Leyendas de Zacatecas

Las leyendas de Zacatecas son famosas por ser de las más interesantes y variadas de México. También son de las más terroríficas, lo que debes tener en cuenta a la hora de leer este libro de leyendas de Zacatecas.

Leyendas de Zacatecas

Callejón del mono prieto

La razón por la que doña Marciana tenía fama de bruja, era la vida tan misteriosa que llevaba. La casa en que habitaba, por ejemplo, estaba aislada de las demás que formaban la antigua Calle de la Merced, hoy de la Ciudad. No tenía ventanas y sobre la azotea había una horrible torre con pequeñas mirillas y con almenas defendidas con pedazos de vidrio. Todos sabían que a las doce de la noche la torre se iluminaba y un humo espeso y nauseabundo salía por ahí. 

Se cuenta que la única compañía que tenía la hechicera era un horrible mono que era el terror de los niños del barrio. Era tan feo que pensaban que era el Diablo en persona, bueno, en animal. 

La leyenda dice que doña Marciana tenía mucho dinero. Esto se sabía porque siempre que compraba algo en la tienda del barrio, pagaba con monedas de oro. Además, sus trajes eran de seda, sus chales de telas de cientos de hilos y llevaba los dedos cubiertos de anillos y corales en el pecho.

Leyendas de Zacatecas del mono prieto

A pesar de su vestimenta, su aspecto era repulsivo. Tenía el rostro cubierto de cicatrices, el cuerpo contrahecho y los ojos deformes. Nunca hablaba con nadie, ni iba a la iglesia o daba limosna. Su puerta y su corazón estaban cerrados al bien. 

Una vez fue a su casa una infeliz mujer a quien su marido, un borracho perdido, había golpeado y arrojado del humilde cuarto en que vivían. Llevaba un niño en los brazos y pedía, por caridad, un pedazo de pan y que se le permitiera pasar la noche detrás de la puerta, por temor a que su marido la encontrara. 

La pordiosera no conocía la fama de aquella mujer y si llegó allí fue porque vio luz en la torre. La bruja no quiso ayudarla y, al contrario, le mandó al mono para que la asustara. La pobre mujer fue encontrada muerta al día siguiente con el terror pintado en su rostro y el cuerpo cubierto de arañazos. Por si esto fuera poco, el niño había desaparecido. 

Los vecinos, furiosos, decidieron asaltar la casa y hacer un linchamiento, pero se los impidió el comisario del barrio. Además, no tenían pruebas de que la asesina hubiera sido doña Marciana, así que no se hizo justicia contra la bruja.

Pero el odio de la gente estaba encendido, por lo que la hechicera no podía salir de su casa pues la esperaba un diluvio de pedradas. Su puerta estaba bloqueada con basura y en vano pedía auxilio a las autoridades, porque nadie acudía. 

Por fin, una noche se oyó una detonación y los aterrados vecinos pudieron ver salir llamas azules y rojas de la torre. Nadie fue a ayudarle porque creyeron, con demasiada inocencia, que a la bruja se la había llevado el Diablo. 

Al día siguiente se presentaron las autoridades y entraron a la casa. Justo a un lado de la torre encontraron el cadáver de doña Marciana, desfigurado por la explosión. Sobre ella, estaba el mono haciendo horribles contorsiones y dando agudos chillidos. Los policías tuvieron que lazarlo para poder acercarse a la puerta, sólo que lo apretaron tanto que casi lo ahorcan. No se supo qué causó la explosión, ni lo que hacía doña Marciana en su laboratorio.

La casa fue demolida buscando tesoros que no se encontraron. Algunos piensan que desaparecieron con la muerta, otros que están muy escondidos, pero la mayoría dice que el mono los tiene y que los usará pronto para controlar a otra mujer y convertirla en su bruja personal. 

Por cierto, a partir de entonces a esa calle se le llama El Callejón del Mono Prieto, y es mejor que no pases por ahí de noche, si no quieres tener el mismo fin que la hechicera.

El Solitario

Hace mucho tiempo, por ahí de 1880, a la calle Emiliano Zapata se le conocía con el nombre de El Callejón del Solitario, el cual está en frente de la Escuela Leobardo Reynoso y al norte de la parroquia del Señor de Jalpa, a la que después se le llamó del Santuario, ya que de ahí salían las peregrinaciones. 

Cuentan que por esos tiempos vivía, en dicho callejón, un viejo que de todo se enojaba. Ya sabes, de esos que, si pasa la mosca, se molesta. Esto fue motivo suficiente para que a nadie se le ocurriera cruzar por el lugar y mucho menos saludarlo. 

El hombre tenía algo de dinero. Su familia sólo se componía de su esposa y su hija, que ya estaba en edad de casarse. En la casa trabajaba un joven que sólo pensaba en el bienestar de la familia.

De seguro estás pensando que la chica y el joven se enamoraron y… ¡tienes razón! Dicen que fue un amor tierno y verdadero, pero que, claro, no fue aceptado por el padre, pues nunca permitiría una relación de su hija con un don nadie. 

Leyenda de Zacatecas del solitario

Pasaron los años y ella se dio cuenta de que su hermosura se iba marchitando, por lo que sufría mucho.

Durante todo ese tiempo, el enamorado siguió trabajando en la casa sólo para estar cerca de su amada y seguir viéndola.

Por las tardes, la joven y su madre, como era y es costumbre de las familias jalpenses, sacaban sus sillas y, ahí sentadas, tejían alguna costura mientras miraban el Santuario. En esos momentos, el muchacho aprovechaba para sentarse sobre una gran piedra en el mismo callejón, para, aunque fuera de lejos, ver a la mujer de sus sueños. 

Así transcurrió el tiempo hasta que una extraña enfermedad marchitó la vida de la hija. El antes joven y ahora hombre, aprovechó la ausencia del padre y, con la complicidad de la madre, se acercó al lecho de muerte para confesarle a la moribunda el amor tan grande que le tenía. 

—Si en esta vida no logramos estar juntos, amor mío, lo haremos en la otra —le dijo ella, confesando con estas palabras que el sentimiento era correspondido.

La mujer murió ese día y esa misma noche él se quitó la vida en la misma piedra del callejón donde solía contemplarla.

Dicen, los que saben y que de todo se acuerdan, que, sentado en su piedra, se aparece el amante de la bella dama. Por cierto, todos los días y a la misma hora, voltea hacia donde solía sentarse su amada.

La leyenda de la piedra negra 

La siguiente leyenda es una de las más famosas de Zacatecas. Aunque tiene muchas versiones, ésta es la más aceptada. 

Se dice que, en tiempos coloniales, dos amigos sufrían una extraña enfermedad: la fiebre de aventuras y tesoros. Fue por esto que marcharon a las sierras con el propósito de hacerse ricos. Sus nombres han quedado para la historia: Misael y Gildardo. 

Estos dos jóvenes pasaron mucho tiempo a la intemperie, soportando todo tipo de inclemencias y privaciones con el único objetivo de explorar el contenido de las sierras, de las que se rumoraba que escondían tesoros que los convertirían en los hombres más ricos del estado.

Por fin, tras muchos meses de buscar, dieron con una extraña cueva que en su interior tenía una piedra de color oscuro y brillante. Ambos amigos dieron por hecho que el objeto era de gran valor. Con gran trabajo la sacaron del suelo y se dispusieron a llevarla al pueblo, partirla en varios pedazos y comerciar con ella. Estaban seguros de que cada pedacito valía una pequeña fortuna.

Leyenda de Zacatecas de la piedra negra

La noticia de que los dos muchachos habían dado, por fin, con un tesoro, llegó velozmente al pueblo. Los vecinos se dispusieron a recibirlos con una fiesta, pero los días pasaron y no hubo señales de ellos. Preocupados, los pobladores fueron a buscarlos. A las pocas horas, los encontraron en la entrada de la misteriosa caverna, muertos y con señales de haber sido agredidos con arma blanca. Todos se preguntaron qué había sucedido ahí: ¿habían consumado los amigos un pacto suicida? ¿Se habían matado el uno al otro cegados por la codicia? ¿Fueron atacados por bandidos? Esta última opción no tenía mucho sentido, porque los supuestos ladrones dejaron la piedra ahí.

No había una explicación sencilla para aclarar el misterio, por lo que los pobladores cargaron en caballos los cuerpos de Misael y Gildardo, junto con la extraña piedra. Luego regresaron al pueblo. 

Días después del entierro, un conocido comerciante del lugar que había quedado en custodia de la piedra, ¡asesinó a su mujer y luego se suicidó!

Los vecinos estaban demasiado asustados. No entendían qué pudo desencadenar esa tragedia, ya que tanto la conducta del esposo como la de la mujer eran intachables. 

Uno de los habitantes hizo una acertada observación: en ambas escenas de violencia el elemento común era la extraña piedra negra. Los vecinos decidieron deshacerse de ella. Un grupo se ofreció a devolverla a la cueva a donde pertenecía. Pasados unos días, como no regresaban, los pobladores fueron a buscarlos, temiendo hallar lo peor. Fue así que los encontraron muertos, en condiciones parecidas a los dos casos anteriores. 

Ya era muy urgente deshacerse de la piedra maldita, pero, claro, nadie se atrevía a cargar con ella. Finalmente dieron con la solución gracias a un plan hecho por el sacerdote del lugar: la piedra fue rociada con agua bendita y se le trasladó, con enormes cuidados, a un sitio secreto. 

Las habladurías dicen que aún puede verse, desde cierta distancia, en un muro de la catedral de Zacatecas. Está muy cerca de una pequeña campana ¡que suena misteriosamente si alguien se acerca a la piedra!

El niño enterrado en la hacienda

Cuentan en Sierra Hermosa, en Villa de Cos, que en el interior de lo que era la casa grande de la hacienda se escuchan llantos de niño, pero no llantos normales, sino unos que parecen de ultratumba. Según se cree, son los gritos de un niño que fue asesinado por su tío, quien lo enterró clandestinamente dentro de la casa. 

El ruido proviene del suelo, abajo del marco de una puerta entre un pasillo y el comedor. 

Cuentan que, hace varios años, los inquilinos de la casa decidieron escarbar en ese punto, no para buscar un tesoro sino para tratar de encontrar los restos del niño y darle cristiana sepultura. Empezaron a cavar y, a menos de un metro de profundidad, encontraron una piedra de cantera, tipo lápida. Todas las personas que estaban ahí sintieron algo extraño, como si hubiera una terrible presencia que no podían ver, por lo que decidieron ya no seguir. Rociaron la lápida con agua bendita y la volvieron a cubrir.

