Leyendas de Veracruz

El Callejón del Diamante 

Este estrecho y famoso callejón, llamado del Diamante, se localiza en el centro de la ciudad de Xalapa. Sube desde la avenida Enríquez hasta la avenida Juárez, y su nombre actual es: Primera de Antonio María de Rivera. 

En la actualidad es un sitio turístico con restaurantes, cafeterías, artesanos y tiendas muy concurridas. Sobre esta hermosa calle, se cuentan dos leyendas.

La primera no es tan famosa y dice así:

Hace muchos años había una joven hermosa que acostumbraba pasear por la callejuela hasta altas horas de la noche. Siempre llevaba consigo un bellísimo y valioso diamante.

En una de sus caminatas le robaron la joya y desde ese día la muchacha desapareció. Tiempo después, los vecinos oían pasar a alguien por allí, pero al asomarse, no veían a nadie. Algunas personas llegaban a distinguir la silueta de una mujer, pero cuando se acercaban al callejón, ésta se desvanecía. 

Dicen que era el alma de aquella joven que confiaba en que algún día encontraría a los ladrones y que por ello vagaba, como de costumbre, hasta muy avanzada la noche.

La segunda leyenda es la más conocida y por la que el callejón se ha convertido en un sitio tan visitado:

En tiempos de la colonia, en una de las viejas casonas del lugar, vivía una atractiva joven criolla que estaba casada con un caballero español, rico y distinguido. Él quería mucho a su esposa.

Cuenta la leyenda que cuando eran novios, el hombre le regaló una sortija con un diamante negro que, dicen, era mágico, ya que tenía el don de intensificar el amor del marido y de descubrir la infidelidad de la mujer. La muchacha juró a su prometido, al recibir la joya, jamás separarse de ella. 

Pasó el tiempo. El negocio del esposo iba muy bien, por lo que se consiguió un socio al que quiso como a un hermano. Lo invitaba siempre a su casa y terminaron conviviendo los tres como una familia. Por desgracia, entre la dama y el amigo nació un sentimiento amoroso, el cual aumentaba con las diarias visitas. Ellos comenzaron a aprovechar las ausencias del desafortunado marido y consumaron la pasión.

Cierto día, ella aprovechó un viaje de su esposo para ir a casa del amante. Por superstición, cada vez que tenían encuentros amorosos, ella se quitaba el anillo y aquella vez no fue la excepción, por lo que lo colocó en el buró, cerca de la cama. Tal vez fueron las prisas, pero cuando salió de ahí, se le olvidó la alhaja en el mueble.

Cuando regresó el español, guiado por una fuerza extraña, lo primero que hizo fue visitar al amigo, a quién encontró en la alcoba durmiendo. Al entrar en la habitación ¡vio el anillo con el diamante negro! Entonces lo tomó, salió rápidamente de ahí y se dirigió a su hogar. 

La esposa salió a recibirlo como si nada hubiera pasado; él, al besarle la mano confirmó la ausencia del anillo y reafirmó sus sospechas. 

Enloquecido, desenvainó su puñal, ¡y lo clavó en el pecho de la mujer! Luego arrojó sobre el cadáver el anillo de diamante negro y desapareció para siempre. 

La leyenda dice que, si alguien es infiel y entra al Callejón del Diamante, ¡tendrá la misma suerte que aquella mujer!

La cochina

Se cuentan muchas historias de hombres machos y celosos, pero esta historia, que se difundió en San Andrés Tuxtla, es especial. 

Se dice que había un señor de esos muy primitivos y retrógradas que no dejaba salir de su casa a su mujer. No quería que nadie la viera porque enseguida lo invadían los celos. Temía ser la burla del pueblo, por lo que ponía especial cuidado en su reputación y no se arriesgaba a que su esposa anduviera en boca de todos. 

—No tienes nada que hacer allá afuera, tu trabajo está acá adentro, en la casa —decía el macho sin comprender que las mujeres son libres e iguales a los hombres—. Además, ¿para qué quieres salir? Vas a espantar a todos con esa cara de bruja.

Así hablaba el tipo y su esposa nada más se reía porque, en realidad, él no estaba tan equivocado: ¡la mujer tenía poderes de hechicera! Por las noches se convertía en cochina, es decir, tenía el poder de un nahual y se convertía en ese animal. En cuanto su marido se dormía, la mujer se transformaba y salía de la casa.

Todas las noches iba a pasear por el pueblo, tranquilamente, sin que su esposo se enterara. Un día, a la mujer se le ocurrió entrar a merodear en la casa de un señor muy gruñón. Cuando el señor descubrió a la cochina, agarró el machete y le rebanó una parte del muslo. La cochina salió corriendo y regresó a su casa muy asustada. 

A la mañana siguiente, el hombre descubrió que a su mujer le faltaba un muslo.

—No sé —dijo la mujer cuando le preguntaron qué había sucedido— ni cuenta me di. Pa’mí que alguien me embrujó. 

El hombre salió a buscar ayuda y en el camino se encontró al señor gruñón, que era su amigo. Se saludaron y le contó al marido celoso lo que él nunca hubiera querido escuchar: 

—Anoche entró una cochina mañosa a mi casa y le rebané una pierna.

El marido celoso volvió de inmediato a su casa, decidido a golpear a su mujer. Llegó pegando de gritos, pero cuando abrió la puerta, una cochina salió corriendo a toda velocidad.

La mujer fue a un sitio a donde se realizaba una asamblea de mujeres —Asamblea de Brujas, le llamaban ellas—, donde contó lo que le había sucedido. Entre todas se organizaron y planearon qué hacer. Algunas pensaban que debían matarlo, otras que se le diera una poción de bondad, pero por fin decidieron algo mejor.

Todas juntas unieron sus poderes e hicieron una pócima muy poderosa, la cual pusieron en el río, por lo que llegó al mar y todos los hombres del mundo la tomaron. ¡Era la pócima de la empatía! De pronto, todos comprendieron lo mal que habían tratado a las mujeres y dejaron de hacerlo. Desde ese día, la revolución de las brujas es parte de nuestra tradición y es por eso que sabemos que todos somos iguales y por eso nos tratamos con amor y respeto.

La casa embrujada de Orizaba

Sobre la casa que vamos a contar hay múltiples leyendas y versiones. La casa embrujada se encuentra en lo que ahora es Sur 2 esquina con Poniente 5, frente a donde se encontraba la tienda Contino, en la ciudad de Orizaba, Veracruz. Ahora, desde el exterior, ya sólo pueden verse las ruinas y un portón que apenas oculta una entrada hacia lo desconocido.

No se sabe precisamente cuándo sucedió el primer fenómeno sobrenatural de esta casa, pero la leyenda nos cuenta que, hace mucho tiempo, unos niños estaban jugando en la calle. Uno de ellos lanzó una piedra hacia el interior, y un momento después, ¡la piedra regresó con la misma fuerza! Para mala suerte de los pequeños, fue justo al momento de pasar un automóvil por ahí, lo que molestó muchísimo al conductor, debido a que esta piedra rompió su parabrisas.

El hombre bajó furioso de su vehículo para encontrar al culpable. Entre el alboroto, algunos testigos, junto con los niños, habían dicho que la piedra había sido aventada hacia la casa, pero que regresó misteriosamente. Fue por esta razón que el dueño del automóvil no dudó en ir a reclamar.

Dio fuertes golpes al portón, pero no recibió respuesta. No tardaron en decirle que en esa casa no vivía nadie y que no se le conocía dueño. Indignado, no tuvo más remedio que retirarse del lugar.

Tiempo después, el camión de la basura dejó de pasar por esas calles, por lo que los vecinos, aprovechando el abandono de la casa, tiraron ahí láminas, cajas de cartón, y bueno, toda clase de basura; aunque eso sí, tratando de que no los vieran, por lo que la arrojaban al patio desde su propia azotea y de noche. Lo raro fue que, al día siguiente los demás vecinos de la colonia fueron a reclamar, pues afuera de las casas de los que habían tirado la basura, ¡estaban sus desperdicios! Así, como si ellos simplemente los hubieran dejado en la calle. 

Extrañadísimos por lo ocurrido, no tardaron en confesar que habían arrojado la basura al patio de la casa por la azotea, por lo que no podían creer lo que estaban viendo. El aire no pudo haber levantado las láminas o cajas, y tampoco se habían escuchado ruidos en la noche, además, para sacarla tendrían que haber abierto el portón y hubiera hecho mucho ruido.

Los hechos extraños empezaban a darse y no tardó la gente en preguntarse qué habría dentro de la casa. Como siempre en estos casos, comenzaron los falsos aventureros a decir:

—Mis tres amigos y yo nos metimos. Ahí adentro vive el Diablo, de veras. Trató de atraparnos, pero le echamos agua, lo apagamos y nos fuimos a tomar unas cervezas.

O bien:

—Yo solito me trepé por la pared y caí adentro. Ahí vi clarito un tesoro, pero estaba cuidado por un perro de cuatro cabezas que echaba humo por las orejas.

Algunas personas con menos imaginación, decían que, una vez en el interior de la casa, comenzaban a sentir extraños mareos, ganas de desmayarse, a algunos se les nublaba la vista, otros veían retorcerse todo a su alrededor y de repente, como por arte de magia, ¡aparecían afuera de la casa, como si no hubieran entrado nunca!

Muchas han preferido no hablar del tema, por lo que se ha ido quedando en el olvido, aunque por ahí se dice que quien logre pasar una noche en esa casa, sin amanecer en la calle, entonces se quedará con ella. Para muchos ahí termina el relato de “La casa misteriosa”, o “La casa donde te sacan”; pero nosotros investigamos más y la leyenda está lejos de terminar.

Por ejemplo, dicen que, con la llegada del ferrocarril a la ciudad de Orizaba, el paso del puerto de Veracruz hacia la ciudad de México, se vio utilizado por una infinidad de personas. Entre ellas, había un adinerado extranjero, probablemente español, que antes había visitado la ciudad, enamorándose de la zona y del clima de la región. Por esta razón, como un regalo de bodas para uno de sus hijos, planeó la construcción de una casa. Diez años tardó la importante obra.

El hijo, al que llamaremos Joaquín, llegó con esposa e hijo en camino. Su hogar ya estaba preparado con sirvientes y un mayordomo, quienes fueron los primeros, junto con el matrimonio, que vivieron dentro del hogar de regalo.

Ellos eran muy felices ahí, tanto que, al transcurrir el tiempo, año con año conmemoraban su estancia en la ciudad. Los empleados pronto se hicieron casi parte de la familia, sobre todo el mayordomo, quien era firme y obediente. Al pasar el tiempo falleció el padre de Joaquín, heredando éste su gran fortuna, lo que le dio más importancia entre los hombres ricos de la región.

Se cuenta que, un amigo querido de Joaquín, había venido de viaje a Orizaba para probar suerte en el país, por lo que se había hospedado en la casa. Esto hizo que su amistad se incrementara.

Pasaron alrededor de 25 años, ya Joaquín era abuelo y cabeza de la importante familia. Sus hijos estaban casados y vivían en otras partes de México, pero la más chica permanecía soltera. Ella se pasaba las tardes platicando con el mayordomo, que se había convertido en una especie de segundo abuelo para ella. Por desgracia, el anciano se enfermó y estuvo en cama durante un mes, pero como era muy querido, lo cuidaron como si fuera, en verdad, de la familia. Por desgracia, murió al poco tiempo.

La leyenda cuenta que un estafador aprovechó la situación para hacerse pasar por un mayordomo con experiencia. Al poco tiempo se presentó este hombre y convenció a Joaquín de que le diera el trabajo, cosa muy extraña, pues era un puesto muy importante y sólo se lo daba a personas de mucha confianza. 

Pasaron algunos años más. La familia ni siquiera sospechaba que el nuevo mayordomo estudiaba las actividades de la familia. Así, se fue ganando la confianza poco a poco. Este maldito, en las noches sólo pensaba en la fortuna resguardada en alguna parte de la casa y en la manera de salir huyendo con todo sin ser descubierto.

Por fin llegó la noticia esperada: la última hija del señor se iba a comprometer. Era una ocasión de fiesta y qué mejor fecha para hacerlo que en el aniversario treinta de la casa. Por eso se pensó en hacer una celebración en grande, a la cual vendrían los demás hijos ya casados, familiares, amigos nuevos y antiguos, vecinos, y demás conocidos, ¡hasta la misma servidumbre de años atrás vendría! En fin, todos aquellos que hubieran pisado la casa estaban invitados.

Al nuevo mayordomo se le encomendó organizar a toda la servidumbre, ver que los preparativos estuvieran listos, las invitaciones, el banquete, y, en fin, tener todo a la perfección. Fue entonces cuando Joaquín le explicó al mayordomo que adoraba esa fecha en especial, porque era celebrar el mejor regalo que su padre pudo haberle dado. El dueño estaba tan emocionado que le contó al mayordomo cómo su fortuna se incrementaba año con año. Por supuesto, el mayordomo sólo le prestaba atención para saber dónde se encontraba resguardada. Así fue como, con engaños, le inspiró tanta confianza que Joaquín le dijo que la fortuna estaba oculta tras unos libreros, en antiguos baúles.

—Por favor, haz cuentas de cuánto se necesita para la fiesta y ve a sacarlo de ahí.

El mayordomo se asombró muchísimo al ver la fortuna. Desde ese día ya no durmió y sólo planeó cómo sacar toda esa cantidad, cómo la iba a gastar y a dónde iría. Su sueño era irse a otro país con tanta riqueza.

Faltaba ya como un mes para la fiesta y el mayordomo no ideaba aún cómo lograr su robo.

Cierta tarde, a la hora de la comida, la hija menor todavía no se sentaba a la mesa, por lo que Joaquín dijo: 

– Aquí no come nadie, si no comemos todos.

En pocos minutos llegó la joven y comenzaron a comer. En ese momento, al mayordomo se le ocurrió la idea para distraer a todos y así cometer el robo sin prisa ni escándalo.

Una mañana, el mayordomo se levantó temprano y fue a esos lugares ocultos donde venden insecticidas, aromatizantes y venenos. Ahí compró un polvo raro, que según él, era para deshacerse de unas alimañas. En el sitio le explicaron que, una vez ingerido el veneno, el animal se cansaba y le daba sueño, y que poco tiempo después se moría tranquilamente.

Llegó el día de la fiesta y comenzaron a llegar invitados de todas partes: familiares cercanos y lejanos, vecinos y hasta uno que otro desconocido. Mientras que en la cocina se preparaba todo para la comida, el mayordomo echó el polvo en ella—aunque hay versiones que dicen que fue en las bebidas, o en los postres—.

Sonó la campana que anunciaba la hora de sentarse en la mesa. Con aplausos y alegría se sentaron todos. El mayordomo se encontraba sumamente nervioso por el crimen que iba a cometer, pues había mucha gente reunida: niños, gente mayor, jóvenes; todos llenos de alegría. Él sabía que iban a probar su última comida, pero ya no había marcha atrás, el sólo hecho de pensar en toda la fortuna lo hacía regresar a ese plan despiadado.

Joaquín dio un discurso antes de probar alimento, miró a cada uno al rostro, agradeciendo por su asistencia a la importante fiesta y deseando lo mejor a cada uno. Algunos hasta lloraron un poco. Cuenta la leyenda que cuando el señor se dirigió al mayordomo para agradecerle por ocupar el lugar de su buen amigo, ¡el cobarde todavía lloró! 

La comida comenzó y todos devoraron sus deliciosos alimentos.

Terminaron de comer y se levantó la mesa. Muchos se fueron a charlar a la sala, algunos a bailar, los niños a jugar a las recamaras. Nadie podía marcharse pues faltaba el pastel que, por lo general, se sirve entre hora y hora media terminada la comida. El mayordomo ya sólo contaba los minutos para que el veneno hiciera efecto. Los niños comenzaron a dormir uno por uno, seguidos de los mayores. De seguro fue muy extraño para los últimos que quedaban despiertos ver cómo se caían de sueño los invitados. Se dice que cuando empezaban a sentir el cansancio, primero veían que todo les daba vueltas y pronto se caían rendidos.

