Leyendas de Sonora
El cementerio de las chicas
El estado de Sonora cuenta con muchas leyendas. Ésta que les voy a contar es muy conocida y se la relatan las abuelas a sus nietos.
En cierta ocasión, tres muchachos se encontraban en una fiesta a la que habían sido invitados. Asistieron felices pues eran jóvenes y disfrutaban divertirse lo más que podían.
Al estar en la fiesta observaron a dos chicas que les llamaron la atención, por lo que se acercaron a ellas para entablar amistad y, quizás, algo más. Los muchachos les propusieron ir a dar una vuelta lejos del bullicio. Como ellos eran tres y solamente había dos muchachas, uno de los jóvenes decidió irse a su casa y dejarles el campo libre.
Así, los cuatro se subieron al auto de uno de ellos y les preguntaron a las chicas a dónde deseaban ir. Ellas respondieron que a un lugar donde hubiera agua. Los galanes sugirieron ir a la playa, pero ellas no aceptaron y pidieron ir a la presa.
Durante el trayecto bebieron mucho ron. Cuando las chicas pasaban la botella a los hombres, éstos se percataron de que estaba sumamente caliente. De pronto, los muchachos se sintieron muy cansados y, en su borrachera, no se dieron cuenta de que las chicas eran algo raras, que lucían ropa antigua y que, además, estaban muy flacas.
Todo parecía normal, hasta que una de las mujeres le dijo al conductor que quería que las llevara al cementerio. Extrañado, preguntó si deseaban quedarse en el cementerio, a lo que las chicas respondieron que sí. Como para los jóvenes todo era aventura, se dirigieron hacia allá los cuatro.
Al llegar, todos se bajaron, pero las damas les dijeron que querían entrar solas al panteón y que por favor se fueran. Los chicos, aún bajo el efecto del alcohol, arrancaron el auto y se dirigieron a sus respectivas casas.
Al siguiente día, los amigos se encontraron y comentaron lo sucedido. Estaban intrigados por el extraño comportamiento de las mujeres fiesteras y decidieron averiguar qué había pasado con ellas. Se subieron al auto y fueron al cementerio. Entraron y se dirigieron hasta el sitio donde las habían visto por última vez.
Al llegar, vieron dos tumbas en cuya lápida aparecían los nombres de las jóvenes con quienes habían pasado la noche: Silvia y Carmina. Lo más extraño fue que: ¡hacía un siglo que habían muerto al salir de una fiesta!
Los muchachos se impresionaron tanto que uno de ellos se volvió loco, y el otro murió de un infarto fulminante… ¡Qué caro les costó su aventura de conquistadores!
El Casino del Diablo
Cuenta la leyenda que, hace muchos años, en la ciudad de Hermosillo, Sonora, el Diablo se apareció.
La historia dice que, en un casino de la colonia Country Club, el cual era un lugar para fiestas, un 31 de diciembre se ofreció un gran evento de Año Nuevo. Este sitio era el más llamativo y el más famoso en aquellos tiempos. Allí acudían todos los jóvenes de cualquier tipo de nivel social a bailar y disfrutar del ambiente.
Una muchacha que tenía muchas ganas de ir a ese baile, tardó días buscando el mejor vestido y varias horas más en arreglarse para convertirse en la joven más bonita del lugar. Al terminar, fue con su mamá para avisarle que ya se iría al famoso evento, pero la mamá no la dejó, ya que ella estaba en cama muy enferma y, según su madre, no le había dado permiso antes. La joven se molestó muchísimo, así que se fue a su cuarto y estuvo algunas horas encerrada.
Los amigos de la muchacha llegaron a su casa y comenzaron a lanzar piedrecillas a su ventana. Ella se asomó y decidió escaparse por ahí. Llegaron al baile y entraron muy contentos porque iba a tocar una de las mejores bandas de la época.
La joven era la más bonita de toda la noche. Tenía varias propuestas para bailar, pero ella no las aceptaba, ya que estaba esperando al hombre más guapo de la noche.
De pronto, entre la multitud, salió un muchacho de cabello negro, ojos enormes y vestido elegantemente. Nadie conocía a aquel apuesto joven y, claro, todos se preguntaban quién era. El muchacho la invitó a bailar y ella aceptó rápidamente. Se fueron al centro de la pista para divertirse toda la noche.
Por ahí de las doce, mientras disfrutaban la música, Linda comenzó a sentir mucho calor, era como si algo le quemara la espalda. Volteó a ver y encontró una mancha en su vestido, así que decidió ir al baño a limpiarse. Al llegar se dio cuenta de que no era una mancha, ¡tenía la mano de aquel apuesto caballero marcada en su vestido! Ella pensó que era una simple mancha de su mano, así volvió a la pista y siguió bailando con él.
Después de un rato se percibió un fuerte olor a azufre y comenzó a aumentar la temperatura del casino. Todas las personas que estaban presentes en el baile miraron hacia el centro de la pista.
De pronto, los asistentes observaron que al apuesto muchacho le salieron del pantalón una pata de gallo y otra de cabra. Linda se desmayó de la impresión. El lugar se llenó de mucho humo y el joven desapareció.
Todos los presentes salieron corriendo hasta que el casino quedó en llamas; pero lo más curioso es que sólo quedaron las paredes que aún se ven a lo lejos de la ciudad.
No se supo que pasó con la muchacha, mucho menos quién era ese misterioso hombre. Muchos dicen que fue internada tras una crisis nerviosa, otros que permanece con el demonio y que ya es su esposa. Por cierto, después de lo que sucedió ese día, el local jamás fue reconstruido y, por eso, ya no se volvió a realizar ningún evento.
A pesar de que el casino se encuentra a la vista de cualquier hermosillense, y de que hay casas y edificios alrededor, la zona es muy poco habitada, ya que se tiene miedo a que vuelva a suceder algo similar.
El Cristo negro de Aconchi
Esta leyenda ha pasado de generación a generación y relata la llegada del Cristo Negro al Templo de San Pedro y San Pablo en el municipio de Aconchi.
Se dice que, un día, llegó un Cristo blanco que estaba destinado para la iglesia de Arizpe, pero los hombres que lo llevaban resolvieron descansar y pasar la noche en Aconchi.
A la mañana siguiente no pudieron levantarlo para proseguir el viaje, así que decidieron dejarlo en aquel lugar. Luego llamaron a otros hombres que les ayudaran, pero no hubo manera de alzarlo, así que ahí se quedó hasta la época cristera.
Fue por esos años cuando el Cristo, junto a otras imágenes, fue destruido. ¡Era como si lo hubieran decapitado! De hecho, sólo quedó la cabeza, la cual fue recogida por un campesino que pasaba por ahí y que se quedó con ella.
Por lo anterior, un nuevo Cristo fue pedido a España. ¡Durante dos años estuvieron enviándolo, pero siempre se quebraba en el trayecto!
Nadie podía entender qué estaba sucediendo, hasta que un día, por fin, llegó intacto a Aconchi. Muy contentos, los habitantes abrieron la caja para ver su nueva imagen, pero, para sorpresa de todos, no era del color que habían ordenado, ¡sino que era el Cristo Negro de Esquipula!
Todos comprendieron que así era como el Cristo deseaba ser y así se conserva en el altar del templo hasta nuestros días.
San Miguel Arcángel de Bacoachi
En tiempos de la guerra Apache, se contaba que algunos indios llegaban a los pueblos de Sonora para robar, destruir y matar a todo aquél que quisiera interponerse. Claro, esto lo contaban los del bando contrario, así que siempre hay que tener mucho cuidado con lo que se escucha y se lee.
En una de estos ataques a San Miguel de Bacoachi, al tratar de entrar al templo para quemarlo tal como era su costumbre, se toparon con un guerrero que, con su espada en alto, ¡derrotó solo a la horda de salvajes!, por lo que el atrio quedó lleno de cadáveres de los invasores.
Nunca jamás los apaches pretendieron invadir nuevamente el pueblo de Bacoachi, al cual respetaron enormemente, pues el miedo no les dejaba otra opción.
Cuando las autoridades levantaron los cadáveres, se dieron cuenta de que uno de los apaches estaba vivo, aunque tan malherido que apenas tuvieron la oportunidad de preguntarle qué había pasado, ya que nadie en el pueblo daba crédito de semejante carnicería.
El apache, en sus pocas palabras que sabía del castellano, mencionó que un guerrero terrible, con alas muy grandes en la espalda, volaba de aquí para allá dando certeros golpes en la humanidad de los apaches. Contó que muchos escaparon lo más pronto que pudieron, pues, de lo contrario, aquel guerrero alado hubiera matado a todos los indios nómadas que asolaban a la provincia de Sonora.
Cuando el Cura regresó de un viaje en el que estaba y se enteró de lo sucedido, de inmediato lo comprendió todo y dijo:
—¡San Miguel Arcángel ha venido a cuidarnos!
Así que todo el pueblo se congregó en el templo para venerar al ángel, patrono del lugar. Aunque algunos dudaron de la palabra del sacerdote, la mayoría comprendió que no pudo haber sido alguien más.
Desde aquella noche, los pobladores durmieron confiados, ya que, con semejante guardián, ¡nadie se atrevería a hacerles daño!
Carlitos, el niño milagroso
Una de las leyendas más famosas de Hermosillo, capital del hermoso estado de Sonora, es la de un pequeño llamado Carlitos, quien nació el 3 de octubre de 1929. El pequeño tuvo una vida muy corta, pues solamente alcanzó la edad de 11 años. Murió a causa de un accidente al estar patinando por el Mercado Municipal, en el cual laboraban sus progenitores.
Carlitos se cayó y un golpe en la cabeza terminó con su vida. Hay algunas personas que dicen que su muerte se debió a que fue atropellado por un camión que surtía al mercado de frutas y verduras.
El pequeño fue enterrado en el conocido Panteón San Agustín y su tumba se hizo famosa porque el niño difunto empezó a realizar una serie de milagros a quienes se los solicitaban. Nadie sabe muy bien cómo comenzó esto, pero el rumor corrió muy rápido.
En su tumba hay un ataúd y una fotografía del difunto milagroso. Encima tiene una lámina que le regaló una mujer beneficiada por el niño, que lo resguarda del sol.
Los creyentes le llevan monedas, juguetes, flores, veladoras y dulces, así que nunca le falta nada al pequeño Carlitos. Asimismo, en la tumba está grabada la siguiente frase: “Por Carlos ruegue usted y el espíritu de este niño lo ayudará”.
Para que Carlitos conceda un milagro, el interesado debe ir personalmente a la tumba y hacer la petición por escrito. Las cartas se colocan sobre el sarcófago. Cuando el milagro ha sido concedido, la costumbre es dejar regalos como agradecimiento a su intervención y, claro, para tenerlo contento. Por eso su tumba siempre está llena de juguetes, piñatas, dulces y mil cosas más que le agradan a todo niño.
Hay personas que no creen en él, pero los que han recibido sus bendiciones no tienen ninguna duda. Por ejemplo, se dice que a una niña de cinco años la curó de cáncer, a un preso que estaba encarcelado de forma inocente, hizo que lo soltaran. Dicen que los milagros que mejor le salen son los de alejar a los jóvenes de las drogas y el alcohol.
Siempre hay personas en la tumba del pequeño, pero tiene más trabajo el 1 de noviembre —festejo de los muertos chiquitos— y el Día del Niño.
Hay quienes dicen que han visto a Carlitos. Estas personas aseguran que el pequeño está más que feliz, jugando con los cientos de juguetes que le llevan las buenas personas de Hermosillo.
Chuhwuht, la canción de la creación
Cuentan los abuelos del grupo indígena pima —que significa “pueblo del río”— de Sonora y Chihuahua, que en el principio de los tiempos no había más que oscuridad y agua.
En un momento dado, la oscuridad se congeló en algunos sitios y fue cuando el Dios Creador se formó. Este Dios estaba solo y caminaba sin rumbo fijo. Iba de aquí para allá, caminando encima del agua. Sólo se dedicaba a pensar, siempre muy concentrado. De pronto, sus pensamientos lo llevaron a tomar conciencia de quién era y de lo que debía hacer.
Una vez que supo cuál era su tarea, de su corazón sacó una vara mágica: ¡era la Vara de la Creación! Usó este objeto como si fuera un bastón. Así lo hizo durante un tiempo, pero cuando vio que una resina se formaba en el tope, la colocó sobre las hormigas. Luego tomó más de la maravillosa resina y la depositó a sus pies. Después la rodó hasta formar una bola perfecta, al tiempo que cantaba:
Chuhwuht tuh maka-i
Chuhwuht tuh nato
Chuwuhtu tuh maka-i
Chuwuhwuht tuh nato
Himalo, Himalo
Himalo, Himicho.
Lo cual significaba: Yo creo al mundo y lo veo, el mundo está terminado. Yo hago el mundo y lo veo, el mundo está terminado. ¡Déjalo ir, deja que se vaya!
Mientras el Dios cantaba, la bola de resina crecía más y más, hasta que llegó a tener el tamaño que ahora tiene. ¡Así se hizo la Tierra! Entonces, el Creador tomó una enorme roca, la rompió y aventó los pedazos al Cielo. En ese momento se crearon las estrellas. Del mismo modo dio vida a la Luna. Sin embargo, se dio cuenta de que ni la Luna ni las Estrellas daban bastante luz.
Fue por eso que el Señor de la Creación pensó en tomar dos cajetes —especie de vasijas— llenos de agua y pensó en la luz. El Sol apareció en el Cielo, mientras el Dios apartaba los cajetes. El Creador se dio cuenta que el Sol no se movía, entonces le dio una patada y envió al Sol, como si fuera una pelota, hacia el este. Después lo envió hacia el oeste y así fue como el Sol adquirió el movimiento que ahora tiene. ¡Así fue como el Dios creó los días y sus noches!
La leyenda del Come-Elotes
Cuenta una leyenda pápago —pueblo indígena del norte de México y sur de Estados Unidos, que hubo una vez una niña muy bonita que vivía en una población llamada San Francisquito, en la Pimería Alta, entre los desiertos de Sonora y Arizona. Adelita era una niña muy buena de diez años, que vivía con sus padres y con un hermanito de seis años de edad.
Desde muy pequeña, su madre, doña Natalia, le había enseñado a tejer canastas, las cuales le salían muy bonitas y coloridas. El dinero para sobrevivir lo obtenían de lo que sembraba el padre y de las canastas que vendían a los turistas. Aunque eran pobres, todos eran felices porque se querían mucho.
Un día en que se encontraban la madre y el hermanito recogiendo la cosecha de elotes y calabazas, en la milpa de su padre, apareció por los aires un remolino de arena proveniente del desierto. Al verlo, todos trataron de esconderse entre la milpa, pero no lo lograron. Cuando el remolino estaba junto a ellos, salió el terrible monstruo de la arena llamado: Come-Elotes. Éste terrible ser comenzó a devorar todos los elotes que habían cortado de sus ramas. Acabó con todos y como seguía teniendo hambre, decidió comerse a los asustados padres y al hermanito que lloraba y llamaba desconsoladamente a su hermana. ¡Pero Adelita no podía oírlo!, pues se encontraba en la choza tejiendo sus hermosas canastas que llevaría el domingo al mercado. Así fue como el Come-Elotes acabó con la cosecha y con la familia de Adelita.
En aquellos lugares había otro ser extraño, pero al contrario del comedor de maíz, éste aparecía si las personas lo llamaban porque tenían un apuro, o, mejor dicho: la llamaban, porque era una mariposa que se aparecía cuando consideraba que el caso lo ameritaba.
