que Juan sale a recorrer las cercanías de la Piedra de Huixtla. Dicen algunos campesinos del lugar que lo han visto, que veces viaja en un caballo negro, otros dicen que levanta piedras con una facilidad asombrosa, pero que la única que no logra alzar es la de la campana. 

Aunque Juan nunca fue un hombre malo, es mejor no acercarse por ahí en las noches, pues su deber es cuidar la campana y no sabemos hasta dónde puede llegar para cumplir con su maldición.

Árbol de La Pochota

La Pochota es reconocida por ser un árbol que tiene muchos, muchísimos años. Lo que sabemos de ella es por los abuelos y bisabuelos que la conocieron en sus mejores tiempos.

Se dice que en ese árbol fueron colgadas varias personas en los tiempos en que los indios de Chiapas todavía lo veneraban como un Dios. Lo cierto es que, en 1950, ¡alguien le prendió fuego!, casi hasta terminar con su vida; pero es un árbol poderoso —y según dicen, místico—, por lo que resistió.  

Mide treinta metros de altura y ya fue nombrado por el instituto nacional de antropología como monumento histórico. Se supone que es el árbol con vida más antiguo de Chiapas, por lo que ha visto crecer a muchas generaciones. Incluso existe una asociación en Chiapa de Corzo que se encarga de protegerlo y cuidarlo, pues es sin duda el árbol que le da vida a la historia del valle central de Chiapas.

Aunque con algunas variantes, existen algunas leyendas y anécdotas en torno a este árbol. Entre ellas, se dice que, en los tiempos de la conquista española de Chiapas, en La Pochota fue quemado Sanguiemé, el líder guerrero chiapaneca. Se dice que, en las noches, todavía se puede ver al fantasma de Sanguiemé llorando, arrodillado junto al árbol, pues se cuenta que también mataron a todo su ejército frente a sus ojos, por lo que las almas de él y sus guerreros viven ahí.

Hay quienes cuentan que se ha tratado de mostrar el camino a la luz a ese valeroso espíritu, pero el guerrero permanece en el lugar. Al parecer, sólo se irá hasta que logremos quitarnos por completo el dominio de otra nación sobre nosotros.

También existe la leyenda de que, en la batalla del 21 de octubre de 1863, el ejército invasor vio un numeroso ejército de hombres muy pequeños vestidos de rojo, todos alrededor de La Pochota. Lo curioso es que el ejército del lugar apenas era de diez soldados. 

Cuando el ejército conservador fue derrotado, los soldados sobrevivientes preguntaron:

—¿De dónde salió ese extraño batallón de soldaditos rojos?

—¿De qué hablan? —dijo el comandante de la región.

—Junto a ustedes lucharon miles de soldados pequeños, vestidos de rojo, que eran valientes como el mejor de mis hombres.

Los defensores de Chiapa, por supuesto, respondieron que no existía tal ejército.

Sobre este increíble árbol también se dice que, durante el Movimiento Armado Mapachista, La Pochota fue utilizada para colgar a villistas, zapatistas y carrancistas, por lo que se comenzó a secar. Dice la leyenda que, para evitar que el árbol sagrado se muriera de tristeza, se prohibió colgar a más personas en sus ramas.

Algunos dicen que, en realidad, ya no se colgaron a más hombres porque, al parecer, los espíritus estaban tomando la fuerza mística del árbol y se estaban haciendo demasiado poderosos. 

Por último, algunos vecinos y jóvenes amantes de la fiesta, dicen haber visto dormir a La Pochota, la cual se acuesta por las noches, aseguran, y de su interior salen un enanito y una enanita. Estos, durante la madrugada, llenan de agua la pila y después de terminar su labor, juegan por los portales de la plaza de armas. Mientras tanto, La Pochota descansa tendida sobre la calle, tapando todo el camino y, claro, nadie se atreve a pasar por encima de ella, porque los que osaron hacerlo, amanecieron muertos.

El cadejo

Cuenta la leyenda que un joven, de adinerada familia, se la pasaba malgastando su fortuna en borracheras. Sus padres hablaron con él de todas las maneras posibles, pero el muchacho no entendía que eso estaba mal. 

En cierta ocasión, llegó tan borracho que no pudo ni abrir la puerta, por lo que trató de entrar por el patio, pero hizo tanto ruido, que sus padres pensaron que era un ladrón. Al ver que era él, su padre le dijo:

—¡Esto ya es demasiado! ¡Te condeno!

Dicen que los padres eran poderosos hechiceros, por lo que el joven se convirtió en un alma en pena con la figura de un perro negro de gran tamaño y cubierto de cadenas. 

Así pasó unos días, pero su madre se compadeció de él y le lanzó un hechizo a su favor. Era una pócima secreta que incluía agua bendita, lo que permitió que los buenos sentimientos de su hijo brotaran. Gracias a esto, el muchacho también se pudo aparecer como un espectro blanco, de benévolo corazón.

A partir de entonces, el perro comenzó a hacer maldades con su forma de perro negro, por lo que los habitantes comenzaron a gritar:

—¡El cadejo! ¡Cuidado con el cadejo!

El cadejo negro es un perro enorme, de ojos rojos, patas peludas y que emite un ruido estremecedor. Su único fin es hacer el mal. Se dice que el cadejo blanco protege a las personas cuando caminan a altas horas de la noche. Claro, ambos cadejos son enemigos. Cuando ambos perros se encuentran —el diabólico y el protector—, comienza una lucha a muerte que normalmente da tiempo a la persona para huir.

Como ya se imaginarán, gracias a los hechizos de sus padres, el joven tenía una lucha interna terrible, pues dentro de su ser tenía a ambos cadejos que intentaban salir y dominar el cuerpo del joven.

Cuando el negro se aparece, dicen que es necesario caminar con los pies juntos, pues esto evitará que el ser se meta en el cuerpo de la posible víctima y se la lleve al infierno. 

En la siguiente versión de la leyenda, no se sabe si es el mismo cadejo del que hablamos arriba, pero vaya que da el mismo temor.

En el rancho de don Manuel, donde se hacía panela —se le llama piloncillo en otras partes del país—, se destilaba aguardiente de caña clandestinamente. Además, había un espacio para que se bebiera chicha de la buena.

En un día seco y caluroso, a principios de este siglo, los hombres que trabajaban en el rancho comenzaron la molienda del primer corte de la temporada de la zafra. Fue una jornada normal, hasta que, a las doce de la noche, cuando todos dormían, surgió un horroroso animal que tenía los ojos rojos como carbón encendido. Nadie vio cuando atacó al trabajador que dormía más alejado de donde descansaban sus compañeros.

Cuenta la leyenda que tenía la forma y tamaño de un perro de caza o de un lobo salvaje. Su hocico abierto dejaba ver relámpagos de luz y en sus ojos aparecían llamaradas que enrojecían la negra noche.

El trabajador presintió el peligro, por lo que abrió los ojos y sólo alcanzó a soltar un grito de horror que se ahogó pronto en su garganta. El feroz animal lo tiró de la hamaca y se lanzó sobre él. 

La lucha entre fiera y hombre fue más pareja de lo que cualquiera se hubiera imaginado. De pronto, el perro aquel atacó con más fuerza, por lo que el hombre fue a dar contra una mesa vieja que estaba junto a su cama. Así fue como el estruendo despertó a los demás compañeros, quienes se levantaron, vieron al animal y dijeron:

—¡Es el cadejo, es el cadejo! Pongan al revés sus ropas y orinen sus cinturones. ¡Háganlo pronto que se lo come y lo mata!

Con los cinturones orinados golpearon con furia al animal. Éste, al sentir los golpes, soltó a su presa. Luego empezó a dejar de ser una bestia, ¡para convertirse en hombre! 

Asombrados y muy temerosos, los trabajadores dejaron de golpear al animal y se quedaron viendo cómo se iba formando la figura de un ser humano. 

Después de la transformación, aquel ser habló con voz suplicante:

—Soy Jacinto, del pueblo, ¿pues qué no me reconocen? Por favor ya no me peguen, por favor. ¡Perdón, perdón!

Cuando se calmaron los ánimos, lo miraron más con repugnancia que con compasión.

—Esto te pasa —le dijo uno de los más enojados— por andarte paseando en la noche. Ahora ya se te metió el cadejo.

—Yo lo vi haciendo magia —dijo otro, aunque la verdad mentía.

—No, yo no soy mago. Un día que se me perdió mi cerdo fui por él y me encontré a un perro gigante, trató de atacarme, pero no sé por qué, de pronto se detuvo. Yo traté de correr, pero me gruñó tan feo que mejor me quedé parado. Parecía como si estuviera pensando. Luego, de sus ojos comenzaron a salir como llamas, algo como un humo salió de su boca y se me metió en la mía. Apenas alcancé a ver que el perro negro se pintó de blanco y dejó de gruñir. Entonces me desmayé y esto me pasa algunas noches.