Leyenda de Zacatecas del niño enterrado en la hacienda

Los llantos siempre salen de ahí. Por enseñanzas de los abuelos se sabe que son los llantos del hijo de doña Manuela, una mujer que vivió ahí hace muchísimo tiempo. Ella había fallecido tiempo antes y su hijo quedó bajo la tutela de su tío Francisco. Este pequeño iba a ser el heredero de Sierra Hermosa y de otras que habían sido propiedad de su madre. 

Francisco era entonces el administrador de todos los bienes de su difunta hermana, y sabía que su sobrino se iba a quedar con todo. Como el niño estaba indefenso, se piensa que lo desapareció, lo mató y parece que lo sepultó ahí. Todo hubiera quedado como un misterio sin resolver, pero los llantos de ese niño delatan que sí hubo un asesinato.

Todavía no nace el valiente que saque la lápida, pues cuenta la leyenda que ¡la venganza del niño será muy cruel!

La joven huachichil y un muchacho irritila

Años atrás, en Concepción del Oro, Zacatecas, se hablaba de un hombre que vestía de una manera muy rara. Siempre llevaba un arco y una flecha, y más que caminar parecía que flotaba. Siempre se dirigía al mismo lugar, donde hoy se localiza El Grasero. Se hincaba y ponía su frente en el suelo. Permanecía un tiempo allí y luego desaparecía, se esfumaba. Después de muchos años, se supo que era un indígena huachichil, de los muchos que poblaban las sierras.

Una hermosa y joven mujer, de la tribu de los huachichiles, acostumbraba andar por el que hoy conocemos como el cerrito de la Cruz. Juntaba mezquites, ya que formaban parte de su alimentación. 

Un día, mientras buscaba su comida, sintió que alguien la observaba. Al dirigir su mirada a lo alto del cerro, descubrió a un apuesto indígena de la tribu de los irritilas. Era un hombre alto, muy bien formado, que andaba de cacería con su arco y su flecha. 

Leyenda de Zacatecas de la joven huachichil y un muchacho irritila

Tras saberse descubierto, el joven bajó despacio por la ladera del cerro, sin perder de vista a la joven. Cuando ya estaba a cierta distancia, preparó su flecha en el arco y ¡le disparó! 

Ella se quedó petrificada, anticipando lo peor. Instantes después de lanzar la flecha, cayó una serpiente que estaba enroscada en una rama del mezquite. La hermosa huachichil recuperó el aliento y corrió hacia el irritila. Lo abrazó y le dio las gracias de todo corazón. 

Ese fue el momento en que por primera vez se vieron a los ojos y sintieron que el amor los había atrapado. A partir de aquel día, se les veía por todas partes, siempre corriendo entre las florecillas del campo. Sus risas eran acompañadas por el canto de los pajarillos. Lo que más les gustaba era sentarse bajo la sombra de los pirules. También iban a un lugar muy especial para ellos: el arroyito de las aguas cantarinas donde se les veía refrescar sus cuerpos. 

Pero algo sucede que siempre nubla la dicha de una pareja que vive tan feliz.

Resulta que un huachichil se moría de celos porque pretendía a la joven y ella no le correspondía. A la distancia la observaba con el irritila, al tiempo que iba planeando la forma de acabar con ese amor que no pudo ser para él. 

Un día siguió a la joven y, precisamente en ese lugar que hoy se conoce como El Grasero y que era el lugar donde se reunían los enamorados, ¡la mató con su puñal!, clavándolo en su pecho. En ese preciso momento llegó el joven irritila a reunirse con su amada. Al darse cuenta, el huachichil preparó su arco y su flecha y le disparó a su rival de amores, hiriéndolo de muerte. El joven irritila se arrastró hasta donde estaba su amada, puso su cabeza sobre el pecho de ella y allí falleció. El joven huachichil se fue furioso porque ni en la muerte logró separarlos. 

Cuentan que ese día el cielo se oscureció y empezó a llover. Fue una lluvia triste. Parecía como si el cielo llorara por la muerte de esos enamorados. Los pájaros dejaron de emitir sus cantos y las flores del campo doblaron sus tallos en señal de duelo. 

Todos los lugareños saben que en ese lugar se aparece un hombre alto y fuerte. Es el joven irritila que, de vez en cuando, va al lugar donde le quitaron la vida a él y a su amada para ver si puede recuperar un poco de su felicidad.

La tumba de la llorona

Hay una leyenda en Jerez, Zacatecas, que dice que la tumba de La Llorona está en la entrada del Panteón Dolores, justo donde se encuentra una estatua que está llorando arriba de un sepulcro. 

Se dice que la figura a veces está con las manos juntas y que se le ven los ojos como si estuviera llorando. Cuentan los que van a visitar el panteón, que muchas veces mueve las manos, lo cual es demasiado extraño, pues son de dura roca.

Otra cosa muy rara son sus ojos, pues se ven como los de las buenas pinturas que nos hacen sentir que nos están siguiendo con la mirada. Bueno, pues así, igualito, ¡pero con la estatua! Aunque claro, esto sólo sucede cuando tiene los ojos abiertos, porque muchas veces los cierra.

Leyendas de Zacateca0s de la tumba de la llorona

Dicen que cuando sus párpados están abajo y parece dormida, es porque La Llorona dejó su tumba para ir al río para buscar a sus hijos. Se cuenta, como en toda la República Mexicana, que ella misma los mató. A uno lo aventó en un pozo de agua, a otro lo echó en el río cuando llevaba bastante agua y al otro lo mandó a comprar gasolina y unos cerillos; luego lo encerró en un cuarto, le aventó la gasolina y lo quemó vivo. 

Cuando se escucha a La Llorona en las calles o allá en el río, también se oyen cadenas.

—¡Ay, mis hijos! —grita de forma desgarradora.

Cuando la estatua cierra los ojos, los gritos de La Llorona no dejan dormir en toda la noche. Cuando esto sucede, todos los padres y madres de la localidad cierran las puertas de su casa con llave y no permiten que ningún niño salga, pues cuentan que, si ella se encuentra a un pequeño en la calle o en el río, se lo lleva al Diablo, quien lo mata de inmediato para quedarse con su alma. 

Así que si se preguntan por qué de noche no hay niños en las calles de Jerez, es porque ahí ¡la Llorona existe en verdad!

Leyenda del Cristo Perdido

Esta leyenda se cuenta en Concepción del Oro, pero se ha extendido a otros lugares. 

La historia comienza con un profundo sentido de agradecimiento, ya que los habitantes de la región se dedicaban a la minería, y aquella fue una época de oro —y plata—, para ellos. Al parecer, era tanta la gratitud que sentían los mineros de la región por tantas bendiciones recibidas en sus minas y sus arroyos, que decidieron juntarse y cooperar todos con un poco de lo recibido, para así mandar hacer un crucifijo de tamaño natural. 

Nadie se opuso a la idea, por lo que aportaron algo de su oro para hacer aquel Cristo que sería la ofrenda de su agradecimiento. Para tal efecto, una vez reunida la cantidad suficiente del dorado metal, lo enviaron a fundir a la ciudad de Saltillo. Los feligreses acordaron que cuando estuviera listo el crucifijo, se haría una peregrinación.

En la fecha acordada, el artesano entregó la pieza en Saltillo y desde allá partió la peregrinación, entre danzas, inciensos, cánticos y cohetones, hasta Concepción del Oro, Zacatecas. 

Leyendas de Zacateca del cristo perdido

Como el trayecto es largo, los peregrinos se detuvieron cerca de Bonanza para descansar, dormir y reponer fuerzas, principalmente porque el siguiente trayecto sería el más difícil: atravesar la sierra.

Se dice que cuando todos estaban dormidos, fueron asaltados por un grupo de ladrones de los tantos que asolaban esa región. Fue una matanza terrible, de la cual casi nadie sobrevivió. Los rateros decidieron enterrar al Cristo con la idea de después regresar a recogerlo, ya que pesaba demasiado para huir con él en ese momento. 

De la masacre solamente quedó un niño con vida, que estuvo observando a los ladrones en silencio ante el temor de que se dieran cuenta de su presencia y también lo mataran. Cuando los maleantes se fueron, ese niño se encargó de pedir ayuda en el poblado más próximo: Bonanza. 

Los pobladores de inmediato se organizaron y fueron en la búsqueda de los ladrones. Era tal la ira que sentían contra ellos, que cuando los encontraron los mataron sin contemplaciones.

El niño que había sobrevivido era un indio irritila. Como no había quién entendiera su dialecto, no pudo decir dónde habían enterrado el Cristo los ladrones y tampoco pudo mostrarle a la gente el lugar exacto, ya que todo ocurrió de noche. Además, se desorientó con la caminata que hizo al pueblo.

Desde entonces, algunas personas se han aventurado en la búsqueda del Cristo perdido sin poder dar con él, pero hay muchos que dicen que ese crucifijo de oro no debe ser sacado nunca de la tierra, pues es el que los protege en la región.

La niña conchita

En Villa de González, Zacatecas, hay una famosa puerta que, dicen, se conectaba con un pasadizo secreto. Este túnel comunicaba a la iglesia con la Hacienda de El Carro. 

Cuenta una historia que María Conchita era la hija del dueño del lugar y que, cuando todavía era jovencita, se enamoró de un peón. Por mucho tiempo llevaron su amor a escondidas porque eran de clases sociales diferentes y en aquella época eso era muy mal visto. Ella sabía que, si su papá se daba cuenta, ¡hasta podía matarla! Por eso, por mucho tiempo, ella y el trabajador llevaron su amor en secreto. 

Cuando ella iba a escuchar misa, pasaba por el puente donde está el arco y salía por el pasadizo para llegar a la iglesia. Como entre el puente y el pasadizo hay un lugar oscuro, ahí siempre la estaba esperando el muchacho para besarla y decirle cosas bonitas. 

Leyendas de Zacatecas de la niña conchita

Nadie sabe muy bien cómo sucedió, pero un día el padre se enteró y, aunque la Niña Conchita negó ese amor, al final tuvo que decir la verdad porque había quedado embarazada. A pesar de que el padre era un tipo muy duro, se apiadó de su hija porque era su favorita. Entonces la mandó a un convento en México y nunca regresó mientras su padre estuvo vivo. 

Al morir, ella volvió, pues ya era dueña de la hacienda. La Niña Conchita sólo pasaba las vacaciones allí y dicen que casi todo el día andaba con su hábito de monja, incluso hasta cuando se sentaba a hablar de negocios con los administradores o cuando salía con ellos a supervisar cosas de la hacienda. 

También dicen que al mediodía y a la media noche se ponía ropa normal, ya que deseaba ir al templo como mujer y no como religiosa. Pero la verdad es que ella quería encontrarse con su amor, o al menos recordar los momentos felices que vivió con él. De la casa cruzaba por el puente, luego el arco y se quedaba en el pasadizo, como si ahí estuviera el peón esperándola. Dicen que la oían llorar y es por eso que su espíritu todavía se aparece en ese lugar.