La persona necesitada debía hablarle muy quedo al oído, y Mariposa le concedía lo que deseaba, ¡siempre y cuando no intentara atraparla! Adelita miró hacia el Cielo y llamó a Mariposa, la cual acudió a su llamado en tres minutos. La niña la tomó en sus manos y le dijo al oído que deseaba que sus padres y su hermanito volvieran sanos y salvos. Después la dejó libre.
Al poco tiempo, la familia apareció, pero estaban muy tristes porque habían perdido toda su cosecha, así que le pidieron a Mariposa que se las regresara, por lo que la pequeña se enfrentó al terrible Come-Elotes, ¡y en unos cuantos segundos recuperó todo! Así fue, dicen los abuelos pápagos, que la pequeña y su familia regresaron a la casa y vivieron muy felices por siempre.
La Estrella del Norte
Mecha era la hija del jefe de una tribu ópata —también llamada tehuima— del estado de Sonora. La bella chica estaba prometida para casarse con Tutulzin, un joven guerrero al que todas las mujeres admiraban.
Para la ceremonia, los padres de la novia cocinaron la mejor carne de venado que encontraron, para así darles gusto a los padres del novio. Esto era muy importante, porque si a éstos no les gustaba la carne, la boda debía suspenderse, ¡así era la tradición del pueblo! Cuando acabó de cocerse la carne, Mecha se fue a dormir, convencida de que la comida había quedado deliciosa y que les encantaría a sus futuros suegros.
Todo parecía muy bien, hasta que Umola, una joven bella y tremendamente envidiosa, que estaba enamorada de Tutilzin, por la noche encendió el fuego del hogar de Mecha y quemó la carne.
Al otro día, cuando Mecha vio lo ocurrido se puso a llorar y no pudo detenerse. Después de un rato, la desdichada joven corrió al bosque y le rezó al Dios Taa, Tata Sol, y le pidió que se la llevara al Cielo. Ante sus ruegos, el Dios le envió una escalera, por la cual Mecha subió.
Cuando iba a medio camino, un hombre la vio y dio la voz de alarma. Para hacerla bajar de la escalera, y como era la usanza, el padre de Mecha empezó a cantar:
¡Baja, querida Mecha,
soy yo tu padre
quien te pide que bajes,
por el amor de Dios!
Pero la hija le respondió que no podía bajar, ya que iba a conseguir una buena carne de venado y que, si no lo lograba, seguiría siendo su hija desde el otro mundo.
Todo el pueblo se puso a cantar, pero Mecha no bajó. En ese momento llegó su prometido, Tutulzin, quien, desesperado, se subió a la escalera para alcanzarla, pero ¡no lo logró!, y fue así como, a medio camino se convirtió en la Estrella del Norte.
El joven se quedó para siempre en el Cielo para cuidar a su querida Mecha, quien nunca consiguió la carne de venado y tuvo que quedarse en el Más Allá.
La malvada Umola pensó que había ganado la partida, pero luego comprendió que ella tampoco logró casarse con el valiente guerrero y que había cometido el error más grande de su vida, pues nunca lo volvería a ver. En cambio, ¡los enamorados se quedaron juntos por toda la eternidad!
Juu Sewa Nakeo
Hace muchos años existió un indio yaqui llamado Báa Bachi, Maíz de Agua. Destacaba entre los demás miembros de la comunidad porque era muy fuerte y valiente. Sus hazañas producían asombro y admiración. Báa Bachi tenía una novia muy bella de nombre Chiriki. Los jóvenes se amaban con pasión, pero peleaban porque a la muchacha le encantaba coquetear con otros hombres del pueblo, para provocarle celos al enamorado.
Como a Chikiri le gustaba poner a prueba el amor de Báa Bachi, un día, mientras caminaban por las orillas del Río Yaqui, la mujer lanzó al agua un brazalete de oro.
—¡Ay, se me cayó! —dijo con una sonrisa maliciosa— ¿Me lo traes?
Báa Bachi la amaba, por lo que se lanzó de inmediato al río. Como nadaba muy bien, no sintió temor alguno de ahogarse. Pero pasó el tiempo y el guerrero no salió del agua. Chiriki, espantada y arrepentida de su capricho, se puso muy triste. En su desesperación, decidió acudir a un brujo para pedirle consejo.
—Escucha al río, mujer. Él te dirá dónde está tu amado —dijo el sabio.
Después de oír atentamente y tal como se lo había aconsejado el chamán, la joven se tiró al agua en el mismo sitio donde lo había hecho el infeliz enamorado.
Al siguiente día de haberse arrojado Chriki al agua, los habitantes del pueblo vieron, asombrados, que en el lugar donde los dos amantes desaparecieron, había surgido una bellísima y exótica flor a la que pusieron por nombre Juu Sewa Nakeo, es decir, Flor del Amor.
El hacendado
En el estado de Sonora existe el casco de una hacienda de mucha tradición. Junto a él se puede ver una barranca con cascadas. Ahí, en la barranca, en una poza profunda, dicen que se encuentra una carreta llena de oro.
Pero no es cualquier carreta, cuenta la tradición que Pancho Villa, el Caudillo del Norte, la arrojó al cañón porque los federales iban tras sus pasos. Esto sucedió en los tiempos de la Revolución Mexicana de 1910.
En cierta ocasión, un norteamericano llegó hasta la hacienda dispuesto a filmar una película en dicho lugar. Habló con el entonces dueño, le explicó su propósito, le platicó del tema de la película y le presentó a los actores. El dueño no estaba muy convencido de que fuera buena la idea de filmar en su hacienda, ya que no le creyó lo que le decía.
—Mire, o me dice exactamente a qué viene o se me larga de aquí —dijo el dueño molesto, porque sentía que lo querían engañar.
El estadounidense insistió en que iba a filmar una película histórica acerca de Pancho Villa; pero al darse cuenta de que el dueño no le creía una palabra, acabó por decirle que conocía la leyenda y que sacaría la famosa carreta con ayuda de la tecnología y el equipo de hombres que llevaba.
—¿Ya ve cómo con la verdad nos vamos entendiendo? Ahora dígame, ¿de a cuánto me va a tocar cuando la encuentre?
—En cuanto consiga sacar la carreta del cañón, la mitad de lo que obtenga será para usted. Si quiere le firmo un papel para que no haya duda.
Al oír estas palabras el mexicano replicó:
—Si en verdad el tesoro está ahí, pos lo saco yo y no tengo porque compartirlo, me quedo con todo. O, ¿usted cree que los norteños somos babosos?
El gringo se fue con todo su equipo y el dueño de la hacienda no intentó sacar nada. Cuando sus hijos le preguntaron por qué había hecho eso dijo:
—¿Acaso ustedes no saben nada de leyendas? Cada vez que se encuentra un tesoro, el fantasma del que lo enterró viene a hacerle la vida imposible al valiente. ¿En verdad creen que me voy a arriesgar a tener al espíritu de Pancho Villa por aquí?
Don Rafael y los Padres Conspicuos
En la antigua Villa de Pitic, en el estado de Sonora, durante los inicios del siglo XIX, vivían cuatro Padres Conspicuos; es decir, padres que gozaban de un gran prestigio. Ellos pertenecían a la Orden Franciscana, siempre llevaban una capucha e iban descalzos.
Los habitantes de la villa se burlaban de ellos y les llamaban los “padres mocosos”, porque tenían sus ojos siempre llorosos y las narices irritadas. Los Padres Conspicuos caminaban en parejas por las calles, rezando todo el tiempo, hasta llegar al río cercano a la villa. Ahí se detenían, miraban hacia los puntos cardinales, lloraban, y luego se regresaban al convento, siempre en completo silencio.
Por esa época, llegó a la Villa de Pitic don Rafael de Ruiz de Avechucho, dispuesto a contraer matrimonio con alguna criolla, pues consideraba que eran muy honestas.
Don Rafael no era muy rico, pero sí acomodado. En cuanto llegó, se hizo amigo del Padre Prior del convento franciscano. Frecuentemente entraba a la iglesia para depositar su limosna, la que servía para prestar ayuda a los indios seris y pimas de la región, que siempre se acercaban, hambrientos y enfermos, a la Villa de Pitic a solicitar caridad.
Don Rafael encontró a doña Blanca, una buena y bella mujer, pero, por desgracia, la joven se enfermó de una horrible epidemia que asoló por esos tiempos a la Villa. En seguida, el español acudió al convento franciscano para solicitar ayuda médica, pero la enfermedad había avanzado mucho y doña Blanca, a pesar de su fortaleza y juventud, se encontraba a punto de morir.
Don Rafael, desesperado, pidió al Padre Prior que le enviara a los padres Conspicuos, con la esperanza de que la sabiduría de los religiosos encontrara algún remedio para aliviar a la desgraciada esposa. Ante la petición, el Prior contestó que no existían tales padres Conspicuos, ¡ya que se trataba de una leyenda inventada por el pueblo!
Don Rafael no le creyó y, muerto de angustia, se dirigió al río buscándolos desesperadamente. Llamó, gritó, imploró y hasta maldijo a los padres; pero todo fue inútil, los Padres Conspicuos nunca aparecieron y nunca nadie los volvió a ver. Doña Blanca murió y el desdichado de don Rafael se volvió completamente loco.
Itom Achai e Itom Aye
Hay un hermoso mito mayo que dice así: El mundo fue creado por Itom Achai, Padre Sol, Nuestro Padre, y por Itom Aye, Nuestra Madre.
Itom Achai se representa por medio de una especie de cruz de brazos iguales, similar a la cruz gamada. La tarea de ambos consiste en cuidar a los indios y, con ese fin, la Madre les realiza muchos milagros.
Itom Achai hizo al mundo y creó todo lo que existe, pero el Dios tenía un amigo llamado Caifás, que quiso imitarlo en aquello de crear mundos.
Así, cuando Itom Achai creó a la gallina, que se puso muy contenta porque el Dios le había dado el aliento, Caifás quiso hacer otra, pero la hizo de barro y tan mal, que resultó tecolote. Sin embargo, a pesar de su error, Caifás tenía mucho poder, tal vez tanto como el Dios, pero lo empleaba incorrectamente, ya que lo usaba para hacer el mal y por eso muchas de las cosas que hacía no servían para nada.
El Señor Dios Itom hizo también la luz del día y a las personas, que eran todas buenas. Cuando creó al primer hombre, utilizó barro y lo puso a dormir en un sueño profundo; mientras tanto, procedió a sacarle una costilla al hombre de barro para dar forma y vida a la mujer. Caifás, en cambio, cuando hizo a los seres humanos, los hizo malos, tal como él era.
Dios decidió poner a prueba a los humanos y les dio un lapso de seis mil años, a fin de ver si lo escogían a él o a Caifás. Este Diablo, claro, ha hecho todo los posible por ganar para que lo escojan a él, pero tan sólo han transcurrido dos mil años y todavía quedan cuatro mil para saber a quién de los dos vamos a elegir.
Por cierto, cuando los hombres son malos les envía un diluvio para que se ahoguen. En el Diluvio que les envió hace mucho, el Dios envió a Kooni, el Cuervo, para que le dijese si ya había terminado, pero Kooni nunca regresó. Decidió entonces enviar a una paloma, la cual sí regresó con una flor en el pico, señal de que el Diluvio había terminado.
El convento de Hermosillo
Antes, a principios del siglo pasado, en lo que fueron los primeros edificios de la ciudad, se encontraba un convento de monjas. En ese lugar se albergaba a las mujeres con embarazos no deseados, para que se convirtieran, con el tiempo, en monjas, aunque nunca más se volviera a saber de ellas.
Con el paso de los años, cuando se remodelaron esas instalaciones, y ya que el convento no existía ahí, tumbaron paredes muy gruesas. Para sorpresa de los pobres trabajadores, ¡encontraron esqueletos de recién nacidos! Se dice que las monjas los emparedaban para que no se supieran de ellos, ya que, según ellas, eran hijos no deseados por Dios.
En ese lugar también había túneles extensos que llegaban hasta la Catedral Metropolitana de Hermosillo. Esos pasajes fueron sellados y nunca se quiso informar a los ciudadanos sobre ellos.
La gente cuenta que por la calle Serdán a todas horas se siente un ambiente muy extraño, pero que en la noche incluso se escuchan gemidos, gritos o se ve gente muy extraña caminando sola por ahí. Algunas son mujeres embarazadas que recorren el centro de la ciudad de noche. ¡Cualquier vecino sabe que eso es muy peligroso! Se dice que son las ánimas de las mujeres que murieron en ese sitio y que los gritos son de los bebés asesinados entre las paredes del convento.
Así que nunca pases por ahí de noche, porque no se sabe cuándo los espíritus dejarán de sólo caminar y comenzarán a tomar venganza.
La muchacha de la iglesia
Una noche, un conductor de taxi iba camino a su casa después de un largo día de trabajo. De pronto se dio cuenta de que, en una calle, una niña le estaba haciendo la parada. Sin embargo, como ya era tarde y ya iba a su casa a descansar, decidió seguir su camino.
Mientras conducía, recordó a un familiar suyo que había sido asesinado cuando caminaba por la noche, por lo que decidió regresar por la niña. Al verla se dio cuenta de que, en realidad, era una jovencita de unos dieciséis años.
Al subir, ella le pidió que la llevara a la iglesia más cercana para entrar a la última misa de la noche.
—Pero necesito que me haga un favor —le dijo al chofer—, por favor, espéreme afuera, porque no tendré cómo regresar. Yo le pagaré lo justo.
El accedió. Cuando la jovencita salió, le pidió que la llevara al sitio a donde la recogió, junto a un cementerio. Al llegar, le dijo:
—Lo siento, por favor no se moleste. No tengo dinero para pagarle el servicio, pero le daré este relicario. Si se lo lleva a mi padre, él le pagará todo.
—¿Y si no lo hace? —preguntó el taxista.
—Le aseguro que el relicario vale lo de cincuenta viajes —contestó la muchacha.
El chofer decidió aceptar. Al llegar a la dirección que le dijo la joven, tocó la puerta y salió un hombre. El conductor le explicó lo sucedido.
—¡Ella es mi hija que murió hace diez años! —gritó—. Lo siento mucho, en verdad. Ella sigue apareciendo una y otra vez porque cometí el error de no hacerle una misa cuando murió.
—Pues ya no se preocupe. Llevé a su hija a una misa hoy, así que su alma podrá descansar en paz.
Aunque todos dicen que esta leyenda es cierta, algo no está bien, porque muchos taxistas dicen que siguen viendo a la jovencita. Tal vez no se quiere ir porque extraña a su padre.
La leyenda de Enguerrando Tapia
Enguerrando Tapia fue un periodista muy reconocido en Sonora, principalmente en su ciudad: Hermosillo. Se dice que fue uno de los mejores periodistas que ha habido en el estado; además, era muy querido por todos, ya que era una extraordinaria persona.
Tapia fue muy reconocido cuando se convirtió en el director general de Periódicos Sonorenses, pues editó diarios como: El Informador del Mayo, Tribuna del Yaqui, La Voz del Puerto, El Sonorense o La Voz del Norte.
El 7 de junio de 1981, el periodista falleció en el Hospital Universitario de Tucson, Arizona.
Hay una historia que, se dice, ocurrió hace algunos años en Hermosillo y que está relacionada con el difunto Enguerrando Tapia.
Cuenta la leyenda que, hace muchos años, cerca del llamado “Panteón de las Manitas”, había un hombre esperando a un taxi para que lo llevara a su casa. Ya casi era de noche. Después de mucho tiempo, al fin un taxi se paró. El señor se subió al taxi y le dio la dirección de su casa.