Una vez que los invitados estaban durmiendo, el mayordomo se apresuró para cargar cofres de dinero en una carroza y así escapar, sin embargo, dicen que cuando cargaba ya lo último, una voz se le metió en la cabeza y le dijo:

—¿Crees que te vas a salir con la tuya? ¿Crees que no te van a encontrar? Tan pronto llegue la ley, encontrarán los cuerpos y al no ver el tuyo sabrán que fuiste tú.

El mayordomo se sintió desesperado. Esa voz tenía razón, por lo que tenía que hallar la manera de deshacerse de los cuerpos. Entonces se le ocurrió echarlos en la fosa séptica, para lo cual destaparía el hueco destinado a los desechos bajo la casa y ahí depositaría los cadáveres. Primero juntaría todos los cadáveres y los arrojaría uno por uno, sin embargo, la voz lo torturó de nuevo:

—Parece que encontraste la solución, pero, ¿qué te hace pensar que van a caber todos ahí? Se te va a llenar rápido, ¿no crees?

Esa voz volvió a entorpecer los planes del mayordomo, pues tenía razón de nuevo. Los cuerpos ocuparían demasiado espacio, por lo que se le ocurrió la macabra idea de cortarlos. ¡Y así lo hizo! 

Ya era muy noche cuando se escuchó que venía un jinete. Era el amigo de la familia al cual hacía tiempo le habían brindado hospitalidad en la casa. Se cuenta que este hombre decidió dejar el caballo un poco lejos para ir a pie y dar una sorpresa. Al llegar sólo encontró silencio. Como tenía llaves, pudo entrar y fue cuando notó el tremendo olor a muerte que desprendía el lugar. Al prender unas velas, vio decenas de cuerpos. Casi se desmaya de la impresión. Además, comenzó a escuchar los fuertes golpes con que el mayordomo estaba cortando los cuerpos. Entonces la voz regresó a la cabeza del asesino:

—¿Lo ves?, te dije que te iban a encontrar, ahora no puedes esconderte.

Entonces el mayordomo dio un grito de desesperación y dijo en voz muy alta:

—¡No!, ¡cállate!, ¡nadie lo sabe!

El amigo, a quien llamaremos Roberto, vio cómo se daba golpes en la cabeza. De nuevo le dieron ganas de vomitar, pero no podía ni moverse por el inmenso terror que sentía. Entonces dio un mal paso y chocó contra una botella que, al caer, provocó un tremendo cristalazo en el suelo. Esto, por supuesto, llamó la atención del mayordomo. 

Roberto se escondió tras un sillón, temblando. Hasta ahí se acercó el mayordomo con sigilosos movimientos, buscando el motivo del ruido, pero no vio al causante.

Al ver que el mayordomo se retiró, cegado de miedo salió de su escondite casi a punto de llorar. La historia cuenta que antes de salir, el tipo escuchó una voz que le dijo:

—¿Por qué te vas? ¡Ayúdame!

Roberto, lleno de miedo, salió de ahí, caminó por la calle y llegó hasta su caballo para escapar lo más rápido posible.

Entrada la madrugada, el mayordomo ya había terminado de arrojar los cuerpos a la fosa y lavado de sangre la casa. Se dice que cuando iba por lo último de la fortuna, la voz entró una última vez para ya no salir de la cabeza del mayordomo. Le decía tantas cosas que el hombre no pudo controlar el conflicto interno. Entonces tomó el puñal y se lo clavó en la cabeza, aunque hay quienes dicen que resbaló y cayó al hoyo junto a los cuerpos mutilados.

Al otro día, cuando llegaron las autoridades y presenciaron lo ocurrido, al ver toda la fortuna ya lista para salir, decidieron ocultar la evidencia, para luego rellenar y tapar el hueco de la fosa, ¡y se fueron de ahí!

Se dice que la casa pasó a manos de un importante adinerado de Orizaba, quien, al tratar de venderla, tuvo que ir a revisarla primero. Al entrar vio como si hubiera muchas personas ahí, luego comenzó a marearse y ¡apareció afuera de la casa! Así es: la casa que ya no volvería a confiar en nadie. Desde ese día, todo aquel que entra es sacado sin saber cómo. 

Sin embargo, cuentan que, si alguien llega a ser aceptado por las almas que viven ahí o por la casa misma, y logra pasar la noche sin aparecer afuera, entonces, la casa será suya.

De Roberto se rumora que se fue al interior del país, donde quedó mudo del susto. Al pasar el tiempo le regresó el habla y contó todo su drama. Muchos lo creyeron loco, pero tú puedes saber si lo que dijo es cierto o no. No tengas miedo, sólo tienes que pasar una noche ahí. No me dirás que tienes miedo ¿verdad?

La mujer de los taxis 

Aquella noche de espesa niebla y mucho frío decembrinos, un chofer de taxi ruleteaba en busca de pasajeros entre los escasos caminantes. 

Primero recogió a un hombre que iba de la colonia El Tejar, a la salida a Veracruz por la Av. 20 de Noviembre. De vuelta, le hizo la parada una señora cerca del Panteón Palo Verde. La mujer estaba vestida de negro, parecía muy preocupada y le pidió que la llevara a la calle Altamirano. El conductor, al verla tan afligida, le preguntó por qué viajaba sola a esas horas, agregando que el aumento de frío a la madrugada podría hacer daño a alguien desabrigado. Ella se limitó a contestar, con sequedad, que se había entretenido platicando con algunas amistades hasta tarde.

Llegaron a la dirección indicada y la pasajera le dijo que la esperara, asegurando que no tardaría. Pasó un buen rato y la mujer salió ya más tranquila. Se subió al coche y, amable, le solicitó al conductor que la dejara en el mismo sitio donde la había recogido. 

Cuando la pasajera quiso saber el costo de los viajes y el taxista respondió el precio, ella le dijo que en ese momento no tenía dinero, pero que a la mañana siguiente pasara por su casa para que el esposo pagara. El chofer accedió, por lo que la señora le entregó una tarjeta con el domicilio apuntado y se despidieron. 

Al otro día, el dueño del taxi se presentó a cobrar sus servicios en la calle y número anotados. Tocó la puerta y salió el marido de la misteriosa dama de la noche anterior. Cuando el conductor informó los motivos de su visita, el esposo no se sorprendió y le reveló con tristeza en la mirada que no era el primer taxista que iba a verlo por la misma causa, ya que su señora recurría a ellos para buscar ayuda. Terminó confiándole que la esposa había muerto varios años atrás de una pulmonía fulminante, en la casa materna de la calle Altamirano y en un frío mes de diciembre. Por eso, la pobre no dejaba de penar ni de molestar a los choferes de taxis. 

Cuenta la leyenda que este chofer tuvo suerte, porque muchos otros que no aceptaron que les pagara el esposo, tuvieron muertes terribles.

El Perro de Rojano

Hace muchos años vivía una viejita en el callejón de Rojano. Todas las mañanas acostumbraba ir a misa de Catedral a las siete, acompañada de su perro. Mientras ella estaba en la iglesia, el animal, fiel a su ama, esperaba en la puerta a que ésta saliera para regresar juntos.

Un día, los vecinos hallaron a la anciana sin vida en una esquina, y a su lado al noble guardián. Aseguran que la mataron para robarle un valioso collar de perlas. Dicen que los ladrones iban vestidos con sarapes y que huyeron heridos por las mordeduras del perro.

Después del sepelio, el animal acudió a su tumba durante mucho tiempo. Allí se quedaba echado, sin comer, ni beber, incluso cuando alguien le arrojaba algún mendrugo. Luego regresaba al callejón de Rojano por las noches y comenzaba a aullar sin cesar. Los vecinos, perturbados en su sueño por los lastimeros aullidos, le tiraban piedras y palos para que se callara, pero sin lograrlo. 

Cuentan que, además, se volvió muy peligroso, pues atacaba a las personas que transitaban por ahí vestidas con jorongo o cubiertas con sarapes.

Fue por todo esto que dos indignados hombres lo mataron pensando que así el callejón se libraría del molesto perro. Sin embargo, la gente nunca pudo deshacerse de la presencia del animal, que desde entonces aparece aullando y arrastrando las cadenas con que lo mataron.

El Encanto

Se dice que en el cerro de Macuiltépetl, todos los años, el 24 de junio se produce un “encanto”. 

En cierta ocasión, un muchacho vio una puerta en la ladera del cerro. Entró y se encontró con una ciudad muy grande, habitada por muchas personas que él conocía, ¡pero que ya habían muerto!

Este muchacho pasó un tiempo agradable en compañía de esa gente, con la que platicó amablemente. Cuando se dispuso a salir, pensó que había estado un día en el interior de la cueva. Se despidió de sus amigos y se dirigió a otra puerta, que en ese momento descubrió. Al salir se sorprendió muchísimo al verse con el cabello largo, la barba crecida y sus ropas viejas. Bajó a su casa y los familiares se asustaron, ¡porque no supieron de él durante un año!

Se comenta que cuando una persona anda sola por el cerro, se le aparecen varias cosas que le llaman la atención, llevándola hacia una entrada secreta. Si este paseante no encuentra rápido la salida, puede quedarse allí por muchos años. ¡Y no todos encuentran bellas ciudades!

La Leyenda de Xallapan

Corría el año 1500. En los primeros cuatro barrios de Xallapan ya había caseríos de las distintas razas que la rodeaban, como Coatepec, Xico, Xilotepec, entre otros. Los pueblos se unían por veredas estrechas y selváticas que los comunicaban.

En ese entonces, Ahuízotl, el rey azteca, mandó a una expedición para conquistar gran parte de los reinos veracruzanos. A la llegada, los guerreros se asombraron de la gran variedad de pájaros, de coloridos plumajes, que revoloteaban sobre un lago azul. Se acercaron más, como hechizados, y recibieron una gran sorpresa al ver que el agua se convertía en un jardín con hermosas flores que jamás habían visto. En su centro se encontraba una joven vestida con un bello huipil, de quien provenían delicados perfumes. Ella los saludaba, dándoles la bienvenida y pidiéndoles que se acercaran.

Con temor y admiración, los aztecas se aproximaron a la doncella. La joven les advirtió enérgicamente que, a pesar de que los aztecas tendrían el poder: el lago y el jardín serían sitios en los que ella reinaría y a los cuales protegería por siempre. 

También añadió:

—Y, además, deben saber sobre la gran profecía: este lugar, sobre el que están parados, será el origen de una gran cultura y una importante ciudad. Ambas serán custodiadas eternamente por el Citlaltépet —el pico de Orizaba—. 

¡Y así fue como nació Xallapan!

El Callejón de Jesús te ampare

Este callejón es muy famoso por la leyenda que estás por leer. En la actualidad se llama Cuauhtémoc, pero su antiguo nombre proviene de esta historia de la época colonial, de cuando Xalapa era una villa.

Se cuenta que una familia llegó de España con una joven de diecisiete años. Se trataba de una bella muchacha, que al poco tiempo se hizo novia de un estudiante xalapeño. El prometido, un año mayor que ella, tenía permiso de los padres para visitarla formalmente. Cada noche, Cosme de Taboada —que era su nombre— iba a verla para platicar a través de las rejas del balcón.

Un día nublado y de incesante lluvia, un viejo ebrio pasó junto a la ventana de la casa. Este hombre estaba resentido por la muerte de su esposa, por lo que, al ver la dicha de los enamorados, le vinieron oscuros deseos de matar.

La pareja platicaba sobre sus proyectos de matrimonio a través del enrejado, sin darse cuenta de nada más que no fueran ellos. El muchacho, apoyado en los barrotes, no vio al agresor acercarse y sacar una navaja del cinturón. 

De pronto escuchó un grito: ¡fue de su novia a la que estaban atacando! El desgraciado le enterró su navaja varias veces antes de que pudiera reaccionar. Cuenta la leyenda que ella sólo pudo decir:

—¡Cosme, que Jesús te ampare!

Desde entonces, el pueblo comenzó a llamar a ese lugar: El Callejón de la muchacha de Jesús te ampare. Más tarde, la frase se redujo a: Callejón de Jesús te ampare.

No se sabe qué pasó con Cosme o con el ebrio asesino, pero lo que sí conocemos muy bien es que el espíritu de ella sigue rondando el callejón. Es por eso que muchos pasan por ahí para que el alma pura de la muchacha los bendiga con aquellas palabras poderosas:

—Que Jesús te ampare.

La Enanita del Clavo 

Hace mucho tiempo, por el camino antiguo a Naolinco, vivía sola una mujercita como de 40 años. Los pocos vecinos que por ahí habitaban, la veían con malos ojos.

En cierta ocasión, la enanita se hirió la planta del pie con un clavo oxidado, lo que le ocasionó una tremenda infección. La pobre no tuvo dinero para ir al médico y sólo se alivió con remedios caseros, pero al final perdió la vida.

Pasados los años, cuando el vecindario había construido más viviendas, unos niños jugaban todo el tiempo en el lugar donde la señora bajita murió. Una tarde, los pequeños vieron, detrás de un árbol, asomarse a una niña vestida con ropa de adulto. Los asustó tanto, que se pusieron a temblar y a llorar fuertemente.

Su mamá fue a ver qué sucedía y atendió los lloriqueos. Los hijos le contaron lo que se les había aparecido; pero la señora no se preocupó, pues pensó que podía tratarse de cualquier niña que quería espantarlos.

Al otro día ocurrió lo mismo. Fue cuando la señora decidió esperar a la persona que estaba molestando a sus chiquillos.

En un principio, la mujer vio que una niña sacaba la cabeza detrás del tronco y volvía a esconderla. La madre se dirigió enojada y dispuesta a reprender a la pequeña. Ella fue la que se llevó el mayor susto cuando reconoció a la enanita que se había muerto hace años, y a la que nadie le prestó ninguna ayuda.

La mujercita la miró amenazante, lo que hizo que la señora regresara a su casa y narrara inmediatamente a los vecinos lo que había visto. Todos decidieron vigilar a sus hijos y hacer que jugaran cerca de sus casas. Claro, todos tenían miedo de que la enanita se vengara de todos ellos por su desinterés y maldad.

Por desgracia, sus cuidados no sirvieron de nada. Cinco niños, de diferentes familias, al poco tiempo enfermaron por herirse la planta del pie con un clavo. Unos murieron de gangrena y otros de tétanos. 

En las noches todavía se escucha una risa muy curiosa. Todos saben que es la enanita que está entre feliz por vengarse una y otra vez, pero muy triste, porque ella quería seguir viviendo.

El Carnero

Hace muchos años existían numerosas veredas para llegar a Xalapa. A una de ellas la llamaban Camino de San Pablo, por el antiguo rumbo a Naolinco. 

Una tarde caminaba por ahí un matrimonio que quería llegar pronto a la ciudad, porque ya iba a caer la noche y estaba a punto de llover. 

De pronto tuvieron que detenerse pues, cerrándoles el paso, ¡se apareció un enorme carnero blanco! La pareja hizo todo lo posible por ahuyentarlo, sin embargo, no lograron que el animal se moviera ni siquiera un poco. Lo espantaron con ramas, le arrojaron piedras y, desesperados, ¡hasta se animaron a empujarlo!

El señor, muy molesto, sacó su machete y le dio dos golpes en forma de cruz al carnero, ¡que al instante se transformó en un hombre! Se quedaron sorprendidos cuando vieron las profundas heridas en forma de cruz en uno de sus costados. 

Aquel extraño ser no dijo nada, pero bajó la cabeza en señal de agradecimiento y desapareció, dejándoles libre el paso. La pareja piensa que con esa señal de la cruz rompieron algún tipo de maleficio. Lo único que ellos dos saben en realidad, es que jamás volverán a pasar por ahí.