Todos comprendieron que Jacinto era el nuevo cadejo y que la lucha entre el blanco y el negro iba a continuar, eternamente, en el rancho de don Manuel.

La tamalerita del Zoomat

En Tuxtla Gutiérrez hay un zoológico muy famoso y visitado. Los lugareños le llaman Zoomat, aunque su nombre real es Zoológico Miguel Álvarez del Toro, quien fue Director del Instituto de Historia Natural del Gobierno del estado de Chiapas a lo largo de 52 años. En ese lugar es donde se desarrolla la siguiente leyenda.

No está muy claro de dónde brotó la historia, pero apenas se había inaugurado el Zoomat cuando ya se hablaba de ella. Se rumora que cuando uno va caminando por los andadores, se aparece una niña pequeña, de unos siete u ocho años, con una cubeta de tamales, los cuales va ofreciendo a todos los visitantes del parque.

Todo parece normal, pero lo extraño es que: ¡los guardias del zoológico no permiten la entrada de vendedores ambulantes de ningún tipo! 

Hay quienes no creen en esta leyenda y dicen que la tamalerita es una niña que vive cerca de ahí y que, como es chiquita, se cuela por la alambrada y vende sus tamales a los turistas y visitantes del parque.

Sin embargo, el cuidador de la puerta de autos asegura que el fantasma de la niña existe y que siempre lleva una blusa sencilla con un mandil de cuadritos rojos. Además, por si lo anterior no fuera suficiente, pasan los años y la niña, que sigue apareciendo, no crece.

Un señor cuenta que, en una ocasión, él la vio en un andador que estaba ofreciendo sus tamales a los visitantes. El hombre le gritó a la niña y ella lo miró fijamente. Luego la niña señaló algo a la espalda del señor, quien volteó para ver qué señalaba la niña, pero no encontró nada. Volvió a voltear y ya no vio a la pequeña. No pudo haber corrido porque estaba a menos de diez metros de distancia y no había sitio alguno donde pudiera esconderse. 

La buscó por todos lados, incluso pidió ayuda a sus amigos y preguntó a todos los visitantes sobre la pequeña que estaba ofreciendo tamales. Ellos sólo le dijeron que la niña desapareció de pronto, sin dejar rastro.

En algunas noches sin lluvia, el zoológico organiza visitas nocturnas guiadas para un grupo de ocho a doce integrantes. Algunas personas que han realizado este recorrido nocturno, dicen que les ha parecido extraño ver a una niñita sentada o parada, con una cubeta de tamales calientes, en los senderos o en los andadores.

Al parecer, esta niña murió asesinada en esta zona. Algunos cuidadores del parque creen que es su alma que está buscando su cuerpo. 

Para fortuna de todos, el espíritu de esta de esta niña no es malo ni ataca a la gente, tan sólo vende tamales. 

Lo curioso es que: ¡en verdad los vende! Son muchas las personas que han comprado tamales con la niña y se los han comido. Dicen que están sabrosos y que son tamales de bola, pero chicos. 

El guardia suele contar que, en una ocasión, encontró hojas de tamal tiradas fuera de un bote de basura, las cuales fueron dejadas por unos turistas por descuido.

El guardia examinó con preocupación las hojas y no tenían nada de extraño. Unos metros más adelante localizó a la familia y ellos le dijeron que esos tamales los habían comprado a una niña pequeña, con un mandil rojo de cuadros pequeños. El guardia corrió para ver si la veía, y sólo alcanzó a ver cómo se esfumaba en la nada, con todo y su gran olla.

Como suele pasar con este tipo de historias, no faltan los escépticos que dicen:

—No, esa niña fantasma ni existe. Son las autoridades del parque las que han hecho el negocio junto con una familia de por aquí. Ellos se han dedicado a vender tamales por más de quince años y usan el truco del mandil igualito.

Cuando alguien les pregunta cómo es posible que siempre sea una niña de ocho años, ellos contestan:

—Pues quién sabe. Yo creo que tienen un montón de hijos para que siempre tengan una niña de esa edad.  

No hay horario para que aparezca la niña, pues algunas personas la ven de día y otras de noche. Lo que sí es más común es que sea cerca del área de los loros. Ahí hay una zona de mesas en donde las chachalacas se acercan para recoger las migajas tiradas del suelo o de la mesa. 

Una persona dijo que había visto, inmediatamente después de una lluvia fuerte, a la niña alimentando a las chachalacas, con pedacitos de masa de tamal. Al principio le pareció normal, pero lo extraño fue que ¡la niña no estaba mojada! y las chachalacas sí estaban húmedas.

Así termina esta leyenda del Zoomat. Al parecer la presencia del parque, de los animales, de los guardias y de la gente no ha hecho que desaparezca el fantasmita de la niña. Así que la próxima vez que vayan visiten aquel zoológico, por favor lleven cambio para comprar unos sabrosos tamales de bola al fantasma de la tamalerita del Zoomat.

El Zipe y La Siguanaba

Las siguientes leyendas son muy comunes en Chiapas, pero también en nuestros vecinos países del sur, como Nicaragua o El Salvador. 

La primera trata sobre El Zipe.

Dicen que, desde hace mucho tiempo, las madres o las cocineras más viejas les decían a los niños:

—Si no te estás quieto, te va a salir el Zipe, chamaco.

Esto lo hacían para que no se acercaran al fogón a jugar o quisieran pellizcar la comida que ahí se preparaba, y es que las antiguas cocinas siempre estaban llenas de restos de hollín negro por el carbón o la leña que se utilizaba para la combustión. Cerca del fogón, siempre había un lugar donde se almacenaba el combustible. Ahí, entre el hollín y el carbón, vivía el Zipe.

El Zipe, o Ztipe, era un pequeño demonio con cara y cuerpo de niño, andrajoso y siempre tiznado de negro. Sus ojos eran como pequeñas brazas encendidas, su boca tenía grandes dientes brillantes y afilados, vientre abultado y sus pies parecían estar girados al revés. Dicen que la criatura se aparecía y aventaba trozos de carbón. Era un diablillo muy grosero y profería maldiciones; o bien bromeaba y trataba de seducir a las jovencitas. Si se le perseguía, era imposible atraparlo ya que al cercarlo desaparecía y reaparecía en otro rincón para burlarse de su perseguidor.

Las mujeres decían que había que quemar basura, chile o desperdicios para ahuyentarlo; algunas otras comentaban que, además de lo anterior, había que rezar tres Padres Nuestros para que desapareciera.

En las localidades y los ranchos más apartados, se culpaba al Zipe de la desaparición de niños pequeños que no habían sido bautizados. La gente decía que se los llevaba al monte para convertirlos en sirvientes.

En otros relatos, este ser sobrenatural suele asustar a viajeros solitarios que se aventuran a transitar caminos apartados por la noche. A esos incautos, el Zipe se les trepa a las monturas, mientras ríe y profiere bromas o insultos por algunos minutos, para después desaparecer en la oscuridad. 

También era común que se les apareciera a las mujeres que se bañaban en los ríos con la intención de seducirlas, es por esto que las mujeres de la zona siempre van acompañadas para bañarse en los ríos.

Como dijimos al principio, la leyenda del Zipe es conocida en distintos rincones de Chiapas, en particular en la Costa y el Soconusco, pero también en distintos lugares de Centroamérica: como El Salvador y Nicaragua donde se le conoce como Cipitío.

Ahí en Huixtla, una pequeña ciudad de la región del Soconusco, se cuenta que tiene la cualidad, o el defecto, de tener los pies al revés. No se sabe si es de raza negra o si está tan moreno por andarse comiendo los carbones de los hornos de pan de las panaderías que son sus delicias y siempre se los anda robando.

El Tzipe —como suelen escribirlo ahí— es sumamente travieso. Siempre anda molestando a los animales y a las personas con sus maldades. Por ser tan travieso, la gente suele perseguirlo. Es difícil de atrapar, pero si alguien lo logra, inmediatamente se convierte en un puñado de basura, que se quema con la intención de que el niño negro desaparezca. Pero es inútil intentarlo, pues vuelve a aparecer por donde le da la gana.

Al Tzipe le encanta jugar con otros niños y aventarles piedritas a las muchachitas jóvenes cuando están dormidas, para despertarlas. Pero eso sí, nunca las lastima, al contrario, a aquellas a quienes se les aparece el niño terminan con sus tareas hogareñas muy pronto, porque él les ayuda.

Un señor natural de Huixtla cuenta que vivía cerca del panteón y que, para llegar a su casa después de trabajar, debía cruzar El Chichal, una calle que tiene árboles frutales. 

En una ocasión se le hizo más tarde que de costumbre y a las once de la noche se encontraba en El Chichal. Le dio miedo, pues en esa zona, sin luz ni casas, se asegura que se aparecen los espantos. El señor se armó de valor y siguió avanzando en su bicicleta, que era su medio de transporte usual.