Al llegar al domicilio, el hombre le dijo al taxista:
—Sé que esto no se hace, pero no tenía opción. No tengo dinero, pero le dejo esta medalla. Mañana estaré aquí a esta hora para que me la devuelva y yo le pague. Le pido que confíe en mí.
El hombre le dio una medalla, que era muy apreciada para él, el taxista aceptó y se fue tranquilamente.
Al día siguiente, el taxista, aunque bastante incrédulo, regresó a la casa de aquel hombre. Se bajó, tocó la puerta, pero quien salió a abrir fue una mujer. El taxista le contó lo sucedido, pero la mujer, confundida, dijo no saber nada sobre el asunto.
—Por favor, descríbame al hombre, porque aquí no vino nadie a esa hora.
El taxista lo describió y le enseñó la medalla. La mujer se sorprendió, ya que la medalla que el taxista tenía… ¡Era de Enguerrando Tapia! Lo más curioso fue que aseguró que lo habían sepultado con ella.
El taxista indignado y confundido, dijo que estaba harto de leyendas de taxistas, pues en todas, siempre son los choferes los que terminan perdiendo dinero, pues los espíritus tienen la pésima costumbre de nunca pagar los servicios.
Así que el taxista se quedó con la medalla, la cual, dicen, fue vendida en una subasta hace poco tiempo, pero todos sus dueños se deshacen de ella rápidamente, pues, dicen, ¡que viene acompañada de un fantasma!
El Conde
Cuentan que la casa donde hoy se encuentra Radio Sonora, era propiedad de una famosa familia. En ella nació Alfonso “El Conde”, al que se le puso ese apodo porque vestía de forma muy elegante.
La leyenda dice que se casó y heredó la enorme propiedad. Ahí vivió muchos años con su esposa e hijas. Lo malo fue que tenía muchos problemas con su mujer y discutían a diario. Algunos dicen que eran peleas terribles, pues se escuchaban vasos romperse y gritos a todas horas.
Un día discutieron más fuerte de lo normal y él salió tan enojado que se fue corriendo, pero con tan mala suerte que se cayó a la piscina que tenían en su casa, y murió.
Donde se encuentra la cabina de locutores era la oficina de “El Conde”, y dicen quienes trabajan ahí que, en ocasiones, las sillas empiezan a girar sin que nadie las toque. También comentan que se escucha que tocan la puerta y que sienten la presencia de alguien que los está vigilando. Otros juran que hasta los empujan y los siguen por toda la casa.
Lo más terrible sucede con el velador —un verdadero valiente, pues lleva muchos años en el puesto—. Él narra que lo avientan y lo jalan cuando hace el recorrido por la casa. Por ahí de las tres de la mañana, le apagan las luces y le mueven sus cosas, pero ya está acostumbrado y no se espanta de todo lo que pasa por la noche.
Hay quienes han tratado de bendecir el lugar, pero dicen que cuando alguien intenta hacerlo, las actividades paranormales comienzan a ponerse peligrosas. Cuentan que una vez un cuarto se inundó de agua para intentar ahogar al sacerdote que tuvo el atrevimiento de intentarlo. ¡Jamás alguien quiso hacerlo de nuevo!
Los aparecidos de la casa María Auxiliadora
La casa María Auxiliadora fue un hospital para gente adinerada, ubicado en la colonia Cinco de Mayo a la salida norte de la ciudad, el cual hace más de 30 años que fue cerrado por quiebra.
Se dice que en ese hospital ocurren muchas cosas: espíritus que flotan en las noches, ruidos muy extraños, gemidos, gritos, e incluso se ven cosas que se mueven sin motivo. Lo curioso es que ahora se llevan a cabo retiros espirituales de diferentes parroquias o grupos juveniles.
El día 27 de diciembre de 2011, se llevó a cabo un retiro en la casa María Auxiliadora, en el cual los jóvenes se iban a quedar ahí durante tres días y dos noches. La mayoría de los muchachos sintieron escalofríos sólo de entrar al lugar. Durante el día realizaban las actividades asignadas de los coordinadores, para después descansar en las diferentes y escalofriantes habitaciones.
Estos jóvenes, desde la primera noche, sintieron presencias extrañas. Los chicos vieron cómo algunas cosas se movían y a los grifos de la tarja abrirse para luego escucharse el agua cayendo a la cañería. También oyeron varios sonidos como de niños llorando, personas que hablaban, y susurros que llegaban a sus oídos y los hacían estremecerse de miedo. Tal vez lo más aterrador fueron los horribles golpes en las paredes, que hacían retumbar toda la casa. Los pobres no pudieron dormir.
Al día siguiente, todos comentaron lo que les pasó. Algunos querían retirarse del lugar porque les daba miedo lo que habían escuchado la noche anterior. Los coordinadores, para calmarlos y no se fueran del retiro, les dijeron que ellos habían hecho todos esos ruidos como una especie de mala broma.
Los afectados se tranquilizaron un poco, pero a la noche siguiente pasó algo más escalofriante: algunos vieron sombras que caminaban por el pasillo principal y también en la cocina. Aquellas figuras tenían un aspecto tenebroso. Algunas parecían hombres adultos y otras, niños pequeños. Además, se escuchaban ruidos de bebés llorando y había cosas que se movían de un lado a otro.
En ese momento, sin importarles que fuera de noche, buscaron a los coordinadores para decirles que se fueran en ese instante, pero, al llegar a sus habitaciones, no encontraron a ninguno de ellos. Esto los espantó todavía más, así que corrieron a la puerta de salida. Ahí vieron a una coordinadora, a la que le pidieron que abriera la puerta. Ésta ya lo iba a hacer, cuando soltó una carcajada aterradora:
—¡Les dijimos que fuimos nosotros! —dijo, mientras se convertía en un monstruo horrible.
Dice la leyenda que no todos los muchachos lograron salir de ahí, pero quienes lo hicieron, juran que una parte de los espíritus se quedó con ellos, porque en las noches pueden escuchar claramente una voz que les dice:
—Ven al retiro, anda, ven al retiro, aquí serás bienvenido… ¡por toda la eternidad!
La leyenda de Tatiana
Son muchas las personas que afirman haber visto dos apariciones en la Escuela Cima: unos dicen que es un señor y otros aseguran ver a una niña, a quien, por cierto, se ha bautizado con el nombre de Tatiana.
En cierta ocasión, un alumno fue sacado del salón de clases por su mal comportamiento y se sentó en una banca del centro de la escuela. No tenía nada que hacer, así que levantó la mirada y vio, en el interior de la biblioteca, a un hombre que asomaba medio cuerpo por la ventana. De inmediato informó a la directora del plantel que un ratero se había metido en aquel lugar. Las autoridades escolares subieron a la biblioteca y se dieron cuenta de que allí no había absolutamente nadie y que todo estaba cerrado. Como el jovencito no era exactamente el mejor alumno, no le creyeron mucho.
Otras cosas han sucedido en aquella escuela, por ejemplo, en el área de costura han visto que las máquinas de coser se mueven solas; también en las aulas se escucha que arrastran las butacas. Esto sucede incluso cuando no hay estudiantes en la institución.
Pero lo más curioso sucedió un día en que una alumna entró al baño de mujeres y se tuvo que esperar porque en el interior se encontraba una niña. Como pasó mucho tiempo, la joven que esperaba le dijo:
—Oye, ¿te vas a tardar mucho? Llevas horas ahí adentro.
—No mientas —contestó la pequeña—, no llevo horas, llevo años.
De pronto se abrió la puerta y una niña, que movía su cabeza y agitaba sus trenzas, salió como si nada. La alumna se sorprendió mucho porque la pequeña no llevaba el uniforme habitual, sino uno que hacía muchos años que ya no se usaba.
La niña se lavó las manos, se las sacudió, mojando un poco a la joven, y se fue. Como a la alumna le pareció que la pequeña era algo extraña, en lugar de entrar al baño decidió seguirla, así que fue tras ella por el pasillo.
—¡No me sigas! —dijo la pequeña al darse cuenta de lo que hacía la alumna.
—No, no, no te estoy siguiendo, sólo quiero conocerte. ¿Cómo te llamas?
—Tatiana —le contestó.
Y esas fueron las últimas palabras que dijo la niña, porque entonces, cuenta la alumna, se abrió el piso, una llamarada gigante salió del agujero… ¡y la niña desapareció entre el fuego del infierno!
En Álamos
En Álamos espantan, eso lo sabe cualquiera que haya vivido ahí. En aquel lugar se han contado, desde su fundación, historias de misterio y terror. Hace pocos años, esta costumbre se vio incrementada por los terroríficos hechos que han tenido como escenario el Panteón Municipal.
El cementerio de Álamos se encuentra en un paraje solitario, a orillas de la ciudad. Es considerado monumento histórico. Fue abierto en 1794 y, según el Instituto Nacional de Antropología e Historia, muchas de sus mil 200 tumbas son de finales del siglo XVIII.
Cuentan quienes lo han presenciado, que sombras y seres extraños rondan el lugar, a la medianoche, en medio de una neblina inexplicable. Llevan extrañas vestimentas que los cubren de pies a cabeza. Algunos bailan, como si no tuvieran huesos, sobre muros y entre tumbas, al tiempo que gruñen y aúllan. Otros se sientan en círculo alrededor de una hoguera; lo más escalofriante es cómo ríen y chiflan.
Después de hacer todo lo anterior, llega una calma extraña. Los monstruos permanecen tranquilos y con la mirada fija en una dirección. De vez en cuando el silencio es roto por breves estallidos de fuertes carcajadas.
Se dice que cierta noche, un hombre decidió ir a ver lo que sucedía en realidad, pues son demasiadas las historias que se cuentan sobre este cementerio. Así que se armó de su teléfono celular con cámara y fue a esconderse detrás de un gran árbol para que los espíritus no lo vieran.
¡Mala idea! En cuanto comenzó el fantasmagórico ritual, dos sombras se pusieron detrás de él y comenzó a elevarse. Para su fortuna, también iba armado de un crucifijo que sacó de inmediato. Los fantasmas lo soltaron, pero al caer se lastimó el tobillo. Esto no le importó, porque era tanto su miedo que apenas sintió algún dolor.
Los extraños seres, al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, fueron detrás de él, pero el hombre, muy listo, se puso el crucifijo en la espalda, lo que mantuvo a los seres a cierta y salvadora distancia.
Lo que contamos más arriba es lo que alcanzó a ver y lo que le narró a sus amigos. Por desgracia, el valiente murió días después y en la caída destrozó su teléfono celular, por lo que no hay evidencia de su relato.
Por desgracia, se cuenta que en ese cementerio están los cuerpos de quienes murieron en una epidemia de cólera y, se dice, que cada uno de ellos está buscando un alma para atormentar… ¡en venganza de lo que ellos sufrieron!
La aparecida en la casona de Cócorit
La vivienda conocida como la Casona de Cócorit, en el municipio de Cajeme, fue construida a principios de 1860. En la actualidad es un atractivo turístico por su arquitectura colonial, pero eso de día, claro, porque de noche, cuando cierra sus puertas al público, cuentan los lugareños que el lugar es habitado por una mujer vestida de blanco, que cruza la plaza principal y luego se interna en la vieja casa. Le llaman: “La Aparecida”.
Se cuenta que este espíritu habitó durante mucho tiempo la casona. Llegó a ella desde niña y vivió ahí, feliz, durante muchos años, pero ocurrió una terrible tragedia que terminó con su alegría: algunos aseguran que entraron a robar a su casa y que mataron a toda la familia; otros dicen que, en efecto fue un ladrón quien lo hizo, pero que sólo la mujer fue la asesinada.
Lo curioso es que nadie en Sonora duda de su existencia, ya que hay muchas personas que la han observado, sobre todo, cruzando las ventanas de la planta alta.
Hay tantas variantes de la historia de la mujer, que han inspirado las distintas pinturas que adornan las paredes de la gran casa. Incluso en el patio hay una escultura de ella y todo aquel que ingresa, aseguran, siente su presencia.
Los pobladores señalan que nunca se supo el nombre de esta mujer. Según relatos, cuando llegó a Cócorit era una niña de aproximadamente 13 años y 6 años después desapareció.
Cuando la casa quedó abandonada, se convirtió en un hospital; luego sirvió como alojamiento para gitanos, para después albergar la primera panadería del pueblo. Lo extraño es que nadie duró allí mucho tiempo, pues, al parecer, La Aparecida ha decidido que la única dueña de la casa es ella y no permitirá que nadie pase una noche tranquila ahí.
Leyenda en la Carretera de Sonora
Hay muchas historias sobre figuras misteriosas que se aparecen en las carreteras. Muchos de los espíritus buscan hacer daño, pero otros únicamente quieren ayudar a las personas en peligro. La siguiente historia es una de las más famosas que tratan sobre este tema y se dio en Sonora.
Un hombre que, por su trabajo, viajaba por todo el país, un día tuvo que entrar al estado para entregar una carga. Solía manejar de noche porque a esa hora el tránsito era menor y conseguía llegar más rápido a su destino. Lo llamaremos Armando, aunque éste no es su nombre real
Mientras iba por la carretera, se encontró con un hombre que le pidió un aventón. Armando se detuvo, como solía hacer a pesar del peligro, y le dijo que se subiera. El hombre le pidió que lo llevara a uno de los poblados cercanos. Durante todo el camino platicaron de forma normal, hasta que llegaron cerca de Hermosillo. Ahí, el viajero se bajó del camión y se despidió amablemente. De pronto, caminó unos pasos y ¡se tiró por una barranca! Armando, que todavía no arrancaba de nuevo, no lo podía creer, así que se bajó de inmediato de su vehículo para intentar ayudar al hombre aquel.
Descendió por el acantilado, pero en lugar de ver al señor, vio ¡un coche en llamas! De inmediato se arrimó y escuchó a una mujer que pedía ayuda a gritos. Se acercó a ella y, justo cuando sostenía su brazo, pudo ver que a su lado se encontraba el cuerpo del hombre al que había llevado.
Así es, el hombre ya tenía un buen rato de haber muerto, pero su espíritu fue a buscar ayuda y se encontró con Armando, al que llevó para que salvara a su esposa. El buen fantasma tuvo mucha suerte, porque Armando, además de buena persona, sabía de primeros auxilios, así que logró reanimarla.
Muchos dicen que aún se puede ver a ese misterioso hombre caminar sobre la carretera pidiendo ayuda, pero esto sólo sucede cuando hay un accidente, así que, si tienes algún percance por ahí, tal vez exista un buen espíritu que está listo para ayudarte.
El milagroso San Judas Tadeo
La siguiente leyenda sucedió en Yécora, Sonora y trata sobre San Judas Tadeo, el milagroso santo al que se le va a visitar todos los días 28 del mes.
Dicen los creyentes, que este santo puede arreglar cualquier problema, pero que se especializa en asuntos de dinero, salud, y bueno, ¡hasta de amores! Lo que sí parece imprescindible, es la fe con la que se le pidan los favores. A pesar de lo anterior, se le conoce como el santo de los casos difíciles, así que, dicen quienes creen en él, que si ya pidió a otros santos y el milagro no se le cumple, es hora de acudir a San Judas.
Está el caso de la señora Rosa María. Ella tuvo tres hijos, los cuales eran listos y estudiosos, pero a su padre no le gustaba que se dedicaran a la escuela, pues quería ponerlos a trabajar para que él ya no hiciera nada. ¡Le encantaba ser un mantenido!