Lo que no se sabe es qué pasó con el peón, ni con el hijo que seguramente engendró la Niña Conchita. Algunos dicen que el padre lo mató y que también se encargó de asesinar a su nieto. Otros dicen que no era un hombre tan malo y que sólo despidió al peón y que al niño lo dio en adopción. Lo que es seguro es que la pobre Conchita no supo qué sucedió, pues, donde alguna vez estuvo el pasadizo, todavía se escuchan los lamentos del fantasma que dice:

—¡Regrésenme a mi hijo! ¡Regrésenme el amor!

Baile en el Panteón del Refugio

Cuenta una voz popular de la vieja Ciudad de Zacatecas, que allá por el año 1860, cuando nuestro país era escenario de sangrientas guerras entre liberales y conservadores, un capitán, de nombre Augusto Pavón, pertenecía a la guarnición del estado. Este militar contaba con veintinueve años. Era alto, delgado, de ojos azules y lucía unos bigotes rubios arreglados con esmero. 

En aquel tiempo había en la Plaza de la Loza, una fonda llamada la Luz de la Aurora, la cual tenía una numerosa clientela debido a su dueña: una morena de veinte primaveras que tenía por nombre, o sobrenombre, que esto no se sabe bien, Amparo de la Felicidad. Ella era la persona más alegre de toda la región.

La fonda era pequeña, pero le cabían hasta cuatro mesillas, cada una con asientos para seis personas. Su adorno consistía en un jarrón con flores que, todas las mañanas, traía Amparo para ponerlas debajo de un Santo Cristo que se encontraba en una pared y del cual era ferviente devota.

A la fonda, además del Capitán, también solía ir Juan Ponce, que era un pícaro de rostro enfadado y algo más grande que el soldado.

Desde el primer día que se vieron se hicieron grandes amigos, por lo que siempre iban a comer juntos. A Amparo le gustaban ambos, pero ella prefería al Capitán, quien, por cierto, la adoraba en secreto. 

Leyendas de Zacatecas en el panteón del refugio

Todas las noches los amigos se quedaban después de la comida. El soldado contaba historias, la muchacha les cantaba y Juanito Ponce les contaba chistes. No fueron pocas las veces en que los dos amigos, después de cenar, salieron de allí, con muchos otros militares y civiles, a cantar al pie de los balcones de las guapas zacatecanas, recorriendo así las románticas calles de la ciudad. De esta forma gastaban entre ellos la vida, distribuyendo el tiempo entre las obligaciones de su profesión y las continuas parrandas.

Cuando más felices se sentían los tres amigos: la fondera, el empleado y el militar, una negra nube oscureció la dicha. ¡El regimiento, al cual pertenecía el capitán Pavón, recibió orden de salir de campaña! Cuando fue a la fonda para despedirse de sus amigos, sintió algo extraño, como si algo malo fuera a suceder. 

Al llegar, le pidió a Amparo un retrato suyo y que le preparara una deliciosa cena para despedirse de todos sus conocidos.

Así, Amparito de la Felicidad perdió su alegría. A pesar de esto, le hizo la cena y comenzó a recibir a los invitados a las nueve de la noche. Ponce y varios oficiales llegaron a la fonda.

Se comió y se bebió, se charló mucho y todos brindaron por el feliz éxito de la campaña que iba a emprender el militar. Cuando el alcohol se les subió a la cabeza y Amparito cantaba, alguien le pidió al Capitán que contara cierta historia donde él fue el héroe. El soldado lo hizo, pero el problema fue cuando Juanito Ponce dijo:

—¡Hasta crees que eso pasó! Ni que tuvieras la fuerza de diez hombres.

Al Capitán esto lo molestó mucho y comenzó una gran discusión. 

—¡Haré lo que sea para demostrarte mi valor! —dijo el Capitán.

—Entonces te tengo un reto: el fantasma del primero que de nosotros dos muera, hará un baile encima de su tumba e irá por el que quede vivo para llevarlo a bailar con él.

Los demás intentaban poner fin a tan inútil discusión, sobre todo porque parecía que los dos amigos se iban a pelear o algo peor. Amparo, mientras tanto, descolgó el Santo Cristo y encendió un cirio para el juramento.

El soldado, rodilla en tierra y con la mano derecha extendida ante el Crucifijo, juró cumplir el trato. Juan Ponce imitó a su amigo. Después de esto, a los fiesteros se les quitaron las ganas de seguir con la reunión y se fueron a sus casas. Sólo quedó Amparito, quien puso el Crucifijo en su sitio.

Pasaron tres meses y llegó la trágica noticia: ¡la muerte del Capitán! Al enterarse, la muchacha no pudo disimular su dolor y lloró largo rato. La familia Pavón, que hacía pocos días había llegado a radicar a Zacatecas, decidió enterrar al soldado en el Panteón del Refugio. 

Juanito Ponce estaba muy lejos de imaginarse el triste fin de su amigo, porque a la semana de haber salido a campaña, lo habían mandado, por parte del gobierno del estado, para hacer una inspección en la Oficina de Rentas de Juchipila.

Semanas después de los acontecimientos, los amigos de Juan fueron a despertarlo para festejar su cumpleaños. Él había llegado la noche anterior, por lo que no sabía nada sobre el Capitán. A las 11 de la mañana, Ponce llegó a la fonda, pero Amparo lo recibió de forma apagada. Al darse cuenta de esto, Juan preguntó qué estaba pasando. 

La muchacha no podía creer que él no supiera nada, así que tuvo que contarle la tragedia del infortunado capitán Pavón. 

—Ahora te va a tocar cumplir con la tonta apuesta —dijo Amparo muy triste.

Juan se fue a su casa y se preparó para su fiesta de cumpleaños, aunque sin ganas de festejar absolutamente nada.

A las diez de la noche, la casa de Juan Ponce estaba llena de invitados que bailaban sin descanso. Poco antes de terminar la cena, llamaron a la puerta y una empleada abrió. Después regresó al comedor y dijo:

— Señor Juan, un militar desea hablar con usted. 

—¿No le ha dicho su nombre? 

—No, señor.

—Dígale que hoy no puedo recibirlo porque tengo visitas, que vuelva mañana. 

Salió la empleada con el recado, pero regresó para decir que el militar insistía en hablarle y que, si no le era posible salir, que le permitiera pasar, pues su asunto era muy urgente. 

En ese momento un frío mortal invadió a Ponce, quien recordó el juramento, por lo que, temblando, mandó que lo hicieran pasar.

El militar entró cubierto con una capa negra y, sin decir palabra, se sentó en una silla. Los invitados le hicieron muchas preguntas, pero no contestó nada. La mayor parte de los convidados habían sido testigos del juramento hecho en la fonda, por lo que no apartaban los ojos de los dos sujetos y lanzaban miradas a Ponce, como preguntándole si tenía miedo. Juan casi no respiraba. De pronto, el militar habló:

—Amigo, hicimos un juramento ante la imagen de un Cristo y del cual son testigos todos los aquí presentes. Esto hizo que me levantara de mi tumba para dar testimonio de que con Dios no se puede jugar. Ahora, por caridad, te pido que en nombre de la amistad que en vida tuvimos, me acompañes a cumplirlo, para que mi alma pueda descansar.

Los presentes estaban petrificados en los asientos, Ponce tomó su sombrero y acompañó al militar. Algunos invitados corrieron al balcón, alcanzando a ver como desaparecían las siluetas de los dos amigos al fondo de la Calle de los Gallos. 

Ni una palabra pronunciaron en el camino. Al llegar a la Iglesia, Ponce dijo que debía hacer algo antes y fue con el sacerdote para contarle lo que estaba sucediendo. Ahí Juan pidió por su alma. El sacerdote le dio un crucifijo, por si lo necesitaba.

Mientras tanto, el Capitán había llamado a la puerta, Ponce sintió el frío de la muerte correrle por todo el cuerpo. Salió sin decir palabra, caminaron y llegaron a las puertas del Panteón del Refugio, convertido a esas horas en sala de baile fantasmal. Juan debió ver algo horripilante cuando el militar se destapó, pues sintió que el mundo le cayó encima y se desmayó.

El sacerdote, que a larga distancia seguía a los amigos, corrió para ayudar a Juan. Le costó un poco de trabajo hacerle recobrar sus facultades y, con bastante dificultad, lo llevó a casa. 

Al día siguiente, todo volvió a la calma y Juan Ponce se hizo popular en Zacatecas. Muchos dicen que él no cumplió su promesa, pues no bailó en la tumba, pero él jura que sí lo hizo. Tal vez, al momento de desmayarse, ¡en realidad murió para que su espíritu pudiera cumplir con el juramento!

Confesión de ultratumba

En cierta ocasión, ya entrada la madrugada, llamaron fuertemente en la puerta de la notaría del Templo de Santo Domingo. Al padre Martín no le extrañó que lo fueran a despertar a esas horas, dado que era una cosa normal, pues estaba acostumbrado a administrar los sacramentos a enfermos graves. Como siguieron tocando y cada vez con mayor fuerza, se levantó, se vistió y se asomó a la ventana preguntando:

—¿Quién llama? 

Una mujer con un viejo y desgastado vestido negro y cubierta la cabeza con un rebozo, contestó:

—Yo, padrecito. Vengo a rogarle me haga la caridad de acompañarme para auxiliar a un enfermo muy grave que tengo en casa.

Como respuesta, el sacerdote salió en seguida, con su petaca de mano, y fue detrás de la mujer que le servía de guía. 

Leyendas de Zacatecas de la confesión de ultratumba

Atravesaron obscuras y apartadas callejas que desembocan en la antigua plaza de toros. Al llegar al sitio a dónde se dirigían, la mujer se detuvo y abrió la puerta de una mísera habitación, a la que pasó el sacerdote. 

El cuarto estaba vacío. A la débil luz de una vela, distinguió el cura al enfermo, el cual yacía sobre un sucio petate en el suelo, en el rincón de la estancia. 

El padre se sentó en un banco y se quedó mirando al hombre, el cual tenía unos 50 o 60 años. Era alto y con el cuerpo enflaquecido. Estaba demacrado y tenía un amarillento color cadavérico. Sus ojos eran verdes, pero sin expresión alguna. El sacerdote le tomó una mano y sintió el frío de la muerte, por los cual comprendió la gravedad del enfermo. Sin más tiempo que perder, le dijo:

—Hijo mío, ¿te sientes muy mal?

—Sí, padrecito —contestó el enfermo con desfallecida voz—, y quiero confesarme.