Cuando iba a la mitad del paraje, sintió que la bicicleta andaba más lentamente y que a él le costaba más trabajo pedalear. En un momento dado, sintió las manos de alguien que se apoyaban en sus hombros. Volteó a ver quién era y ¡oh, sorpresa!, ¡el Tzipe estaba montado en los “diablitos” de la bicicleta! 

En cuanto vio los grandísimos ojos del niño negro y sus dientes tan blancos como la leche que asomaban entre sus grandes labios, todo su cuerpo empezó a temblar incontrolablemente y un terrible miedo lo invadió.

Al salir de El Chichal, sintió que su bicicleta su volvía más ligera, volteó de nuevo y se dio cuenta de que ya no estaba en la bici. El pobre señor del susto cayó enfermo con fiebre toda una semana y desde entonces nunca más llegó tarde a su casa, no fuera a ser que se le volviera a aparecer el Tzipe, el negrito come carbón.

La leyenda dice que su origen se remonta a tiempos prehispánicos y a los primeros años de la influencia española. 

El Zipe nació de la relación que tuvo su madre Ziguet o Sihuet —también conocida como la Siguanaba— con el dios Tlahuizcalpantecuhtli —Lucero de la Mañana— traicionando al dios Sol. 

Es por eso que Teotl, la deidad más importante condenó tanto a la madre como al hijo y ya que hablamos de ella, veamos la leyenda de La Siguanaba:

Se dice que la Siguanaba es una mujer, originalmente llamada Sihuehuet —Mujer Hermosa—, que tenía un romance con el hijo del dios Tláloc, del cual resultó embarazada. Ella era una mala madre porque dejaba solo a su hijo, el Zipe, para estar con su amante. 

El niño comía ceniza y estaba muy barrigón por lo descuidado que estaba por su madre. 

Cuando Tláloc descubrió lo que estaba pasando, maldijo a Sihuehuet: 

—Ahora te llamarás Sihuanaba. 

La maldición consistía en que ella sería hermosa a primera vista, pero cuando los hombres se le acercaran, ella daría la vuelta y se convertiría en una mujer horrible. Además, fue forzada a vagar por el campo, apareciéndosele a los hombres que viajaban solos por la noche. 

Dicen que es vista por la noche en los ríos y quebradas desde El Salvador hasta el centro de Chiapas. Siempre está lavando ropa y buscando a su hijo, el Zipe, al cual le fue concedida la juventud eterna por el dios Tláloc, como recompensa de su sufrimiento, lo cual muestra una variación con la leyenda que vimos arriba.

Se rumora que todos los trasnochadores se la pueden encontrar. Sin embargo, persigue con más insistencia a los hombres enamorados, a los “don juanes” que hacen alarde de sus conquistas amorosas. A estos, la Siguanaba se les aparece en cualquier pozo de agua cuando llega la medianoche. La ven bañándose y peinándose con un peine de oro, mientras su bello cuerpo se trasluce a través del camisón. 

El hombre que la mira se vuelve loco por ella y no puede resistir acercársele. La Siguanaba lo llama y se lo va llevando hasta ponerlo contra la pared. Entonces, cuando ya se lo ha ganado y lo tiene cerca, le enseña la horrible cara. 

Para no perder su alma, el hombre debe morder una cruz o una medallita y encomendarse a Dios. 

Otras personas dicen que, para espantarla, se le deben decir estas palabras: 

—Adiós, comadre María, patas de gallina seca.

¡Y que con eso sale corriendo! 

Otra forma de librarse del influjo de la Siguanaba, consiste en hacer un esfuerzo supremo y acercarse a ella lo más posible, tirarse al suelo con la cara al cielo, estirar la mano hasta tocarle el pelo y luego jalárselo. Así la Siguanaba se asusta y se tira al barranco. 

Otras versiones dicen que debe agarrarse de una mata de escobilla y así, cuando ella jala a la víctima, al agarrase ésta de la escobilla, la mujer siente que le jalan el pelo. Esta última práctica, dicen, es más efectiva, ya que contrarresta el poder maléfico de este ser mágico.

Así, con estas dos leyendas, nos damos cuenta de que en Chiapas uno siempre debe andar con cuidado, sobre todo si eres un niño, o un hombre enamoradizo.

La Tumba de la Sirena

La historia de la Tumba de la Sirena es una de las más escuchadas en el Panteón Municipal de San Cristóbal de las Casas.

En este cementerio existen más de veinticinco monumentos considerados históricos, ya que cuentan con un estilo neoclásico. Uno de ellos es la tumba de Enedina García, quien falleció el 22 de febrero de 1900, tiempo en el que se perseguía a quienes practicaban la brujería.

En ese entonces fue cuando comenzó la leyenda de La Sirena, y la recordamos por su tumba que se encuentra al sur del camposanto.

Quienes conocen la historia, narran que, a sus veinticuatro años de edad, Enedina García poseía una enorme fortuna, la cual obtuvo de su trabajo como bruja.

Cuando falleció, fue sepultada con todos sus bienes, ya que la sociedad de ese entonces consideraba su riqueza como un fraude; por si esto fuera poco, amenazaron a los familiares con condenarlos en caso de conservar el dinero. 

Según varias versiones, el dinero fue puesto a su lado derecho, y a quien intentara sustraerlo, le caería una maldición.

El sepulcro tiene unas sirenas en lo alto y los que cuentan la leyenda explican que son un símbolo de sabiduría. Algunos aseguran que cuando la última sirena caiga, lo que es posible que suceda pronto, pues no hay nadie que se atreva a restaurar la tumba, el espíritu de Enedina será liberado.

Enedina tiene, en la actualidad, una sobrina nieta que desmiente las versiones sobre la hechicería de su tía:

—Ella nunca fue una bruja, fue una mujer trabajadora, eso es todo, pero como en aquella época a los hombres no les gustaba que las mujeres fueran mejor que ellos, le inventaron eso de la hechicería.

Cuando se le pregunta sobre si es cierto que quien se atreva a hablar mal de la finada sufrirá de dolores de cabeza, huesos y temperatura, ella dice:

—Pensé que esto iba a ser una entrevista seria, no un juego para niños miedosos y cobardes.

Lo curioso es que cuando se le insiste sobre el tema, ella termina admitiendo que algo tenía que ver con la magia:

—Ella era curandera, no bruja.

La sobrina dice que a su tía abuela le iba muy bien con el negocio de las yerbas para curar, pues no había nadie en el pueblo que supiera tanto como ella. Tuvo muy buenos resultados tratando a personas enfermas que médicos u otros brujos —perdón, hechiceros— no lograron mejorar.

Sobre el significado de las sirenas talladas en la cúspide del nicho, la sobrina comenta que era un distintivo de la difunta, quien tenía un rancho, con algunas esculturas semejantes, en el municipio de Ocosingo, de donde era originaria.

Pese a una serie de historias que se han creado en torno a la tumba de Enedina García, nadie conoce la causa de su muerte, sólo se sabe que nació un 6 de mayo de 1876.

Pero la leyenda no termina aquí, pues sería complicado que, habiendo tanto dinero y una llave que da total acceso a él, a nadie se le hubiera ocurrido sacarlo.

Se dice que Horacio, un pariente lejano de la curandera, decidió robar la llave de la tumba y sacar él todo el dinero. Se piensa que hizo esto porque nunca la conoció, por lo que no sabía lo poderosa que en verdad fue y, por tanto, lo terrible que debió ser la maldición para controlar a su espíritu.

Este hombre visitó a la familia, dicen, y robó la llave. Luego esperó a que diera la media noche para que nadie se diera cuenta de sus actos. Lo que no esperaba es que la mismísima Enedina lo estaba esperando en la puerta del cementerio. Como es lógico, ella lo animó a hacerlo, pues deseaba liberar sus riquezas, así que le dijo qué hacer y cómo. Es más, hasta dicen que le ayudó a cargar los cofres.

El tipo aquel estaba más que contento. Además, no le importaba tener que compartir su botín con su lejana y fantasmal tía, pues los espíritus no gastan, así que ya se veía siendo un multimillonario toda su vida. Lo malo fue que, al salir del cementerio, las monedas comenzaron a hacerse ceniza. Si todo hubiera quedado hasta ahí, no habría pasado gran cosa, pues pobre llegó y pobre se fue, pero ¡él también se convirtió en ceniza!

La bruja —perdón, la hechicera—, sólo dijo:

—¡Qué lástima! Pensé que por fin iba a poder salir de aquí. Ahora, a esperar a otro codicioso que quiera mi dinero.

¿Te atreves a sacar el dinero de La Sirena?

La leyenda negra del Puente Blanco

Cuenta la leyenda que, por las noches, se oyen gritos lastimeros y aparecen siete cuerpos decapitados sobre el legendario Puente Blanco. Veamos por qué sucede esto.

Este paso es el más antiguo de la ciudad y se construyó a raíz de una tremenda inundación en 1864.

Los trabajos comenzaron de forma normal, pero hubo un enorme problema, pues lo que de noche se construía, ¡por la mañana amanecía destruido!