La señora Rosa María se empeñó en que sus hijos sacaran la carrera, por lo que trabajo mucho tiempo. Los que la conocieron cuentan que no era posible todo lo que hacía, pues trabajaba todo el día, además de cocinar, limpiar la casa, llevar a sus hijos a los colegios… Cada noche, al llegar a su cama, después de una agotadora jornada, ella le pedía a San Judas que le diera fuerzas para continuar un día más. Y así, jornada tras jornada, la mujer vivió un milagro que terminó en la felicidad de ver a sus hijos graduados de la Universidad y cuidándola con amor. ¿Sobre el padre? Se dice que murió solo, porque un día decidió abandonarlos, pues de haber seguido ahí, hubiera tenido que trabajar.
Otra leyenda del Santo dice que logró convertir a un ateo, por lo menos por un día, en el mayor católico de la historia. Este hombre se la pasaba renegando de Dios y decía que no existía y que no creía en muertos que vuelven a la vida.
Esta persona un buen día se enamoró, se casó y al poco tiempo su esposa se embarazó. Él estaba muy feliz, porque no era malo, sólo no creía en Dios y mucho menos en santos. El día del nacimiento de su hijo, algo malo sucedió. ¡El pequeño no nacía! El bebé ya estaba sufriendo y si no se le hacía una cirugía pronto a la joven, ambos morirían. El problema es que se fue la luz y no había manera de intervenirla así.
El hombre estaba desesperado. Además, como era un servicio de salud pública, no lo dejaban pasar para estar con su esposa y apoyarla. De pronto, la madre del joven sacó una pequeña imagen de San Judas y le dijo:
—Sé que no crees en Dios ni en los santos, pero pídele el milagro y verás que te lo va a hacer.
El joven, al darse cuenta de que la ciencia no iba a salvar a sus seres queridos, le pidió a San Judas con la devoción que nadie jamás había tenido. No pasaron ni dos minutos cuando salió una enfermera y le dijo:
—Señor, su hijo nació en perfectas condiciones. Fue parto natural, pesó dos kilos y midió 49 centímetros.
¡El nuevo padre no lo podía creer! No entendía nada porque apenas unos minutos antes le habían dicho que la cesárea era indispensable, pero que no se podía realizar todavía por la falta de electricidad.
Lo cierto es que el joven dejó de creer en Dios al día siguiente, pero muy dentro de su corazón, sabía que ¡San Judas le había hecho el milagro!
La leyenda de la cueva de La Sauceda
Cuentan que, en La Sauceda, hay una caverna de la que nadie ha salido. Ésta es su leyenda.
Dicen que, hace mucho tiempo, un hábil ladrón desarrolló un método muy eficiente para robar a todos aquellos despistados que cruzaran en la zona que dominaba aquel hombre. Ante el éxito de su empresa, el ladrón, invisible para las autoridades y la sociedad, lo siguió haciendo hasta amasar una gran fortuna.
La avaricia, la paranoia y los excesos de precaución hicieron que el ratero guardara su botín en una cueva laberíntica cercana al parque La Sauceda.
Todo parecía bien, pero su mente comenzó a jugarle una mala pasada y pudo más el miedo a ser encontrado y encarcelado que las ganas de ver la luz solar una vez más. Así que tomó, casi sin darse cuenta, una terrible decisión: ¡no saldría jamás de aquella cueva!
La historia pronto empezó a tomar una dimensión distinta cuando un cuerpo fue encontrado en la cueva. Los medios dieron la noticia y los sonorenses, siempre con la habilidad de relacionar historias, de inmediato se dieron cuenta de que el cuerpo encontrado era el del famoso ladrón.
En unas cuantas horas ya estaban en la cueva decenas de personas, enfermas de fiebre del oro, decididas a encontrar los tesoros que robó el hombre.
Cuenta la historia que todo aquel que se embarcó a la aventura y exploración de la caverna quedaron acorralados y nunca salieron. Se intentaron muchas cosas, como ir amarrados con fuertes cuerdas, dejar marcas para saber cómo regresar, en fin, miles de estrategias que no funcionaron.
Poco a poco la gente dejó de entrar, sobre todo porque siempre se escuchaba el mismo grito escalofriante:
—¡No, lo siento! ¡No lo sabía! Prometo no volver a entr…
Y así, a media frase se quedaban los valientes que nunca se volvieron a ver.
El «Sapo-Toro» de Villa de Seris
Por el antiguo acueducto de la colonia Villa de Seris, ubicado a espaldas de la Casa de la Cultura, por el Cerrito de la Cruz, se escuchaba un sonido muy peculiar que parecía provenir de una bestia enorme, el cual asustaba a propios y extraños.
Corría la década de 1950 y el estruendo era atribuido al «Sapo-Toro», animal que, en las tardes de lluvias, causaba el terror entre los habitantes, sobre todo entre los niños, a quienes las madres les decían:
—¡No salgas o te va a salir el Sapo-Toro!
O bien:
—Duérmete temprano o el Sapo-Toro te va a comer.
Cuando un niño se atrevía a dañar a un sapo pequeño, el miedo al dormir era terrible, pues se rumoraba que, en venganza, por la noche, mientras el pequeño dormía, era atacado por el «Sapo-Toro», quien lo asfixiaba con su larga lengua y luego se lo comía de un bocado.
La leyenda se extendió por todo el barrio. Cuentan que, por el canal contiguo a la Plaza de los Tres Pueblos, el cual hoy está entubado en su mayoría, solía ser uno de sus lugares predilectos de caza, pues se consideraba que había matado a muchos perros, gallinas e incluso niños.
A pesar de ello, realmente nadie vio que cometiera tales actos y no hay imágenes de la bestia, pero se cree que era un sapo de tamaño descomunalmente grande. Además, son muchas las personas que cuentan que lo escucharon y que era un sonido terrible, algo así como un toro que bufa constantemente.
Algunos de los más viejos de Villa de Seris dicen que un día bajaron varios caballos a tomar agua al canal y, sin querer, aplastaron al enorme animal y desde entonces ya no escuchan los estruendosos bufidos.
Aunque la leyenda continúa y todavía hay quien le dice a los niños mal portados:
—¡Pórtate bien o vendrá el Sapo-Toro por ti en la noche!
La mujer de blanco de la carretera Guaymas
Cuenta la leyenda que, de noche o madrugada, una mujer de blanco aborda carros particulares, taxis, camiones de pasaje y de carga, en la carretera Guaymas-Empalme, y se baja sin que los conductores se den cuenta.
En los años setenta empezó a circular la historia de que, en la zona conocida como Batuecas, se veía deambular una mujer vestida de blanco por la orilla de la carretera y, cuando menos lo pensaban, ¡los conductores ya la tenían a un lado o en la parte trasera del automóvil!
Hace más de 40 años, en esa zona ahora en ruinas, había bares donde trabajaban mujeres. Se dice que una de ellas fue asesinada sin que su cuerpo pudiera ser localizado y es por eso que su alma pena por la carretera ante la vista de los automovilistas.
Cuenta un chofer de camión que él la vio en la curva de San Judas, ubicada en el Puente Douglas. Ese día él iba con un amigo, se dirigían de Empalme hacia Guaymas. Ya era muy noche, por lo que le extrañó ver a una mujer de blanco. Se paró para subirla y llevarla a Guaymas. Su amigo se pasó al asiento de atrás, para dejarle su lugar a la mujer.
Había avanzado unos cuatrocientos metros cuando vio por el retrovisor una patrulla y se detuvo.
—¿Sabe usted que no se puede parar en una curva? —le preguntó el policía.
—Claro, lo siento. Es que vi a esta mujer y no me pareció correcto dejarla ahí a esta hora.
El policía vio el asiento del copiloto vacío y al amigo atrás, por lo que dijo:
—¿Quiere decir que este joven de atrás es una mujer?
—No, señor, la joven que…
En ese momento se dio cuenta de que la joven no estaba y dio un grito de terror. El policía le creyó, pues ya había escuchado historias parecidas.
—Se salvó —dijo el oficial—. ¡Hay quienes suben a esta mujer y no salen vivos de sus coches!
El Fantasma del Cerro la Ballena
En Sonora se produce un fenómeno fantasmagórico en el kilómetro 112 de la carretera Agua Prieta-Janos donde se encuentra un pequeño cerrito que tiene la caprichosa forma de una ballena, de la cual tomó su nombre.
En este punto, muchos testigos señalan haber visto, a la luz de la Luna, una macabra figura de un hombre encorvado que camina lentamente junto a la carretera o dentro del carril. Nunca se le ve de frente, sin importar que usted viaje de oeste a este o viceversa.
En cierta ocasión, un hombre iba para Agua Prieta y contó lo siguiente:
—Me topé de frente con un hombre que caminaba dentro de la carretera. Por lo que giré el volante para no atropellarlo. La verdad es que no le di mucha importancia porque es muy común, en esta zona, encontrar a quienes tratan de cruzar la frontera caminando por la sierra a Estados Unidos. Al llegar a la casa, mi cuñado me preguntó por qué me había salido así del carril. Entonces le expliqué que había un hombre ahí y que, si no hubiera hecho eso, lo habría matado. Mi cuñado, en lugar de entender lo que decía, comenzó a burlarse y me dijo que ahí no había nadie, que estaba loco o que estaba alucinando.
Esta leyenda tiene una moraleja y es: “nunca te burles de un fantasma o podrías sufrir las consecuencias”. Esto es porque, la siguiente vez que el cuñado viajó por aquella carretera, el hombre aquel, al que nunca se le ve la cara, tomó venganza de su burla e ¡hizo que se cayera por un barranco!
La casa de las delicias
Una historia romántica, pero a la vez terrorífica, encierra La Casa de las Delicias, que está ubicada en la ciudad de Álamos.
Se dice que, en este sitio, por ahí del año 1800, una joven de familia adinerada se enamoró de un humilde jardinero.
Los habitantes del pueblo mágico cuentan que los padres de Beatriz, la joven enamorada, se opusieron rotundamente a la relación, pero a ella no le importó y decidió casarse con el sirviente.
Cada noche, Beatriz salía de su habitación en el segundo piso de aquella casa, bajaba a la cocina y, por la puerta de servicio, escapaba al panteón que se localiza frente a la mansión. Ahí, a escondidas, se veía con su enamorado.
Un día decidió casarse. Cuando llegó la fecha de la boda secreta, los padres de la doncella… ¡mandaron matar al amor de su vida! Entonces Beatriz, vestida de novia, tomó la decisión de colgarse del balcón de su propia habitación.
El amor de la pareja traspasó la vida y la muerte, o por lo menos eso dicen los habitantes de Álamos, quienes han visto el espíritu de Beatriz salir de su habitación, cruzar la calle hasta llegar al panteón, y ahí encontrarse con su amado.
Un joven que se dedica a hacer recorridos turísticos aseguró que en uno de los viajes vio al fantasma de Beatriz con el vestido de novia.
—Llevé a unos estudiantes de la Unison (Universidad de Sonora) —cuenta el joven— cuando vimos que, en medio del patio y parada junto a la fuente, apareció Beatriz y empezó a rodar. Pensé que había visto mal, porque nadie se asustó. Me volví a fijar porque creí que a lo mejor era un perro o una bolsa de plástico. Entonces volvió a aparecer, pero ahora sí todos la miraron, lloraron y gritaron. De inmediato salimos corriendo ahí.
Han pasado más de doscientos años y a Beatriz, vestida de novia, aún se le ve salir de La Casa de las Delicias, que está ubicada en las calles José Guadalupe Posadas y Delicias número 16. Hay que tener mucho cuidado, porque la pareja logró la felicidad eterna al estar juntos, pero esto no quiere decir que, si tú mueres junto al amor de tu vida en esta casona, te va a ocurrir lo mismo.
Los tesoros de Álamos
Todos los habitantes de Álamos conocen las siguientes leyendas, pues se la han pasado de padres a hijos.
La primera historia sucede cuando corría el año de 1964. Una americana llamada Carola Reinhardt compró la casa marcada con el número 28 de la Calle de Las Palmas, hoy Álvaro Obregón. A ella le contaron que en su casa había un fantasma, que una mujer se aparecía de noche y que la familia que había vivido ahí anteriormente incluso había encontrado una olla con doscientos sesenta y ocho monedas de ocho reales en la esquina de la sala de esta casa.
Los vecinos le contaron que oían que una mujer llamaba por su nombre a las personas que allí vivían. La señora americana escuchó las historias, pero como no era miedosa, compró la casa. Para su fortuna, ¡ella también encontró enormes ollas llenas de oro! Así que inmediatamente vendió la casa y se fue de Álamos con cientos de monedas. Jamás volvió, ni siquiera para presumir lo que había sucedido. Los siguientes compradores, también americanos, ya no supieron nada del fantasma ni de los tesoros enterrados en aquella casa.
La segunda historia, bien conocida, es cuando estaban poniendo el piso nuevo a la parroquia local. Corría el año 1978. Cierto día, los albañiles encontraron que el piso del lado noroeste de la iglesia estaba hueco y se hundían los picos con los que quebraron el piso viejo. Pronto se corrió la noticia por el pueblo y se supo que en otros lugares del Estado se habían encontrado ollas con monedas de plata debajo del suelo de las iglesias.
De forma por demás curiosa, las autoridades cerraron el templo por varios días y se suspendieron los trabajos que se estaban haciendo. Después se supo que había ido gente de otros lugares a ver qué estaba pasando en la iglesia, incluso personas de la ciudad de Hermosillo, aunque después se supo que nunca regresaron.
¿A dónde fueron a parar las monedas de plata que se encontraron en el altar de la parroquia de la Purísima Concepción? Hay algunos que dicen que esas monedas estaban malditas y que las personas que fueron se robaron el dinero, pero que la maldición les cayó y no vivieron para disfrutarlo.
La tercera historia que oímos con frecuencia es la que sucedió en el año 1981 en la casa donde se encuentra el Museo Costumbrista de Sonora.
Los primeros trabajadores que entraron en esta casa estuvieron ahí solamente unos días, ya que una tarde de diciembre de dicho año, los ingenieros al frente de la reconstrucción se enteraron de que en ese lugar había un objeto muy grande.
Un americano que vivía a un costado, por la calle Lázaro Cárdenas del Río, pidió permiso para llevar su detector de metales, el cual emitió un fuerte sonido. Aunque esta persona no estaba segura de lo que había encontrado, les pidió permiso a las autoridades para realizar una excavación.
Dos horas más tarde volvió y vio ollas quebradas, junto a un montón de tierra, en una camioneta abierta. Luego vio a unos hombres cargando otra camioneta con costales e inmediatamente buscó al Presidente Municipal para ver qué estaba pasando, pero como le llevó más de una hora regresar, ya los hombres se habían retirado. Estas personas jamás regresaron y ya nadie supo más de ellas. Sólo dejaron atrás un montón de pedazos de barro. Los vecinos de Álamos siempre han pensado que se llevaron monedas de plata que estaban guardadas en ollas.
Las historias sobre ollas con monedas son famosas, porque, en realidad, sí hubo muchas personas que, en la época de la Revolución, para guardar su dinero de los diferentes bandos en lucha, enterraron su dinero ahí.
Lo más curioso de estas historias, es que todos los que se llevaron las riquezas nunca volvieron a aparecer. Algunos dicen que para no regresar el dinero, pero muchos en Álamos están seguros que ¡las maldiciones de esos tesoros cayeron sobre ellos!
El cementerio Los Álamos
Los Álamos es un viejo cementerio que fue abierto en 1790. En el lugar se encuentran los restos de ¡más de 200,000 personas!