La Virgen del Zapotito

En la esquina que forman la Avenida Mártires del 28 de agosto y el Boulevard Adolfo Ruiz Cortines, se encuentra un árbol de zapote blanco. La gente cuenta que, hace algunos años, en el tronco se apareció la Virgen de Guadalupe. Por eso, cada año, el 12 de diciembre se celebraba una concurrida feria que llegaba a abarcar todo el contorno del lugar.

Los fieles venían de lejos a adorar aquella imagen que había logrado tanta fama. Se rezaba y hacían las mandas en un jacal que los vecinos construyeron junto al zapotito, el cual estaba lleno de cuadros y estampas de la Virgen. 

Pasado el tiempo, el oratorio se hizo más importante que el árbol, por lo que se remodeló el jacal y se levantó en su lugar una capilla. A ese sitio, Xalapa lo llama: La Virgen del Zapotito.

Aquella feria poco a poco perdió importancia, hasta que hoy en día, la capilla construida en honor a la Guadalupana es casi ignorada en la fecha de la Santa Patrona. Sin embargo, para los vecinos de la Ferrer Guardia, lo ocurrido será siempre un milagro.

Dicen algunos vecinos que desde que se perdió la costumbre de adorarla, aquella imagen se ha hecho más milagrosa, pero que, por alguna razón, sólo les cumple a los vecinos de la zona, tal vez en agradecimiento por lo mucho que la han cuidado.

El Callejón De la Calavera 

Cerca del Parque de Los Berros hay un callejón empedrado que los xalapeños llaman: De la Calavera. Cuentan que allí vivía un matrimonio que se llevaba muy mal por el alcoholismo del marido.

Una noche, éste llegó, como siempre, borracho a su casa. Ahí lo esperaba enfurecida su mujer por ciertos rumores que le habían llegado sobre su infidelidad. Cuando el esposo le pidió de cenar, ella lo atendió de mala gana y le dijo que mejor se fuera a dormir.  

Al dar los primeros ronquidos, loca de celos, la mujer se fue al patio a buscar un hacha. Regresó con la obsesión de cortarle la cabeza, ¡y así lo hizo! 

Entre las cobijas llenas de sangre, dijo en voz baja:

—Ya pasaste de tus “sueñitos” al sueño eterno.

Con frialdad, envolvió la cabeza en una manta y la guardó en un tenate (canasta) con cal. Después lo metió debajo de la cama y enterró el cuerpo en medio de la pieza.

Pasados unos días, y como los vecinos no veían a la pareja, avisaron al propietario del patio que nadie salía del cuarto. Éste fue a tocar y como nadie le abrió, avisó a la policía. Al llegar ésta, y después de una minuciosa revisión, encontró el tenate con el cráneo y el cuerpo sepultado, pero ya en estado de descomposición.

Este crimen es el motivo para que se conociera a la calzada como Callejón De la Calavera, pero esto no es todo, pues se sabe que la mujer fue a la cárcel y que ahí murió. El espíritu del borracho infiel sigue buscando a su esposa para vengarse, y es por eso que le avienta su fantasmagórica cabeza a todos los que pasan por ahí, con la esperanza de atinarle alguna vez a su asesina.

La Llorona xalapeña

En Techacapan —ahora una parte de Xalapeños Ilustres—, existían unos lavaderos públicos donde las mujeres iban desde las cinco de la tarde hasta las once de la noche aproximadamente. Los veladores se encargaban de cuidar las calles del barrio y de advertir a las lavanderas que a veces se aparecía una mujer pasada la media noche, por lo que no debían quedarse hasta esa hora.

En cierta ocasión, ya eran casi las doce y una señora se encontraba todavía ahí. Estaba muy apurada, tratando de terminar su trabajo. El vigilante se le aproximó para recordarle que se venía la hora siniestra. Ella comenzó a guardar sus cosas con toda prisa para abandonar el lugar lo antes posible.

Cuando el sereno terminó su habitual ronda, notó que había otra persona, inclinada, de aspecto misterioso, restregando su ropa en uno de los lavaderos más apartados.

Se le acercó para decirle que ya era demasiado tarde para estar ahí. Ésta no hizo ningún caso a la advertencia, por lo que el velador, un poco insistente, se colocó junto a ella para explicarle que no debía permanecer más tiempo allí. 

Ella volteó y, al verla el guardia, se llevó un gran susto cuando se dio cuenta de que no tenía rostro y entre sollozos gritaba: 

—¡Ay mis hijos!

El vigilante salió corriendo y logró contar esta historia de La Llorona Xalapeña. Por desgracia, al día siguiente murió. Los doctores dicen que tenía inundados los pulmones de agua, como si hubiera muerto ahogado. La gente sabe que, en realidad, fue la mujer aquella quien lo asesinó del susto.

La maldición de Xalapa

Cuando Xalapa era todavía un poblado, sucedió un hecho alarmante que muchas personas recuerdan y que fue transmitido de generación en generación. 

Juan Tépach era un honrado campesino que vivía en las afueras de la población. Cierto día caminó hacia la catedral para pedirle al sacerdote que lo ayudara. Él quería que lo acompañara a su casa para bendecirla, porque estaba embrujada. El cura preguntó a Juan más detalles acerca de lo que ocurría, a lo que el hombre respondió:

—Padrecito, allá en la milpa hay un montón de piedras. Ahí, en las noches, se escuchan horribles quejidos. La gente que pasa por allí se espanta. Algunos hasta dicen que los persiguen durante un rato. Por si esto fuera poco, ¡se ven sombras monstruosas saliendo entre las piedras!

El padre acompañó a Juan hasta su casa. Cuando entró, empezó a rezar y a salpicar agua bendita por todos lados. Al salir se acercó a la pila de piedras, rociándolas en abundancia. De pronto éstas se apartaron con un gran estruendo y dejaron ver a un ser diabólico al que le brillaron los ojos como brasas y tenía cubierto el cuerpo de un largo pelo negro. El párroco se quitó con rapidez el cordón de la sotana y golpeó con fuerza a la bestia. En esos instantes, la horrorosa criatura dijo con furia. 

—Yo los maldigo —expresó con voz de hombre y mujer al mismo tiempo—. ¡Xalapa morirá por falta de agua! 

Y desapareció metiéndose otra vez entre las rocas.

El campesino y el cura pudieron salvarse, pero lo más importante es que lograron contar lo que vivieron. Es por eso que los habitantes de Xalapa son tan cuidadosos con el uso del agua, pues saben que, todos juntos, pueden romper la maldición de aquella horrible criatura.

Xallac

La exuberancia de flores, frutos, árboles y fauna le proporciona a Macuiltépec un paisaje envidiable que lo convierte en un pequeño paraíso. 

Se sabe que, en este lugar, hace mucho tiempo, antes de la llegada de los españoles, había una laguna en los bosques del cerro. Ahí vivía una tribu teochichimeca a la que pertenecía una doncella, enamorada del sitio. La joven solía dar largos y fascinantes paseos entre las numerosas veredas. La cautivaban los sitios frondosos, embellecidos por el color y el perfume de las flores.

La felicidad de la muchacha terminó con la primera invasión de los mexicas para conquistar la región de Xallapan. El pueblo teochichimeca se vio obligado a retirarse y buscar otros lugares para levantar nuevamente sus caseríos. La única que no quiso abandonar el cerro y escapó hasta lo más recóndito del monte, fue Xallac, a quien su raza la consideraba la joya más preciada entre los habitantes, por su belleza y la sabiduría que tenía en plantas y animales, a los que amaba profundamente.

El pueblo, al darse cuenta de su ausencia, la buscó por todos lados sin poder encontrarla. Los mayores decidieron irse sin ella, abrumados por los constantes ataques del enemigo.

En un principio, la joven vivió aterrada en la soledad de los escondites, sin embargo, su temor se calmó por ser amiga de los animales y convivir con ellos. ¡Hasta los más feroces la querían y cuidaban! 

Aunque al comienzo su desafiante actitud le sirvió para resistir su gran nostalgia, al poco tiempo una profunda tristeza se apoderó de Xallac, por lo que lloraba día y noche sin parar.

Ya nunca más se supo de ella y hasta hoy, los que decoran esta historia creen que se deshizo en su propio llanto. Sus lágrimas se convirtieron en lagunas y éstas en manantiales, ¡justo los manantiales de los que brota el agua para la ciudad! 

El oro y la arena

En el Macuiltépetl —o Macuiltépec como lo vimos en la leyenda anterior—, tiene una gran cantidad de laberintos, pasillos y jardines. Se cuenta que en uno de ellos hay una cueva que puede enriquecer a los que logran entrar y salir de ella. Para mala suerte de los interesados, ésta sólo se deja ver un día al año.

Cierta vez, una señora muy pobre caminaba por el cerro. Era la mañana del 24 junio. La mujer iba preocupada pensando cómo alimentar a su pequeña. Se sentía muy fatigada y se detuvo a descansar bajo un árbol. De pronto, enfrente de ella vio una cueva, se levantó rápidamente y entró. ¡Ahí había muchísimo oro! 

Eufórica y astuta, decidió esperar hasta el anochecer para que nadie pudiera robarle. Cuando quiso llevárselo todo, le resultó imposible, porque estaba con la niña. Decidió hacer dos viajes, dejando a la criatura en la cueva. Al regresar, recorrió el sitio de arriba abajo, ¡sin encontrar ni la entrada, ni a su nena!

Transcurrió el tiempo, 364 días para ser exactos. La mujer caminaba diariamente el cerro sin poder encontrar la maldita cueva. 

Llegó el día de San Juan y la señora, como siempre, fue a buscar a su hija. Esta vez volvió a ver la gruta. Entró ilusionada para rescatar a su pequeña, quien estaba jugando. La madre la cargó y de inmediato se retiró con ella tomando más dinero. Cuando salieron, y les dio el sol, la chiquita se desmoronó en la arena.

La lavandera nocturna

En los años cuarenta, Xalapa era aún una ciudad pequeña con pintorescas casas de tejas y macetas en los balcones. Era común que las mujeres lavaran en lugares públicos, donde se entretenían contando historias de la vida propia y la ajena. 

Acostumbraban, también, dejar ropa tendida al sereno para blanquearla. 

Cierta vez, en los lavaderos de la avenida Ruíz Cortines, sucedió algo insólito: las prendas puestas a la intemperie desaparecieron noche tras noche. Las vecinas reclamaron enojadas los robos al velador, exigiéndole que cuidara sus pertenencias con mayor atención.

El policía, alertado, extremó la vigilancia para atrapar al responsable. Una noche, vio a una mujer de blanco, con el cabello enmarañado sobre la espalda, cubriéndole un costado de la cara, que restregaba furiosa una sábana, entre pilas de ropa. Al guardián lo desconcertó la violencia con que enjabonaba y golpeaba la ropa. 

Se acercó extrañado hasta el lavadero para advertir a la señora que ésas no eran horas de estar trabajando. Le tocó el hombro y le dijo: 

—¿Por qué está levantada a las tres de la madrugada? Es muy tarde ya. Vaya a su casa y acuéstese.

Ella no respondió nada y continuó con su obsesiva tarea. El guardia insistió:

—Señora, ¿está sorda? Termine de lavar mañana.

Molesta por los regaños, la lavandera volteó, se acomodó el pelo hacia atrás y le mostró una horrible y sudorosa cara de caballo, con ojos que lloraban. El hombre se quedó congelado del miedo y sintió como si el cuerpo entero se le electrizara. 

Entre relinchos y gemidos, la espeluznante criatura exclamó:

—¿Y qué? ¿Está usted mudo?

Después se escabulló por los fregaderos y tomando una ladera como resbaladilla, enfiló para el arroyo. Cuando sólo se veía una mancha blanca flotante, un grito retumbó desde lo lejos:

—¡Ay, las ropas!

Al día siguiente, las vecinas le preguntaron al velador si había averiguado algo sobre el misterioso ladrón, porque algunas oyeron que estuvo hablando con alguien. Este respondió que sí, que una de las compañeras únicamente podía trabajar en las noches. Y no dio más detalles. 

Las señoras se enteraron que el guardia había solicitado el cambio de turno y sección. Todas fueron a pedirle que se quedara, explicándole que lo apreciaban y se habían acostumbrado a su protección. El vigilante accedió con una condición: 

—Está bien, pero no dejen nunca más la ropa al sereno. Esa lavandera nocturna cree que ustedes no han podido con el trabajo y viene con la intención de ayudarlas.

—¿Y eso es malo? —contestaron ellas pensando que ahora podrían lavar menos.

—No tienen idea —dijo el guardia, quien no quería contar nada de lo dicho.

Esto pasó durante mucho tiempo, pero llegó la época de las lavadoras eléctricas, por lo que la mujer caballo dejó de aparecerse. 

La mujer de negro

Cuenta la leyenda que hace muchísimo tiempo, en la comunidad de Naranjillo, vivía una hermosa joven huérfana a la que recientemente se le había muerto su madre. La muchacha se quedó sola con sus hermanitos dentro de la casa donde había sido feliz con ella. Estaba muy triste. Los únicos momentos que se sentía mejor eran las noches en las que se encontraba a escondidas con su amante.

Un día, una vecina del pueblo fue a buscarla para decirle aterrorizada que ella y algunas personas de la comunidad se habían encontrado con su madre en el camino del Barrial, ubicado en los alrededores de Naranjillo. La joven no le creyó y sólo mostró una melancólica sonrisa. Le contestó que no era posible, porque su madre ya estaba muerta y había sido enterrada.

Pasaron los días y los vecinos del pueblo continuaban encontrándose con la mujer de vestido negro y apariencia sucia que deambulaba por el camino. Las personas trataban de averiguar quién era esa señora tan parecida a la difunta, pero nunca contestaba las preguntas que la gente le hacía.

La misma vecina regresó a la casa de la joven para volver a decirle que tenía que ver a la señora de negro, porque estaba segura de que era su mamá. A lo que le volvió a contestar que no era posible.

Una mañana, la joven caminaba por la calle con mal aspecto debido a la desvelada del encuentro con su amante. De pronto, se encontró con una señora que le dijo, con voz fuerte, que dejara de verse a escondidas con un hombre casado y cuidara bien a sus hermanitos, así el alma de su madre dejaría de andar vagando en pena.

La joven se sintió mal por lo que la mujer le dijo y decidió ir al camino del Barrial a ver si era cierto lo que decían. Efectivamente, ¡se trataba de su madre! 

La muchacha vio cómo la mujer de negro comenzó a llorar al verla sin decir nada, aunque inmediatamente se dio cuenta que ella sabía lo que estaba haciendo.

La mujer de negro se tranquilizó y caminó hacia el lado contrario del camino hasta perderse, dejando desconcertada a la joven, quien sintió la súplica en el llanto de su madre, por lo que inmediatamente se encaminó a la casa de su amante para decirle que ya no lo volvería a ver y que dedicaría todo el tiempo a cuidar a sus hermanitos hasta que estos pudieran valerse por sí mismos.

Se dice que después de ese encuentro, nadie en el Naranjillo volvió a ver a la mujer de negro caminando en el camino del Barrial.

La niña del Descabezadero

El Decabezadero es uno de los paisajes naturales más bellos del estado de Veracruz. Se encuentra ubicado en la cuenca que da origen al río Actopan y es un lugar que, a lo largo del tiempo, ha dado lugar a increíbles leyendas que han pasado de generación en generación, hasta nuestros días.

Una de esas historias que se han arraigado con el paso del tiempo en la zona, es la que relata la aparición de una pequeña niña en el lugar del nacimiento del río Actopan, misma que ha sido vista por diferentes testigos que han visitado y transitado por esos lugares turísticos.