Nadie sabía qué hacer y ni por qué sucedía. Se pusieron cercas para que nadie se acercara, se colocaron vigilantes en lugares estratégicos, pero el terrible suceso se daba todas las mañanas. 

El ingeniero, desesperado, escuchó el consejo de uno de sus trabajadores, quien le decía que llamara a un viejo y sabio brujo de Chamula. Cuando éste llegó, recomendó a los albañiles “darle de comer” al puente.

La macabra oferta consistía en ¡llevar siete cabezas humanas al pie de los arcos! y así, decía el hechicero, el puente sería lo suficientemente sólido.

No se sabe si tal conjuro se hizo, pero lo construido no se volvió a caer y al fin, el 5 de mayo de 1866, se inauguró el puente.

Ésta es la leyenda negra del Puente Blanco, también conocido como Puente Chamula, de San Ramón, María de las Mercedes y, oficialmente, Puente Miguel Utrilla.

Si pasa por el puente de día, ya sea en auto o a pie, sepa que está pisando historia, mucha historia; pero si lo recorre de noche, tenga cuidado, porque a lo mejor oye gritos lastimeros y se le aparecen fantasmagóricamente siete cuerpos decapitados, o ¡sus siete cabezas!

El Guajolote Emplumado

Cuenta la leyenda que, en Las Piedrecitas, allá por San Cristóbal de las Casas, por ahí de 1890, existió una señora llamada María que llegaba al mercado a vender únicamente un guajolote. Quienes le compraban, se sorprendían mucho porque, al día siguiente, el guajolote éste desaparecía misteriosamente del corral en donde lo habían puesto.

Al principio, nadie dijo nada, pues les daba pena contar que se les había perdido un animal tan grande, pero un día, alguien lo comentó y todos comenzaron a expresar primero su sorpresa y luego su molestia al darse cuenta de que habían sido engañados.

Resulta que María era una bruja ¡que convertía a su marido en un bonito guajolote! Le daba una pócima y la transformación se hacía de inmediato. Luego iba al mercado, seleccionaba algún cliente que nunca le hubiera comprado —tenía que ser así, de lo contrario, la persona habría pensado «sus guajolotes siempre desaparecen»— y así engañaba a todo el mundo

El embrujo terminaba justo a las tres de la mañana. Entonces, el marido conseguía algo de ropa —no habría sido un gran negocio vender un animal vestido— y se regresaba a su casa a disfrutar del dinero que ganaban.

Todo parecía ir muy bien, hasta que, en cierta ocasión, una señora compró al animal para una boda que iba a hacerse en la noche, por lo que necesitaba a su guajolote muerto y desplumado por la tarde. Cuando el marido escuchó aquello, trató de escapar, pero la señora lo tenía bien atado. 

Llegó la hora de comenzar a preparar la comida y la mujer, sin más preámbulos, le dio una vuelta al pescuezo, con lo que el marido dio su último grito, el cual, por cierto, pareció entre graznido y quejido de humano.

Cuando se enteró la bruja, quiso vengarse, pero luego reaccionó, porque sabía que, a final de cuentas, todo había sido su culpa, así que se tomó una pócima para verse bella, buscó a un joven guapo, pero no muy listo, y lo conquistó en unos cuantos días.

Ya casados, la mujer le explicó el negocio familiar al nuevo marido, quien estuvo de acuerdo, porque no le gustaba mucho trabajar.

Hasta el día de hoy, nadie sabe a cuantas personas de Las Piedrecitas engañaron María y su marido, mejor dicho, sus maridos, con sus trucos mágicos.

El Puerco Salvaje

Cuenta la leyenda que, en 1903, en el Barrio El Cerrillo, en San Cristóbal de las Casas, una mujer a la que le decían doña Macrina compró un puerco que por las noches se dedicaba a espantar a los vecinos del lugar.

Al verlo, la gente gritaba:

—¡Señor mío! 

Al escuchar esto, al puerco se le paraban los pelos del lomo y abría la trompa, listo para morder. Quienes estaban cerca, podían ver cómo salían dos grandes colmillos de su boca. Entonces, claro, toda la gente se echaba a correr y tras de ellos iba el malvado animal.

Los vecinos pensaban que era el mismísimo demonio, por lo que, en una noche de luna llena y cielo despejado, se encomendaron a su Dios y salieron a las calles a darle caza. 

A las tres de la mañana, el marrano endemoniado apareció. Y ahí fueron, todos los hombres y mujeres del pueblo detrás de un chancho que corría más rápido que todos ellos. A pesar de sus esfuerzos —algunos quedaron seriamente raspados de las rodillas al intentar cogerlo—, solamente lograron darle un machetazo antes de que desapareciera.

Cuando se hizo de día, Doña Macrina fue a dejarle maíz al puerco y lo encontró herido. Le avisó a su esposo y ambos acordaron que, por el bien del barrio, debían terminar con la vida del animal.

Con mucha tristeza, le dieron muerte al bello animalito. Los niños lloraron desconsoladamente, pues muchos de ellos ya le habían tomado cariño.

Con la carne del marrano se hizo una fiesta, a la cual fueron invitados todos los del pueblo. Al probarla, se dieron cuenta que el sabor era diferente. ¡No sabía a puerco! En ese momento se dieron cuenta que no era un cerdo normal, sino un cerdo salvaje: ¡un jabalí de la selva!

Bueno, eso dicen algunos, porque otros dicen que sabía a puro Infierno.

La Trenzuda

Cuenta la leyenda que, en el Barrio de San Antonio, también en San Cristóbal de las Casas, se aparece La Trenzuda. Dicen que es un animal con cuerpo de pantera negra y rostro de mujer, con una larga trenza en el cabello.

La Trenzuda sólo se les aparece a los hombres jóvenes y guapos. Dicen que, como un gato, se restriega entre sus piernas y les lame las manos. Si ellos se lo permiten, les besa la cara o la boca, todo con la finalidad de llevarlos a lugares oscuros y silenciosos.

En una ocasión, La Trenzuda se le apareció a un joven parrandero de dieciocho años llamado Pablo y le dijo: 

—He estado esperando y buscando a quien me ame. No tienes idea de cuánto he sufrido. ¿Tú me amarás?

Pablo le contestó: 

—Si fueras mujer, te amaría —contestó arrastrando las palabras, pues estaba muy borracho.

A lo que La Trenzuda contestó: 

—Dentro de quince años seré mujer y vendré por ti para que estemos juntos.

El tiempo pasó y Pablo olvidó esa noche de copas. Luego, por ahí de los veinticinco años se casó, pero no tuvo hijos, pues a él lo que le gustaba era beber y no tenía tiempo o dinero para niños.

Así parecía que iba a vivir todo el tiempo, pero cuando cumplió treinta y tres años, justo cuando llegó la medianoche, Pablo desapareció misteriosamente sin dejar rastro.

El Caballo Descornado

Cuenta la leyenda que, en 1791, en el Barrio Cuxtitali, por las noches salía un extraño y bello caballo con dos cuernos, aunque uno de ellos estaba roto. El corcel era tan rápido que únicamente se veía el polvo y las huellas que dejaba al pasar, o se escuchaba su veloz trote a la distancia.

En ese entonces, las personas que salían de noche utilizaban antorchas de ocote para iluminar su camino. Sin embargo, la luz no era suficiente y el caballo atropellaba o golpeaba a quien se pusiera en su camino.

Por esta razón, los vecinos de Cuxtitali comenzaron a llamarlo animal del infierno y los niños empezaron a temerle.

Para ahuyentar al mal espíritu que se estaba posesionando del barrio, se prendió incienso y se colocaron palmas benditas y cruces de madera en las calles. Incluso se pidió a los sacerdotes que bendijeran las calles. Pero ¡nada hacía que el corcel se fuera!

Pasaron los años y, por desgracia, hubo muchos muertos. ¡Más de cincuenta! Y por si esto fuera poco, también se contaron casi doscientos heridos.

Un día, los del barrio se organizaron para atraparlo. Formaron grupos y se distribuyeron por todos los sitios en que acostumbraba andar el caballo aquel. Pasaron días, pero no hubo ningún resultado.

Parecía que todo iba a seguir igual de por vida, pero un día encontraron, debajo de un manzano, el cuerpo sin vida del caballo del infierno. Nadie supo cómo llegó ahí, ni quién lo mató, aunque la leyenda dice que su dueño lo encontró después de haberlo perdido mucho tiempo y, al ver que el caballo no se quería regresar con él, lo asesinó con crueldad.

Nadie se quería acercar mucho, pues estaban convencidos de que sí era un ser de Infierno. Por fin, alguien se atrevió a examinarlo con detalle y fue así como los vecinos se pudieron percatar de que, efectivamente, no era un caballo común. Era un raro animal que habita en las montañas del cerro del Zonte Huitz. ¡Era un unicornio!

La calle de El Resbalón

La siguiente leyenda la narra un hombre llamado don Mincho, quien, además de imaginativo, tiene un estilo propio, interesante y divertido.