Una de las leyendas más conocidas de este lugar es la que relata que el cementerio parece cobrar vida una vez al año. Dicen que hay bailes, fogatas y muchas personas, pero nadie sabe quiénes son. Son pocos los que han logrado ver esto, ya que el cementerio se encuentra alejado de la civilización, pero aquellos que de casualidad han recorrido ese camino por la noche justo el día de la fiesta, han logrado ver este suceso.
Según las historias de los testigos, en el festejo, por llamarlo de alguna manera, participan un gran número de personas que ríen y bailan, pero también cuentan que, en cierto lugar, se encuentran muchas personas sentadas alrededor de una fogata. En ese sitio todo es calma, sólo en algunas ocasiones alguno de ellos rompe el silencio con una carcajada.
Se cuenta que, una vez, un grupo de personas se atrevieron a entrar al cementerio mientras esto sucedía. Los que estaban bailando les dijeron:
—Mira, qué felicidad, unos vivos vinieron a saludarnos.
—¿Vivos? —preguntó uno de los forasteros.
—Claro, ¿acaso mi apariencia de fantasma de 200 años de antigüedad no te dice nada de quién soy?
—Un fantasma —titubeó una aventurera mujer.
—Soy fantasma, espíritu, como quieran llamarme. Ahora, corran.
—¿Qué? —preguntaron los humanos sorprendidos.
—Corran, porque esos que vienen ahí no son tan amigables como yo, y no creo que tengan ganas de pasar toda la eternidad aquí.
Los visitantes corrieron con mucha fuerza. Apenas alcanzaron a escuchar a su amigo fantasma que les avisó:
—¡Y ya no vengan más, o no saldrán vivos!
A pesar de la advertencia, muchos otros intentaron conocer la famosa fiesta, pero ¡nadie regresó jamás!
El callejón del beso
Una de las ciudades más visitadas en el sur de Sonora es, sin duda, el Pueblo Mágico de Álamos, ya que sus calles y callejones guardan leyendas que a todo el mundo le gusta escuchar.
Una leyenda muy famosa ahí es la del callejón del beso, la cual, a lo largo de los años, ha sufrido muchas transformaciones.
Se dice que las casas que forman el callejón del beso fueron de las primeras construcciones de la ciudad. En las casas que lo formaban había dos balcones con sus rejas muy juntas —por desgracia, en la actualidad ya sólo queda un balcón—. Ahí vivían un joven y una señorita que estaban enamorados, sin embargo, sus familias eran enemigas; entonces, como no podían verse, se encontraban en el balcón y se besaban.
Un día, el padre de la muchacha se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y así, sin siquiera decir una palabra, sacó su pistola y descargó una bala contra el enamorado, quien cayó sin vida inmediatamente.
Otros cuentan que fue al revés, que fue el padre del joven quien los encontró en pleno beso, por lo que tapió la entrada al balcón para que nunca más pudieran verse. Al darse cuenta de esto, la jovencita decidió suicidarse con un potente veneno. Cuando el muchacho se enteró, decidió ponerle fin a su vida con la misma pócima.
En lo único que todos están de acuerdo, es que quien se besa en el Callejón del Beso tendrá un amor profundo y verdadero, por toda la eternidad.
El molino San Antonio de Oquitoa
En aquellos lejanos años de la colonización del norte de Sonora, por el padre Eusebio Francisco Kino y demás evangelizadores, se formaron pueblos de españoles en torno a las misiones, que se dieron a la tarea de fundar industrias. Entre ellas estaba la harinera, ya que el trigo era uno de los alimentos preferidos por los iberos y su descendencia.
En la misión de San Antonio de Oquita se estableció, en 1750, un molino. Era una hermosa construcción con una gran toma de agua que hacía girar la enorme máquina existente hasta el día de hoy.
La harina del Molino San Antonio era muy blanca y olorosa, por lo que venían desde sitios muy lejanos por ella.
El dueño del molino era don José María, un hombre sumamente rico, quien tenía dos hijos varones que nacieron en Valencia, España y cinco hijas naturales de Oquita.
Rosalba Guadalupe era la mayor, y quizá la más graciosa y bella de las hijas de don José María. Por desgracia, una extraña enfermedad de esa época, a finales del siglo XVIII, la debilitó hasta que murió. Sus afligidos padres y hermanos lloraron su muerte y se envolvieron en un luto como nunca se había visto.
A pesar de lo anterior, el molino crecía a pasos agigantados, tanto, que llegó a tener veinte operarios, quienes, además del costalito de harina que les daban como jornal semanal, recibían una compensación monetaria.
Un par de ladronzuelos, vagos por tradición, pues se la pasaban sin hacer algo más que empinar la botella, decidieron llevar a cabo un terrible acto: ¡desenterrar a Rosalba Guadalupe!
Morir en la hoguera hubiera sido poco castigo para estos profanadores de tumbas.
Una noche se pusieron a escarbar, hasta dar con el aún fresco cuerpo de Rosalba Guadalupe. Estaba muy bien vestida con ropa de seda. Le arrancaron los collares y todo lo que consideraron que tenía algún valor.
Uno de los ladrones encontró un bello anillo en la mano izquierda de la dama, trató de sacarlo, pero éste se aferraba al dedo anular. Desesperado y apurado, sacó su navaja con la intención de cortar el dedo, pero al momento de intentarlo, ¡la muchacha pegó un gran grito de dolor! Luego se sentó en el féretro.
Los dos ladrones de tumbas salieron disparados como alma que lleva el diablo. Después de correr todo lo que pudieron, se pararon, respiraron y comprendieron que lo que habían hecho fue terrible; así que fueron a la casa de don José María para avisar del milagro, sin importarles que fueran encarcelados y conducidos inmediatamente a la horca.
Don José María, su familia y los vecinos de la vieja misión, llegaron con sus lámparas al panteón, donde encontraron a Rosalba Guadalupe sentada afuera de la tumba. ¡La habían sepultado viva!
La joven se vistió como pudo con las ropas que los profanadores de tumbas habían dejado regadas en la huida.
Desde luego, la alegría de todo el pueblo fue enorme. La muchacha estaba feliz y llena del amor de sus seres más cercanos.
Don José María ordenó una gran fiesta para el día siguiente. Además, decidió que los dos ladrones serían premiados, pues de no haber sido por la monstruosidad de sus actos, su hija no estaría a su lado de nuevo.
Aquellos “héroes” bailaron, comieron y bebieron a sus anchas. Más contentos se pusieron cuando don José María les prometió comprarles una casa y darles dinero de por vida, ¡sin necesidad de trabajar! Ése sí que fue un verdadero milagro.
General Limón
Cuenta la leyenda que, en el año 1919, en el municipio Bacadéhuachi, en el mes de noviembre para ser exactos, en el callejón de la entrada al pueblo, el ruido de cascos de caballos rompió el silencio y la tranquilidad de esa fría mañana.
Muchos indios yaquis, fuertes y grandes, entraron al pueblo montados en sus potros y bien armados con sus carabinas. Se dirigieron a la plaza, pues su plan era tomar a los habitantes como prisioneros.
Lo primero que hicieron fue saquear las casas que les parecieron atractivas. A todos los hombres se los llevaron al ayuntamiento para cortarles, dicen, las plantas de los pies, echarles sal en las heridas y hacerlos caminar por las calles.
Las mujeres tomaron a sus pequeños hijos y corrieron en busca de un refugio seguro, pero muchas fueron vistas por los indios y las agarraron para llevarlas a la iglesia, donde las encerraron.
Ya llevaban más de tres horas en el pueblo cuando se escuchó una trompeta de guerra. Era el general Gilberto R. Limón y 250 hombres más disparando fusiles. Al cabo de varios minutos, 40 yaquis, convertidos en cadáveres, quedaron regados en las calles del pueblo, mientras que los demás lograron huir. Después, los cadáveres de los yaquis fueron llevados al Jardín Central, donde se les prendió fuego. Debido a la intervención del Gral. Limón, hoy en día, en el pueblo de Bacadéhuachi se celebra, cada 1 de noviembre, una fiesta cívica donde se entonan las notas del «Himno al héroe».
Claro que todas las historias, incluidas las leyendas, tienen dos versiones, pues hay quienes cuentan que los indios yaquis nunca hicieron tales barbaridades y que, al contrario, simplemente fueron atacados y destruidos sin misericordia. Hay quienes, incluso, cuentan que los espíritus de los yaquis rondan por toda Sonora, esperando el día que se les deje de satanizar y puedan descansar en paz.
Leyenda de los padres muertos
La gente del pueblo dijo que los habían asesinado, pero eso es algo que nunca se comprobó. Además, supuestamente, la autopsia reveló que habían muerto asfixiados con el gas de la lámpara.
Esto sucedió el 4 de septiembre de 1989. Los sacerdotes, de los que sólo diremos sus nombres de pila, José, Jesús y Roberto llegaron a Bacadéhuachi para pasar un día en el Rincón de Guadalupe, un paradisíaco lugar ubicado en la sierra de este municipio. Llegaron a la casa del sacerdote José, quien era originario del pueblo, y dijeron que, al día siguiente por la tarde, regresarían para oficiar la misa.
Llegó la fecha y la hora señalada, pero ellos no aparecieron. La gente se quedó esperándolos en la iglesia. Los familiares del padre José empezaron a preocuparse por lo que, al día siguiente, uno de sus hermanos se fue a la sierra a buscarlos. Tardó varias horas y regresó al pueblo con la noticia de que: ¡los tres estaban muertos!
De inmediato, varios hombres del pueblo se organizaron para ir por ellos, acompañados del sacerdote Tito. Al llegar, improvisaron tres camillas para bajarlos hasta donde estaban los automóviles, ya que no había camino para que éstos subieran hasta la casa.
Se los llevaron directamente a la casa parroquial y las autoridades municipales mandaron llamar al Ministerio Público y al médico legista.
Aquello era un gran, pero muy triste acontecimiento. El pueblo entero quería saber qué sucedía y se amontonó afuera para saber lo que había sucedido en realidad.
Dicen que el médico legista le hizo la autopsia al padre José en la parte trasera de la casa parroquial, y que ésta reveló ¡que había muerto asfixiado!
Pero se dijeron y se dicen todavía muchas cosas. Una de éstas es que los tres murieron asfixiados con el gas butano de una lámpara; que cuando los encontraron no se descubrieron señales de violencia y que incluso uno de ellos tenía un libro en la cara como si se hubiese quedado dormido leyendo. En la estufa estaba un caldo que ellos mismos habían puesto para comer al día siguiente, y en la casa también había varias cajas llenas de fruta que habían cortado para llevar al pueblo.
La otra versión es que los asesinaron. Gente en el pueblo asegura que el día que los sacerdotes se fueron al rincón de Guadalupe, vieron un helicóptero rojo que iba con rumbo a la sierra. Dicen, incluso, que al padre José le cortaron la lengua. Otros aseguran que los narcotraficantes los torturaron.
Algunos elementos de la PGR anduvieron en la sierra y en el pueblo haciendo una investigación, pero nunca se supieron los resultados de la misma, por lo que, a once años de distancia de la muerte de los tres padres, las especulaciones continúan.
Hubo otro caso de un sacerdote muerto en la sierra de Bacadéhuachi que ahora pocos recuerdan en el pueblo. Esto ocurrió el 3 de noviembre de 1967. El padre Jesús, originario de Huásabas, fue a la sierra de «Los Ciriales», junto con un grupo de amigos. Por la noche se reportó desaparecido. Fue buscado durante tres días, incluso por aire y tierra. En la madrugada del 6 de noviembre lo encontraron muerto con un golpe en la cabeza y un paquete de aspirinas en la mano, las cuales nunca tomaba.
Algunos dicen que se mató al padre José y sus dos amigos sacerdotes, porque ellos sabían quién fue el asesino del padre Jesús, pero otros aseguran que hay un monstruo en la sierra que no soporta a los hombres que le entregan su vida a la iglesia, por lo que ha decidido… ¡acabar con ellos!
La creación del río yaqui
En tiempos antiguos, en la región yaqui, ¡el agua desapareció por un gran período de tiempo!
Los yaquis sufrían una sed terrible y ya no lograban soportarla. Los ojos de agua se secaron, por lo que los yaquis hicieron pozos, pero no encontraron ni una sola gota. Los indígenas no tuvieron más remedio que calmar su sed con algunas plantas verdes.
Fue tanta su desesperación, que intentaron enviar un mensaje a Yuku, Dios de la lluvia. Primero le pidieron al gorrión que llevara el mensaje. El pajarillo voló directo a ver a Yuku y, después de saludarlo de parte de los ocho pueblos, le dijo:
—Me pidieron que te rogara por el favor de la lluvia.
A esto respondió Yuku:
—Con gusto. Vete sin preocupación y diles a tus amigos que la lluvia llegará poco tiempo después que tú.
El gorrión descendió a gran velocidad, pero antes de llegar con los yaquis, el cielo se llenó de nubes y comenzaron los rayos. Uno de ellos alcanzó al ave, quien nunca logró llegar a tierra.
Al ver que el gorrión no regresaba y que había rayos y nubes, pero nada de agua, los yaquis pidieron a la golondrina realizar la misma misión. La golondrina voló hacia el Dios de la lluvia, suplicándole, por parte de sus jefes, que les enviara un poco de agua, porque los yaquis morían de sed. Yuku le respondió de muy buen humor:
—Ve sin preocupación con tus amigos. Atrás de ti llegará la lluvia.
La golondrina voló de regreso, pero al igual que el gorrión, fue destruida por el rayo y el viento. ¡Ni ella ni una sola gota de lluvia llegaron a la tierra yaqui!
Entonces, los líderes de la tribu, desesperados, al no saber ya a quién enviar, se acordaron del sapo que estaba en un lugar llamado Bahkwam —que significa laguna y que ahora es el pueblo de Bácum—, por lo que mandaron a una comitiva para buscarlo y pedirle el favor. Al llegar, encontraron ahí al sapo llamado Bobok.
—Querido, Bobok, hemos venido desde lejos para pedirte que vayas con el Dios de la lluvia para rogarle que nos mande agua.
—Muy bien —dijo el sapo—. Con su permiso, me retiraré para alistarme para el viaje de mañana. Espérenme a mí y a la lluvia.
Y así, al parecer muy confiado, se fue para visitar a un amigo que era mago. Le contó lo sucedido y le explicó que quería ir, pero que, a pesar de saltar muy alto, no podía llegar de un brinco hasta donde se encontraba el Dios.
—No te preocupes —dijo el mago—, ten estas alas de murciélago, con ellas llegarás con facilidad.
Al día siguiente, Bobok voló hacia las nubes y encontró al Dios de la lluvia. Luego de saludarlo, le dijo:
—Señor, no desprecie a los yaquis. Por favor, mande un poco de agua para beber, porque mueren de sed.
—Muy bien —respondió el Dios—. Adelante, no te preocupes, la lluvia te seguirá muy aprisa.
El sapo, que ya sabía lo que había sucedido con los dos mensajeros anteriores, fingió su partida y se escondió bajo una nube. Poco tiempo después, el cielo se nubló, se vieron rayos, se oyeron truenos y ¡comenzó a llover!
La lluvia llegaba a la tierra, pero no alcanzaba a Bobok. De pronto, el agua dejó de caer. El sapo subió más arriba que la lluvia y se escondió entre las nubes. Luego comenzó a croar:
—Kowak, kowak, kowak.
La lluvia, al escuchar al sapo, comenzó a bajar de nuevo. El sapo dejó de cantar y la lluvia, pensando que estaba muerto, se calmó otra vez. Entonces, el sapo cantó de nuevo, yendo desde la lluvia hacia la tierra. Al fin, la lluvia llegó a la región yaqui, buscando al sapo para matarlo.