Al oír esto, la mujer que había estado contemplando la escena, salió a la calle. El sacerdote abrió su petaca y sacó la estola, se la colocó sobre los hombros y volvió a decir al enfermo:

—Bien, hijo mío, dime tus pecados.

El enfermo, a pesar de su gravedad, tenía completa lucidez e hizo una larga confesión de sus culpas, la que terminó entre sollozos, signo inequívoco de que estaba arrepentido. El cura le dio la absolución. Luego volvió a abrir la petaca, sacó lo necesario y le administró la extremaunción. Después de ponerle los santos óleos, se quitó la estola y la colocó sobre una estaca de madera que estaba clavada en la pared, cerró su petaca, se despidió tiernamente del enfermo y de su mujer, y se fue a su casa.

Al día siguiente, como no encontraba la estola en su maletín, recordó que la había dejado olvidada en la casa del enfermo y preguntó al sacristán:

—Dime, ¿no han traído la estola de la casa del enfermo que fui a confesar anoche?

—No, padre.

Entonces mandó a un monaguillo por ella, quien regresó después de un rato. Le dijo que nadie le había abierto la puerta. Esto hizo que el padre se molestara y enviara al sacristán para realizar la misma labor. Éste tardó en volver el doble de tiempo que el monaguillo. Cuando regresó, le dijo exactamente lo mismo: nadie abrió la puerta.

El sacerdote perdió la paciencia y fue él personalmente a la casa, pero le ocurrió lo mismo, aunque su caminata no fue en vano, pues él notó que la casa parecía abandonada.

Intrigado, buscó al dueño del edificio, quien, al escuchar el relato del padre, le respondió:

—Padrecito, es muy raro lo que usted me dice, ¿no sería un sueño? Hace más de dos años que tengo estos cuartos desocupados y han permanecido cerrados. Ya me dio miedo su historia, pero pronto saldremos de dudas. Usted dice que la estola la dejó colgada en una estaca y ahora vamos a desengañarnos.

Al meter el dueño la antigua y pesada llave de hierro en la chapa, el padre notó que era la misma con la que la mujer había abierto la puerta la noche anterior. El pasador dio un rechinido al girar, lo cual demostraba que hacía largo tiempo que no se abría. 

Al entrar, percibieron un fuerte olor a humedad. El padre encendió una vela y ambos vieron enormes telarañas colgando del techo y numerosas ratas corriendo asustadas. El piso estaba cubierto por una gruesa capa de polvo; sin embargo, ¡la estola estaba colgada en la estaca!, tal como el padre había asegurado.

Este suceso causó tremenda sensación. Se dice que, después de esto, el padre tuvo un derrame de bilis y murió después de haber confesado al enfermo. Nadie sabe si fue de la impresión, o si el espíritu de aquel hombre no quería que alguien se enterara de sus secretos.

La calle de los perros

El extraño nombre de “Cajón de Reales”, el cual usaba la gente como apodo para doña Nicolasa, se debía a que cuando algún indiscreto hablaba sobre las muchas riquezas que se pensaba que ella estaba reuniendo, la mujer contestaba con voz quejumbrosa: 

—Pero si apenas tengo un cajoncito de reales para mantener a mis animalitos.

Decía esto porque en su casa tenía un montón de perros de todos tamaños, razas y colores. 

Su oficio era ser prestamista. Los infelices que caían en sus garras daban en prenda sus objetos más indispensables a cambio de unas cuantas monedas que no siempre los sacaban del apuro. Cuando se cumplía el plazo y no se había pagado la deuda, ella se mostraba insensible y sacaba a subasta los objetos empeñados. Así, unos pobres eran despojados y otros obtenían, por precios ridículos, objetos útiles para su persona y su hogar. 

Su casa estaba situada detrás de la calle de la estación de ferrocarril y era la mejor y la más grande de aquel barrio. La ancha puerta tenía una ventanilla secreta por donde hacía sus operaciones financieras, a fin de que nadie penetrara en su hogar, cosa que, por cierto, nadie quería hacer por temor a los perros. 

Leyendas de Zacatecas de la calle de los perros

Lo peor es que los canes hacían un escándalo terrible cuando el empleado del rastro les llevaba sus kilos de carne. Todo el mundo los odiaba por el alboroto que se armaba todas las noches, especialmente cuando había luna. Los vecinos no podían dormir y ya estaban hartos de esto.

Por si lo anterior fuera poco, se rumoraba que traficaba con alhajas robadas, pero nadie se atrevía a denunciarla. 

En una ocasión llegaron unos titiriteros a esta ciudad y pusieron su carpa en la plazoleta de las carretas. Eran tres hombres y dos mujeres con aspecto de gitanos. Un hombre muy alto parecía el jefe. Una semana duró la carpa dando exhibiciones diarias y, cosa rara, doña Cajón, quien nunca iba a ninguna parte, asistía todas las noches a las funciones. A la salida, el jefe la acompañaba hasta su casa.

La última noche de función, los vecinos la vieron cenar con los artistas en una fonda instalada cerca de la carpa. Al día siguiente amaneció robado el Santuario de nuestra Señora del Patrocinio, el que se encuentra en el cerro de la Bufa. Esto causó una gran indignación en toda la ciudad. Las autoridades tomaron cartas en el asunto, pero no lograron hacer nada. Se pensaba que los malhechores eran extranjeros, ya que ningún mexicano se hubiera atrevido a despojar a su reina de los objetos que ellos mismos le regalaban anualmente.

Pocos días después hubo un cambio de personal en el rastro y el nuevo empleado no sabía sobre la obligación de llevar la carne a la casa de doña Cajón. Esto hizo que los aullidos de los perros se hicieran insoportables. Era tanto el escándalo que los vecinos, alarmados por aquella espantosa jauría, se vieron obligados a quejarse ante las autoridades, las cuales inmediatamente se ocuparon del caso, ya que ni de día ni de noche cesaba el ruido.

El espectáculo que presenciaron las autoridades, y los chismosos que fueron con ellas, fue horrible. En un inmundo cuarto estaba doña Cajón, quien fue devorada por los perros. Se dice que, en un armario fuertemente defendido, había muchísimas joyas y, entre ellas, ¡las robadas a la Virgen de Patrocinio! Todo mundo sintió que la terrible muerte de la prestamista fue el castigo que merecía. Ah, y, por cierto, desde entonces a esa vía se le llama la Calle de los Perros.

La Calle de Manjarrez

La siguiente es otra leyenda que también trata de un prestamista. Su nombre era don Abraham, y la casa donde vivía y trabajaba era un verdadero antro. Sus ventanas enrejadas nunca se abrían, la ancha puerta del zaguán estaba sellada con gruesos clavos y resguardada por una gruesa cadena. Todo esto estaba alumbrado por un sucio farol, lo que le daba el triste aspecto de una prisión en donde el viejo usurero guardaba celosamente dos “pertenencias”: los tesoros que acumulaba, y a su nieta, la bellísima Raquel, a quien nadie conocía.

Abraham llegó a la ciudad con el cargo de tasador. Compró la vieja casona y se llevó a vivir con él a su única hija, la cual estaba muy enferma. Ella tenía una niña pequeñita y una empleada.

Casi de inmediato, don Abraham comenzó a hacer toda clase de negocios sucios: prestar con enormes intereses sobre hipotecas, denunciar bienes eclesiásticos que luego iban a parar en sus manos, regentear casas de juego y cantinas, entre otros negocios.

Esto hizo que fuera odiado por todo el mundo. Los chicos lo apedreaban y la fachada de su casa estaba llena de dibujos gigantescos y letreros insultantes. 

Leyendas de Zacatecas de la calle de Manjarrez

Lo malo es que aquella parte de la casa no tenía ventanas a la calle, sino que recibía la luz por medio de tragaluces de colores en el techo; sin embargo, Raquel era feliz acostumbrada al encierro. No era nada ambiciosa, ya que sabía que el día que muriera su abuelo, ella heredaría todas sus propiedades y sería libre y rica; pero lo quería demasiado como para desear su muerte.

Una noche llamaron a la puerta y el viejo fue a investigar quién tocaba. Era un caballero con una capa que le cubría la mitad del rostro. Al ser interrogado, dijo que llevaba un asunto de mucha urgencia, por lo que fue introducido a la pieza en donde el anciano trataba sus asuntos. Al descubrirse el rostro, el usurero vio que era un hombre joven, apuesto y arrogante. Éste sacó de su bolsillo un estuche con incrustaciones de marfil y se lo tendió a don Abraham.

Lo curioso es que a él no parecían importarle, en realidad, las riquezas. Muestra de esto es que las piezas en que él habitaba, reinaban el abandono y la pobreza; pero el segundo patio de la casa, donde vivía su adorada Raquel, cambiaba la decoración como por arte de magia. En medio de un corredor encristalado había un hermoso jardín cubierto de flores; una fuente, una gran pajarera, un palomar y dos hermosos pavorreales completaban la prisión de oro de la nieta del viejo avaro.

—Es lo único que tengo de valor. Me la dio mi madre, así que vale mucho para mí. Una terrible necesidad me obliga a empeñarlo.

Al abrir el estuche, el anciano no pudo reprimir una exclamación de asombro al ver, en el fondo de terciopelo negro, un collar de perlas de incomparable belleza. En su imaginación vio a Raquel luciendo en su garganta el maravilloso collar. 

De pronto se abrió la puerta que comunicaba a la alcoba del viejo y apareció Raquel, que, creyéndole solo, le iba a dar las buenas noches. La emoción del joven al ver aquella aparición celeste en aquel antro infernal, no se puede describir.

La niña, por su parte, vio en aquel caballero, al príncipe azul con quien soñaba. El abuelo, al ver la turbación de su nieta, le ordenó imperiosamente que se retirara. La niña quiso obedecerlo, pero la pesada puerta no cedía ante sus débiles esfuerzos, por lo que el joven, galantemente, le ayudó. Raquel, ruborizada, le dio las gracias y desapareció en las sombras del pasillo. 

La confusión del joven fue tanta que aceptó, sin saber lo que hacía, las condiciones que le impuso el viejo a cambio de la preciosa joya. Luego salió con un puñado de dinero que apenas le sacaría de apuros, ya que su situación era muy difícil. 

Así fue como Raquel conoció a aquel joven que se llamaba Álvaro, quien, además de tener un buen rostro, era de una ilustre familia.

Por vez primera, Raquel reflexionó sobre la forma de trabajar de su abuelo cuando éste le mostró el collar diciéndole que podía contarlo como suyo, ya que el dueño no podría salvarlo nunca, que las hipotecas de sus bienes estaban en su poder y que iba a disfrutar muchísimo verlo arruinado.