Cuenta, que hace muchos años, cuando él era joven, no le apuraba nada, pues era mujeriego, parrandero y bebedor. No tenía que trabajar, pues su situación económica era bastante desahogada y, por lo mismo, la única preocupación en su inútil vida era derrochar el dinero producido por sus padres, que eran dueños de los mejores magueyales de allá por el barrio de la Cueva de Tío Ticho. 

Su mamá sufría mucho. Ya había secado sus ojos de tanto llorar, pues veía con desconsuelo la vida de zángano que llevaba su hijo, quien sólo gastaba el dinero, a manos llenas, en vicios. 

Mincho realizaba sus actividades de noche y dicen que, donde estaba el escándalo, allí estaba él. Empezó por no respetar a la gente, dejó de obedecer a sus padres y por último extravió cualquier sentido de la moral.

Su madre soñaba con el día en que aquel rebelde muchacho sentara cabeza y regresara por su propio pie al buen camino; y, si de paso, decidiera hacerle caso a la hija de su compadre Chon, que era una muchacha decente y de buenas costumbres, pues ni cosa mejor.

Fuera de su costumbre, un sábado muy temprano, Mincho se montó en su yegua, y pasó por el centro de la ciudad a comprar algunas cosas para comer, cigarros y dos litros de comiteco, que es una bebida chiapaneca que se hace con la savia del maguey, y salió con rumbo al Barrio de La Pila, pues en ese lugar vivía una jovencita que lo traía loco de pasión. 

Él esperaba que, con aquellos presentes, el anciano padre de la chica accediera a que su hija fuera cortejada; pues, para su mala suerte, su fama de mujeriego y bueno para nada era muy conocida en toda la ciudad.

Con estos antecedentes, le era muy difícil hacerle creer a la dama la sinceridad de sus sentimientos. Pero algo extraño estaba sucediendo, ya que sentía que por primera vez hablaba con la verdad.

Al caer la noche, según él, las notas de la marimba serían las mejores mensajeras de sus penas de amor. Pero ¡qué equivocado estaba!, pues ni la calidez de las dulces melodías pudieron romper la resistencia de la joven y no logró sacar ni una sola esperanza, mucho menos una promesa de los labios de la hermosa muchacha.

Esto hizo que, entre canción y canción, el enamorado empezara a tomar largos tragos de licor. Cuando la oscuridad de la noche avanzó, los músicos decidieron terminar aquella serenata. El apasionado joven, en cambio, todavía estuvo algunas horas hablando solo junto a las ventanas del balcón.

Al llegar la madrugada, empezó a correr un aire frío y su yegua, resoplando, demostró su nerviosismo. Mincho decidió que era tiempo de regresar a su casa. Se montó en su noble animal y, con paso lento, inició el recorrido de vuelta.

Iba pensando en su negra suerte, cuando al pasar frente a los chorros de agua de La Pila, vio a una mujer joven y guapa, que al mismo tiempo que peinaba su larga cabellera, cantaba con dulce voz una canción hermosísima.

Mincho sintió un escalofrío que sacudió todo su cuerpo, pero se dijo que él era un hombre sin miedo y las copas que llevaba entre pecho y espalda le ayudaron a confirmar esa forma de pensar y le dieron más valor. 

Por un momento creyó estar soñando, pues no recordaba haber visto antes a esa bella mujer. Desmontó y, con paso tambaleante, se fue acercando a la dama que estaba de espaldas inclinada sobre las piedras del arroyo. Entre la luz de la luna y el brillo de las aguas pudo observar aquel bello rostro. Hizo el intento de hablarle, pero en ese momento la bella figura se puso de pie y empezó a caminar rumbo a la calle de El Resbalón, no sin antes invitar al trasnochado a seguirla con un movimiento de cabeza. Mincho no pudo resistir el encanto de esa insinuación y fue caminando tras aquella irreal belleza.

Por largo rato la estuvo siguiendo y no podía darle alcance, hasta que la vio entrar a una casa vieja. Lo extraño fue que ¡lo hizo sin abrir las puertas! Mincho apresuró el paso con la intención de ver por última vez aquel rostro, buscó una rendija y observó con espanto que el rostro bello se había convertido en la cara de la muerte.

Salió corriendo como loco por la impresión y quedó tendido en la calle de El Resbalón, justo antes de llegar a la esquina. Gente caritativa lo encontró tirado y, pensando que era el final de una más de sus juergas, lo llevó a su casa.

Durante varios días no recuperó el sentido. Cuando pudo contar lo sucedido, nadie volvió a pasar a deshoras de la noche por aquella calle, y mucho menos Mincho, que, cuando iba a ver a su enamorada, regresaba tempranito. Por cierto, la chica ya le había dado el sí, al ver que Mincho había comenzado a tener buenas acciones.

Quién lo iba a decir: ese terrible espíritu lo convirtió en una persona de bien. ¡Esperamos que nadie necesite algún susto como ése!

El cuidador de los venados 

Esta leyenda se desarrolla en Comitán, lugar donde, años atrás y en algunas comunidades, se cazaba al venado. 

Los días de caza eran una especie de ritual, pues los preparativos eran muchos. Los interesados siempre iban a las zonas cercanas a los riachuelos en donde, en época de sequía, estos animales llegaban movidos por la sed. Entonces, los cazadores se colocaban en lo alto de los árboles esperando a que anocheciera, pues es la hora en que los venados salían a beber agua.

Una noche, cuando uno de los habitantes de la zona se encontraba arriba de un árbol en espera de que se acercara un venado, comentó que vio uno acercarse al riachuelo. Ya estaba a punto de disparar, cuando vio aparecerse a un charro en su caballo, cubriéndole el paso, como protegiendo al animal. De puro miedo quiso dispararle, pero no pudo accionar el rifle. Luego el charro se marchó a todo galope y no volvió a verlo más.

A la mañana siguiente, cuando bajó del árbol, se percató de que a la orilla del riachuelo había muchas pisadas de venados. Eso sólo quería decir que durante la noche habían bajado muchos venados a beber agua y ¡él nunca los vio! Entonces pensó que el charro que vio esa noche, y a quien no pudo disparar, era el cuidador de los venados, y que, de alguna forma se había interpuesto en su camino para evitar la cacería de los mismos, por lo que impidió que matara al venado que había visto y, además, a todos aquellos que no logró ver.

En otra ocasión, un amigo del cazador del que acabamos de hablar, al no creer las palabras de su amigo, fue a buscar venados, también de noche. Él nunca regresó, por lo que, desde entonces, ya nadie trata de matar a esos bellos animales. 

El astronauta de Palenque

Cuenta la leyenda que los mayas dejaron constancia de la visita de los “seres del cielo” o “mensajeros”, como también dicen que los llamaban. 

Aunque hay muchos arqueólogos, investigadores y estudiosos en contra de esto, los lugareños están seguros de que sus antepasados tuvieron encuentros con seres de otros planetas; y para prueba de esto está Palenque, el cual es un lugar histórico y enigmático, situado en las tierras altas de Chiapas. 

Palenque es famoso por su arquitectura y, sobre todo, por la tumba de uno de sus reyes, K’inich Janaab’ Pakal I, del siglo VII d.C. conocido popularmente como El Astronauta.

La tumba fue hallada en el interior del llamado Templo de las Inscripciones, donde se encontró un grabado en la losa funeraria. Los arqueólogos dijeron que era un indio sentado en la losa de los sacrificios; pero para muchas personas es un viajero en un cohete.

Para quienes han visto el grabado, salta a la vista que es un extraterrestre. La imagen es de un caballero sentado, que está rodeado de aparatos con increíbles características técnicas. Por ejemplo, tiene una especie de cinturón de seguridad, una instalación central para el suministro de oxígeno y de energía —todos los que hemos visto una fotografía de un cohete espacial sabemos que es así—, algo que parece ser un cuadro de comunicaciones frente al Astronauta, y mandos manuales con dispositivos de visión hacia el exterior. Por si esto fuera poco, detrás del Astronauta hay una unidad de fusión nuclear que fácilmente recuerda a los cohetes de la NASA en su despegue —aunque claro, todos sabemos que no es fusión nuclear lo que usan esas naves—.

Cuenta la leyenda que los Mayas tuvieron un desarrollo tecnológico mayor que las civilizaciones vecinas, lo cual es cierto, pero lo que se dice es que era porque, en realidad, eran descendientes de los visitantes de las estrellas. De otra manera, no se puede comprender cómo es que llegaron a tener conocimientos tan profundos y superiores, como el manejo del cero y sus habilidades astronómicas.

Hay quienes juran que cuando los mayas desaparecieron, fue porque sus padres del Universo vinieron por ellos, pues consideraron que ya estaban listos para gozar del infinito.

La Reina Roja

La siguiente es una leyenda maya que habla sobre La Reina Roja, que es el poético nombre que se le dio a una osamenta hallada en el Templo XIII de las ruinas de Palenque, ciudad maya del estado de Chiapas. 