Se cuenta que uno de los pasatiempos favoritos de la niña era bañarse en las transparentes aguas de este río, pero que en una ocasión que quería ir a disfrutar de las aguas cristalinas del Descabezadero, su madre no le dio permiso, ya que precisamente ese día era Viernes Santo, por lo que la señora le indicó que, en lugar de pasear en río, tendrían que ir a la iglesia.

La hermosa niña se sintió muy triste cuando su madre le negó el permiso, por lo que, contrariada, tomó la decisión de desobedecer a su mamá y salió de la casa, a la cual nunca volvió.

La gente del pueblo buscó durante mucho tiempo señales de la pequeña, pero no encontraron rastros de ella, lo que dejó en la más completa desolación a sus padres, quienes hicieron todo lo posible por encontrar una respuesta a la desaparición de la menor, aunque finalmente tuvieron que resignarse a la pérdida de su pequeña hija.

Desde entonces se dice que, en determinadas fechas, algunas personas con suerte la han visto a la orilla de la poza cristalina del “Descabezadero”, mojando sus cabellos rizados con una bandejita; y cuentan que cuando menos se lo imaginan, desaparece del lugar sin dejar rastro.

Leyenda de la mano

Esta leyenda es popular por la zona de Zongolica y se dice que fue un hecho acontecido en la década de los setentas del siglo pasado. 

Cierto día, se encontraban jugando unos niños en los alrededores de un río, situado por un camino que conduce al poblado Paso de Águila.

Los pequeños se encontraban metidos de lleno en su juego cuando, de pronto, uno de ellos gritó que había una mano en el puente. Los demás voltearon hacia donde señalaba el menor y, con gran asombro, vieron una mano parada sobre sus dedos cerca del puente de madera que cruzaba el río.

La mano realizó varios intentos por cruzar el puente, pero no lo logró porque éste era demasiado alto para su tamaño. Los niños, con la cara llena de terror, salieron corriendo en dirección a sus casas para contarles a sus padres lo que habían visto sobre el río.

Se dice que los padres, preocupados, acudieron a las autoridades policiacas a contarles la historia de los niños. Los policías, con cierta incredulidad, se trasladaron al lugar donde, con terror, pudieron darse cuenta que la historia de los infantes era cierta, ya que pudieron ver a la mano que continuaba en su intento por cruzar.

Los oficiales, llenos de miedo, tomaron la curiosa extremidad superior y la colocaron dentro de una caja de zapatos, para trasladarla a la cárcel municipal, donde fue dejada hasta el otro día, en que llevarían a cabo las averiguaciones del hecho.

Grande fue la sorpresa cuando, a la mañana siguiente, fueron a buscar la mano y descubrieron que no estaba dentro de la caja de zapatos, por lo que se comenzó a investigar qué había sucedido.

Nunca se supo qué pasó. Tampoco se pudo saber si la mano era real o producto de la imaginación colectiva; pero el hecho ha trascendido con el paso de los años como un misterio que hasta la fecha no ha sido resuelto.

Hasta la fecha se sigue diciendo que la mano se ve de vez en cuando, sobre todo, cuentan que se te echa encima cuando tienes un verdadero problema.

Leyenda de la sirena

Se dice que hace muchos años, cuando todavía no se conocían los drenajes y llovía poco, el arroyo conocido como El Plantel, que se encuentra por un camino cercano a La Técnica, nombre con que se conoce a la escuela secundaria en la actualidad, se inundaba porque no había desagüe.

Nadie quería hacer sus parcelas por esos rumbos por temor a perderlas. Es por esto que los dueños de esos terrenos se dedicaban a la pesca en esa época del año.

Entre la población empezó a correr la voz de que allí se podían encontrar camarones, mojarras y tortugas en grandes cantidades; pero la corriente era tan fuerte que los niños tenían que asistir acompañados de sus papás y así evitar algún accidente.

Dicen los que vivieron en aquella época que no cualquiera se animaba a ir, porque allí se encontraba una sirena que aparecía a medio día, por tanto, debían saber la hora en que no estaba para acercarse.

Una familia de pescadores tuvo la idea de asistir por la tarde al arroyo. Para sorpresa de todos los pobladores, en la noche regresaron al pueblo con un enorme cargamento de pescados de gran tamaño. De inmediato se corrió la voz y algunas personas fueron a comprar estos productos, pese a que era muy tarde y no había energía eléctrica.

A los pocos días volvió a suceder lo mismo, pero ahora los pescadores llegaron con muchos costales de pescados, camarones y tortugas. Tanta fue la cantidad, que sus ventas fueron las más grandes en la historia en el sitio.

Como siempre ocurre en estos casos, los vecinos se preguntaban con envidia:

—¿Cómo harán estos pescadores?

Entonces corrió el rumor de que se habían enfrentado a la sirena, y, en recompensa, este ser fantástico los había llevado al lugar donde se encontraban las mejores especies de pescados y mariscos.

Dicen que la sirena les concedió el favor para que los pescadores tuvieran dinero suficiente para las ferias del pueblo que, como se sabe, se celebran en el mes de mayo y septiembre en honor de San Miguel Arcángel.

Fue tanto el fervor que despertó este fenómeno, que se llegó a comentar que uno de los pescadores se convertía en algún animal salvaje, conocido como Nahual, para protegerse de otros animales. 

Debido a que en aquella época también se sabía de varias personas aprendices de magia negra, muchas otras personas pensaban que en realidad habían hecho un trato con el Demonio. 

La familia de pescadores siempre tenía suerte, por lo que empezaron a ser la discordia del pueblo, pues la gente que se acercaba a pescar por esos lugares no encontraba nada y regresaban con las manos vacías.

Comentan las pocas personas que tuvieron la fortuna de conocer a la sirena, que era como la conocemos en la actualidad: muy bonita, de cabello largo y de color como el oro y rizado, con una enorme la aleta y que, para mala suerte de los pescadores, desapareció por la envidia de la gente que no encontraba nada.

Algunos dicen que, en realidad fue un asesinato (un sirenato). Se cuenta que, presa de la envidia, un señor del barrio El Rincón alistó su rifle y se fue muy temprano para vigilar en qué momento hacía de acto de presencia. El hermoso ser apareció y el desgraciado le disparó.

El encanto de la sirena era tal, que el pobre hombre llegó a su casa muy asustado, porque nunca encontró el cuerpo de este ser fantástico y nunca pudo ver en qué momento desapareció.

Más tarde, los pobladores fueron sólo para confirmar la versión. Por desgracia, todo parecía ser verdad, pues, aunque nunca encontraron el cuerpo, la sirena nunca volvió para ayudar a la familia de pescadores, ni volvieron a escuchar sus hermosos cantos.

Pasó el tiempo y los pescadores fueron muriendo poco a poco. Algunos dicen que de tristeza, pero otros comentan que los hombres de aquella familia se convirtieron en tritones y las mujeres en hermosas sirenas.

Leyenda del burro enojado

Se dice que hace mucho tiempo, en la zona de Zongolica, apareció un burro que siempre se encontraba paseando libremente en el atrio de la parroquia del pueblo. El animal salía y recorría las calles en completa libertad, sin molestar a nadie.

El noble animalito siempre andaba solo. Llevaba puesto un mecate que arrastraba mientras caminaba, el cual estaba amarrado a su cuello. La mayor parte del tiempo el burro se la pasaba comiendo hierba en las afueras de la iglesia, o en cualquier lugar donde encontrara algo para alimentarse.

Entre la gente del pueblo corría el rumor de que la presencia del burro significaba algo malo para la comunidad, por lo que preferían no acercarse al animal, ya que decían que era un mal presagio para ellos.

Cuentan que, en una de esas ocasiones en las que el burro vagaba por el campo, se paró a comer hierba cerca del lugar donde se encontraban jugando a la pelota cinco niños, quienes, al ver llegar al animal, sintieron curiosidad y fueron hacia donde se encontraba pastando.

Los niños comenzaron a molestarlo, jalándole el mecate y picándolo con un palo que había recogido uno de los niños del suelo. Otro hasta se tomó el atrevimiento de subirse a él y, ya montado en el animal, comenzó a pegarle de patadas en los costados, hasta que uno le pegó con el palo con demasiada fuerza.

El burro, completamente enfurecido, comenzó a reparar hasta que tiró al niño que se encontraba montado en su lomo. Luego intentó empujar a los niños y meterlos en un sótano que se encontraba ubicado en medio de la calle; al no poder hacerlo, el asno corrió desbocado para introducirse en dicho sótano. Los niños, asustados, fueron a refugiarse en sus casas.

La leyenda popular de la zona dice que el burro no salió nunca del sótano. Entraron a buscarlo, pero no lo encontraron. Desde entonces, se piensa que en realidad era el Diablo quien trató de llevarse a los pequeños al infierno y por eso, en aquella zona veracruzana se suele decir:

—¡Pórtate bien, o te va a llevar el burro!

Leyenda del Perro Prieto

Se dice que, en la ciudad de Alvarado, existió un hombre que robaba y molestaba a las mujeres. Aunque nadie sabía quién era, toda la gente lo había visto y muchas personas fueron víctimas de sus fechorías. 

En cierta ocasión, los vecinos se organizaron y decidieron darle su merecido, pero esto no fue necesario, pues el hombre simplemente desapareció.

Un día, al salir una señora del mercado con sus compras, se encontró a un atemorizante perro prieto que no la dejaba pasar. Aunque no ladraba, su aterradora mirada intimidó a la mujer, la cual no se atrevió a cruzar por donde estaba parado el animal.

El hijo de la señora le sugirió que le diera un pedazo de pan, pensando que solamente se trataba de un perro hambriento. Ella sacó del morral una canilla y se la ofreció al perro, quien la tomó, pero antes de que la señora retirara su mano, ¡se la arrancó de una mordida y se fue corriendo! 

Todas las personas que acudieron al mercado y que estaba ahí se quedaron muertas de miedo, pues el lugar siempre estaba lleno de perros, pero nunca habían visto a ninguno que atacara así a una persona. Por lo menos sabemos que la señora sobrevivió al ataque.

En otra ocasión, el perro prieto se encontró con unos campesinos que regresaban de su jornada de trabajo. Los campesinos lo rodearon y quisieron acariciarlo, pero cuando se acercaron al perro, éste atacó a uno de ellos en la pierna, abriéndole una profunda herida en la pantorrilla.

La gente estaba temerosa de los ataques del perro prieto, por lo que ya no le ofrecían comida ni agua. Al perro no pareció importarle gran cosa, pues comenzó a meterse a las casas para comer y destruir todo a su paso.

Cierto día, un hombre vio al perro arruinando un puesto en el mercado. Envalentonado, tomó una vara de pirul y comenzó a golpear al perro con mucha fuerza, hasta que éste quedó tirado en el suelo y ya no pudo moverse. La gente, satisfecha con la acción del hombre, se acercó a mirar al perro muerto, aplaudiendo la valiente acción.

De repente, el perro se paró sobre sus patas traseras y comenzó a arrancarse el pellejo de la cara con sus extremidades delanteras, apareciendo, para sorpresa de todos los presentes, ¡el hombre desconocido que había desaparecido tiempo atrás! Éste se quitó de encima la piel de perro y se echó a correr ante la mirada atónita de la gente del pueblo. Desde entonces, jamás se ha vuelto a saber nada de ese extraño hombre.

Leyenda de los duendes y los chaneques

Desde hace mucho tiempo —hay registros desde la época de la conquista—, ha sido transmitida de generación en generación la fascinación por unos pequeños hombrecitos con vestimenta multicolor y grandes sombreros, con los cuales los padres calman a sus hijos cuando se portan mal: los duendes.

En la cultura popular, un duende es un ser sobrenatural que causa ruidos, trastornos y es de naturaleza malvada para los humanos. 

Cuentan las leyendas que estos diminutos seres se le aparecen a las personas jugando como niños en los campos y parajes solitarios. Se dice que, si alguien los llega a ver, sin darse cuenta desaparece del lugar y aparece desconcertado en otro sitio completamente distinto del que encontró a los seres.

También se cuenta que los duendes son traviesos, molestan a la gente y se llevan a los niños pequeños para perderlos.

En muchas historias de diferentes países se cree que a los duendes les gusta vivir en los puentes de parajes solitarios. Cuando una persona pasa cerca de ellos —por una extraña razón se siente atraída hacia estos puentes—, los duendes la atrapan y no la dejan escapar.

A los duendes no les gustan los lugares sucios, por lo que se cree que, para mantenerlos alejados de los niños, hay que ensuciar el lugar, así estos diminutos hombrecitos no se sienten tentados de entrar a la casa. Si, a pesar de todo, un duende llega a meterse, la única forma de sacarlo es gritándole fuertemente insultos o poner música muy alto, prender todas las luces y ponerse a bailar por todos los rincones de la vivienda.

En Veracruz se han visto muchas veces, por ejemplo, se cuenta que cuando llegaron los conquistadores, bajaron dos de ellos en un barco y de inmediato comenzaron a hacer fechorías. Para suerte de los mexicanos, en Veracruz abundaban los chaneques, quienes, al verlos de inmediato les pusieron un alto y les dijeron que esa era su zona de trabajo, que ya ellos estaban más que sobrados para molestar a sus humanos, y que habían visto que habían llegado unos nuevos, unos barbados y que apestaban horrible, por lo que, en adelante, también ellos, los chaneques, serían los encargados de hacerles diabluras a los no invitados.

Se dice que los duendes no tuvieron más remedio que hacer caso, pues los chaneques eran muchos y más poderosos, por lo que en Veracruz y en México se han visto pocos de aquellos seres. 

Leyenda de las langostas

Cuentan que hace aproximadamente 150 años, vivía un bondadoso muchacho que le tenía mucho amor a su madre. Como siempre sucede, cuando pasó el tiempo se enamoró de una bella mujer, a la cual le propuso casarse con él. La joven enamorada aceptó la propuesta de matrimonio y se casaron.

El joven siguió ayudando a su madre, cosa que causaba la molestia de su mujer, quien le exigía que solamente le diera dinero a ella, que era su esposa. Es por esto que el muchacho tuvo que ayudar a su madre a escondidas.

Un día, la mamá fue a buscar a su hijo para que le diera un poco de maíz para su nixtamal. Cuando la esposa se dio cuenta, su molestia fue tan grande que le prohibió terminantemente que la volviera a ayudar, a lo que el joven accedió.

Cierto día, al ir el joven matrimonio en busca de la mazorca para desgranar, se sorprendieron de que su milpa se hubiera convertido en una enorme plaga de langostas —saltamontes—, las cuales devoraron a los dos jóvenes en el acto como un escarmiento por su mal comportamiento con la madre del muchacho.

Después de que los muchachos fueron comidos por los insectos, los esqueletos fueron trasladados al pueblo para ser exhibidos. La pobre madre llorando se culpaba de lo que les había pasado a su hijo y a su nuera.

Se dice que, a partir de esto, la plaga de langostas se extendió por toda la región como nunca antes había sucedido. Era tan grande, que cuando llegaba se oscurecía la ciudad, ya que tapaba la luz del sol mientras se escuchaba como devoraba la siembra.

Algunos dicen que la madre rogó por el alma de su hijo, por lo cual, se le apareció su espíritu y le dijo:

—Madre mía, no te preocupes. Estoy en paz y vivo en el paraíso. Cuando tú dejes este mundo, me acompañarás por toda la eternidad.

—No, gracias —dijo la madre—. No quiero volver a ver a tu esposa nunca más.

—No tienes que preocuparte, madre. Esa maldita pasará siete mil veces siete mil años en el infierno por lo que nos hizo.

Y así, la mujer fue feliz lo que le quedó de vida, pues se quedó con todas las posesiones de quien fue su mala nuera.

El joven pescador

El joven Miguel era un humilde pero impetuoso pescador, el cual tenía problemas de personalidad y trataba muy mal a su madre. ¡Le gritaba y golpeaba cuando a él le daba la gana! Claro, esto hizo que el pueblo entero lo rechazara.