Después de una noche de horrible insomnio, Raquel decidió devolver el precioso collar a su dueño. Entonces rogó a Sara, su fiel sirvienta, que le ayudara a robar las llaves del viejo sin que se diera cuenta. 

Sara tenía una droga con la que dormía a la madre de Raquel cuando tenía dolores insufribles. Así que fue por ella y le dio una dosis al viejo en el vino que tomaba en la comida. Ésta hizo efecto tan rápido que el abuelo se durmió sentado en un sillón. Luego le quitaron las llaves, abrieron el cofre de las joyas, sacaron el precioso estuche, buscaron los documentos de las hipotecas de don Álvaro y, además, una gruesa suma de dinero. Hicieron un paquete con esto y Sara lo llevó a la casa de Álvaro con una nota que decía: 

A mi adorado hijo,

su madre desde el cielo.

La alegría de Raquel se convirtió en angustia al ir a ver a su abuelo y encontrarlo muerto y con el rostro horriblemente desfigurado. Cayó desmayada a sus pies y ahí la encontró Sara, quien, al ver el desastroso efecto de la droga, huyó por temor a la justicia, dejando a la pobre niña abandonada a su suerte.

Cuando las autoridades llegaron, Raquel estaba loca y no pudo declarar nada, por lo que fue llevada a una casa de salud de Guadalajara. Los bienes del anciano fueron rematados por falta de herederos. Don Álvaro, al comprender el inmenso sacrificio de la joven, trató inútilmente de verla, pues no se lo permitieron. La casa fue demolida e hicieron una vecindad en ese lugar.

En aquella calle, llamada de Manjarrez y que actualmente tiene el nombre de Av. Insurgentes, todavía se puede ver el horrible espectro de un anciano que está buscando un tesoro que jamás encontrará.

La filarmónica

Aquella hermosa mañana de 1600, todo era entusiasmo y alegría en la quinta llamada Villa de Rosas, pues era esperada con ansia la llegada de sus nuevos moradores: el valiente capitán don Jorge Temiño y su bellísima esposa Perla Santini, hija de un músico italiano que acababa de morir en Veracruz. La única condición que había puesto la gentil desposada para dejar aquellas hermosas tierras y venirse a vivir a esta barranca, fue que viviera alejada de toda sociedad para poder conservar su luto. Fue por esto que el enamorado esposo le mandó construir la Villa a orillas de la ciudad de Zacatecas.

Fue hecha en medio de un jardín cubierto de rosas, de ahí el nombre del lugar. Tenía una fuente de cantera rosa labrada, unos hermosos salones majestuosamente amueblados al estilo de aquella época y un fino piano, ya que la joven señora amaba la música. La mansión era un estuche digno de tan hermosa Perla.

Leyendas de Zacatecas de la filarmónica

Todas las tardes se escuchaba por la villa la voz cristalina de la mujer, acompañada del piano, cantando las bellas canciones de su país. La dicha de los enamorados era tal, que creían estar en el paraíso. Pero esta alegría fue de poca duración; el capitán fue llamado a combatir a los caxcanes —una tribu indígena que luchó valientemente para evitar su conquista—, los cuales se habían amotinado, por lo que tuvo que partir con el corazón destrozado y dejando a Perla sumida en la mayor desesperación y tristeza.

Las risas no volvieron a escucharse y tampoco las canciones. Una inquietante y muda tristeza se apoderó de Perla y sólo el piano era su distracción, aunque ahora sus melodías eran tan tristes como su alma. 

En vano sus amigos trataron de distraerla. Ella cerró la puerta a todos, sólo los nativos que formaban la servidumbre le valían de compañeros. Se pasaba los días sentada en el ventanal, esperando la llegada de su amado. En sus largas noches de insomnio, tocaba el piano hasta el amanecer. Los pocos caminantes que pasaban por allí la creyeron loca y empezaron a llamarla La Filarmónica.

Una noche que tocaba como nunca, se interrumpió la melodía sin volver a comenzar. El vigilante se extrañó de esto, porque estaba acostumbrado a oírla tocar toda la noche. Al día siguiente, la camarera la encontró muerta sobre el piano, como una flor marchita.

Días después llegó la noticia de que el Capitán había muerto en un ataque de los indios. ¡La fecha y la hora coincidían con las de la muerte de su amada esposa! Los parientes del capitán heredaron todos los bienes, pero nadie quiso ocupar la finca, por lo que quedó totalmente abandonada.

A lo largo de los años, la gente que pasa por ese lugar después de la media noche, asegura que se ilumina el ventanal y se escucha una música maravillosa. Después, al despuntar el alba se apaga la luz y un tristísimo lamento se escucha hasta muy lejos.

El nombre de Villa de Rosas quedó olvidado, ahora la siguen llamando: La Filarmónica.

La Plazuela de Zamora

Aquel día del año de 1696, don Pedro de Quijano estaba más que furioso, pues nunca hubiera creído que su única hija, la hermosa María Leonor, se enfrentaría con él de la manera que lo hizo. Sin ningún aviso previo, el padre le dio la noticia de que tenía que casarse con el acaudalado minero don Juan Antonio, dueño de la hacienda de San José. Al saber la voluntad paterna, la joven contestó, con dulce firmeza, que preferiría el convento o la muerte antes que ser esposa de ese señor, a quien respetaba, pero al que nunca llegaría a querer. Ni los ruegos, ni las amenazas la hicieron cambiar de decisión.

El señor Juan Antonio, con sus cincuenta años, viudo y dueño de una importante fortuna, llenaba las ambiciones de don Pedro, pues de la escasa herencia que había dejado su padre, ya sólo le restaba la vieja casona en que vivía en el callejón que lleva su nombre- Por si esto fuera poco, la casa estaba hipotecada y por eso la negativa de su hija arruinaba sus proyectos y no resolvía sus apuros económicos.

La razón que tenía María Leonor para desobedecer a su padre, era que estaba enamorada locamente, y era correspondida, del joven José Manuel Zamora, ahijado de doña Catalina, una señora muy rica y de buen corazón, que además fue muy amiga de la difunta madre de María Leonor. 

Seis meses hacía que los jóvenes se amaban, protegidos por doña Catalina, quien había prometido a la madre de la niña velar por su felicidad y, confiada en la caballerosidad de su ahijado, creía que éste era el partido que mejor le convenía, ya que Leonor era pobre y ella pensaba donar a José Manuel todos sus bienes.

Pero la ambición de don Pedro derrumbó tan dulces ilusiones. Como estaba furioso por la negativa de su hija, se puso a investigar el motivo y mandó a una mujer, que se dedicaba a espiar a los demás, a averiguar todo lo relacionado a su hija y a sus amistades. 

Antes de una semana, la bruja le llevó los datos más exactos que hubiera deseado saber. Así se enteró de que todos los días un enmascarado seguía a su hija cuando ésta iba a oír misa al convento de la Merced acompañada de una vieja sirvienta; que luego de terminada la ceremonia, la esperaba muy bien escondido y que, ya descubierto, era un apuesto y joven galán quien le ofrecía el agua bendita que ella agradecía con la más dulce sonrisa. Luego la volvía a seguir hasta su casa y que, por las noches, después del toque de las ánimas, iba el enmascarado a platicar por una ventanilla en la parte trasera de la casa.

La molestia de don Pedro no tuvo límites. Durante varias horas pensó cómo castigar duramente a su hija y al galán; y así fue que se le ocurrió una diabólica idea que le daría una dulce venganza. 

El padre corrió el rumor de que alguien intentaba derrocar al alcalde mayor. Luego fue a pedir audiencia al alcalde para decirle, confidencialmente, de un asunto de vida o muerte. Como don Pedro era un hombre importante, fue recibido y puso en obra su astuto plan. 

—Señor alcalde —dijo don Pedro—. Disculpe usted que lo moleste, pero esto es un asunto de mucha importancia.

—Sabe que siempre es bien recibido aquí. Dígame, ¿qué sucede?

—Me causa un profundo dolor decirle esto, ya que usted siempre ha realizado un trabajo tan maravilloso, pero debo hacerlo: hay un individuo que ronda mi casa. Sé muy bien que su intención es matarme pues sabe que soy fiel al gobierno y a usted. Lo más penoso es que sé, de buena fuente, que después de matarme a mí, irá en contra de los altos mandos, por lo que temo por su vida, señor mío.

Leyendas de Zacatecas de la plazuela de zamora

—¿Cómo sé que lo que dice es cierto? —preguntó el alcalde.

—Muy sencillo. Mande a algunos hombres para aprehenderlo. Al hacerlo y revisarlo, verán que tiene documentos que prueban lo que digo.

El alcalde no dudó de la verdad del denunciante, pues le tenía mucha confianza y en agradecimiento, dio la orden de atrapar al misterioso enmascarado cuanto antes. 

Don Pedro llamó a la espía y le entregó una carta para el joven que iba a rondar su casa, advirtiéndole que no le dijera quién la mandaba. Aquella nota, claro, estaba escrita en términos que comprometían al joven.

Esa noche, al llegar José Manuel al crucero de Quijano, le entregaron la nota que guardó en su bolsillo sin abrir. La hermosa mano de su amada acababa de asomarse por la ventanilla, cuando aparecieron un puñado de guardias. 

—¡Queda arrestado! —le dijeron mientras le amarraban las manos.

Ni siquiera tuvo tiempo de despedirse de ella. Mientras tanto, Leonor, loca de terror, corrió a refugiarse en su oratorio. En ese momento su padre se le cruzó en el camino y le preguntó:

—¿Por qué corres así? ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas?

Todas estas preguntas las hizo con una sonrisa en la boca; luego, sin esperar respuesta, dijo:

—El cielo siempre castiga la desobediencia.

Tres días después, frente a la casa de don Pedro, se iba a cumplir la sentencia a muerte del joven José Manuel Zamora, a quien las torturas no habían restado su valentía. Pálido y demacrado, pero con porte altivo, subió las gradas del patíbulo y dando un beso al crucifijo y una última mirada a los balcones de su amada, entregó su cuello al verdugo.

Horas más tarde, María Leonor entró al Convento de la Merced donde se convirtió en monja. La plazuela donde murió José Manuel Zamora llevó como nombre su apellido.

Pero la historia no termina ahí, porque al poco tiempo, dicen, don Pedro murió de una extraña enfermedad. Ningún doctor supo de qué se trataba y eso que le llevaron a los mejores por su amistad con el gobierno. Cuando Leonor escuchó que su padre había muerto, cuentan que soltó una larga carcajada que todavía se puede escuchar en donde antes estaba aquel convento.