Las investigaciones antropológicas indican que la osamenta, encontrada en Palenque, pertenecía a una mujer que en vida llevó el nombre de Tz’akbu Ajaw. Fue esposa de K’inich Janaab’ Pakal II. Nació el 23 de marzo de 603, en los inicios del Período Clásico, y murió el 28 de agosto de 683, o sea que tuvo una larga vida. 

La Reina Roja no fue una mujer muy alta, media tan sólo un metro cincuenta y ocho centímetros, que tal vez para la época era un promedio alto. Lucía el cráneo deformado a la manera tubular oblicua, como era costumbre llevar entre las mujeres de la nobleza maya. Esto quiere decir que, cuando era bebé, le vendaron la cabeza con tablillas amarradas para deformar el cráneo. Esto se consideraba el símbolo máximo de la belleza, tanto masculina, como femenina. 

La hermosa Reina Roja, con el paso de los años, sufrió de osteoporosis, y posiblemente le dolían las piernas cuando caminaba por su lujoso palacio o cuando asistía a las ceremonias religiosas. Además, Tz’akbu Ajaw padecía una terrible artritis degenerativa que le impedía utilizar el telar de cintura y fabricar sus bellos collares de jadeíta y turquesa. Sus dientes cariados la deben haber hecho sufrir mucho, a pesar de haberse sometido a varias curas en manos de los doctores de la corte.

Afectada por tantas enfermedades, para las cuales no había cura, la Reina Roja encontró la muerte y su esposo, Pakal II, decidió enterrarla dentro de un sarcófago. 

Así fue como el enamorado esposo mandó construir el Templo de las Inscripciones para gloria y descanso de la Reina, y para posteriormente acogerlo a él también. 

Para llegar a la cámara mortuoria, donde reposarían ambos cuerpos, se tenía que descender una escalera interior, pues la cámara se encontraba a casi dos metros bajo tierra. En esta cámara se encontró, cientos de años después, la maravillosa osamenta de la Reina Roja.

Sobre la lápida del sarcófago se encontraba un incensario y un malacate —instrumento usado para hilar— de hueso. A un lado quedaron los restos de un niño de aproximadamente ocho años y el de una mujer de treinta años, no muy alta, que murió al quitársele el corazón a manos de los sacerdotes. Se trataba de los acompañantes sacrificados a la Reina Roja para que le hicieran compañía en su viaje al más allá. 

Los huesos de Tz’akbu Ajaw estaban pintados con cinabrio, un mineral de mercurio y azufre que da un tono rojizo, color que dio pie a su inmortal nombre, aunque ella nunca lo supiera. 

La cámara en la cual fue hallada, contaba con un psicoducto: una perforación que le permitió a la Reina Roja comunicarse con Xibalbá; es decir, el Inframundo de los mayas, y descender las escaleras que desembocan en un río sagrado.

La Reina Roja llevaba una máscara y como corona una diadema, símbolo de la nobleza maya.

Actualmente, la Reina Roja se encuentra resguardada en una bodega de la zona de Palenque.

Pero claro, desde ese día, se cuenta la leyenda de que una mujer, con las mismas características que hemos descrito, se aparece en la noche. Al parecer, ella no logró cruzar al Inframundo maya, por lo que ahora que su cuerpo se ha puesto al descubierto, no sabe dónde se encuentra.

Dicen que sólo un hombre o mujer muy valiente será capaz llevar al espíritu de la Reina Roja por medio del psicoducto, para que pueda descansar en paz. ¿Serás tú?

Chepa

Panchito, o el niño Paco como le decían sus allegados, era un joven rico de una familia que se creía aristocrática. Cierta noche, en una fiesta, conoció a una hermosa muchacha que vivía en el Barrio de Colón, en Tuxtla. Su nombre era Josefa, pero todos sus amigos y familiares la nombraban Chepa de cariño.

Desde que la vio, Panchito quedó prendado de la joven y empezó a rondar el barrio donde vivía con el propósito de encontrarla. Cuando Chepa iba al Río Sabinal por agua, la seguía y muchas veces le cargaba el cántaro con el cual la muchacha se abastecía del líquido. Nunca llegaba Paco a la puerta de la casa de ella, ya que los padres no sabían de su relación. En cambio, los papás de Paco estaban escandalizados por el interés que su hijo le prestaba a Chepa, a quien consideraban de baja categoría. 

Chepa era una mujer muy hermosa, por lo que Paco quería estar con ella. Ante tanta insistencia, la jovencita aceptó. Él le dijo que la iba a llevar a algún sitio donde lograran vivir su amor en paz, pues conocía una cueva que podrían habitar sin ser molestados por sus padres, y donde sería posible formar un hogar para ellos solos.

Paco le dijo que al otro día la pasaría a recoger, que solamente iría a su casa por su ropa. Y cumplió lo prometido, pues se presentó en la casa de Chepa tal y como habían quedado.

La pareja se puso en camino hacia la cueva donde habrían de vivir. Mientras tanto, los padres de los enamorados, al no verlos regresar a casa, se preocuparon mucho pues pensaron que podían estar muertos o heridos en algún barranco. Sin embargo, varias personas se dieron cuenta de que los jóvenes se habían escapado de casa con unos bultos de ropa y que se habían dirigido hacia el río Sabinal.

Los padres y varios vecinos se dieron a la tarea de buscarlos. Al estar cerca de la cueva, vieron a Panchito caminando solo y le preguntaron qué había pasado. Dijo que se había perdido, pero no mencionó a la muchacha. 

Mientras tanto, Chepa esperaba impaciente el regreso de Panchito. Pasaron varios días, por lo que la desilusionada mujer comió frutos del campo y hierbas, pero era una alimentación insuficiente y pronto se debilitó. Pasado un mes, la pobre chica murió de hambre y de dolor al confirmar que su enamorado nunca más volvería y que solamente la había utilizado, sin jamás haberla querido de verdad.

Dos meses después, los padres de Chepa, que no habían dejado de buscarla, la descubrieron muerta en la cueva. Su cuerpo era puros huesos y pellejo. Desde entonces, la caverna lleva el nombre de La Cueva de la Chepa, en honor a la pobre niña engañada por el canalla de Paco.

La novia burlada

Tiltepec es un pueblo que se encuentra en el Municipio de Jiquipilas. Se trata de una localidad pequeña, pero con una fuerte tradición oral. De ahí proviene la leyenda que vamos a relatar.

Ahí vivía una pareja de enamorados, muy conocidos en la comunidad, pues ella era preciosa y él muy guapo. Ambos pertenecían a familias famosas. La más enamorada de la pareja era, sin duda, la muchacha. 

La boda estaba a punto de celebrarse y estaba invitado todo el pueblo. Todo marchaba a la perfección. Sin embargo, un día antes de la celebración, la joven decidió ir a visitar al novio a su casa, aun cuando según dictaba la tradición que eso no debía de hacerse, pues les daría muy mala suerte. A pesar de todo, la joven se dirigió a la casa de su adorado, pues se moría de ganas de verle.

Al llegar a la casa tocó a la puerta, y como nadie acudió a abrirle, entró hasta la recámara. Al ver la cama, se llevó tal sorpresa que estuvo a punto de desmayarse, pues en ella se encontraban su prometido y su mejor amiga. Al verlos, la novia fue al patio por un grueso palo, regresó a la recámara y mató a los infieles, quienes ni siquiera alcanzaron a defenderse ante tan salvajes y certeros golpes. Una vez cometido su crimen, la desilusionada muchacha se puso a llorar y regresó a su casa.

Al siguiente día, la mañana del casamiento, la joven se presentó en la iglesia vestida de novia y acompañada de sus padres que no sabían nada de lo que había pasado. Los invitados ya sólo esperaban la llegada del novio en el interior de la iglesia para empezar. El tiempo pasaba y el muchacho no se aparecía. 

Dos horas después, los invitados empezaron a reír y a burlarse de la pobre novia. Por alguna extraña razón, su tristeza les parecía muy graciosa. Llorando de rabia, la mujer se salió de la iglesia al tiempo que profería una terrible maldición a los asistentes: 

—¡Por haberse burlado y reído de mí, yo los maldigo, y todos ustedes encontrarán una pronta muerte! Y efectivamente, ¡así sucedió! En el lapso de un mes todos los invitados habían muerto de manera misteriosa.

Desde ese nefasto día de la boda frustrada, a partir de las nueve de la noche se oyen en la iglesia voces que gritan: 

—¡Que vivan los novios! ¡Arriba los novios! 

Y si alguien llega a escuchar el repiqueteo de las campanas, inmediatamente se muere y, además, dicen, su fantasma rondará en la iglesia para siempre.

Pyowa Tyzu’we, la guardiana del Chichonal

Una leyenda de Nuevo Carmen Tonapac, en el Municipio de Chiapa de Corzo, da cuenta de que hace muchos años existía una niña muy especial llamada Pyowa Tyzu’we, cuyo nombre significa La Mujer que Arde. 