En una ocasión, salió a pescar con su amigo Ramiro cuando, de pronto, una extraña ave pasó volando por encima de la barcaza, muy cerca de Miguel, por lo que Ramiro le gritó: 

—¡Ave María Purísima, el Diablo te va a cargar!

El raro animal volvió a planear acercándose a Miguel y le dijo al oído: 

—El Diablo te va a cargar por tu mal comportamiento. 

Luego desapareció aquella ave del infierno, dejando a los dos jóvenes llenos de terror.

Poco tiempo después, un grupo de pescadores fueron a tirar las redes, pero, a pesar de todos sus intentos, no conseguían pescar nada. Ya era de noche cuando, repentinamente, se sintió en las redes un animal muy grande al que no podían dominar.

Con mucho esfuerzo regresaron a la orilla con la presa, pero al ser demasiado difícil de desenredar, prefirieron irse a descansar y hacerlo al amanecer del día siguiente. Cuando llegaron por la mañana a ver qué habían atrapado, se llevaron una desagradable sorpresa al encontrar las redes vacías.

Por alguna razón, con este suceso aumentaron las murmuraciones entre la comunidad de que a Miguel se lo iba a llevar el Diablo por maltratar a su madre.

Una mañana de un hermoso y soleado día, Miguel volvió a golpear a su madre. La acaba de tirar al suelo cuando, de pronto, el cielo se empezó a oscurecer debido a una fuerte y demoníaca tempestad que llenó de terror a la gente del pueblo.

Cuentan que en medio del terrible temporal que azotó la zona, alcanzaron a ver que un hombre con figura de murciélago se llevaba cargando a un joven de la comunidad. Desde ese día nadie más volvió a ver a Miguel. Dicen que su madre, cuando decían el nombre de su hijo se persignaba, pero siempre con una ligera sonrisa.

Las campanas de Chicuasén

Se dice que hace mucho tiempo, en la localidad de Chicuasén, en el municipio de Actopan, un grupo de señoras mandó construir una capilla para el pueblo, ya que su comunidad no contaba con un lugar para rezar y ellas querían ofrecérsela.

Se cuenta que las damas estaban preocupadas porque no tenían campanas para los llamados al pueblo, por lo que, pese a su marcada religiosidad, hicieron un pacto con las fuerzas del mal, ¡lo que las convirtió en brujas! Fue así como lograron volar a España para traer las campanas con la intención de colocarlas en su lugar la noche del 24 de junio, antes de la medianoche.

Por alguna razón desconocida no regresaron a la hora señalada, rompiendo el pacto que habían realizado con el mal.

Jamás se supo nada más de las mujeres, pero se dice que las campanas fueron depositadas en una cueva en un cerro muy cerca de la comunidad de Chicuasén y que, por esa razón, en ciertos días, se escucha a lo lejos el repiqueteo de campanas de terrorífica resonancia.

Esto ha hecho que muchos viajeros, impulsados por la curiosidad, penetren en la cueva donde se encuentran depositadas y jamás se les vuelva a ver. La leyenda dice que quedan encantados con el brillo y el repique de las campanas del cerro por el resto de sus vidas y que, tal vez, eso fue lo que les sucedió a aquellas mujeres que se convirtieron en brujas.

El Templo de la Merced

Ubicado en lo que ahora es la calle de Esteban Morales, hasta la calle de Melchor Ocampo, el templo de la Merced estuvo consagrado a la práctica fiel de la religión católica por parte de monjes que lo habitaron durante muchos años.

La leyenda dice que muchas personas ven pasearse a los espíritus de los monjes después de la media noche en las calles de Francisco Canal con Independencia, en el corazón del puerto de Veracruz.

Uno de los monjes que habitaba aquel sitio, de nombre Fray Francisco, tenía la costumbre de brincar los muros elevados del templo para salir a caminar entre la gente. Entre aquellas personas de la época, llamaba la atención una mujer morena, de gran belleza, facciones finas, ojos grandes y expresivos, labios carnosos, y sonrisa hermosa.

Aquella joven era a la que el monje visitaba por las noches y de la que la gente murmuraba. Sólo que aquel encuentro entre el monje y la mujer intentaba resguardarse como el más celoso secreto, por lo que el religioso acudía cubierto con un enorme sombrero de ala ancha.

Cuando el monje supo del interés de las personas por saber de quién se trataba aquel misterioso personaje, se alejó poco a poco de la mujer.

Las visitas, cada vez más lejanas, ensombrecieron el rostro y el alma del religioso, que pronto se sumergió en una penumbra. ¡La vida se volvió un oscuro tormento para él!

Leonor, que así se llamaba aquella morena, había quedado embarazada mientras la gente se preguntaba una y otra vez, quién era el hombre que la abandonaba a la espera de un hijo.

Llegado el tiempo, aquella nueva vida llegó a este mundo sin un padre que velara por sus días. La noticia del nacimiento de aquel niño pronto llegó a los altares del templo. La vida en el convento, para el monje, era cada vez más triste y sombría.

Decidido a buscar a Leonor y a su pequeño hijo, salió a la calle. Apenas había dado unos pasos, cuando el destino le regaló la sorpresa de encontrarse de frente con Leonor.

Por su sangre corrió un torrente de lava. El deseo de besarla se apoderaba por instantes de su voluntad y de su pensamiento. Para su mala suerte, en aquel momento vestía la ropa clerical, lo que le impedía satisfacer sus deseos de hombre enamorado.

Hizo el intento de llamar a Leonor, pero ella lo rechazó al tiempo que le aseguró que nunca tuvo un hijo y que era ya mujer de otro hombre. Una sacudida en todo su cuerpo estuvo a punto de provocar el desmayo de Fray Francisco, pero se sostuvo de pie gracias a su deseo de investigar el lugar donde se encontraba su hijo.

Al investigar supo que aquel niño vivía con una familia a la que había sido regalado y que tenía su hacienda cerca de Medellín. Hasta aquel lugar llegó el monje para encontrarse con el niño, ya de diez años. El pequeño se llamaba Javier y desconocía los nombres de Leonor y Francisco, los padres que lo habían engendrado.

La sombra de la tragedia volvió a aparecer en la vida de Fray Francisco y, víctima de una profunda depresión, cayó en las garras de una locura que lo fue aniquilando poco a poco. Pronto apareció con su ropa clerical deambulando por las calles de Veracruz. 

Cuenta la leyenda que sólo alcanzaba a balbucear el nombre de Leonor y Javier. Al poco tiempo apareció muerto en las puertas del convento ante el asombro de otros monjes, quienes pronto comprendieron la inmensa tragedia que había cobrado la vida de este religioso.

Desde entonces, por las noches tibias del puerto de Veracruz, se ve caminar una sombra con vestimenta propia de los monjes de la época. Luego se escucha una voz melancólica y triste que dice los nombres de Leonor y Javier.

La bruja de la Huasteca

Se dice que en el pueblo de Copaltitla, al inicio del siglo XX, existió una mujer llamada Marcelina, de la cual se cuenta que tenía la facultad de transformarse en animal por las noches.

Marcelina tenía escaso cabello, uñas largas, grandes orejas y un color muy pálido en la piel, lo que le daba una imagen terrorífica. Para convertirse usaba polvos y brebajes, los cuales también utilizaba para dormir a su esposo y de esa forma tenerlo dominado.

La mujer llevaba a cabo un extraño ritual, justo a la medianoche, en el cual rociaba aguardiente con la boca y ahumaba con copal todo el lugar donde vivía, al mismo tiempo que decía oraciones con una voz extraña, encendía fuego en el piso y se ponía a saltar de un lado a otro.

Después de un rato, la mujer comenzaba a embarrarse ceniza húmeda en las rodillas hasta que se le desarticulaban sus extremidades y se quedaba sin rodillas y pies; luego le crecían unos grandes colmillos y la boca se le transformaba en hocico; por último, le brotaban unas alas negras y grandes en la espalda. Una vez transformada, la mujer salía volando en busca de niños para chuparles la sangre.

Así transcurrió el tiempo hasta que, en una ocasión, el esposo de Marcelina, al regresar a su casa más temprano para sorprender a su mujer, brincó la cerca y se asomó por la ventana. Fue cuando descubrió a su esposa saltando delante del fuego y transformándose. Así comprendió que ella era el extraño ser que tenía atemorizada a la población.

Al ver esto se llenó de rabia, porque ella había llorado mucho tiempo la pérdida de sus tres hijos, y ahora se daba cuenta que los había matado.

Indignado, observó pacientemente todo el ritual que realizaba Marcelina y, una vez que se fue, dejando vacío el jacal donde vivían, tomó las rodillas de su mujer y corrió rumbo a la sierra y las enterró. Después regresó a su hogar y le prendió fuego.

Cuando volvió la bruja, desesperada intentó apagar el fuego para poder encontrar sus extremidades, cosa que nunca logró, por lo que se quedó convertida en un animal hasta que se enfermó de tristeza y murió.

Se dice que el alma de la bruja se encuentra penando por los montes y pueblos de los alrededores, también se piensa que revive en los cuerpos de los brujos y brujas durante el mes de marzo, por lo que todavía hay que andar con mucho cuidado.

El hombre de la larga cabellera

Se dice que, en el año 1200, existió en una aldea de la Huasteca Veracruzana llamada Xonkatlán —lugar de grandes cabelleras—, un extraño hombre con aspecto de animal, el cual era confundido con las mujeres del pueblo por su cabello largo.

Esta aldea estaba gobernada por Tezitlal —estrella de piedra—, y estaba situada en las orillas de la sierra de Kotontepetl, la cual se encontraba dominada en ese entonces por el reino de Tomiyahuatl.

El hombre vivía en lo profundo de la selva. Fue un sobreviviente de la matanza de varones que realizaron las satánicas guerreras huastecas y juró vengarse de los hombres del pueblo.

Esta persona tenía la habilidad de bajar al pueblo, sin que nadie lo notara, y llevarse a una mujer a la cueva donde vivía. Ahí la atacaba para después matarla. Después le cortaba una parte de su cuerpo como trofeo e iba por otra mujer al pueblo, dejando a la muerta en su lugar.

Las guerreras se encontraban desesperadas por no poder descubrir al asesino a pesar de las muchas trampas que le dejaban. Fue hasta que una madrugada, en el momento en que el extraño sujeto cargaba con otra de sus víctimas, cuando de pronto cayó un rayo, con su estruendo en medio de la lluvia, que despertó a las guerreras, incluyendo a la que llevaba en sus hombros, la cual lo sujetó para que finalmente las demás lo atraparan.

Las mujeres realizaron un rito con danzas y fuego, en el cual destrozaron al hombre, arrancándole los ojos y las uñas de las manos y los pies; luego lo desollaron y finalmente se lo comieron para así poder tener una vida más tranquila.

En la actualidad se cuenta que, en algunas ocasiones, al andar por los caminos de la sierra, algunos transeúntes han podido distinguir la imagen de ese hombre cargando a una mujer, lo cual llena de temor a los habitantes de los pueblos aledaños.

La flauta y el tambor

En una majestuosa montaña situada en un despoblado lugar de la sierra de la Huasteca, en el municipio de Ixhuatlán, en 1965 les sucedieron cosas extrañas a las personas que transitaban por esos caminos llenos de hermosos paisajes, elevadas montañas, verde follaje y con un caudaloso río que cruzaba el llano.

Se dice que cuando a la gente que caminaba por esos pasajes se le hacía de noche, alcanzaba a escuchar, a lo lejos, el sonido de la música de un tambor y una flauta proveniente de la más aterradora oscuridad.

Los andantes, llenos de temor, continuaban su camino sin lograr distinguir a los músicos que entonaban las misteriosas canciones. Estos hechos ocurrían siempre unos días antes de la llegada de las celebraciones de los carnavales de los diferentes pueblos de la zona.

Muchos testimonios coinciden en que la música se escuchaba por un breve momento y se detenía, pero al avanzar un poco más, volvían a escucharse los misteriosos compases rítmicos y melódicos del tambor y la flauta.

Con el paso de los años, este solitario lugar de la huasteca comenzó a ser poblado por personas que arribaron para establecerse en las faldas de la montaña, dando vida a los pueblos de Tecomate de Beltrán y Gral. Felipe Ángeles.

Dentro de la cultura de estos nuevos pueblos, una de las fiestas más importantes ha sido la celebración del carnaval, la cual tiene por objetivo que el bien y el mal se encuentren en armonía, que el mal no traiga desgracias a la población, y que el bien los llene dicha, prosperidad y suerte en las cosechas de la comunidad.

Esta fiesta tradicional utiliza, como sus principales instrumentos musicales de celebración, la flauta y el tambor, y se cree que las apariciones de la festiva y extraña música que se escuchaba en aquellas solitarias noches en la montaña, era un presagio del nacimiento de esas comunidades.

Ahora ya nadie le tiene miedo al lejano sonido del tambor, es más, hay quienes han ido a buscarlo para unirse al carnaval.

El puente de Metlac

En el puente localizado en la carretera Córdoba-Orizaba han ocurrido fatales accidentes y suicidios llenos de misterios. Se cuenta que, en una de esas ocasiones, un matrimonio viajaba con sus hijos de regreso a Orizaba en su automóvil, después de unas vacaciones en la ciudad de Veracruz.

La carretera se encontraba completamente solitaria cuando, de pronto, justamente al llegar al puente Metlac, pudieron distinguir a una mujer con un bebé en sus brazos. Se detuvieron y la señora se acercó al coche. Al verla junto a ellos, se dieron cuenta de que la persona tenía huellas de golpes en el rostro.

La extraña mujer les contó que había sido golpeada por su esposo dentro de su auto cuando viajaban de Puebla a Córdoba, ya que el hombre estaba tomando alcohol y se ponía violento cuando lo hacía. Debido a esto, la mujer decidió bajarse del auto de su esposo con la esperanza de que alguien se compadeciera de su situación y la llevara a su destino.

El matrimonio le brindó a la mujer su vivienda para que pudiera quedarse esa noche. Además, le ofrecieron llevarla a su casa al otro día. La desconocida subió al asiento trasero donde viajaban los hijos de la pareja. Al matrimonio le pareció extraño que los pequeños no despertaran, pues la mujer iba llorando. 

Cuando llegaron a la casa, le asignaron una habitación, sacaron del ropero cobijas, sabanas y almohadas para la mujer y el bebé, también llevaron juguetes del cuarto de sus hijos para colocarlos a un lado de la cama por si el bebé se despertaba. Después de que la mujer les dio sus datos, le dieron las buenas noches y se fueron a dormir tranquilamente.

Al otro día llamaron a la puerta del huésped, pero no recibieron contestación. Entraron al cuarto y vieron que la mujer no se encontraba allí. Se sorprendieron al encontrar todo perfectamente en orden, tal y como estaba el día anterior cuando regresaron de su viaje con la mujer. Las cobijas, sabanas y almohadas estaban acomodadas de la misma forma en el ropero y los juguetes habían regresado a la habitación de sus hijos.

Extrañados, revisaron por segunda vez la habitación y encontraron, metidos en la hendidura del sofá, un zapatito y un escapulario. Ellos estaban convencidos de que todo lo que había sucedido era real y no algo imaginado, por lo que salieron a buscar a la misteriosa mujer con los datos que ella les había dado. 

Después de una difícil investigación, el matrimonio llegó a una tienda localizada en la ciudad de Córdoba, donde la propietaria del lugar les contó que la persona que buscaban había fallecido hacía mucho tiempo en un accidente automovilístico, ocurrido en el puente Metlac.

La familia estuvo aterrada, por la experiencia vivida, durante mucho tiempo, hasta que el sacerdote de la iglesia a donde asistían llevó a cabo una serie de misas para pedir el descanso eterno de las almas que habían perecido en ese trágico accidente. De esa forma, la familia afectada pudo recuperar la paz y tranquilidad necesaria para reanudar su vida de manera normal.