Rosa y el Tenorio

Juan Bautista gozaba la fama de ser un tenorio. Esto se debía, en parte, a los comentarios que hacían sus numerosos amigos, quienes en cuanto sabían de alguna conquista, la propagaban a los cuatro vientos, exagerando las proezas amatorias de Juan, con el propósito de adularle.

El joven era apuesto y millonario, cualidades que lo hacían irresistible al encanto de las doncellas, quienes se rendían a las galanterías del enamorado muchacho, por lo que se le comparaba con el famoso burlador de Sevilla. 

Sus padres, quienes lo adoraban, no encontraban nada malo en la forma de ser del joven y pensaban que con la edad entraría en juicio y se casaría con alguna rica heredera. Es por esto que daban magníficas fiestas en su residencia de la Hacienda de las Mercedes. Ahí acudían bellísimas y acaudaladas jóvenes, entre las que podría Juan escoger. Pero él, aunque le gustaban todas, no se dejaba aprisionar en el dulce lazo del matrimonio.

Leyendas de Zacatecas de Rosa y el Tenorio

Entre las bellezas del barrio de mineros destacaba Rosa, una muchacha alegre y coqueta que aceptaba relaciones con todo el que la pretendía, pero sin formalidad alguna. Es por esto que muchas veces corrió sangre por causa de sus locuras. A ella no le importaba el amor de los mineros, sino que ambicionaba más; quería a Juan. Por cierto, era muy extraño que éste no se fijara en ella, pues era muy bella, quizás era por su condición de huérfana de padre. 

Juan salía dos veces al año a una visita de inspección de sus minas de Sombrerete y su ausencia duraba de dos a tres meses. Una vez que se fue de viaje, Rosa desapareció. Todos creyeron que se había fugado con él. La madre de Rosa, desolada, pero al mismo tiempo sumisa a los señores de la hacienda, no sólo no protestó, sino que prohibió a sus hijos que hicieran investigación alguna. 

Dos meses más tarde recibió un recado del hospital de San Juan de Dios, en el que se le informaba que Rosa se encontraba moribunda. La infeliz mujer corrió al lado de su hija y apenas pudo reconocerla; así de desfigurada estaba. No podía hablar, sólo en la mirada aterrorizada de sus ojos se sabía que tenía vida. 

Horas después murió sin pronunciar el nombre del causante de su desgracia. Llegó a su última morada en hombros de sus tres hermanos y de Saturnino, el último de sus novios. Cuando le arrojaron la última paletada de tierra, los cuatro hombres juraron vengarse.

Días después regresó don Juan de su viaje y se extrañó mucho de que lo acusaran del rapto de Rosa. Negó rotundamente el hecho y se ofendió que lo creyeran capaz de tal acto. 

Una noche que, por ser día de pago, volvía de una de sus minas, fue agredido por cuatro hombres que lo asaltaron por sorpresa en terrenos cercanos a su casa. El empleado que lo acompañaba huyó cobardemente.

Al día siguiente, su cadáver, acribillado a puñaladas, fue encontrado. Los asesinos no tardaron en ser aprehendidos y denunciados por el empleado. A los pocos días fueron ejecutados en el mismo lugar del crimen, esto a pesar de que el padre de Juan les perdonara la vida con generosidad.

Años después, un mendigo ciego y repugnante, hizo una declaración: ¡Don Juan no había sido el raptor de Rosa, sino un aventurero francés de apellido Langot! Era un buscador —y ladrón— de fortunas que estaba enamorado de Rosa, pero sin la esperanza de ser correspondido. Esto lo motivó a raptarla con ayuda del mendigo.

En la declaración dijo que la pobre mujer fue conducida a un socavón abandonado en la mina San José de García. Allí fue víctima de los peores tratos y fue vigilada para que no escapara. Aterrorizada, mal alimentada y sin esperanzas de libertad, Rosa fue perdiendo la razón y la salud. Al ver que estaba a punto de morir, los captores decidieron deshacerse de ella por temor a que los denunciaran, por lo que una noche la llevaron por los cerros y la dejaron cerca del hospital. 

Su crimen no quedó impune, pues un día en que los dos criminales trataban de sacar algo de oro, estalló el instrumento con que lo estaba haciendo antes de que pudieran ponerse a salvo. El francés murió horriblemente destrozado, y fue así como su ayudante quedó ciego. El mendigo no dijo nada por temor a la justicia, pero ahora que sentía cerca su muerte, quería reivindicar la memoria de Juan.

Desde ese día, en aquel sitio parece haber una fiesta de espíritus malignos llenos de odio y deseo de venganza. Cuentan que Rosa se les aparece a todos los hombres jóvenes, que el fantasma de Juan sigue cortejando a las muchachas, pero se queda con sus almas, y bueno, ¡hasta dicen que está el fantasma de un francés al que no se le entiende nada!

El Cerro de la Bufa

Se dice que el famoso Cerro de la Bufa, en Zacatecas, guarda un inmenso tesoro. La leyenda cuenta que está conformado por una larga escalinata de mármol, que conduce a un bellísimo palacio con pisos de plata y muros de oro. La iluminación se produce por el intenso brillo de piedras preciosas que cuelgan por todas partes. Conseguir estas riquezas no es asunto fácil, pues aquel que quiera ser el dueño, debe pasar una serie de pruebas impuestas por una bella mujer.

Hasta este momento todo parece muy bien: una vida llena de inmensa fortuna y la compañía de una impresionante mujer para el afortunado. Pero las cosas no pueden ser tan sencillas, ya que hay una serie de hechos que convierten este relato en una verdadera leyenda de terror que ha asustado a la gente por siglos, razón por la cual, pocos se han atrevido a buscar dichas riquezas.

Leyendas de Zacatecas del cerro de la bufa

La existencia del tesoro es algo que no muchos han puesto en duda, ya que, en los registros de la historia, hay constancia de que en 1546 se descubrió mucha plata al pie del cerro. Con respecto a la mujer, se dice que es una princesa encantada que se aparece en lo más alto del lugar, pero solamente una vez al año, durante la fiesta del pueblo. Esta muchacha espera a que pase por la vereda algún hombre, después le pide que la lleve en brazos hasta el altar mayor de lo que hoy es la Basílica de Zacatecas.

Debido a su gran hermosura, es difícil que alguien se niegue a su petición, además les promete revelar información sobre la ciudad encantada que descansa bajo el cerro. Aparte de cargarla, pone como condición no voltear hacia atrás sin importar los sonidos que se escuchen. 

Mientras van en camino, el ambiente se llena de ruidos raros, voces llamando al hombre por su nombre, susurrando palabras de muerte, rugidos de animales conocidos y fieras extrañas, ¡todo un enjambre demoníaco emitiendo lamentos y quejidos!

El miedo poco a poco invade su corazón, las piernas pierden sus fuerzas, se dificulta la respiración, se sabe rodeado, acechado, vigilado, probablemente cazado, y no puede resistir más, por lo que voltea su cabeza y la muchacha que lleva en sus brazos se transforma en una horrible serpiente y todo termina.

En los cuatro siglos que tiene de existencia Zacatecas, no hubo valiente que soportara traer el infierno a sus espaldas. Todos ellos voltearon a verlo, ¡y hasta ahí llegaron! Por cierto, la princesa se sigue apareciendo y el tesoro te está esperando.

El tesoro del cerro del Xoconostle

En las cercanías de Fresnillo, a un par de leguas hacia el norte, se localiza un conjunto de cerros de regular altura. Uno de ellos llama la atención por la flora y fauna existentes. Se le conoce entre los lugareños como el Cerro del Xoconostle, y también como Cerro Gordo.

Esta historia ocurrió en los tiempos en que este poblado era conocido como Real de Minas del Fresnillo, en el siglo XVII para ser más exactos.

Fue cuando el beneficio de la plata convirtió a Fresnillo en un lugar que ofrecía infinidad de oportunidades para enriquecerse tanto para mineros como para comerciantes, ¡hasta aventureros que provenían de distintos países y de la región!

El Real de Minas de Fresnillo producía plata principalmente, aunque también oro, pero en cantidades menores. Estas riquezas, fundidas en lingotes, eran transportadas en carromatos tirados por bueyes. Transitaban fuertemente custodiados por el Camino Real hasta llegar a la ciudad de Zacatecas, donde se depositaban en la Caja Real.

De ahí se enviaba a España. Pero parte de la producción se quedaba en Fresnillo, con los ricos mineros y uno que otro mercader. Estas riquezas atraían poderosamente a mineros con menos suerte, así como a bandoleros que mantenían arruinados a los poblados de la región por sus frecuentes ataques. Para evitar que los asaltos, robos y crímenes pudieran arrebatar los lingotes de plata y oro a sus propietarios, se recurría a las fuerzas armadas que a su cargo tenían el resguardo real y que se encontraban acuartelados en el Presidio o Cantón Militar (ahora Presidencia Municipal).

Lo anterior, de hecho, no ofrecía seguridad alguna a los pobladores y se buscó otra manera de proteger los tesoros. Por eso se decidieron a esconderlos en cuevas que nadie conociera. Se determinó que fueran las que se localizan en el Cerro del Xoconostle. A ese lugar nadie se acercaba porque era un cerro muy extraño, y en el cual, decían los lugareños, habitaba el Diablo.

Decían lo anterior porque de esas cuevas se despedía un penetrante y asfixiante olor, además de que ninguna hierba crecía. Este cerro, según los antiguos, fue hace miles de años una chimenea del Volcán de Colima y que por eso se encuentra gran cantidad de ceniza de color negro.

Además, los arbustos que allí crecen son de una especie sumamente rara y de horrible apariencia. Los lagartos y serpientes abundan, son oscuras, de piel escamosa y de horripilante figura, lo que, claro, ahuyenta a los curiosos. Esto fue tomado en cuenta por los mineros para ocultar sus fortunas. Creían que el temor al Diablo haría que nadie se atrevería a incursionar en ellas, mucho menos en tratar de llevarse el tesoro de los mineros.

Leyendas de Zacatecas del tesoro del cerro del Xoconostle

Pasaron los años y la gente empezó a borrar de la memoria lo que en el cerro se había depositado, los mineros y mercaderes también y al parecer todo quedó en el olvido. Transcurrieron los años y pocos en verdad recordaban ese pasaje de nuestras tradiciones 

Así llegamos hasta mediados del siglo XX.

Fue en tiempos de la construcción de la Carretera Panamericana —o Cristóbal Colón— y que pasa a escasos metros del Cerro Gordo, que en ese lugar empezaron a ocurrir fenómenos extraños. Los trabajadores desconocían su origen, pero los atemorizaban cada vez que se acercaban a las cuevas que permanecían ocultas en el exuberante follaje.

Decían que cada vez que se adentraban por el cerro a cortar leña para calentar sus alimentos o encender fogatas en la noche al acampar en ese sitio, escuchaban ruidos extraños que salían de debajo del pedregoso terreno.