Aunque no lo crean, después de doce horas de haber nacido, ¡se convirtió en una jovencita! Cuando creció un poco más, se transformó en una hermosa mujer muy hermosa a la que le gustaba enamorar a los hombres que vivían en las comunidades cercanas al volcán Chichonal, de donde ella provenía y era la diosa guardiana. 

Aunque la mujer era muy bella y los hombres la admiraban, ellos no se acercaban a ella, porque tanta belleza les imponía. Es por esto que la dama nunca podía seducirlos por completo. Esta circunstancia la ponía furiosa, por lo que, lanzando imprecaciones y maldiciones, mostraba su horrible carácter y se volvía a su montaña. El colmo fue cuando un muchacho corrió para alejarse de ella, por lo que la mujer juró vengarse del desprecio de los hombres.

Así, cierto día, Pyowa Tyzu’we fué á muchos pueblos de Chapultenango repartiendo en todas las casas flores muy hermosas. Esto lo hizo unos días antes de que hiciera erupción el volcán Chichonal, al que también se le conoce como Chichón, y el cual está situado en la región montañosa de Chiapas, la cual colinda con los municipios de Francisco León y Chapultenango. 

Todos los habitantes de los pueblos pensaban que la mujer estaba repartiendo las flores para anunciar que se acercaba su fiesta de cumpleaños, y así fueran a visitarla; aunque nadie sabía dónde sería el lugar donde se celebraría el festejo.

Pero La Mujer que Arde no intentaba anunciar su fiesta de aniversario, sino avisarles a los pobladores que el Chichonal estaba por explotar, porque había llegado el tiempo de su venganza.

—Tenga su flor —les decía, mientras por dentro pensaba en cuánto iban a sufrir por los desprecios que le habían hecho.

Y así fue, el 18 de marzo de 1982, que el Chichón hizo erupción causando una terrible tragedia en la que hubo muchos muertos y todo quedó sumido en la oscuridad por más de quince días. 

Nadie entendió el mensaje que llevaba Pyowa Tzyu’we, la guardiana del volcán, quien por fin se había vengado de todos los desaires que había padecido a pesar de su extraordinaria belleza.

Los tres bultos

Cuenta la leyenda que, en cierta ocasión, en la comunidad de Motozintla de Mendoza, en Chiapas, llovió sin parar durante tres días y tres noches. 

Cuando la lluvia paró, dos indios mochós fueron a buscar su ganado que habían dejado pastando al otro lado del río, a donde acostumbraban llevarlos. Al llegar al río, se dieron cuenta de que estaba muy crecido; por lo que, para poder cruzar al otro margen, tuvieron que esperar. 

Mientras estaban pacientemente sentados esperando que bajara el cauce, vieron tres bultos que arrastraba la corriente. En un principio creyeron que eran canoas, así que trataron de atrapar una que les sirviera para cruzar, pero no lo consiguieron. Luego intentaron con el segundo bulto, pero tampoco lo lograron. Con el tercero tuvieron suerte. Al sacarlo, se dieron cuenta de que no era una canoa, sino la imagen de una persona tallada en madera.

Inmediatamente se dirigieron a la localidad donde vivían para que el chamán les dijera de qué se trataba el hallazgo. Éste les dijo:

—Es la imagen de San Francisco de Asís y deben llevarla a la iglesia. 

Los dos indígenas, además del chamán y otros curiosos que se habían sumado, fueron hasta el templo.

Al siguiente día, ¡la imagen había desaparecido! Lo más curioso es que se fue para aparecer en el mismo sitio donde la habían encontrado. 

La volvieron a llevar a la iglesia… y sucedió lo mismo. Al llevarla otra vez al templo, el chamán aconsejó que se le hiciera una fiesta para hacer feliz al santo y que se sintiera venerado. Tal vez así podría cuidar al pueblo de las tremendas aguas que inundaban la región. Así lo hicieron, y fue como lograron que la imagen ya no se fuera del altar en donde la habían colocado: en la iglesia.

Los indios mochós, acompañados del chamán, fueron a recoger los otros bultos y al destaparlos se dieron cuenta que eran las imágenes de San Martín Caballero y del Señor Santiago. La primera la obsequiaron a la iglesia de Mazapa de Madero; la segunda, se trasladó a Amatenango de la Frontera, donde todavía se encuentran y son muy veneradas

El Tsempayomo o la mujer que orina

Cuenta una leyenda zoque que, en el pueblo de Ocotepec, al norte del estado de Chiapas, hace muchos años vivía un hombre con su esposa y sus hijos. 

Un buen día, decidió dejar el pueblo para irse a vivir en una choza cerca de un arroyo en una montaña. Él era un hombre muy sabio que se comunicaba con los seres sobrenaturales en sus sueños nocturnos. Dicen que había inventado la cal y sus aplicaciones. Todos lo respetaban y le llevaban regalos.

Llegó el momento en que los hijos de este sabio hombre crecieron y formaron su propia familia, por lo que el hombre se quedó solo y triste. 

Un día fue a visitar a sus hijos al pueblo y dejó a su esposa sola en la choza. De regreso a la montaña, se encontró con un grupo de amigos que le invitaron a beber, aceptó, y, platicando de los viejos tiempos, las horas transcurrieron. Cuando el señor se dio cuenta, ya era muy tarde. 

Como había bebido de más, estaba muy borracho. Aun así, emprendió el viaje de regreso, aunque presa de malos presentimientos. Al llegar a su casa buscó a su mujer, pero no la encontró ni dentro ni fuera de ella. Al amanecer, muy triste, se quedó dormido junto a la cama. Cuando despertó, pidió ayuda a los habitantes del pueblo para que le ayudaran a buscar a su esposa. Todos se movilizaron, rezaron, cantaron y danzaron, pero la mujer no apareció.

Al cabo de muchos años, en cierta ocasión, el hombre pasó por un bosque y vio entre los árboles un objeto blanco que se movía. Lo siguió hasta la entrada de una cueva donde se metió lo que de lejos parecía un espectro. Curioso, el hombre lo siguió y, de repente, ¡se dio cuenta de que se trataba de su esposa perdida! 

La blanca aparición le dijo: 

—¡Siempre he estado a tu lado, nunca te abandoné! 

El hombre temblando de miedo, escuchó de nuevo la voz de su mujer: 

—Cuéntame, ¿qué ha sido de mis hijos? 

Ante estas palabras, aterrado el señor pronunció algunos conjuros. La mujer se transformó en estatua y afirmó que siempre permanecería en tal sitio, vigilando a sus hijos y para servirle si tenía necesidad de ella. De la mujer-estatua comenzó a brotar agua límpida, como un manantial. Desde entonces, el hombre visitaba a su esposa convertida en un dulce torrente.

El padre fue a buscar a los hijos para contarles lo que había sucedido, pero éstos se creían muy modernos y educados, por lo que le dijo uno:

—Padre, usted ya está viejo y ve cosas. Acá en la ciudad no hay fantasmas como ahí en su pueblo. Aquí tenemos civilización. No creemos en eso.

—¿Mi pueblo? Ahora ya ni se acuerdan de donde salieron.

—Mire, papá. Es mejor que se regrese. Si es verdad lo que dice, pues hágase unas agüitas frescas con el producto de la estatua de mi mamá —se burló el otro hijo.

El hombre se fue a su casa muy triste por el trato de sus hijos y, pasado el tiempo, murió; pero el manantial quedó para satisfacer la sed de los caminantes y de todo aquel que la necesitara.

Vida y Muerte

Los indígenas zoques, los o’depüt como se denominan ellos, habitan en Chiapas. Como todos los pueblos, cuentan con una interesante cosmovisión; es decir, una leyenda que cuenta cómo se iniciaron el mundo, el universo, los animales o el hombre mismo. 

Por ejemplo, para los zoques de Tuxtla, el Lugar de los Conejos, los dioses crearon el cuerpo humano y lo dotaron de cuatro elementos vitales, sin los cuales los humanos no pueden vivir: el animá, el alma; la copák, la cabeza; chocoy, el corazón; y los órganos sexuales: la vagina y el pene. 

Al cuerpo humano, llamado nitok, le da energía el animá. Gracias a ella hay movimiento y vida. El alma tiene dos espíritus, uno está formado por el animá que es inmaterial, pero que puede pensar y razonar, y otro al que llaman nahual, animal que puede desprenderse del alma y puede ser bueno o maligno. 

Copak es la cabeza donde se asienta la razón y la conciencia, guía a las personas y les proporciona luz. A su vez, el chocoy controla las pasiones y los sentimientos de los zoques, envía energía y fortaleza anímica a todo el cuerpo y dicta el comportamiento de los hombres. Como es de suponer, los penes y las vaginas son los encargados de la reproducción y continuación de la vida.

Cuando un zoque muere, las almas se dirigen al Tzapatá, el Petate de Piedra, tomando la ruta del Río Sabinal, hasta llegar al lugar de las ánimas llamado Cunguy, hoy conocido como el poblado de San Fernando. Dentro de las cuevas hay velas que alumbran el camino de las almas para llegar al Tsuan, donde la vida continúa y se es feliz.