Pero como dijimos al principio, en ese puente pasan cosas demasiado extrañas. Tal vez ya no se aparece la mujer con el bebé, pero piensa dos veces si quieres pasar por ahí, pues hay muchos espíritus que no han encontrado la paz.

Leyenda del Pico de Orizaba

Una de las leyendas de la región centro del estado de Veracruz, tiene que ver con uno de sus símbolos más representativos: el volcán Pico de Orizaba.

Desde épocas remotas, se cuenta que, en los tiempos de esplendor de los olmecas —la cual es considerada la primera gran civilización mesoamericana—, vivió una gran guerrera llamada Nahuani.

Esta hermosa mujer, siempre valiente y determinada, se hacía acompañar a cada momento de su amiga y compañera Ahuilizapan, nombre que significa “Orizaba”, quien era una hermosa águila pescadora.

En una de las más duras batallas que tuvo que enfrentar, Nahuani fue derrotada, por lo que, con un profundo dolor, Ahuilizapan se elevó hasta lo más alto del cielo y se lanzó a la tierra. En el lugar en que cayó, poco a poco se fue formando una montaña que, con el paso del tiempo, se convirtió en un enorme volcán.

El dolor que embargó a Ahuilizapan perduró a través de los siglos. Su tristeza y su coraje aumentaron tanto, ¡que estalló su gran furia!, provocando inmensas erupciones del volcán en varias ocasiones durante el correr del tiempo.

Para controlar su ira, los aldeanos de aquellos pueblos debían subir a lo más alto del volcán a rendir culto a Nahuani, la eterna amiga de Orizaba.

El sacrificio de la doncella

Desde mucho tiempo antes de que arribaran a Veracruz los españoles, en la Isla de Sacrificios se encontraba una gran piedra de forma ovalada, en la cual los Olmecas ofrecían doncellas a sus dioses.

Se dice que en una ocasión en que se iba a llevar a cabo un sacrificio, como era la costumbre, la tribu desembarcó en la isla. Entre todos formaron un círculo grande alrededor de la piedra con lanzas y arcos en la mano, al mismo tiempo que interpretaban cantos fúnebres. Al ritmo de los tambores, se apreciaban las hachas y las flechas chocando dentro de una coreografía con olor a muerte.

Cinco doncellas fueron colocadas alrededor de la piedra. El sacerdote se acercó a ellas con paso cansado, llevando en la mano un recipiente humeante con hierbas, hecho del caparazón de un animal crustáceo. Una vez en el centro del círculo, comenzó a danzar con las manos en alto junto con todos los de la tribu, hasta que, de repente, se arrodilló y señaló a una de las cinco doncellas, siendo ésta la que sería sacrificada.

Un grupo de hombres tomó a la joven y la levantó sobre sus cabezas con la finalidad de hacer un recorrido por la isla. Después fue colocada en la piedra de los sacrificios donde le dieron a beber un brebaje que la durmió. El verdugo se acercó y le clavó un cuchillo en el pecho, pero cuál fue la sorpresa de todos que, al sentir el puñal en el pecho, ¡la doncella abrió los ojos sonriendo malévolamente al sacerdote!, el cual cayó fulminado por un rayo.

Nadie supo qué hacer. Desconcertados y espantados corrían para todos lados en medio de una gigantesca tormenta que se había desatado oscureciendo completamente el día. Los jefes de la tribu llegaron a las canoas y todos los hombres se fueron tras de ellos. Subieron a las pequeñas embarcaciones, pero era tal la oscuridad que no podían distinguir el rumbo y solamente se la pasaban dando vueltas alrededor de la isla.

Poco a poco se fue calmando la tormenta y todo se fue aclarando. Los indígenas se tranquilizaron, pero cuando giraron las barcas para tomar rumbo a la costa, se encontraron frente a ellos, suspendido en el aire, al sacerdote arrodillado con los brazos levantados pidiendo perdón, junto con el cuerpo de la joven doncella, que con una mano los saludaba dibujando en su boca la sonrisa malévola que había matado al sacerdote, y en la otra cargaba su corazón sangrante. Se estaba despidiendo de la tribu con una estruendosa y terrorífica carcajada.

En la actualidad, aunque ya han pasado varios siglos desde aquel suceso, se cuenta que, en las noches sin luna, en los alrededores de la isla algunos marineros han llegado a distinguir un resplandor a la distancia, en el cual se contempla la figura de una mujer con un corazón en la mano que le quiere entregar a un anciano, quien, de rodillas, parece que estuviera pidiendo perdón.

El Trueno Viejo

La población totonaca relata que en el Tajín existe un ser de características sobrenaturales llamado el Trueno Viejo, del que se dice que es un huérfano errante. Se encuentra amarrado con cadenas en las profundidades del mar, desde donde se escuchan sus potentes rugidos en los meses de junio, julio y agosto.

Se dice que, una vez, este huérfano miró un hacha cortando leña, ¡sin nadie que la estuviera agarrando! Esperó a que terminara su labor e inmediatamente después se guardó la herramienta. El tronco comenzó a moverse, por lo que el joven lo persiguió. El pedazo de árbol rodó hacia abajo hasta que llegó a una vivienda, que era la Pirámide de los Nichos, en la cual vivían doce ancianos que eran conocidos por el nombre de Señores del Trueno.

Estas personas se quedaron con el huérfano Talinmaxka, quienes le dijeron que debería obedecer todo lo que le mandaran.

En cierta ocasión en que los Señores del Trueno hacían preparativos para salir a sus labores, el muchacho pudo ver que sacaban de un baúl el vestuario para crear la lluvia, el viento y el trueno. Se pusieron sus botas y enfundaron sus espadas con las que fabrican los relámpagos, al desenvainarlas, y los truenos al agitarlas sobre las nubes. Al salir le ordenaron al huérfano que no tocara absolutamente nada.

Cuando los ancianos se fueron a crear lluvia, el joven abrió el baúl y se puso el vestido para hacer huracanes. Salió de la casa y enseguida se desató un furioso huracán que arrastraba todo a su paso, tirando árboles y destruyendo casas.

Al darse cuenta de lo que sucedía, los Truenos fueron tras Talinmaxka arrojando sobre él montañas de nubes con la finalidad de atraparlo. Les tomó mucho tiempo, ya que se les escabullía con mucha facilidad, hasta que finalmente lo pudieron agarrar.

Lo trasladaron a lo más profundo del mar, donde fue amarrado para que quedara completamente inmóvil. Se rumora que los estruendos los ocasiona, al preguntarles a los Señores del Trueno, cuándo es el día de su Santo. Estos le mienten y le contestan que unos días antes o después de la fecha real, la cual es el 24 de junio. Cuidan mucho de no decirle el día exacto porque, de saberlo, ¡ocasionaría una gigantesca inundación que podría acabar con el mundo!

Leyenda de la vainilla

El templo de la diosa Tonacayohua estaba ubicado en una sierra alta localizada cerca de la ciudad de Papantla. Ella era la diosa de la siembra y los alimentos. Doce jóvenes eran las encargadas de rendirle tributo, las cuales eran consagradas desde niñas.

Una de las esposas del tercer rey totonaca, llamado Teniztli, tuvo una niña que poseía una extraordinaria belleza, a la cual llamaron Tzacopontziza —Lucero del Alba—, y que consagraron al culto de la diosa Tonacayohua, ya que su padre deseaba que ningún hombre disfrutara de su hermosura.

Un día en que la joven salió del templo a buscar animalitos para ofrendárselos a la diosa, se le apareció un joven de nombre Zkatan-oxga —el joven venado—, el cual quedó enamorado de ella, pero como sabía que sería degollado por amar a Lucero del Alba, se la llevó a la montaña.

Solamente habían caminado una pequeña distancia cuando, de pronto, les cerró el paso un monstruo que les arrojó fuego haciéndolos retroceder. Al ir hacia atrás, se encontraron con los enojados sacerdotes del templo y, sin dejar que los jóvenes dijeran algo, los degollaron y depositaron sus cuerpos en el adoratorio del templo, donde les extrajeron los corazones y fueron tirados a una barranca.

En la zona donde fueron arrojados los corazones, las plantas y hierbas empezaron a secarse, lo que dio la impresión de haber esparcido una maldición. Poco tiempo después, comenzó a crecer un arbusto, el cual, de manera milagrosa, alcanzó varios metros en sólo unos días, además de haberse cubierto con un tupido follaje.

Una vez que el árbol llegó a su tamaño final, a su lado empezó a brotar una orquídea trepadora, la cual fue envolviendo el tronco en sólo unos días. Este espectáculo daba la impresión de ser los brazos de una mujer que con delicadeza lo abrazaba. Ella parecía protegida por la sombra del árbol, al igual que una novia reposando en el pecho de su amado. Así continuó su crecimiento, llenándose de hermosas flores y aromas.

Estos brotes prodigiosos llamaron la atención del pueblo, que, junto con los sacerdotes, concluyeron que la sangre de los jóvenes había sido transformada en el arbusto y la orquídea. Se asombraron todavía más cuando las flores que habían nacido en ese lugar se convirtieron en delgadas y largas vainas que, al madurar, despedían un hermoso y penetrante aroma.

La orquídea fue declarada planta sagrada, convirtiéndose en objeto de culto en los adoratorios totonacos, por lo que se volvió una ofrenda divina. Se dice que de la sangre de la princesa nació la vainilla, que en totonaco es llamada Xanath —flor recóndita— y en azteca Tlilxóchitl —flor negra—.

Templo de Nuestra Señora de Loreto

Por allá por el año 1820, existía en Veracruz una capilla en el templo de Loreto, a la cual llegaba diariamente una misteriosa mujer vestida de negro, con un rebozo y un velo tapándole la cara, a confesarse con el cura. Esto le parecía extraño al padre, por lo que les pidió a algunos fieles de confianza que investigaran quién era esa mujer, lo que ninguno de ellos consiguió, dado que siempre que daba vuelta en la esquina, ¡desaparecía!, ante los incrédulos ojos de sus seguidores.

En cierta ocasión, el padre le preguntó acerca de su vida. La mujer le contestó que tenía el presentimiento de que iba a morir en poco tiempo y que estaba tratando de encontrar a algunos familiares para heredarles su gran fortuna. También le dijo que ella vivía la mayor parte del tiempo en el templo de Loreto, aunque en algunas ocasiones lo hacía en la calle.

Los fieles del cura, que nunca dejaron de investigar a la extraña mujer, un día se dieron cuenta que entraba al cementerio y la siguieron para ver qué estaba haciendo. La mujer abrió una tumba y sacó del interior una capa junto con un cofre de monedas. De pronto, a uno de los fieles le invadió el terror y lanzó un grito. La mujer los miró y se introdujo en la tumba tapándola de inmediato. Uno de los fieles murió de la impresión, quedando los demás desmayados toda la noche.

Cuando amaneció, salieron del panteón dejando a su conocido muerto en el suelo. Corrieron a ver al cura, con el cual regresaron al cementerio. Se llevaron una enorme sorpresa al no encontrar en el suelo el cadáver de su amigo y ¡ni una sola señal de que la mujer hubiera profanado algún sepulcro!

Las autoridades se hicieron cargo del fallecimiento del hombre, pero el cuerpo nunca fue hallado. El padre solicitó que se exhumara el cadáver de la tumba con la finalidad de extraer la capa y el cofre, pero lo único que se encontró fue un esqueleto que tenía muchos años de haber sido sepultado.

En la actualidad ya no existe el templo, pero en la antigua calle Paseo de la Constitución —hoy avenida Hidalgo—, varios vecinos han visto la figura de dos espectros que deambulan por esos sitios, uno de ellos con las características de la mujer que frecuentaba el templo de Loreto; el otro se cree que es el hombre fallecido aquella trágica noche.

El niño de Ojo de Agua

Cuenta la leyenda que, desde hace mucho tiempo, han ocurrido situaciones verdaderamente extrañas alrededor de la zona del balneario Ojo de Agua, en Orizaba.

Una de esas historias le sucedió a un humilde trabajador cuando regresaba a su casa en medio de la oscuridad de la noche. Por azares del destino, tomó la ruta que pasaba por el balneario, sin hacer caso de los cuentos tradicionales de aparecidos y espectros que, cuentan, deambulaban por ese lugar.

Al caminar, distraído por sus pensamientos, pasó cerca de los restos de un viejo pozo de agua, entonces fue cuando escuchó a un niño llorar, por lo que se detuvo a mirar a su alrededor para saber de dónde provenía el llanto. En medio de una profunda oscuridad, logró identificar que se trataba de un pequeño que, desconsolado, sollozaba junto al pozo.

Caminó hacia él para preguntarle por qué estaba llorando, pero el niño no le contestó. El hombre siguió preguntando hasta que le contestó que estaba perdido. Le pidió que lo llevara cargando a la iglesia de Potrerillo, ya que tenía algunas dificultades para caminar, y que sería más fácil para sus padres que lo encontraran ahí.

Al hombre le pareció algo extraña la petición, porque además le pidió que, por ningún motivo, volteara a mirarlo antes de haber entrado a la iglesia. El hombre accedió, cargó al niño y caminó rumbo a la iglesia. Todo iba bien hasta que, cerca del templo, se empezaron a escuchar algunos ruidos extraños, lo cual hizo que el hombre volteara a ver al pequeño que llevaba entre sus brazos. Entonces se dio cuenta, con absoluto terror, que lo que cargaba era un monstruo que se estaba carcajeando de manera terrorífica.

El hombre arrojó al extraño ser al suelo y corrió a refugiarse al interior de la iglesia, en la cual se encontraban algunos feligreses, quienes alcanzaron a escuchar las carcajadas, pero no pudieron ver a la criatura.

Minutos después de lo sucedido, el sacristán le comentó al hombre acerca de la leyenda, la cual afirma que, si algún día el monstruo logra su propósito de entrar en la iglesia, el caudal de Ojo de Agua se elevaría muchísimo, ¡desapareciendo completamente la ciudad de Orizaba!

El pescador desaparecido

Juan Manuel, desde muy niño, iba con su padre al mar, ya que la pesca era el medio con el que se mantenía su familia. Cuando tenía diez años de edad, en una de tantas incursiones al océano, ¡su padre desapareció! Jamás volvió a saberse nada de él.

Al pequeño niño no le quedó más remedio que hacerse cargo de su familia, por lo que se embarcaba todos los días en una modesta lancha. Al principio, para no alejarse mucho de la playa, iba al Bajo de Hornos y después de algunas horas, volvía a su hogar con suficiente comida.

Así fue transcurriendo el tiempo, hasta aquella ocasión en que, después de algunas horas de navegación, los tripulantes de la nave fueron sorprendidos por una tormenta, dificultándole a Juan Manuel las maniobras para evitar ser volteados por las grandes olas que se formaban.

Seguían en su lucha contra la naturaleza cuando, de pronto, Juan Manuel vio una lucecilla en el horizonte. Mientras la tempestad iba desapareciendo, se pudo apreciar que era un barco de pescadores. Al acercarse más a ellos, clarito vio sobre la proa a su padre, el cual lo saludaba con la mano en alto.

Al verlo, se emocionó tanto que saltó al agua y de forma desesperada se fue nadando hacia su padre, ante la mirada incrédula de la tripulación de su lancha, que no entendía qué le pasaba al muchacho.

—¡Regresa, regresa! —le gritaban.

Al no lograr su objetivo, volvió a la embarcación llorando. Cuando le preguntaron sus compañeros por qué se había aventado y por qué lloraba, enojado les contestó: 

—¿No vieron el barco donde mi padre nos saludaba? 

Más tarde, al calmarse, el muchacho comprendió que todo había sido una alucinación.