Llovió por toda la tierra y, de repente, ¡hubo muchos sapos! ¡Todos cantando!
Se dice que, desde aquel día, cada vez que croa el sapo, la lluvia baja a la tierra para buscar a quien se burló de ella.
La cruz de oro
Hace algunos años, se presentó un grupo reducido de personas en la entrada de la iglesia del pueblo de Baca. Estos expedicionarios sacaron catalejos y planos, observaron cerros tratando de comprender la alineación de la iglesia y los cerros de Sonora. La gente que por casualidad allí estaba, escuchó parte de las pláticas y dicen que fue más o menos así
—La mina de oro debe estar justo en este punto —dijo uno de ellos.
—No, creo que más bien es en este cerro —dijo una mujer que parecía la líder.
El grupo de exploradores regresó un par de veces más, pero, al parecer, nunca logró descifrar el enigma de los planos, que consiguieron no se sabe dónde, porque después de algunas búsquedas, no regresaron más.
Los habitantes cuentan que hicieron recorridos de la iglesia a los vados del río para El Embarcadero y Agua Caliente. También revisaron las salidas de carretera del pueblo a La Estancia y a Loretillo, pero nunca cuadraron lo que los planos les indicaban. Su mayor problema fue que los planos eran de antes de 1900 y las cosas habían cambiado mucho desde entonces.
Lo cierto es que la iglesia que tomaron de referencia es la actual, la que tiene vista a la sierra de Baboyahui y que fue construida alrededor de 1801. Ésta se levantó en una parte más alta que la anterior porque el santo patrono, San Miguel Arcángel, se apareció por primera vez en la sierra de Baboyahui, Sonora, justo en ese sitio.
En los cimientos de la iglesia antigua es donde se hace cada año, durante la Semana Santa, el Judas que se quemará el Sábado de Gloria. Se dice que, en la entrada a la iglesia vieja, en la parte alta, estaba una cruz que apuntaba exactamente a la entrada a la antigua mina y que, por razones desconocidas, apenas en el primer año de su descubrimiento fue abandonada, dejando la entrada cubierta con rocas.
Queda claro que ahí se esconde un misterio. Algunos dicen que, hace muchos años, unos jóvenes leñadores, que andaban en las faldas del cerro de La Chiva, mientras trabajaban, escucharon unos ruidos extraños. Ellos juran que fue el sonido de monedas de oro cayendo en un recipiente. En su afán de salir lo más rápido posible del lugar, pues no sabían si había fantasmas o ladrones, corrieron hacia la parte más alta del cerro y se encontraron con unas piedras grandes y una entrada a la que no quisieron ingresar por miedo.
Se dice que otros también han visto esta extraña cueva y que está en el camino viejo de Agua Caliente al Embarcadero y a Baca, por lo que regresan al pueblo por sus instrumentos, pero al volver al cerro, ¡la entrada ha desaparecido!
El fuego de los yaquis
En tiempos muy antiguos no existía el fuego. Los indios yaquis, los animales terrestres, acuáticos, y aquellos que vuelan, lo desconocían y no podían disfrutar de sus beneficios.
Cierto día, todos los habitantes de los pueblos yaquis, junto con los animales, decidieron efectuar un gran concilio para averiguar por qué no había fuego y para decidir la mejor manera de conseguirlo. Aunque carecían de este necesario elemento, estaban conscientes de su existencia y de que en algún lugar lo podían encontrar. Pensaron que tal vez se hallaba en alguna isla o en un sitio dentro del mar.
En el concilio se acordó que fuera Bobok, el Sapo, el encargado de buscar el fuego, ya que había demostrado una gran habilidad para conseguir la lluvia —como ya nos enteramos en una leyenda anterior—. En seguida, el Correcaminos, el Perro y el Cuervo se ofrecieron a ir con el Sapo y ayudarlo en su búsqueda. Sin embargo, aunque su ayuda era valiosa, ninguno de estos animales era capaz de sumergirse en el agua sin morirse, como lo podía hacer Bobok.
El Dios del Fuego tenía a su elemento muy bien guardado dentro del mar. No permitía que nadie se lo llevara, por lo que lo cuidaba con rayos y centellas. Quien trataba de robar un poco de fuego, moría quemado.
Bobok sabía todo esto, así que, sigilosamente, se metió al agua. Después de nadar un largo trecho y en total silencio, encontró el lugar donde se guardaba el fuego. Para robarlo, se metió un poco en la boca.
Cuando el Dios del Fuego se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, le envió los rayos y las centellas, que hacían mucho ruido y producían muchos destellos. Pero Bobok no se acobardó y continuó su camino, pues sabía que dentro del agua no corría peligro. De repente, y sin que se lo esperara el Sapo, se formaron muchos remolinos en el agua con basura y desperdicios de madera, ¡pero Bobok siguió nadando sin que nada lo detuviera!
En cierto momento, Bobok volteó a su lado y vio que muchos sapos le acompañaban nadando junto a él. Todos cantaban felices y llevaban un pedacito de fuego en la boca. Eran los hijos de Bobok que le estaban ayudando en su noble tarea y se habían pasado pedazos de fuego unos a otros.
Al poco tiempo, llegaron todos los sapos a la tierra de los yaquis. Ahí ya los estaban esperando Correcaminos, Perro, y Cuervo. A cada uno, Bobok les dio un poco de fuego. Por desgracia, justo en ese momento el Dios del Fuego los encontró y les envió a los animales sus rayos mortales. Sin embargo, la cantidad de sapos que llegaba con fuego en la boca era impresionante. Entre todos iluminaron el lugar y le pusieron fuego a los árboles y a las rocas.
Desde entonces, los yaquis pueden hacer fuego, pues saben que dentro de las ramas de los árboles se encuentra el necesario para su supervivencia.
El monstruo de Empalme
Se cuenta que, en la región de Guaymas y Empalme, hay un ser que sale del mar. No es un animal cualquiera, sino uno que, en verdad, causa temor a todo aquel que tiene la mala suerte de observarlo.
La leyenda comenzó en una playa conocida como Cochórit, aunque después se ha visto en algunas otras.
La primera vez que se vio fue cuando un grupo de amigos estaban en la playa conviviendo. A pesar de que estaban ya algo tomados, esto no es excusa para no creer en lo que pasó, pues no eran los únicos que se encontraban ahí, ya que había muchas personas que bailaban con la música de sus carros y algunas otras que simplemente charlaban.
Esa noche, sin saber ni de dónde provenía, se escuchó un fuerte ruido en el agua. Fue algo así como si una enorme ballena hubiera saltado y caído con fuerza en el océano, ¡pero ahí no había ballenas!
De pronto, una persona gritó:
—¡Un monstruo! —señalando hacia el mar.
De pronto, del agua salió una especie de pez. Era un ser extraño que, dicen, tenía espinas en la cabeza, ojos grandes y negros, además de dos piernas deformadas con las que caminaba pesadamente.
Algunos, asustados y muertos de miedo, comenzaron a arrojarle piedras. Otros sólo gritaban de terror y la mayoría comenzó a correr para salvar su vida; cosa que no parecía muy necesaria, porque el monstruo en verdad caminaba muy lento. O eso parecía, porque, de pronto, ¡desapareció con una rapidez que era casi imposible de creer!
Nadie vio si regresó al mar o qué le pasó. Fue algo así como los videos de ovnis donde las naves van muy despacio y de pronto se mueven tan rápido que se tiene que ver en cámara lenta qué sucedió; pero en este caso, tal vez por el miedo, a nadie se le ocurrió sacar su teléfono celular para grabar al terrible ser.
A partir de ese día se le ha visto varias veces. Lo curioso es que siempre se aparece en playas distintas, por lo que los vacacionistas suelen ir a los lugares en que se dice que salió para no tener que encontrárselo. Nadie sabe si volverá a dar una segunda ronda de terror y mucho menos si, en esa ocasión, decidirá dejar con vida a alguien.
Los fantasmas de Ortiz
El 19 de febrero de 1983 en Ortiz, Sonora, ocurrió un terrible choque entre un tren de carga y un tren de pasajeros, en el cual murieron aproximadamente 400 personas de forma muy impactante. Muchos cuerpos quedaron calcinados o destrozados. Lo increíble es que, a pesar de la magnitud, hubo sobrevivientes.
Cuenta la leyenda que, desde entonces, las almas de las personas que murieron ese día quedaron atrapadas en el lugar, esto es por la terrible forma en que fallecieron.
Las personas que pasan por ahí dicen que el ambiente quedó impregnado por un profundo dolor y tristeza que ataca a cualquiera que pase por las vías. Uno de los habitantes dijo:
—A mí ya no me gusta pasar por ahí. En otros lados donde han ocurrido tragedias, los fantasmas aparecen a partir de las doce de la noche y así, ¡pues ni quién los vea! Digo, a menos que uno esté buscando que lo espanten, pues va al cementerio de noche para que lo curen de espanto, pero aquí la cosa es bien diferente. Aquí uno se encuentra con espíritus chocarreros desde las seis de la mañana. ¡Hasta parece que buscan el peor momento para darnos nuestros sustos!
—Yo creo —dice otra vecina—, que lo último que alcanzaron a ver fue al tren de enfrente, porque estos fantasmas parecen tan espantados como alguien que está a punto de chocar todo el tiempo.
La investigación sobre el terrible accidente demostró que se debió a un error humano. Es por esto que se cree que muchas de estas almas no descansarán hasta tener justicia y que el culpable les acompañe en el más allá.
Lo interesante de esta leyenda es que muchos tienen fotos de los encuentros que han tenido con los fantasmas, los cuales siempre se presentan de la misma manera: con un rostro invadido completamente por el espanto y el dolor.
Dicen los vecinos que en el sitio del choque la temperatura es más baja. También cuentan que, en ciertas ocasiones, las vías se iluminan y tiemblan como si un tren circulara en ellas. ¡Hay quienes aseguran haber visto al ferrocarril pasar! Lo más extraño es que esas vías no han sido utilizadas después de aquel triste suceso.
Si alguien se atreve a comprobar por sí mismo la presencia de estas almas, no necesita más que sentarse a esperar el desfile de las sufridas ánimas que se han cansado de penar y buscan la luz que los lleve por fin al descanso eterno.
Leyenda de La Penitente
Ésta es una leyenda muy comentada en el medio de los taxistas, y dicen que sucede en todo el estado de Sonora. A pesar de que hay muchas historias de este tipo a lo largo y ancho de la República Mexicana, ésta es especial. Vamos a contarla así:
En un rumbo no especifico, una anciana mujer, a orillas de la calle, hace la parada a un taxi, asciende y el conductor pregunta:
—¿A dónde la llevo, Madre?
—A la Iglesia del Rosario, hijo —le responde la mujer.
El taxista la lleva a su destino, donde ella le pide amablemente que la espere.
—No tardaré mucho, no te me vayas a ir mi’jito.
La señora baja del taxi y después de unos minutos regresa al vehículo envuelta en llanto y con rezos en los labios.
Le pide al taxista de nuevo que vaya hacia otra Iglesia y se repite lo mismo: la anciana baja, va al templo un par de horas y regresa con el taxista, que, para este momento, debemos decir, ya está entre muy emocionado y preocupado, ya que, si la señora le paga, ganará un dineral, pero si no lo hace, habrá perdido todo un día de trabajo.
Después de transcurrido todo este tiempo, la mujer le indica al taxista que la lleve a su casa, en donde sus familiares pagarán por el servicio. Al llegar a la casa, la anciana baja del taxi, diciéndole al chofer que saldrá con el dinero en unos instantes.
Corre el reloj y la mujer no aparece para saldar su deuda. El taxista, fastidiado, llama a la puerta con enojo. Cuando un joven le abre, el chofer le cuenta toda su travesía, y la actitud de la anciana hacia él, por supuesto, reclama su pago de inmediato. Por supuesto, el joven le explica que la anciana a la que estuvo transportando por varias horas falleció años atrás.
Al sospechar que se trata de alguna broma o truco para no pagar, se le muestran fotografías de los últimos años de la abuela.
El conductor se da cuenta de que ha servido de chofer a “La Penitente”. Y aquí viene lo más extraño y lo que hace diferente esta leyenda a las demás: La Penitente es un espíritu que adopta la forma de muchas mujeres para ir a rezar a templos, tratando de que se le perdone quién sabe qué pecado, pero, como puede transformarse… ¡es capaz de engañar al mismo taxista muchas veces!
La heroína de Etchojoa
En el año 1954, en todas las escuelas del estado se supo sobre una heroica tragedia de una profesora de la Etchojoa. Su nombre fue Rafaela Rodríguez Sanders y es digna de recordarse toda la eternidad.
Rafaela nació el 24 de octubre de 1927 en Acaponeta, Nayarit, pero vivió casi toda su vida en Hermosillo. Ella estaba a cargo del primer grado de la escuela “Gral. Ignacio Zaragoza”, de Etchojoa.
El domingo 14 de marzo de 1954 se realizó un paseo al río, que claro, fue organizado por la profesora.
Los niños estaban más que felices, pues prometía ser un viaje inolvidable. La profesora les había asegurado a los padres que los niños no se meterían al río, porque era peligroso.
Al llegar al lugar, los niños comenzaron a sacar sus alimentos y comieron tranquilamente. Luego se fueron a jugar. Todo parecía estar sereno. Y así era, hasta que un grupo de cinco niñas se le acercó a la maestra:
—¡Por favor, déjenos meter al río! —dijo una.
—No, pequeñas, es peligroso y, además, fue una promesa a sus padres.
—Por favor, se lo suplicamos —dijo otra ya con lágrimas en los ojos—, le prometemos que sólo vamos a meter los pies.
La profesora, ingenuamente, les permitió hacer esto. Así, las niñas metieron sus pies al agua, pero luego se metieron hasta las rodillas y en poco tiempo ya casi era el cuerpo entero. Lo que ellas no sabían, es que el río estaba lleno de algas. De pronto, y sin entender por qué, las niñas se quedaron atrapadas. De inmediato comenzaron a gritar.
La maestra escuchó y fue corriendo para salvarlas. Sin importarle su vida, se aventó al agua y fue rescatándolas. La más grande de ellas logró salir sola. Sólo faltaba una, pero estaba muy lejos y la maestra no lograba sacarla, porque estaba demasiado enredada. Entonces, en el mayor acto de valentía de la localidad, la profesora se sumergió por completo para que la pequeña pasara encima de ella.
¡La niña se salvó! Pero la maestra no salió nunca más.
Desde ese día, se le recuerda a la profesora Rafaela como la heroína de Etchojoa. Dicen algunos que su alma sigue rondando por ahí, y que ha evitado la muerte de varios niños más.
El secuestro de Lola Casanova
En el año 1854 hubo muchos sucesos importantes, por ejemplo, el Plan de Ayutla, que fue firmado y realizado por don Juan Álvarez y don Ignacio Comonfort y que puso fin a las ansias de poder del dictador Santa Anna. La lucha entre centralismo y federalismo era muy intensa y, por supuesto, afectaba sobremanera al estado de Sonora.
De esta época son dos los acontecimientos que permanecen en el recuerdo de los sonorenses. Uno de ellos fue la batalla del Puerto de Guaymas y el otro, del cual trata esta historia, es el secuestro de Dolores Casanova “Lola Casanova”, que pasaría a figurar en los libros de la historia
Lola Casanova era una joven de dieciocho años, bellísima, según afirmaron quienes la conocieron. Era hija de unos españoles residentes de la comunidad guaymense. El padre, un rico comerciante, estaba orgulloso de su hija. Lo malo es que el viejo Casanova tenía ya planes para casarla con un rico español peninsular que residía en el mismo puerto.