Luego empezaba a salir un humo negro muy espeso que atemorizaba a los obreros, porque apenas podían respirar. Muchos de ellos enfermaron, otros prefirieron abandonar el trabajo.

Resulta que cerca del Cerro Gordo habitaba un humilde pastor que cuidaba su modesto rebaño de cabras. Él fue quien explicó a los trabajadores de la carretera lo que había en el cerro. Les dijo que el Diablo habitaba en ellas y que cuidaba un tesoro que dejaron los mineros españoles hacía muchos años.

El Diablo, según el pastor, le había dicho que el tesoro sería de quien se lo llevara cuando él no estuviera en la cueva. Al regresar y al ver que no se habían llevado todo el oro y toda la plata, los culpables se quedarían con él en su lúgubre morada.

El pastorcillo explicaba que él conoció al Diablo cuando una de sus cabras se internó en el monte y fue a caer en una de las cuevas; cuando intentaba rescatarla, se le apareció el Curro —así le llamaban a Lucifer— y le explicó sobre el tesoro.

Asegura que él lo vio, pero que no trató de llevarse nada. Incluso aseguró que el Diablo se retira de la cueva cada Viernes Santo, y es cuando se puede llegar a ella, ya que aparece a la vista de todos. Desde entonces, los buscadores de tesoros, que por cierto son incontables, han pretendido evadir la presencia del maligno y acuden cada Viernes Santo al cerro para tratar de llegar a la cueva y sacar el tesoro antes de las tres de la tarde, que es la hora en que Cristo murió en la Cruz.

Pero, ninguno de ellos ha logrado saciar sus ambiciones, según eso porque pretenden llevarse todo y por la premura del tiempo. Es por esto que no logran tener nada y deciden emprender la huida.

Si a mí me preguntan, creo que aquel tierno pastorcillo es el mismo Diablo que quiere atraer nuevas víctimas a su cueva.

El padre de las hostias

Se cuenta que allá por el año 1900, cuando apenas se festejaban los novenarios a la virgen de Guadalupe en la nueva capilla del Santuario, los habitantes de El Tuitán tenían el compromiso de ir por el Padre para que, muy temprano, oficiara la primera misa que empezaba a las 6:00 de la mañana. El sacerdote, muy diligente, desde las cuatro estaba listo para tomar el camino de la M. A las cinco de la mañana de un frío 12 de diciembre, el cura emprendió la marcha hacia la cumbre. Para esto se colocó sus hábitos y tomó el copón donde llevaba las hostias sagradas con las que daría comunión a los habitantes de El Tuitán, Palmillos.

Leyendas de Zacatecas del padre de las hostias

Al llegar al camino del santuario en donde empezaba la Subida de la M, le dieron el primer campanazo de llamada. Avanzó rápidamente por el camino, alumbrándose con una lámpara, y llegó al tramo más largo, en donde escuchó la segunda llamada. Esto hizo que acelerara el paso, pero se le dificultaba porque traía ya puesta su sotana. Al ya estar cansado, decidió subir el último tramo por unos caminos que la gente llama: travesía. Por este sendero se ahorran muchas vueltas, pero la última parte es más empinada y difícil de subir. Al llegar ahí se tropezó con una raíz, por lo que soltó el copón con todo y hostias, la cuales fueron a dar al polvo del camino. Asustado, el sacerdote recogió como pudo las hostias que alcanzó a ver y llegó apurado casi cuando terminaban de dar la última campanada.

Pasó mucho tiempo. El sacerdote se cambió a otro municipio, llegó a viejo y murió. Al llegar al cielo, ya lo esperaba San Pedro. Dice la leyenda que le dijo:

—Tú tienes una deuda pendiente con la Tierra.

—Yo he sido un buen sacerdote —dijo el cura—. Nunca falté a mi juramento. ¿Qué deuda puedo tener?

—Acuérdate de Jalpa —le contestó San Pedro.

Con estas palabras, el sacerdote recordó su accidente rumbo al Santuario.

—Para entrar al cielo debes traer cada una de las hostias que perdiste aquel día —dijo San Pedro.  

En cuanto terminó de decir aquellas palabras, el sacerdote apareció en el lugar de los hechos.

Se cuenta que, desde ese día, el pobre hombre anda penando, mientras sube y baja al Santuario con su linterna buscando las dichosas hostias.

La gente de Jalpa ve por la noche una lucecita por todo el cerro. Todos saben que es el sacerdote buscando las hostias sagradas. Dicen que hay una solución para salvar el alma del cura: que cien personas vayamos, a las 12 de la noche, a buscar las dichosas hostias y así pagará su pena. Si te decides a ir, ¡te esperamos para lograrlo!

La leyenda del Señor de Xalpa

En la sierra de Morones, hace ya muchos años, vivió un señor que se dedicaba a elaborar santos y cristos de caña. El proceso parecía simple: comprimía la caña y con ella empezaba a formar un nuevo cristo o un nuevo santo. 

Este señor, de quien muy pocos conocían su nombre de pila, era conocido como el Santero de las Sierra de Morones. 

Cuentan que una vez el santero tuvo una pelea con un vecino, también de la sierra del sur. La discusión llegó a tal nivel, que se habló sobre un duelo a muerte. Como el santero no tenía ganas de morir, tuvo que irse a vivir a otro lugar. Fue así como llegó a Huanusco, un pueblecito del cañón de Juchipila, donde se ocultó mientras pasaba el tiempo y, con él, la molestia del vecino. Allí fue en donde, poco a poco, restableció su viejo oficio: la manufactura de crucifijos.

Dicen que, en una ocasión, el santero hizo varios cristos con maestría y gracia, pues pocos por la región le aventajaban en ese antiguo arte. Luego subió a su mula esta preciosa carga y con ella cruzó varios lugares como San Pedro, Mexiquito, Santa Clara, el Barrial y Teocaltichillo. Ahí, los sacerdotes, maravillados, compraron el primer crucificado. 

El hombre siguió su camino hacía el Real de Xalpa, donde buscó al señor cura y le ofreció venderle el segundo crucifijo, pero el sacerdote le dijo que en ese momento no tenía dinero para pagarle. El santero no quería perder la oportunidad de hacer un buen negocio, por lo que le dijo:

—No se preocupe del dinero. Mire, Padre, yo tengo que continuar mi camino para ofrecer mis cristos en algunas comunidades que me hacen falta. Cuando termine, regreso a Xalpa para que me pague.

El sacerdote estuvo de acuerdo y el santero tomó el rumbo del Camino Real. Pasó por el barrio de Abajo, San Nicolás, se tomó una copa en el Atorón, pasó por Caballerías, Huaracha, el Ojo de Agua y Cofradía y bajó a Achoquen. 

Se supo que dejó otro cristo en Santa María Magdalena de Apotzolco, al cual, por cierto, hoy se le conoce como el Señor de la Ascensión.

Cuenta la leyenda que aquel santero no regresó a Xalpa y nunca más se supo de él. Algunos dicen que, en realidad, sí hubo un duelo a muerte y que el hombre mató a su contrincante, por lo que su familia se vengó. Otros simplemente cuentan que se enfermó y murió. Otros que bajó un ángel y le dijo:

—No cobres ni un peso por el Señor de Xalpa, pues es una imagen digna de milagros. No te preocupes por el dinero, pues te será recompensado con creces.

Así fue como llegó el crucifijo que desde entonces lleva el nombre de El Señor de Xalpa, el cual es muy venerado en toda la región.

Pero aquí no acaba la leyenda, pues se dice que, en la Toma de Jalpa, allá por 1914, los federales tomaron, con lujo de violencia, el sitio. Los soldados se encaminaron a la parroquia del Señor de Xalpa y pusieron en ella su cuartel. 

Un avaricioso federal pretendió desprender del altar mayor al Santo Señor de Xalpa, cosa que no pudo lograr. Mandó llamar a cinco soldados más, pero ni entre todos lo lograron. El Santo Señor de Xalpa, imperturbable, continuaba en su sitio. 

Leyendas de Zacatecas del señor Xalpa

Tanto coraje le dio a uno de ellos, que sacó su revólver y ¡le dio un balazo a la santa imagen! Fue justo en una de las rodillas. Lo increíble es que una de las astillas que saltaron se le clavó en uno de los ojos del maldito soldado. En un instante se le vacío. 

Como era de esperarse, los soldados quedaron, más que asombrados, llenos de pavor ante tal maravilla, pues no podían creer ni lo que acababa de suceder ni que el cristo de palma pesara tanto. Así que, de inmediato, fueron a avisarle a su superior lo que estaba ocurriendo.

Una noche, mientras la tropa descansaba, recibieron un comunicado urgente, por lo que los soldados tuvieron que salir de su improvisado cuartel. Se prepararon para salir de Xalpa lo más pronto que se pudo. Se les podía ver emocionados, con los pechos en alto, pues estaban seguros de que iban a ganar su siguiente batalla.

Minutos después, cuando la tropa se alejaba, se escucharon algunos ruidos del interior del templo. La noche estaba muy oscura. Luego, a duras penas, se escucharon unos pasos. Era Juan, el sacristán del templo y quien narró lo ocurrido: aprovechando que se habían ido los soldados, se propuso sacar al Señor de Xalpa de su aposento, así que simplemente lo tomó y lo bajó.

—¿Cómo lograste hacer eso? —le preguntaron todos los que escucharon esta historia—. Entre cinco soldados no pudieron hacerlo y tú sí. No entiendo nada.

Él sólo contestaba:

—Era tan ligero como una pluma de los palomos que suelen anidarse en los recovecos del viejo templo.

Al bajarlo, y sin volver la vista atrás, Juan corrió por el Callejón del Solitario para agarrar la primera calle de la parroquia para enfilarse al Barrio de Arriba. Corrió con desesperación, pues temía el regreso de la soldadesca. 

Por fin, con el Cristo en sus manos, llegó al barrio de San Antonio. Ahí lo ocultó de las manos herejes de los “changos pelones”, que es como popularmente se les conocía a los soldados.

Así fue como el Señor de Xalpa fue ocultado para librarlo de la rapiña revolucionaria.

Toda la gente sencilla y llena de fe platicaban en la plaza y calles lo que sucedió. Recordaba que los soldados no pudieron cargar con el Cristo, y eso que lo intentaron entre cinco y seis, aunque algunos aseguraban que fueron más de diez. Juan, sin embargo, quizás por su buena intención de protegerlo, pudo lograrlo con la mayor facilidad.