Cuando los hombres vivos sueñan, las estrellas los dirigen al Tsuan para que visiten a sus difuntos. El Día de Muertos, los que moran en el Tsuan salen para visitar a los vivos y disfrutar de las ofrendas que se les colocan en las casas. Para que las almas lleguen con bien a este mundo, se les reza, se les ofrenda copal, y se les exhorta diciéndoles: 

—¡Vení, chalucas, a comé y a bebé, no seas flojo! 

Y también se les dice:

—¡Dí, ay, pues, a quihoras vas a vení? 

Ya que se van, se les despide con música de tambor. Al morir, los zoques tienen la esperanza de reencarnar en algún animal: un colibrí, un quetzal, una mariposa, un águila, o en el nahual que le corresponde.

La terrible Ac’bil Chamel

En los Altos de Chiapas, donde viven los indios tzeltales, en una pequeña comunidad, vivía Ernestina Sancho quién, aunque muy joven, se destacaba por ser una muy buena bordadora y tejedora de telar de cintura, en cuyos lienzos plasmaba los símbolos de la cosmovisión de su grupo en rombos —universo—, animales, sapos, alacranes, serpientes. 

Además de ser una artista, Ernestina era muy bella: su piel dorada, sus ojos la profundidad de las cuevas, y su pelo lacio y negro que le caía por la espalda como un manto de negra noche, la hacían hermosísima. Tan bella era que muchos jóvenes la rondaban sin atreverse a hablarle de amores. 

El brujo-curandero de su comunidad, don Silvano, hombre viejo de sesenta años, cayó prendado de las virtudes de Ernestina y se enamoró locamente. Sin embargo, la chica lo repelía, pues no le gustaban sus malas artes, su piel carcomida por los años, ni su mirada turbia que la poseía sin delicadeza. A pesar de que la chica rechazaba sus insinuaciones amorosas porque le repugnaba y le tenía miedo, don Silvano insistía y hasta ya había ido a ver a los padres de Ernestina para entablar las primeras negociaciones matrimoniales. 

Desesperada, la chica decidió poner fin a los avances amorosos del viejo chamán, por lo que fue a verlo a su choza. Ahí se paró frente a él, se le enfrentó y le dijo que era imposible que ella fuera su esposa.

—Pero ¿por qué, si estás tan chula? —preguntó don Silvano con tono libidinoso.

—Porque me da asco. ¿Qué no lo entiende? No vuelva a intentar acercarse a mí, pues no sé de qué seré capaz.

Don Silvano no dijo nada. Su silencio fue más amenazador que todas las palabras que pudiera haber dicho, pero por dentro un torbellino de odio y dolor lo invadió y decidió vengarse.

Transcurrió una semana desde aquel acontecimiento. Ernestina estaba contenta porque el curandero ya no la buscaba, así que todo iba bien, hasta que, al octavo día, la chica empezó a sufrir terribles dolores en el pecho y en el estómago. Nada la calmaba, ni los rezos, ni los remedios caseros que su madre, doña Eulalia, le brindaba. 

Ante tal situación, el padre acudió a solicitar los servicios del brujo, pero don Silvano se negó rotundamente a curarla y despidió al padre con insultos. 

Poco a poco Ernestina se apagaba, se volvía fea y vieja. Los cuidados de sus padres eran insuficientes. Otro brujo al que se le preguntó, dijo que aquella era una magia demasiado poderosa, por lo que nadie en la región, a excepción de don Silvano, podía hacer algo. Y así se quedó la pobre muchacha, hasta que una hermosa mañana murió entre terribles dolores.

A lo lejos, en su apartada choza, don Silvano reía a carcajadas, pues claro, él era el causante de la muerte de Ernestina, ya que, con sus malas artes, le había enviado el ac’bil chamel, la enfermedad que mata cuando un brujo introduce en el cuerpo de la víctima animales u objetos de diversa naturaleza. 

Cuenta la leyenda que Ernestina tenía dentro de su cuerpo un enorme tlacuache podrido y una jícara llena de ventosidades amargas.

Don Silvano pensó que se había salido con la suya, porque además de todo, comenzó a cortejar a una prima menor de Ernestina. Era una chica casi tan bella como la joven muerta. Pero muy poco le duró el gusto al mago, porque al octavo día, al hombre aquel comenzaron a darle unos dolores profundos. ¡De inmediato supo lo que le había pasado! ¡Estaba embrujado! 

El brujo soltó una gran carcajada y dijo:

—Nadie es capaz de usar mis propias armas en mi contra.

Luego hizo un asqueroso brebaje que tomó rápidamente. Él pensó que en unos minutos más iba a estar curado, pero no fue así; al contrario, se sintió mucho peor y murió pocos minutos después. Antes de fallecer, alcanzó a ver a Ernestina, o mejor dijo, al espíritu de Ernestina, que le dijo:

—Ningún hombre puede hacer lo que tú me hiciste.

Cuenta la leyenda que, desde entonces, cualquier hombre que quiere abusar de alguna mujer en aquel pueblo, sufre la misma mala fortuna del brujo maldito.

Los niveles del universo

Un hermoso mito tojolabal dice que el universo está formado por tres niveles y que cada uno de ellos cuenta con seres sobrenaturales capaces de interferir en la vida de los seres humanos para causarles daños o procurarles beneficios.

En el primer nivel se encuentra el Cielo, Satk’inal, la hermosa morada de Dios, K’awaltic, de Santa María, Nantik; de K’ak’u, el Sol, y de Jnantik ‘Ixaw, nuestra Madre Luna.

En el segundo nivel se sitúa la Tierra, llamada Lu’umk’inal, la cual está formada por el Mar, la Tierra Caliente y la Tierra Fría. En la Tierra viven los seres humanos y todos los santos que son la representación de Dios. Además de ser los fundadores de los pueblos que existen, los santos ayudan a los humanos y a los animales a tener buena salud; pero en la Tierra también existen seres malignos que castigan a los que infringen las normas de la comunidad y cometen faltas; por ejemplo, hay varias mujeres malas que encantan a los hombres con su seducción y los matan.

También se encuentra en la Tierra Nejk’eltzi, el cadejo, que gusta de aparecérseles a los borrachos por la noche y les produce la terrible enfermedad del “espanto” cuando le ven. En las aguas de los ríos y las lagunas, existe un ser llamado Xinalniha’, que es malo como él solo. A estos seres ya los conoces, pues leíste sus leyendas páginas arriba.

En el tercer nivel se sitúa el Inframundo, K’ik’nal, Negro, que el mundo de la oscuridad, donde vive el maligno Pukuj, conocido también como el Sombrerón, o el Dueño del Monte, cuyos rasgos físicos son parecidos a los de los mestizos, los kaxlanes. En el K’ik’nal viven los muertos, pero que aún se les considera con existencia, son los ‘altzilales, “los que tienen corazón”.

A Niwan Pukuj es un demonio que personifica al mal que habita el Inframundo tojolabal. Le gusta provocar enfermedades y hacer que las personas cometan terribles pecados, sobre todo le fascina robarse las almas. El poder de Niwan es tan grande que puede adoptar la forma de cualquier animal, de un hombre o de una mujer. También puede convertirse en un monstruo antropomorfo con cuernos y gran cola. Algunas veces, este ser diabólico aparece montado a caballo, tocado con un elegante sombrero y con espuelas de plata labrada en los pies. 

Niwan Pukuj cuenta con varios ayudantes, pero su preferido es Ch’in Pukuj, porque es el más malo. A él se debe la desgracia de un hombre llamado Isidro, a quien C’hin le robó el alma en un alarde de maldad desenfrenada. 

La leyenda cuenta que Isidro hizo una apuesta con sus amigos. Querían saber si era tan hombrecito para caminar en la noche por los lugares en donde se solía aparecer Niwan Pukuj. Si acudía al lugar, ganaría una botella de mezcal. 

Dicho y hecho, por la noche Isidro fue al bosque donde se aparecía el demonio mayor y esperó. A las doce en punto, se personificó Ch’in Pukuj como charro, ya que Niwan se encontraba algo deprimido y envío en su lugar a su ayudante favorito. Al verlo, Isidro trató de correr, pero fue inútil, pues Ch’in le atrapó y le quitó el alma.

El joven anduvo varias semanas débil, sin apetito, terriblemente somnoliento, pálido y con muchos dolores de cabeza y fiebre; hasta que a la quinta semana murió, pues había perdido energía. Isidro ganó la apuesta, tuvo su botella de mezcal, pues acudió al lugar como se había acordado, pero salió perdiendo algo más trascendente y fundamental: su tonalli

Como verás, gran parte de las leyendas chiapanecas están relacionadas, porque es un pueblo de culto y de gran tradición. De cualquier forma, es mejor que leas con detalle todo lo que sucede, pues es mejor estar prevenido de lo que te puede pasar si andas por esa hermosa tierra.