Un hermano del señor Casanova, que vivía con su familia en Hermosillo, en varias ocasiones invitó a su sobrina a que fuera a pasar una temporada en su hogar al lado de sus hijas, también adolescentes. Después de mucho insistir, el padre de Dolores accedió a que su hija pasara sus vacaciones en casa de las primas.
En ese tiempo, un grupo de forajidos estaban robando desde Guaymas hasta las playas de Altar; por esta razón, las diligencias que daban servicio a los viajeros del Puerto a la antigua Villa del Pitic, eran protegidas por una numerosa escolta de dragones —militares a caballo—. Así lo dispuso el General José María Yáñez.
Doloritas, como la llamaba su padre, salió de Guaymas la mañana del 2 de abril. Aún hacía frío y los quince dragones que escoltaban la diligencia llevaban puestos sus chaquetones. Era una guardia especial que las autoridades militares concedieron a tan distinguida joven. Lola no sólo iba protegida por la tropa y varios viajeros; también iba con ella su madrina.
El vehículo y los guardias iban a regular velocidad. No podían ir más a prisa, pues tenían que caminar al paso de los otros carros que formaban una fila, pues muchos viajantes aprovecharon la guardia para hacer tan peligrosa travesía.
Cuando la dirigencia llegó a La Palmita, los ladrones atacaron y, después de un reñido combate, los maleantes vencieron. Algunos carreteros murieron y otros lograron huir. Lola Casanova cayó desmayada en uno de los carros y ahí quedó la pobre mujer.
El jefe de los ladrones, un individuo alto y fuerte, tomó en sus brazos a la bella joven y huyó con ella por valles y montañas. Cuando sintió que estaba a salvo, la bajó al piso y la cuidó hasta que la muchacha despertó.
Lola, al abrir sus ojos y ver a aquel guerrero, primero quedó como petrificada y después pretendió huir; pero el ladrón, tomándola por la ropa cayó de rodillas a sus pies y le dijo:
—No temas nada, no intentes huir. Aquí estarás bien y te cuidaremos.
Aunque parezca difícil de creer, la infeliz Lola se convirtió pronto en la feliz Lola, pues se enamoró perdidamente de aquel hombre, que era el jefe de los ladrones. Éste estaba también enamorado y la convirtió en algo así, como la reina de los maleantes de Sonora.
Hay quienes dicen que, en realidad, quien secuestró a la muchacha fue Coyote-Iguana, un hombre de más de un metro con noventa centímetros, y que tenía una musculatura que le hacía invencible en el combate cuerpo a cuerpo. Este individuo era el jefe de la tribu seri —un grupo indígena de la zona—, pero hay que tener cuidado con esta versión, porque hace parecer a los indígenas como ladrones y sinvergüenzas y a los españoles como los buenos de la historia.
En esta versión, también se dice que el cabecilla seri se enamoró tanto de Lola, que la llevó a su aldea y, como no quería tenerla como prisionera, le construyó su propia vivienda. Ella, en cambio, lo respetaba, pero no lo amaba.
El indígena sabía que la muchacha no podía huir por no saber en qué lugar se encontraba la comunidad seri. Además, ha llegado a saberse hasta nuestros días, y transmitido de boca en boca, que Coyote-Iguana, durante mucho tiempo, respetó la integridad de la joven y que por las noches iba hasta la morada de ella a cantar, en su dialecto, canciones de amor, que se escuchaban por toda la aldea.
Lola, por ser joven, pronto aprendió el dialecto seri y las costumbres de la tribu. Así que empezó a hacer vida común entre las mujeres solteras. Mientras tanto, a Coyote-Iguana, siempre se le veía delante de sus hombres, sin importarle morir en los combates con las tropas del Gobierno o con los guerreros de otras tribus. Por esta razón, los seris siempre estaban temerosos de perder a su caudillo.
Se cuenta que el gran guerrero recibió heridas que hubieran matado a cualquier hombre, pero, en cada ocasión que el gigante llegaba a la aldea, ayudado por sus guerreros, Lola lavaba y curaba sus heridas.
Después de dos años desde el secuestro, Coyote-Iguana perdió la esperanza de conquistar el corazón de Lola y un día se presentó en la choza de la muchacha y le dijo:
—Mañana, antes de salir el sol, puedes regresar con tu gente. Dos guerreros te acompañaran cerca de Guaymas.
Entonces, la mujer respondió:
—Yo no quiero irme.
—¿Por qué? —preguntó Coyote.
Ella respondió, bajando la vista:
—Porque quiero ser tu mujer.
Mientras aquello sucedía en territorio seri, el señor Casanova y su esposa murieron al año siguiente del secuestro. Como no lograron localizar a su hija, perdieron el interés en seguir viviendo. El tío de Lolita se hizo cargo de los negocios y gastó una fortuna tratando de rescatar a su sobrina.
Poco después hubo muchas revueltas y, por un tiempo, se impuso el Imperio de Maximiliano, por lo que hubo más. Por esta razón el tío de Lola tuvo que suspender la búsqueda de su sobrina.
¡Pero un día la localizaron, después de quince años del asalto a la diligencia!
Cuando su tío la vió, no lo podía creer. Lola Casanova estaba vestida a la usanza seri y dicen que parecía un ángel.
—¡Regresa con nosotros! —le dijo el tío, pero ella se negó rotundamente.
Lolita no quiso regresar al mundo “civilizado”, ya que ella amaba a Coyote-Iguana. Después de muchos años, todavía se puede ver a la pareja compuesta por el imponente guerrero y la bella joven, que caminan por todo el estado, esperando a ver en qué momento, los humanos recordamos que todos somos iguales.
Los tesoros piratas de Guaymas
Cuenta la leyenda que, en la época dorada de los barcos, los piratas llegaban al puerto de Guaymas, Sonora, a guardar sus tesoros dentro de cuevas en las alturas de los cerros.
Una de las historias más contadas por la gente de este puerto es la de una de las familias más poderosas de la ciudad, que hizo su riqueza gracias a que encontraron un cofre lleno de oro.
Se cuenta que un padre y su hijo salieron de excursión por los cerros de la ciudad, ya que la caminata era uno de sus pasatiempos favoritos. Al llegar a lo más alto de un cerro, observaron un resplandor como de fuego. Primero pensaron que era un incendio, pero se dieron cuenta de que era algo diferente. Como el resplandor pasó pronto, no le dieron mayor importancia y siguieron su recorrido.
Al llegar de la caminata, el muchachito le contó a su abuela lo que había pasado, a lo que ella inmediatamente contestó:
—No lo puedo creer, ¡es una señal! Córranle para allá. Alguien que ya no está entre los vivos quiere darte la ubicación de algo preciado para él. No le digas a nadie y vayan al lugar de donde salió la luz.
Padre e hijo le hicieron caso a la señora y fueron nuevamente al lugar donde habían visto la llama, pero esta vez iban preparados con herramientas para excavar.
Cavaron toda la tarde hasta que el sol se metió. Ya estaban cansados y algo frustrados porque no encontraron nada. Justo cuando estaban por retirarse, una llama apareció a algunos metros delante de ellos. Emocionados, comenzaron a buscar ahí y encontraron un cofre que parecía pertenecerle a algún pirata, ya que dentro tenía joyas preciosas y oro cubierto de sal.
Como estas historias hay muchas en este pequeño puerto, y en la actualidad muchas personas tienen como pasatiempo buscar tesoros escondidos en los alrededores, esperando tener suerte de encontrar alguna señal que les diga dónde buscar un tesoro.
La familia vivió feliz y millonaria durante muchos años, pero no hay tesoro sin maldición. Se dice que cada vez que uno de los miembros de esa familia muere, su alma pena por toda la eternidad con un único deber: ¡cuidar los demás cofres que siguen enterrados!
Duendes abandonados que lloran
En un campo de Sonora, junto a Huatabampo, vivía una mujer en una casa de madera. Todos los ejidatarios decían que era una hechicera porque siempre vestía de negro. Cuando salía era con sus dos perros grandes y, además, unos duendes corrían alrededor de la falda de la mujer.
Nadie la quería en el lugar, pues comentaban que tenía la culpa de que se hubiera perdido la cosecha. Por eso cuando pasaban junto a ella, la insultaban y corrían para que no les lanzara alguna maldición.
Un día, los pobladores decidieron acabar con la bruja, por lo que quince campesinos armados de valor y machetes, se dirigieron a la vivienda de la hechicera en total silencio. Cuando llegaron al lugar, ¡con antorchas prendidas incendiaron la choza! Los hombres escucharon gritos y de entre las llamas vieron salir corriendo un montón de duendes. Los campesinos querían agarrar a los pequeños seres, pero se perdieron en el monte y nadie pudo atraparlos.
La gente se sentía aliviada, pero, al poco tiempo, los duendes regresaron a la casa destruida de la bruja y lloraron tan fuerte que nadie podía dormir. Por si esto fuera poco, ellos buscaban venganza por la muerte de su ama, por lo que se dedicaron a destruir las cosechas. Los campesinos pusieron trampas, pero ninguno cayó.
Los habitantes decidieron ir con una sabia curandera, quien les dio un remedio sencillo:
—Deben dejarles comida todos los días.
Así, los campesinos pudieron seguir trabajando, pues ahora los duendes están tranquilos y respetan la cosecha; pero eso sí, quien pasa cerca de la casa de la bruja escucha como lloran, porque ¡los pobrecitos quedaron abandonados!
Yo levanté a San Francisco Javier
Genaro, el señor que vende paletas heladas en la plaza de Magdalena de Kino, cuenta que él ha visto cómo llegan señoras y señores a la iglesia, se paran a un lado de la escultura de San Francisco Javier, le besan la frente y los pies, y luego intentan levantarlo, ¡pero no pueden!
Cuenta la leyenda que, en este municipio de Sonora, fundado por el misionero jesuita Francisco Eusebio Kino, sólo los que tienen fe pueden levantar al santo que ha permanecido acostado desde hace muchísimos años en una capilla de la iglesia de la Magdalena.
Es un maniquí vestido de franciscano, con túnica café y un lazo en la cintura. Mide lo mismo que un hombre real y sus proporciones son humanas. Pero, a final de cuentas, es un ser inanimado que no debería pesar mucho por los materiales con que está hecho.
Se encuentra en el centro de la capilla, sobre un altar. Está reclinado y siempre es observado por los miles de fieles que lo veneran y lo saturan de peticiones, favores y también de agradecimientos.
Genaro está convencido de que la leyenda es real. Él siempre ha podido elevar al santo casi sin ningún esfuerzo. Dice que tiene una fe infinita en él y que, en agradecimiento, San Francisco Javier le permite levantarlo para que todos admiren y digan:
—¡Ese hombre sí que tiene fe!
Hay muchos que no creen en la leyenda, por ejemplo, está la historia de un incrédulo que la cuenta así:
“En mi último regreso a Magdalena de Kino, un amigo me dijo que quería levantar al santo. No dudaba ni tantito de su fe. Era tanto el fervor que sentía en ese momento, que quería ir a la iglesia, besarle la frente y, concentrándose en su religiosidad, levantar de sus aposentos a San Francisco Javier.
Me dijo que lo acompañara. Yo le aclaré de inmediato que no creía en ello y me dijo “te reto a que lo levantes”. Lo miré con desconcierto y finalmente acepté.
A la entrada de la capilla había una docena de personas esperando hacer valer el milagro y afianzar la leyenda. Mi amigo hizo lo suyo ¡y le funcionó!
Yo salí del recinto inmediatamente. Me daría mucha vergüenza que los feligreses me vieran ponerme rojo del esfuerzo y que el santo no se mueva ni un poquito. Yo no creo en esa historia y, por tanto, mi fe no es la suficiente como para dejarlos a todos boquiabiertos si lo hubiera podido levantar.
Pero el reto de mi amigo seguía firme y me obligaba a responder. Hice a un lado mis vergüenzas, me abrí paso entre los católicos, miré a aquel santo barbón y paliducho y, tomándolo de la nuca, ¡lo levanté!
Cuando lo volví a recostar volteé a ver a mi amigo. Él estaba con una gran sonrisa y me dijo: “Yo sabía que muy adentro de tu corazón estaba guardada toda tu fe”.
La leyenda de San Andresito, el adolescente milagroso
Hay un montículo de piedras, en un predio descuidado, localizado entre dos domicilios de la colonia Héroes. Quedó ahí como testimonio de la tumba del adolescente milagroso que fue conocido como San Andresito.
La leyenda urbana del joven Andrés Orozco era contada con frecuencia por los primeros moradores de la colonia Héroes.
La historia cuenta que, aproximadamente en el año 1880, en la calle Río Bravo, había un galerón acondicionado como hospital para varias personas que estaban afectadas por una epidemia de lepra.
Entre los enfermos se encontraba Andrés, que murió a la edad de 15 años y quien, según la leyenda, era un joven bien parecido, muy educado y bueno, y que era muy querido por la comunidad de aquellos tiempos.
Cada persona que iba muriendo era sepultada en el cerro ubicado en lo que ahora son las calles Río Conchos y Río Bravo, a pocos metros del galerón acondicionado como hospital para los leprosos.
Era tanto el cariño que la gente le tenía al joven Andresito, que a los pocos meses de su muerte se le empezaron a atribuir decenas de milagros, que hizo que las personas comenzaran a tenerle mucha fe.
Los habitantes de aquellos años se comprometían con San Andresito a prenderle veladoras o rezarle Rosarios por determinado tiempo, para que les otorgara todo tipo de milagros.
En las anécdotas de los viejos también relatan que San Andresito se aparecía tocando las puertas de los domicilios de aquellas personas que no cumplían con las mandas que le prometían.
Todavía, hasta la década de 1970, muchos de los habitantes de la colonia Héroes acostumbraban llevarle coronas, flores y veladoras al adolescente milagroso conocido como San Andresito.
El crecimiento poblacional aumentó en la colonia Héroes, al igual que en todo Nogales, y la tumba de San Andresito quedó olvidada en la parte posterior de un domicilio donde sólo queda un cúmulo de piedras. Pero eso sí, dicen que Andrés sigue cumpliendo milagros a quienes le tienen verdadera fe.
Un evento impresionante relacionado con el pequeño milagroso, es el que le ocurrió a Mercedes. Ella era una mujer sumamente alegre y divertida. Si había alguna fiesta, ella siempre estaba ahí para gozar de la parranda. Todo esto no suena tan mal, pero el problema fue que ella comenzó a beber mucho.
Después de unos años, ya ni siquiera importaba si había fiestas o no, ella se dedicaba a beber incluso cuando estaba sola. Sus familiares, al darse cuenta del problema, intentaron ayudarle, pero ella no creía que hubiera algo mal, pues sólo les decía:
—Vida sólo hay una, hay que vivirla.
Aunque sus seres queridos le explicaban que eso no era vivir y que, al contrario, se estaba matando, a ella no le importaba nada. Al contrario, comenzó a tomar drogas para hacerlos enojar más.
Al principio comenzó con marihuana, pero esto no le bastó y se siguió con la cocaína y la heroína. Así se mantuvo un tiempo, pero luego lo perdió todo, ya no tenía dinero para conseguir su droga, por lo que comenzó a robar. En unos cuantos meses pasó de ser el alma de las fiestas a una pobre mujer que inhalaba pegamento.