Cuando ya todo estaba tranquilo y listo para regresar a la playa, la tripulación se dio cuenta que se encontraban en el Bajo de Hornos, ¡cuando en la mañana se habían internado muchos kilómetros mar adentro! ¿Cómo regresaron a la playa? Ésta es una pregunta que ninguno de los pescadores pudo contestar.

Se dice que, en la actualidad, más o menos a la medianoche, se puede apreciar, desde el Bajo de Hornos, una lucecilla que ilumina una embarcación que se pierde en el horizonte.

El escapado

Situada en el puerto de Veracruz, hace más de cien años la avenida Nicolás Bravo tenía sus límites en la calle de Montesinos, en la barda de los ferrocarriles.

Cerca de esta zona se encuentra un antiguo patio de vecindad de aspecto lóbrego que tiene por nombre El Escapado, el cual sobrevivió a un descomunal incendio en el siglo XIX, que arrasó siete cuadras. El patio fue la única construcción que quedó en pie.

Al poco tiempo del incendio, se cometió un crimen en ese lugar, en el cual estaban involucrados un matrimonio y su hija. El hombre era ferrocarrilero y trabajaba en esos patios. Mientras que su esposa e hija le llevaban la comida.

Sucedió que, un día, al ir la mujer a dejarle alimentos a su esposo, fue interceptada por un hombre que la atacó con un marro, dándole un golpe en la cabeza que la mató al instante. Al escuchar los gritos de su hija, el papá vio al tipo que corría llevando a la niña entre los brazos. Corrió tras él, lo alcanzó y lo agarró de una pierna. El hombre, al darse cuenta de que estaba perdiendo, ¡aventó a la niña a las vías del ferrocarril!, quien murió al instante. Luego golpeó al padre hasta que lo dejó tirado junto al cuerpo de su hija.

El hombre se retiró del lugar malherido, perseguido por los compañeros del papá, quien también murió. El asesino brincó la barda y llegó a la calle de Montesinos, caminó por la avenida Bravo hasta alcanzar la entrada al patio. Todos los vecinos sabían que no tenía salida, por lo que los perseguidores entraron confiados de atraparlo, pero ¡nunca lo encontraron!

El patio fue vigilado durante quince días, sin embargo, la gente se fue convenciendo de que el hombre ya no se encontraba ahí y comenzaron a irse.

Aunque algunas de las familias que vivían en la vecindad fueron acusadas de cómplices, la realidad fue que nadie sabía por dónde se había esfumado el sujeto. Además, no dejó ninguna huella de sangre, a pesar de irse desangrando por las heridas que le causó el padre al golpearlo con una piedra.

Para fortuna de los lectores, sabemos el final de esta historia, pues muchos han visto lo que sucede en aquel lugar justo a las tres de la mañana. 

Juan Alarcón, un brujo del centro del país, que fue llamado para que descifrara el misterio, pudo aclararlo con facilidad.

—El hombre que mató a la familia era un demonio —dijo—, pero no uno muy poderoso. No sé qué habrá hecho, pero ahora vive una condena eterna. Cada día, a las tres de la mañana en punto, el padre, la madre y la niña toman su venganza y no hay nada que el diablillo pueda hacer para detenerlos o evitar que suceda.

Cuando Juan Alarcón, “El Alacrán”, dijo esto, todos se quedaron satisfechos, pues no hay nadie en todo México que sepa más que él de estos temas. 

La Condesa de Malibrán

En la ciudad de Veracruz, a principios del siglo veinte, se rumoraba entre la gente acerca de algunas cosas extrañas que pasaban en la casa de una mujer que había llegado a la ciudad. Ella vestía siempre muy elegante, por lo que era raro que frecuentara a una bruja, ya que, dicen, se encontraba desesperada por no poder tener hijos.

Nadie sabía de dónde llegó esta mujer. Se sabía que era esposa de un conde de la corona española que continuamente andaba de viaje por largos periodos de tiempo, y que el lugar donde vivían era una mansión muy lujosa. Por ese motivo fue conocida como la condesa de Malibrán, ya que, por aquellos años, en lo que en la actualidad son las calles de Lafragua y Malibrán, existieron un rancho y un panteón que llevaban ese nombre.

En su calidad de puerto, a Veracruz siempre llegan barcos de todas partes del mundo. La hermosa y aburrida condesa siempre buscaba algún visitante que le agradara para invitarlo a las impresionantes fiestas que organizaba en su mansión durante la ausencia de su esposo y que se prolongaban hasta el amanecer.

Se rumora que cuando la fiesta terminaba y se iba la gente, la dama solía quedarse sola con su acompañante en turno. Lo extraño es que el invitado en cuestión jamás volvía a ser visto.

Durante mucho tiempo siguió viendo a la bruja para rogarle que le quitara el maleficio de no poder tener hijos. La hechicera hizo un trato con ella y accedió, así que logró embarazarse de un hijo deforme al cual trató de ocultar al nacer. Después de esto siguió con su vida de fiestas exageradas y amores ocasionales que desaparecían sin dejar rastro alguno.

Un día, regresó su esposo de un prolongado viaje. Cuando el empleado abrió la puerta con el niño en los brazos, el conde corrió hasta la recámara para exigir una explicación. Pero mayor fue su sorpresa al descubrirla ahí, en su cuarto, en los brazos del amante en turno.

Enfurecido, se abalanzó sobre los infieles y los mató a ambos con su espada. Luego le ordenó al empleado que los arrojara a un pozo lleno de lagartos, que se situaba en el fondo de su propiedad. 

El mayordomo, testigo fiel de la vida de esa casa, relató horrorizado al conde cómo la condesa mataba a sus amantes y cómo, para no dejar huella del delito, los echaba a ese pozo.

El conde, asqueado por lo que escuchaba, arrojó los dos cuerpos junto con el del niño al pozo. Se dice que el buen conde se volvió loco y que se le veía muy seguido por las calles del puerto gritando fuertemente:

—¡Justicia, justicia! ¡Y que muera la condesa de Malibrán!

La mulata de Córdoba

Desde el siglo XIX se recuerda el caso de una niña nacida en el monte de la ciudad de Córdoba. Ahí vivía un matrimonio dedicado a la cría de ganado porcino y aves de corral, así como a la siembra de árboles frutales. Esa casa era muy concurrida por la gente que hacía sus compras con el matrimonio.

La niña fue creciendo en medio del campo. Disfrutaba de su amistad con los animales, especialmente con los coyotes, cosa que atemorizaba a sus padres. 

Una tarde, cuando la niña tenía catorce años, su madre se enfermó gravemente y su papá mandó a buscar a la curandera. La niña ignoró la orden y en lugar de eso se puso a hervir agua. También tomó un manojo de hierbas y comenzó a pasárselas por el cuerpo a su madre. Al poco rato, la señora recuperó su salud de forma milagrosa. Este hecho conmovió tanto a la población, que comenzaron a visitarla personas de todas partes para que los curara, cosa que hacía con gusto.

Un día, cuando la hermosa mulata tenía 23 años, llegaron unas personas hasta el patio de su casa con la intención de matarla, ya que la acusaban de ser una bruja. La jovencita se salvó gracias a la ayuda de sus viejos amigos los coyotes, que se les fueron encima a los atacantes y los ahuyentaron del lugar.

Los rumores en toda la población aumentaron, hasta llegar el momento en que la autoridad tuvo que intervenir y la mulata fue detenida. Se le acusó de practicar la brujería. 

Se dice que, a pesar de estar recluida en una celda de la cárcel del ayuntamiento local, su casa siempre estaba llena de gente que ella acudía a curar a través de los poderes de desdoblamiento que poseía, ¡poderes que le hacían estar en dos lugares al mismo tiempo!

Tiempo después fue trasladada a una mazmorra del castillo de San Juan de Ulúa, donde su belleza y habilidades causaron sensación y algo de temor en los guardias del castillo, ya que comentaban que había ocasiones en que parecía no haber nadie en la celda de la mulata, y que sólo se alcanzaba a apreciar una espesa niebla que no permitía ver hacia el interior. Esta situación, y muchas otras que se contaban de la joven mulata entre la gente del pueblo, orilló a las autoridades a dar la orden de asesinarla en los quemadores públicos que existían en ese entonces por toda la ciudad.

Una mañana antes de su ejecución, al despuntar el alba, la mulata le preguntó a un guardia si le parecía bueno el dibujo del barco que había hecho en el muro de su celda, a lo que contestó el celador que lo único que le hacía falta al barco era navegar.

—¡Eso no es problema! —respondió la mulata. 

Horas más tarde, cuando estaban los guardias haciendo ronda, ¡vieron a la mulata caminando tranquilamente por los pasillos rumbo a su celda! Ellos corrieron para atraparla y encerrarla de nuevo, pero al llegar a la celda sólo vieron un enorme hueco por donde se veía el barco que había dibujado la joven. Estaba navegando y perdiéndose poco a poco en el horizonte, llevando a la mulata por única tripulación.

Nunca más se supo de la mulata de Córdoba, aunque dicen que todavía sigue curando a quien se lo pide de corazón.

La Niña del Ángel

El 1 de agosto de 1884, el que ahora se llama panteón municipal Juan de la Luz Enríquez, abrió sus puertas en Orizaba. Este panteón es visitado por muchos turistas gracias a los hermosos mausoleos que alberga y por las leyendas que de él se cuentan.

Uno de los monumentos más hermosos de la ciudad es una tumba que se encuentra al interior de este panteón. En este sepulcro descansan los restos de la niña Ana María, fallecida en un incendio en 1908, a los dos años y tres meses de edad.

Tras su muerte, los padres de Ana María no podían acompañar el cuerpo de la pequeña, pues vivían en la ciudad de México, por lo que pidieron a un arquitecto que construyera un exquisito monumento en mármol, que fuera imagen viva y al tamaño natural de la niña.

El escultor realizó el encargo representando a la niña acostada en su cama, custodiada por un ángel guardián. Detalló casi a la perfección la escena, desde los pliegues de las sábanas y la ropa, los adornos de la cama y las alas del ángel, hasta el cabello, las facciones y principalmente los ojos de la pequeña; incluso hay quienes afirman que éstos siguen a las personas que caminan cerca de ella y que en algunas noches adquieren luz propia y un brillo sobrenatural.

El ángel, día tras día por más de cien años, asume su papel de guardián de la niña, y la protege en todo momento de la luz, del sol, la lluvia y cualquier cambio climático que se avecine, pues con vida propia se va moviendo para que la pequeña no sufra de frío, se moje o tenga calor.

Ana María, cuando su ángel duerme, se levanta de su tumba y deambula por el panteón buscando a sus padres, robándose flores de los puestos cercanos y dulces y juguetes de las casas vecinas.

Los visitantes se asombran de que, en cualquier fecha del año, la pequeña tiene siempre flores frescas en su tumba, a pesar de que han pasado tantos años de su muerte. Además, el monumento se encuentra en perfectas condiciones, ¡como si fuera nuevo!

Así que, si se encuentran en Orizaba, no dejen de visitar el panteón Juan de la Luz Enríquez y de ver, con sus propios ojos, a la niña con su Ángel Guardián. Tal vez logran ver en acción a la estatua, o ¡a la propia Ana María rondando por el panteón!

La muñeca de las Ánimas

Cualquiera que pase por Las Ánimas habrá visto o escuchado hablar de La Muñeca de las Ánimas, a la cual se le puede ver asomada por la ventana de una casa en esa zona.

Algunos dicen que la hija de la dueña de la casa murió en un accidente, atropellada por un automóvil, y que su espíritu poseyó a la muñeca. En cambio, otros comentan que simplemente la muñeca tiene vida propia, pues han visto cómo mueve sus ojos, sus manos o incluso los saluda.

La dueña de la casa, doña Angélica, declaró que, afortunadamente, su hija no sufrió ningún accidente, al contrario, está viva y la muñeca es sólo un regalo de día de reyes.

Doña Angélica aseguraba querer a la muñeca como parte de su familia, pues es la primera de su primogénita. Por esto solía cambiarla de ropa diariamente, peinarla y darle tantos cuidados.

Se ha llegado a comparar a esta muñeca xalapeña con otras de películas de terror, como Annabelle.

Aunque claro, esto es lo que dice la dueña, porque muchos otros comentan que, en realidad, la muñeca la tiene amenazada y no puede decir la verdad de lo que está ocurriendo. Hay muchos que han pasado en la noche y han observado, sin tener ninguna duda, cómo la muñeca se mueve. ¡Algunos hasta dicen que habla!

Por si las dudas, los vecinos no pasan por ahí de noche, pues aseguran que la muñeca tiene pacto con el Diablo y que éste tiene la horrible costumbre de visitarla.

La niña y los chaneques

En Minatitlán cuentan que, en una ocasión, una niña como de cuatro o cinco años, llamada Malinalli, se perdió en el pueblo. Sus padres estaban angustiadísimos y pidieron la ayuda de los vecinos. Muy solidarios, todos salieron a buscarla. Pasaron los días, pero por más esfuerzos que hicieron, nadie logró encontrar a la chiquilla. La gente juraba que se la habían comido los animales, o que alguien la había atacado y asesinado, porque esa zona es pura selva.

Como a los diez días, la pequeña apareció. No tenía ningún rasguño ni nada malo. Al verla, sus padres le preguntaron dónde había estado, quién la había cuidado, por qué no se veía ni lastimada ni hambrienta como cabría suponer. Malinalli dijo que se había perdido y que llegó al río que estaba cerca del pueblo, donde se había encontrado a unos niños chiquitos, que andaban encueraditos y que la invitaron a jugar. 

Ella se fue con ellos. Los niñitos le hacían pastelitos de lodo, tortitas de lodo, y eso es lo que le daban de comer. En la noche la llevaban hasta las copas de los árboles, para que los animales no le pudieran hacer nada, luego la cobijaban entre ellos para que no le pasara algo malo. Pero, al poco tiempo, Malinalli empezó a decir que extrañaba a sus papás y que quería regresar a su casa. Entonces los niñitos, que en realidad eran chaneques —esas criaturas que cuidan las aguas, los montes y los animales salvajes, asustan a las personas y les hacen maldades—, la bajaron del árbol y la colocaron en un camino desde donde ella podía llegar al pueblo.

Así es como regresó la niña. Ella dice que también la dejaron regresar para que explicara que los chaneques no son malos, sólo son un poco latosos, pero si se les trata bien, ellos son capaces de regenerar la naturaleza, de cuidar a los animales, de hacer crecer árboles y de cuidar a los humanos de noble corazón.

El Nahual de la Alameda

Se dice que, en la Alameda de Orizaba, cuando la población todavía no era muy grande y el lugar estaba poco iluminado por las noches, sucedían hechos sobrenaturales con frecuencia.

Uno de éstos fue el caso de unos novios que un domingo tardaron más de lo que la chica tenía permitido para llegar a su casa, por lo que decidieron cruzar por la Alameda.

Esa noche era especialmente fría y oscura. No había ni un alma. La pareja, que iba platicando, sintió que alguien los seguía, por lo que voltearon sin ver a nadie.

Siguieron caminando unos cuantos pasos más, pero volvieron a escuchar pisadas detrás. Se detuvieron un momento a esperar si veían a alguien, pero como no fue así, se apresuraron hasta llegar al centro de la Alameda. Cuando estuvieron cerca del kiosco, escucharon un gemido amenazador. Al buscar de dónde salía el sonido, ¡vieron ante ellos a un gran perro negro! Tenía enormes colmillos que relumbraban en la oscuridad, un pelaje poco común, y ojos que reflejaban una luz rojiza.

Paralizados por el terror, los enamorados vieron cómo el animal se preparaba para lanzarse sobre ellos. Para evitarlo, el chico le lanzó su chamarra, sólo para ver que cuando ésta tocó al animal, el perro se desvaneció en la nada, dejando su prenda tirada en el suelo. Sin esperar más salieron corriendo lo más rápido que pudieron.

Cuando se lo contaron a los padres de la muchacha, la madre, que era un poco bruja, les explicó que habían visto un nahual. Entonces les dijo:

—Ahora sé, sin lugar a dudas, que ustedes dos tienen buen corazón, porque de lo contrario, no estarían aquí contando la historia.

En busca del oro escondido

Cuenta la leyenda que, bajo los pisos de un famoso hotel, hay una gran cantidad de oro escondido proveniente de épocas muy lejanas.

En la antigüedad, fue la casa de una familia que tenía mucho dinero. Los actuales dueños provienen de aquella estirpe de varias generaciones. 

Cuando abrieron el hotel, durante los primeros seis meses no recibieron a ningún huésped, pues decían que estaba embrujado, luego a la gente dejó de importarle esto y comenzó a ser visitado. Hasta el día de hoy, muchos huéspedes han sido testigos de la presencia de espíritus. Algunos han huido espantados y otros han permanecido valientemente. 

Como los dueños no querían seguir perdiendo clientela, mandaron llamar a chamanes, sacerdotes y videntes para que investigaran qué estaba pasando ahí. La conclusión fue unánime: en el hotel convivían —y tal vez aún convivan— dos mujeres, una joven y amable, y una anciana apática. Además, afirmaron la presencia de oro escondido.

Casualmente, la imagen de la señora anciana coincidía con una antigua habitante de esa casa que antes de morir ya tenía conocimiento de la existencia del oro, pero nunca había querido tocarlo.

Al parecer, esta anciana se comporta apática ante la presencia de ciertos huéspedes porque teme que quieran robarse el oro. Por eso, es que cada cierto tiempo suele hacer notar su ira.

Hasta hoy nunca se ha encontrado el tesoro, y eso que han ido los más grandes expertos buscadores. Hace mucho que ya no se siente la presencia de estos espíritus, por lo que se piensa que la viejita decidió tomar lo que consideraba suyo y se fue con las riquezas al más allá.

¿Sobre la joven? Ah, pues ese espíritu es mucho más travieso. No se sabe cómo fue que murió, pero la leyenda cuenta que le gusta mucho molestar a los huéspedes, tal vez porque toda su vida se la pasó en esa casa y se encuentra aburrida. Es por esto que, esta curiosa ánima puso un cartel, el cual no todos pueden ver, que dice: “La entrega de los cuartos es a la una de la tarde. No olvide alimentar al fantasma que le toque”.

La leyenda de la Danza de los Negritos  

En el tiempo en que la Villa de Santa María de Papantla estaba dominada por los conquistadores españoles, abundaban los esclavos negros. Entre ellos se encontraba un jovencito que había sido capturado en África.

Al ser apresado, su madre, que lo adoraba, pidió que la hicieran esclava también y se la llevaran junto con su único y querido hijo. Así llegaron ambos hasta tierras americanas. Trabajaban mucho y eran sometidos a malos tratos por parte de los españoles. 

Cierto día, el jovencito tuvo que ir al monte a buscar un poco de leña. Por desgracia, una víbora lo mordió. La madre se dio cuenta de lo acontecido y acudió a ayudar al muchachito, acompañada de otros esclavos negros. Para salvarle la vida, ejecutó de inmediato una ceremonia como las que hacía su comunidad en África: bailó, cantó, y gritó alrededor del joven para revivirlo. Un grupo de totonacas observaba lo que la madre realizaba y le gustaron los movimientos de la mujer.

Entonces, decidieron imitarla y crearon una hermosa danza adaptándola a su propia cultura. Así nació la Danza de los Negritos, cuya comparsa está integrada por un caporal, un subcaporal, la Maringuilla, que representa a la madre del mordido, un bufón que abre la danza, y nueve danzantes ayudantes. La danza suele durar hasta cuatro horas y su clímax se alcanza cuando la serpiente muere.

Desde entonces, aquella danza sirve para mantener viva una hermosa cultura y hay quienes todavía la usan en caso de mordedura de serpiente.

La noche que me llevó el Diablo

Esto sucedió en el ejido La Camelia hace mucho tiempo. Cándido tenía como 25 años y le gustaban mucho los bailes. Era bailador de corazón y de los de antaño. Aún recuerda cuando se utilizaban los candiles de tres mechones con petróleo, para alumbrar la pista de baile. 

En una fiesta, como a las nueve de la noche, mientras la orquesta tocaba, él se encaminó hacia la galera, lugar destinado para los bailes. De pronto vio algo que parecía una sombra, pero no le dio importancia, pues pensó que era una persona más que iba al baile. 

Como siempre, Cándido iba contento y seguro de sí mismo, así que continuó su camino. Cuando estuvo más cerca de aquel “hombre”, observó que era muy alto y que lentamente caminaba hacia él. Cándido sintió cómo el miedo lo invadía por todo el cuerpo. Se quedó inmóvil. Solamente vio que tenía mucho vello en los brazos, manos grandes con uñas largas y que de los ojos le salía fuego. Vestía una camisa blanca con botones brillantes como de plata, sombrero de charro y espuelas, y al caminar le salían chispas en los zapatos.

El hombre lo cargó y Cándido perdió la razón. Se sentía como dormido. Transcurrió mucho tiempo, pero él no se dio cuenta.

Amaneció en un poblado que se llama Emiliano Zapata —antes Mohuite—, abrió los ojos y se dio cuenta que estaba al lado de una casa. Escuchaba murmullos y muchas voces de hombres, mujeres y niños.

Le preguntó a un hombre que parecía borracho:

—¿Dónde estoy? 

—¡Estás en Mohuite! Pues ¿cuánto tomaste para no acordarte?

Cándido no sabía cómo diablos había llegado a aquel sitio, pero lo más extraño fue que, al meter la mano al bolsillo del pantalón, encontró una hoja, incinerada de las orillas, que decía así: 

“Yo, Cándido Archundia, le entrego mi alma al Diablo por toda la eternidad. A cambio, él me dará una botella de torito de mango y me permitirá bailar toda la eternidad en el Infierno”.

Y así fue como Cándido hizo el peor trato en la historia de la humanidad. Por lo que, si te encuentras con el Diablo y decides venderle tu alma, ¡piensa muy bien lo que pedirás a cambio!

El tecolote del panteón

Los hechos que relata esta leyenda ocurrieron en la ciudad de Álamo Temapache. Hace aproximadamente veinticinco años, un señor salió a pasear por los alrededores de su casa y después se encaminó al cementerio a visitar la tumba de un familiar. 

Al pie de la tumba había un árbol pequeño en el que estaba parado un tecolote de feo aspecto. Después de tres días, regresó al panteón y ese animal estaba ahí otra vez. Entonces sintió que no era algo bueno y decidió matarlo con una piedra, a la que antes le grabó una pequeña cruz. 

Se cuenta que cuando la arrojó, aquel animal cayó muerto al suelo ¡sin siquiera sangrar una sola gota! Esto le extrañó, entonces fue a su casa y lo abrió. Imagina su sorpresa al ver que por dentro sólo estaba relleno de listones de colores. 

Regresó al lugar donde lo había visto por primera vez y ahí colgó al tecolote. Luego se fue a su casa. Cuando llegó, su esposa le preguntó si había llevado al tecolote, entonces él le contestó que, si iba, lo vería colgado en el árbol del cementerio.

Al día siguiente salió la mujer a buscar al animal, pero no lo encontró. Y tampoco al árbol. La sorpresa fue que, al volver, ¡el árbol estaba en su propia casa! Y de una de sus ramas, colgaba el tecolote.

Desde aquel día el pobre hombre no pudo dormir, ni comer. Sin saber cómo, ¡había llamado al Diablo a vivir a su casa!

La Virgen de La Soledad de Córdoba

Dice la tradición que una lluviosa y fría mañana del mes de febrero, llegaron a la Villa de Córdoba dos jóvenes forasteros que venían de camino buscando trabajo.

Según ellos mismos dijeron, buscaban el Curato de la Iglesia de la Purísima, a donde se dirigieron para ofrecer sus servicios. Eran humildes maestros en el arte de tallar madera y pedían que se les hiciera la caridad de darles ayuda con algún trabajo, pues se encontraban faltos de recursos para continuar su largo viaje.

Muy impresionado el sacerdote con los amables modales de los artistas que se comprometían a terminar en pocos días las imágenes de la Virgen de los Dolores de la Soledad de María, del Señor San José y del Sagrado Corazón de Jesús y feliz de poder al fin complacer a los feligreses del lugar, aceptó gustoso, por lo que instaló un pequeño taller que, dicen los relatos antiguos, estuvo precisamente a un costado del actual sagrario. Los artistas, después de encerrarse a piedra y lodo, sólo pidieron como única condición no ser molestados por nadie, a lo cual accedió el párroco.

Los maestros, disculpándose de no aceptar una invitación a comer por la urgencia que tenían de empezar inmediatamente las imágenes, se encerraron en el taller donde permanecieron sin ser vistos durante varios días.

La viejecita que hacía el aseo de la iglesia, y que era la encargada de llevarles tres veces al día los alimentos, trataba en vano de espiar dentro del cuarto cuando, por la puerta apenas entreabierta, les entregaba la comida. Había recibido instrucciones de no molestar a los jóvenes, ni siquiera para recoger los platos del servicio para no interrumpir a los artistas, y que fueran retirados únicamente hasta que terminaran el trabajo.

Cuatro o cinco días habían pasado ya desde la llegada de los jóvenes forasteros a la Villa de Córdoba, cuando una mañana la anciana sirvienta llevó, como de costumbre, el desayuno al taller. Después de llamar repetidas veces y extrañada de no oír dentro ruido alguno, decidió dejar el servicio en una mesita junto a la entrada. Al mediodía, que volvió con la comida, se encontró con que el desayuno seguía en el mismo lugar. Luego de golpear bien fuerte la puerta, puso los alimentos en la mesa y se fue a continuar sus quehaceres. Pero cuando al caer la tarde llegó con la cena y vio que allí estaban el almuerzo y la comida como ella misma los había dejado, corrió alarmada a llamar al señor cura quien llegó al taller acompañado del sacristán. 

Intrigados porque nadie respondía, los dos hombres decidieron echar abajo la vieja puerta que estaba, además, fuertemente atrancada por dentro. Cuando al fin lograron derribarla y entrar en el cuarto, se quedaron mudos del asombro.

Allí, en medio de aquel improvisado y desierto taller, con las manos fuertemente enlazadas a la altura del pecho, como si quisiera acallar los latidos de su desgarrado corazón, estaba la Reina del Cielo, tan sola con su dolor que hasta parecía sollozar. De los ojos enrojecidos por el llanto, dos gruesas lágrimas resbalaban sobre las mejillas, y por los labios ligeramente entreabiertos por la aflicción parecía escaparse, un largo lamento.

Sin poder articular palabra, cayeron de rodillas ante la imagen de Nuestra Señora de la Soledad. Después de unos minutos, ya algo recuperados de su asombro, buscaron a los artistas, pero se dieron cuenta que los dos jóvenes habían desaparecido del cerrado taller. 

En un extremo de la pieza estaban las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús y de San José, tan hermosas y bien terminadas como la de la Inmaculada. Sobre el banco de trabajo estaban los platos con toda la comida intacta de aquellos cinco días.

En Semana Santa, el pueblo de Córdoba contempló admirado en la procesión del Viernes Santo la imagen de Nuestra Señora de los Dolores de la Soledad de María, a quien con especial devoción se rinde culto en la Iglesia de la Purísima.

Se cuenta que, en las épocas difíciles que llegaron después, cuando la plaza se vio afligida por un gran número de guerras, la Santísima Virgen recorría las calles por la noche, cuidando amorosamente a sus habitantes.

A mediados del año de 1955, cuando el Instituto Meteorológico anunció que el ciclón Jannet azotaría fuertemente las costas del Golfo de México, pasando también por Córdoba, la población entera se postró a los pies de la Virgen de la Soledad implorando su protección y encomendándole sus hogares y sus siembras. 

En la ciudad se cerraron los comercios, y las puertas y ventanas de las casas fueron fuertemente atrancadas. El terrible meteoro que entró por el puerto de Tampico devastándolo todo, enfiló rumbo a Córdoba a una velocidad impresionante.

Las horas del día transcurrieron lentas. Sobre el cielo cubierto de negros nubarrones la atmósfera presagiaba la tormenta. Las calles de Huilango se quedaron desiertas y la angustia y la oscuridad envolvieron la ciudad. Sólo al pie de la Virgen de la Soledad las plegarias subían iluminadas por la fe. 

La cola de Jannet azotó Fortín de las Flores desviándose a la altura del Arroyo de los Patos, donde arrancó de cuajo los frondosos árboles que allí crecían y librando de sus furias a Córdoba. Luego dio un increíble rodeo destrozando los alrededores y volviendo a entrar a ruta más allá de Peñuela, en donde nuevamente derribó mangos y cedros con las fuerzas del huracanado viento.

En las horas de mayor pánico, hubo quien aseguró haber visto en los límites de la ciudad, a una hermosa mujer con oscuro y largo manto que se negó a buscar refugio alegando que debía cuidar de sus hijos.

Pocos días después, cuando se trasladó a la Virgen nuevamente a su nicho, ¡se dieron cuenta que su manto estaba cubierta de barro fresco!

El Sambomono

En el pueblo de Tres Zapotes vivía Juanito con su papá. Era un niño solitario, pues no le gustaba compartir sus juegos con otros niños. Cuando todos iban a nadar al río, Juanito se apartaba y nadaba solo.

Cierto día, sus compañeros fueron a espiarlo al otro lado del río y se llevaron una gran sorpresa: ¡Juanito tenía todo el cuerpo cubierto de pelo y detrás le colgaba una cola! Inmediatamente sus compañeros empezaron a burlarse de él. 

—Juanillo, el oso —le decían, mientras algunos lo jalaban de la cola y otros se acercaban a tocarlo.

En cuanto pudo, Juanito se escapó y fue a buscar a su padre. Le dijo lo que había pasado en el río, y que ya no quería volver nunca ahí, ni tampoco a la escuela.

—¡No quiero ver a nadie! Ya lo sabes papá, tengo cuerpo de oso y fuerza de oso, si me molestan, voy a acabar matándolos.

El papá de Juanito estaba muy preocupado, «qué crueles son los niños», pensaba. Por más que lo intentó, no encontraba las palabras para convencer a su hijo de que ignorara las burlas de sus compañeros, ya que Juanito estaba convencido de dejar el pueblo.

—Me voy a ir pa’l monte, papá —le dijo al día siguiente, ya con sus cosas en la mano—. Y que nadie me busque porque me los sueno. 

El papá no podía aceptar la idea de separarse de su hijo, pero tampoco pudo detenerlo. Sólo le quedó el consuelo de ir a visitarlo de vez en cuando.

—Tienes que anunciar tu llegada con este caracol de mar —le dijo Juanito—, así voy a saber que eres tú.

Juanito se fue y al poco tiempo empezaron a escucharse unas terribles historias de desaparecidos en el monte. Los que se internaban en la arboleda, no volvían a aparecer y por las noches se escuchaban gritos de terror que provenían de aquellas alturas. Con el tiempo, hubo quien alcanzó a ver al animal: era un humano con cuerpo peludo y cola. La gente empezó a llamarle Sambomono. Decían que era un animal solitario que atrapaba gente para no aburrirse.

El padre escuchaba esas historias y no se atrevía a hablar de su hijo. Lo único que pudo hacer fue recomendarle a la gente que no anduviera cerca de ahí y que, para cruzar el monte, lo mejor sería que lo hicieran tocando un caracol de mar, así el animal no atacaría. La gente siguió el consejo del papá de Juanito, pero nadie supo nunca que se trataba de su hijo.

El padre murió lleno de tristeza, y sus últimas palabras fueron:

—Qué crueles son los niños.