Sus hijas no podían verla así, por lo que decidieron llevarla a un grupo de alcohólicos. Funcionó unos pocos días, pero en cuanto la dejaron sola, regresó a las andadas.
Un día, ya muy de noche, en la colonia Héroes, Mercedes asegura que vio a un fantasma que le dijo:
—Me da gusto que hayas venido. No me gusta estar solo y he decidido que tú me harás compañía. Vas a morir y te quedarás toda la eternidad a mi lado. Pero como no quiero que seas feliz, debo decirte algo: los muertos no beben, no se drogan, no van a fiestas, sólo se dedican a sufrir para siempre y, te aseguro, se me han ocurrido algunos tormentos especiales para ti.
A Mercedes se le bajó la borrachera en un instante y, como pudo, salió corriendo de ahí. Al llegar a casa de sus hijas, les contó lo sucedido. Cuando ellas escucharon todo, se sonrieron entre ellas.
Al día siguiente, Mercedes parecía otra persona. Se puso a limpiar la casa de sus hijas y hasta les hizo el desayuno. Mientras tanto, ellas fueron a la lápida de Andresito y le dijeron:
—Gracias, querido santo. Sabemos que fuiste tú quien salvó a nuestra madre. Entendemos que la única manera de hacerla reaccionar era con un gran susto.
En señal de que las había escuchado, el joven santo mandó una ráfaga de viento que puso una flor en cada una de las manos de las hijas de Mercedes.
La leyenda del soldado Pedro Blanco
Sobre el soldado Pedro Blanco se han tejido varias leyendas, pero hay una que se sigue contando en algunas casas de Nogales.
Dicen que Pedro Blanco fue asesinado cuando jugaba a las cartas en un domicilio ubicado en la calle Vázquez. Al parecer, alguien hizo trampa en el juego de póker, y todos sabemos que eso siempre ocasiona terribles pleitos. Esto sucedió en 1910.
Al día siguiente, el cuerpo sin vida del soldado fue encontrado en el canal. Su muerte causó sorpresa y mucho enojo en la población, que para esos tiempos era de menos de 10 mil habitantes, por lo que se conocían bastante entre sí.
El suceso violento no se dejaba de platicar entre la gente y no pasó mucho tiempo cuando al soldado muerto se le empezaron a atribuir distintos milagros, lo que dio inicio a una historia que se convirtió en leyenda urbana.
De Pedro Blanco no hay registros oficiales, se desconoce de dónde era originario y más detalles de su vida, pero alcanzó tanta notoriedad, que fue venerado durante décadas por personas que aseguraban que hacía favores.
Un historiador nogalense aseguró que, todavía hace menos de 10 años, antes de que se agudizara la violencia en Nogales y en todo México, había personas que rendían tributo al militar fallecido.
Todavía le llevaban flores, ofrendas, pintaban su tumba y le hacían arreglos de manera constante. Era una especie de santo para muchas personas, y ahora sólo queda su tumba abandonada como testigo.
Al entrar al Panteón del Rosario, a unos cuantos metros hacia la derecha, está la tumba del militar. Ahí hay un barandal ya dañado por el paso del tiempo, el cual limita la lápida deteriorada, y una cruz blanca donde apenas se alcanza apreciar el nombre de Pedro Blanco, que es el único testimonio que queda de quien fuera considerado un santo.
Hay muchos espíritus que se encargan de tomar venganza porque no pueden descansar en paz, pero dicen que Pedro Blanco, además de realizar los milagros que ya contamos, también se dedica a jugar eternamente con las cartas. Lo curioso es que cada aniversario de su muerte, dicen que aparece muerto… ¡un fantasma! Así como lo oyeron, el militar mata al fantasma que hizo trampa en las cartas una y otra vez, cada año.
¡Y luego dicen que las personas no pueden morir dos veces!
Historia del hombre reptil
¿Alguna vez te has preguntado por qué en el desierto ocurren tantas tragedias que se convierten en leyendas? Puede ser por varias razones: los grandes espacios que invitan a los asesinatos en la soledad, el frío que convierte a las personas en fáciles presas o, sobre todo, la terrible oscuridad que se vive en esos lugares. Lo cierto es que, un desierto es el espacio ideal para una buena historia de miedo.
La siguiente anécdota se trata de unos sucesos que se popularizaron del año 2000 al 2004 y que, al pasar de los años, se convirtió en una leyenda más que se desarrolla en los oscuros desiertos.
Se cuenta que en San Luis Rio Colorado, Sonora, casi en la frontera con Estados Unidos, una noche se escuchó un ruido extraño, por lo que los pobladores fueron a ver qué sucedía. Resulta que vieron a ¡un reptil que medía lo mismo que un hombre!
Los testigos aseguran que se acercó un poco, y luego dio un salto de varios metros a gran velocidad. A partir de ese día, los rumores comenzaron. Unos decían que era un extraterrestre que perdió su nave y que ahora vaga por ahí sin poder regresar a su casa; otros aseguran que el reptil antes era un hombre normal, el cual se dedicaba a ser pollero (a pasar indocumentados de México a Estados Unidos), pero que un día fue atrapado por la Migra (la policía de Migración del país vecino del norte) y que, en lugar de regresarlo a México, experimentaron con él, dejándolo en esas terribles condiciones.
Poco a poco las historias fueron desapareciendo, pero muchos aseguran que ahí, en la frontera, se sigue viendo al hombre-reptil, pero sólo en las noches; es más, hay quienes aseguran que ya tuvo hijos y que ahora son muchos los terribles seres que ahí habitan.
Dicen que hubo un hombre que intentó hacerse amigo de los reptiles. Su idea era convencerlos de que se unieran a él para atacar Estados Unidos, pero, al parecer, el único interés de esos monstruos era pasar indocumentados, pues uno de ellos se lo tragó y lo dejó del otro lado, ¡muy lejos de las oficinas de la Migra!
El espíritu de los esposos Kosterlitzky
En la avenida 5 de Mayo, antiguamente Calle del Ferrocarril, está en pie una casona muy bien conservada donde vivió el matrimonio formado por don Ignacio «Nacho» Terán Carrillo y doña Luz «Chita» Escalante Rodríguez.
Esta vivienda la mandó construir un ruso, nacionalizado mexicano, llamado coronel Emilio Kosterlitzky. Este personaje fue un soldado de altísimo nivel, que con el tiempo se convirtió, dicen, en un espía para los Estados Unidos.
A Kosterlitzky le apodaban el Águila de Sonora. Nació el 16 de noviembre, era alemán por la madre y ruso cosaco por el padre. Fue conocido por su habilidad en el idioma, pues hablaba inglés, francés, español, alemán, ruso, italiano, polaco, danés y sueco.
En su adolescencia, Emilio se unió a la Armada de Rusia como marino. En 1871, a la edad de 18 años, abandonó su buque en Venezuela y como desertor viajó a México. Cuentan que se unió al Ejército Mexicano.
Durante la década de 1880, luchó en la Guerra contra los Apaches del lado de los mexicanos. También ayudó a las tropas estadounidenses persiguiendo Apaches en la frontera en los Estados Unidos-México en 1882. Las tropas estadounidenses le llamaban: el mexicano cosaco.
En 1885, Kosterlitzky se convirtió en miembro de la Gendarmería Fiscal, que es la guardia de aduanas para el gobierno mexicano con base en la Villa de Magdalena.
Desde esta Villa, partió a Cananea en 1906 para hacerse cargo de la situación, ya que el gobernador Rafael Izábal había permitido que pasaran a territorio mexicano los temidos Rangers. El Coronel, aunque debemos decir que con lujo de crueldad, puso orden en medio de aquella confusión, con lo que se ganó el aprecio de la ciudad minera al ordenar que se retiraran los Rangers a su país.
El Coronel había arribado a la Villa de Magdalena en 1885 para hacerse cargo de la Tercera Gendarmería Fiscal, por lo que tenía a su cargo un buen número de Rurales que los auxiliaban en sus tareas. La Gendarmería estaba ubicada en el terreno de lo que hoy es la Ferretería de don Manuel Félix y cerca del Hotel De Anza.
El Coronel y su esposa Francesca, o doña Panchita como le decían de cariño, ya que ambos eran muy estimados en la población, adquirieron un terreno por la calle del Ferrocarril, hoy 5 de Mayo y mandaron construir su residencia. Vivieron veinticinco años en esta población y planearon quedarse a vivir ahí definitivamente.
Pero dicen que cuando el hombre se propone, Dios dispone, porque el destino se encarga de darle ajuste o cambiar radicalmente los planes. Decimos esto porque en 1913, en plena lucha armada, el Coronel fue capturado en Nogales por los revolucionarios.
Fue encarcelado hasta 1914. Al salir, de inmediato, se trasladó a Los Ángeles, California con su esposa y sus dos hijas. Ahí trabajó como traductor para el Servicio Postal de los EE.UU. También se cuenta que durante la Primera Guerra Mundial se hizo pasar por un alemán médico.
Después regresó a su querido México, en 1927, para investigar una conspiración contra el gobierno del estado de Baja California.
Kosterlitzky murió en Los Ángeles en 1928 y está enterrado en el cementerio Calvary, en el este de Los Ángeles; y es con su muerte como comienza la leyenda.
Se dice que la familia de don Nacho Terán adquirió la casona a otros dueños y, según relata su esposa, en ese sitio tuvieron experiencias paranormales colectivas, de las que nadie dudaba, pues todos en la familia veían continuamente las figuras de dos personajes pasearse por los cuartos.
Refiere la profesora Sotomayor Terán que veían a una pareja muy extraña, pues el hombre llevaba vestimenta estilo ruso, espada y traje de levita. En cambio, la figura de la mujer era la de una dama muy distinguida con el peinado alto, exactamente como se usaba en México muchos años antes.
Al parecer, lo que sucedió con el ruso y su mujer es que construyeron la casona con mucha ilusión, pero que no pudieron estrenarla, por lo que fue vendida. Pero, como bien recordarán, ellos amaban México, así que sus espíritus regresaron al país después de fallecer en California. De hecho, hay una carta de la esposa que confirma esta versión y que dice así:
«Querida Dionisia, no sabes qué pena me da que mi amado esposo, mis dos nenas y yo no pudiéramos vivir, aunque hubiera sido por corto tiempo, en esa casa de la calle del Ferrocarril. No sabes con cuánta ilusión la construimos y cuánta esperanza teníamos de envejecer en ella. Mi esposo era un mexicano, aunque por adopción; quizá es el hombre más enamorado de esta tierra. La Villa nos era muy placentera pues en ella vinieron al mundo nuestras dos hijas, nuestras amistades que cultivamos como a flores de un hermoso jardín como la tuya, eran numerosas y nos sentíamos tan felices, siempre los dos enamorados.
Todo el tiempo me preocupó mucho la actividad militar de Emilio. Hubiera querido para él otra ocupación menos riesgosa; pero si sus capacidades de hombre íntegro y de conocimientos militares servían a la patria, me doy por satisfecha.
Sólo lamento que haya sido desconocido por el hecho de haber seguido al nuevo presidente, el usurpador, como se le llamaba, sin concederle a Emilio el que pudiera rectificar.
Él nunca me lo dijo, pero pienso, que vio las cosas de otro modo a como las vieron no pocos mexicanos, quienes notaron en el presidente Madero mucha debilidad. Yo no olvido que mi esposo se convenció de la firmeza y serios propósitos del General Victoriano Huerta de realizar la Revolución con fuerza y no con tan notoria debilidad. Ya no importa si se equivocó o no.
De cualquier forma, a mi esposo le tocó la de perder en esta comedia que es la política, ya vimos cómo después los que salieron beneficiados fueron los generales que desconocieron a Huerta. En cambio, Emilio que fue un hombre de una integridad que nadie jamás tuvo, no digamos la lealtad que él le dio a la investidura de soldado de la patria, fue tratado como si hubiera sido un traidor.
Así que, queridísima amiga Dionisia, te encargo mucho mi casita, pues se bien que jamás la voy a volver a ver, al menos en vida, aunque he venido pensando, que, si algo terrible nos pasa en esta tierra, júralo que como espíritus estaremos, Emilio y yo, siempre bajo el techo de ese hogar que hicimos con tanto anhelo».
Y cuentan los habitantes de Sonora que así fue, porque no sólo los habitantes de la casa han visto al ruso y a su esposa, sino que los vecinos han visto a la pareja salir a hacer sus compras, regresar con el mandado o simplemente pasear como si estuvieran vivos.
Es más, si se le pregunta a algún niño sobre la casa, siempre dirá con orgullo:
—Ahí vive el fantasma del ruso. Imagínese qué tan bonita es Sonora que ¡hasta los espíritus de otros países se vienen a vivir aquí!
Fantasmas en la escuela Leona Vicario
En el mes de junio de 1909, el Ejecutivo del estado celebró un contrato para la construcción de la Escuela «Leona Vicario». El Gobierno compró el terreno conocido como «La Chicharra», en el barrio de Las Sabanillas, con un costo de doce mil quinientos pesos.
El 12 de febrero del siguiente año, inauguraron el edificio como parte de los festejos del Centenario de la Independencia. Al evento asistieron maestros de renombre que dieron frases de aliento por la superación intelectual de la mujer. Así fue como el Gobernador declaró, solemnemente, inaugurada la Escuela para Niñas.
Desde sus inicios, el colegio tenía un parque de recreo que se encontraba en la calle Yáñez, al poniente. Durante años, las alumnas del plantel cruzaban la avenida con el riesgo de un accidente. Para evitar esto, el Ayuntamiento mandó construir un paso subterráneo.
Lo que no se pensó bien, es que la escuela estaba construida sobre un cementerio. Es un secreto a voces entre los estudiantes y profesores de la escuela Leona Vicario, pues muchos aseguran haber visto de cerca varios espíritus que merodean por las instalaciones, así como de otros sucesos paranormales.
Por si lo anterior fuera poco, antes de ser escuela, ¡fue un hospital de monjas!, lo que aumenta que las pequeñas estudiantes digan haber sido testigos de hechos paranormales.
Una de las historias más contadas es la del ánima de una monja que ronda por el túnel subterráneo que conecta la escuela con su parque. Otra es la de una niña que camina por los pasillos del plantel y que se niega a abandonar el lugar. Una maestra incluso dice que, en una ocasión, se le apareció un sombrero enmohecido entre sus pertenencias, sin que alguien lo hubiera colocado como broma.
Tal vez la leyenda más extraña es la de la niña misteriosa. Dicen que, durante una junta de padres de familia que se realizó en sábado, una madre insistía en haber visto a una niña vestida de blanco sobre la ventana de un salón de clases. Lo curioso es que, claro, ese día no había clases. Fue por esto que varios padres fueron a revisar y se llevaron el susto de su vida, pues la pequeña estaba ahí, pero ¡tenía la cara desfigurada!, como si algo muy pesado hubiera pasado encima de ella. Dicen que la niña murió atropellada antes de que pusieran el túnel.
Las alumnas aseguran que todo el tiempo ven sombras que caminan por los salones; escuchan ruidos y risas; hay quienes han visto cómo las regaderas se abren y cierran solas. Y no faltan las que dicen que en plena clase sienten jalones de cabello.
Cierta noche, un grupo de padres de familia decidieron entrar a la escuela con un cura para que éste echara agua bendita. Todo parecía ir muy bien, pero, de pronto, escucharon unos gritos espeluznantes. Apenas alcanzaron a ver que hubo una terrible batalla entre: los espíritus del cementerio, los que vivían en el túnel y, por si fuera poco, contra las monjas del hospital. ¡Nadie se atrevió a ver quién ganó!