Después de acabadas las guerras, el Cristo fue llevado a su lugar, igual, sin ningún esfuerzo. Lo curioso es que, desde ese día, el Señor de Xalpa muchas veces se resiste a salir a la peregrinación que se hace en su honor cada primero de enero. Muchas veces resulta complicado sacarlo de su altar, al igual que les pasó a los soldados, pero los habitantes tienen un truco para hacerlo: buscan a una persona de buen corazón para que ella lo baje. Por cierto, si tú quieres saber si eres digno o no del Señor de Xalpa, puedes ir a visitarlo y ver si lo puedes levantar.

El Callejón del Indio Triste

Hace muchísimos años, existió un indio que amaba mucho a una mujer. Él tenía muchas tierras que cuidar y se sentía siempre feliz. Por desgracia, un colonizador llegó y le quitó todo. No solamente lo material, ¡sino que también se quedó con la mujer que siempre amó!

Como cualquier enamorado, no se iba a quedar así, por lo que fue a buscar a su amada para preguntarle qué había sucedido. Ella salió a hablar con él y le dijo:

Leyendas de Zacatecas del callejón del indio triste

—Lárgate de aquí, maldito. ¿No te das cuenta de que encontré a un verdadero hombre que me dará lo que quiero?

—Pero conmigo no te iba a faltar nada —le dijo el indio.

—Ahora, pero en unos años, cuando estos hermosos y grandes hombres nos quiten todo, no tendrás ni una semilla de cacao para darme.

—Yo te amo —dijo el enamorado como último recurso.

—Yo no lo hice nunca —dijo ella y se fue.

Muy triste, el indio se sentó frente a la iglesia —una de las primeras— en donde se casarían y no paró de llorar. Nunca se lo volvió a ver bien. Siempre estaba mal vestido y sufriendo por las cosas que había perdido. Una noche, alguien lo encontró sin vida en lo que después se convirtió en un callejón. Tenía en las manos una flor que significaba el amor que sentía por aquella mujer.

Ojalá aquel hombre hubiera sabido que su amor siempre fue correspondido, pues la mujer sólo decidió quedarse con el español y le dijo aquellas palabras horribles para que se alejara, pues el conquistador lo iba a matar si intentaba cualquier cosa.

Desde aquel entonces, la gente va al Callejón del Indio Triste cuando sabe que su amor no es correspondido y quieren sufrir eternamente por él. 

El Niño del Diablo

En el municipio de Calera, Zacatecas, cuentan que, hace mucho tiempo, una señora perdió a su esposo en un accidente, por lo que se quedó sola con su único hijo, que era un bebe. 

Esta señora se empezó a volver loca porque no podía sacar adelante a su niño. Llegó un momento en el que prácticamente ya no distinguía la realidad de su imaginación. Por desgracia, llegó a tal nivel que un día tiró al niño en el arroyo que pasaba por el centro del municipio. Como lo hizo de noche, no había nadie. Al poco tiempo el niño murió de hambre y frío.

Después de varios días, unos señores encontraron el cuerpo del bebé y lo enterraron, pero el llanto de ese niño se sigue escuchando en aquel sitio. Incluso se dice que ¡se aparece por las noches flotando en el agua!

Leyendas de Zacatecas del niño diablo

En cierta ocasión, un señor que venía de trabajar, en una bicicleta, escuchó un llanto en un árbol cerca del arroyo. Se acercó al árbol y ¡vio a un bebe que estaba abandonado! Lo levantó y lo destapó para verlo. Era un bebé muy hermoso y el señor dijo: 

—¡Qué niño tan bonito! 

—¿Bonito? Pero si ya hasta tengo colmillitos —dijo el bebé con voz como de ultratumba.

El señor se asustó tanto que tiró al niño y se subió a la bicicleta gritando atemorizado. Estaba seguro de que había visto y cargado al mismo Diablo. Al cabo de unos días, este señor murió en extrañas circunstancias.

Las personas que viven por ese arroyo todavía siguen escuchando el llanto y tienen miedo de pasar por el lugar y encontrarse al niño abandonado, pues quien lo ve ¡tiene asegurada una horrible muerte!

Un sombrero en el panteón

Una noche negra estaban reunidos varios amigos en un lugar muy cercano al panteón de Concepción del Oro. 

Aburridos de la misma rutina, uno de ellos dijo: 

—Hagamos algo diferente, ¿qué les parece si, en punto de las doce, nos metemos al panteón?

—Eso no suena muy divertido —dijo uno que prefería sólo quedarse bebiendo en el mismo lugar de siempre.

—Es que no se trata sólo de entrar —dijo el aventurero—, miren, haremos los siguiente: uno de nosotros llevará un sombrero, lo dejará en la última tumba, saldrá de allí, vendrá hasta nosotros; luego el segundo irá por el sombrero y lo traerá aquí, se lo entregará al siguiente y así sucesivamente. ¿Entendieron?

—¡Sí, sí entendimos! —contestaron al unísono.

Y así empezó el juego. Pasaron los minutos que se hicieron horas. Ya habían pasado unas cinco personas, algunos con miedo, otros más valientes, pero sin ninguna complicación. A lo mucho, les espantaba el crujir del viento y de las hojas al ser pisadas, pues su sonido hacía que se les pusiera la piel “chinita, chinita”. 

Las piedras se resbalaban frecuentemente hacia algunas tumbas descuidadas y, por supuesto, abiertas. Algunos tenían que hacer malabares para no caer en ellas y lastimarse.

Cuando al sexto compañero le tocó el turno de ir por el sombrero, de plano dijo que él no quería ir. Empezó a temblar, pero ante la insistencia de los amigos, tuvo que entrar al camposanto. Con todo el miedo que tenía encima, comenzó a avanzar lentamente, pero su corazón latía con rapidez. Cuando volvía con el sombrero cayó a una tumba deteriorada, su cuerpo, lleno de pánico, se deslizó por la fosa, que tenía unos cuatro metros, hasta que pisó, o más bien, tocó fondo.

Leyendas de Zacatecas de un sombrero en el panteón

El muchacho, todo asustado, quiso salir. Como vio que no podía hacerlo, empezó a gritar desesperado, pero nadie lo oyó. Sólo algunas lechuzas se abalanzaron y se quedaron esperando tan apetitosa comida. Después de recuperar fuerzas, intentó salir de nuevo, pero sintió que “alguien” lo detenía de la pierna derecha, por lo que no pudo zafarse y ahí se quedó.

Mientras tanto, sus compañeros empezaron a desesperarse, pues ya había transcurrido el tiempo necesario. Uno de ellos dijo: 

—Ya se tardó demasiado. Ya casi son las seis de la mañana, ¡es mejor ir por él!

Todos fueron a buscarlo. Las lechuzas, espantadas y enojadas al mismo tiempo, emprendieron su vuelo. Los amigos vieron el sombrero a un lado de la tumba. Momentos después uno de ellos gritó: 

—¡Aquí está! ¡Aquí está!

Se asomaron todos a la fosa. Entonces vieron a su compañero con los brazos cubriéndose la cabeza, como queriendo salir. También notaron que una rama o raíz le enredaba la pierna.

Uno de ellos gritó:

—¡La mano de un muerto lo tiene atrapado!

Todos se burlaron de sus dos compañeros. No podían creer ni que se cayera, ni que el otro creyera en muertos vivientes.

Con mucho esfuerzo sacaron a su amigo, quien tuvo que aguantar las fuertes bromas durante todo el camino de regreso. Así fue, hasta que dieron la vuelta en una curva y estrellaron el coche en el que iban. Todos murieron, menos el joven que tuvo el accidente y el que creyó que las ramas eran huesos. 

Algunos dicen que fue pura casualidad, pero todos los habitantes del municipio saben que fue la venganza de los muertos del Panteón Concepción del Oro.

La señora del camino

Cuenta la leyenda que, durante el mes de octubre, en el camino que lleva hasta la localidad de Tacoaleche, entre las 9 y las 12 de la noche, los taxistas son detenidos por una señora que solicita sus servicios. En cuanto ella aborda, un frío les recorre los huesos hasta el tuétano; luego el corazón les empieza a palpitar más rápido de lo acostumbrado.

Leyendas de Zacatecas de la señora en el camino

Mientras el taxista conduce, tiene la sensación de que algo no anda bien. Dentro de la unidad se percibe una sensación de angustia y los escalofríos se hacen presentes de forma constante.

Al llegar al lugar que la señora indica, ésta emite un terrible grito que hace vibrar hasta las ventanillas. El chofer, por más que lo intenta, no le puede ver la cara. No tiene definidos los ojos, la nariz, ni la boca. Ella se baja y se aleja por la calle, caminando muy rápido, vistiendo un vestido largo, muy elegante y vaporoso, hasta que se le ve desaparecer en medio de la inmensa oscuridad.

Leyenda de Chalchihuites

Cuenta la leyenda, que en aquel lugar denominado Centro Ceremonial Chalchihuites, existió un hombre muy católico y supersticioso. A tal grado llegaba su superstición, que por cada pecado que cometía, construía una columna de piedra, pues él pensaba que sólo así podría enmendar los errores cometidos ante su Dios.

Como era un hombre tan religioso, trataba a cada momento de seguir al pie de la letra los mandamientos de su Dios, por lo que sólo llegó a cometer veintiocho pecados, así que construyó veintiocho columnas.

Leyenda de Zacatecas de Chalchihuites

El salón de las columnas está formado, aparte, por un altar central que era el lugar donde aquel hombre pedía que se le perdonara por sus pecados.

Después de un largo tiempo, se comprendió que estas construcciones estaban muy bien trazadas, por lo que sirvieron para fijar las medidas de las líneas de los muros, tanto interiores como exteriores, para que el salón quedara bien edificado.

Pasado un buen tiempo, aquel hombre fuerte que construyó dicho salón, ahora estaba convertido en un anciano enfermo. Cuando estaba a punto de morir, las columnas temblaban y toda la gente se preguntaba el porqué, si estaban tan fuertes y bien edificadas. Todos murmuraban que era porque los pecados de aquel anciano por fin serían perdonados y su alma subiría al cielo.

Desde entonces, cuenta la leyenda que cuando se hayan derrumbado dichas columnas ¡los pecados del mundo serán absueltos!

El Rastrillo

En el verano de 2003 una serie de eventos en el norte de Zacatecas involucró a una criatura humanoide que despertó el interés de medios locales. Muy poca información quedó intacta, pues la mayoría de los registros fueron destruidos. 

Varios testigos contaron la historia sobre este extraño ser, lo que generó desde una normal curiosidad e inquietud, hasta desconcertantes niveles de terror y traumatismo. 

A pesar de que las versiones publicadas ya no existen, las memorias quedan aún presentes, pues muchos de los involucrados siguen buscando respuestas a lo ocurrido. 

Leyenda de Zacatecas del rastrillo

La leyenda cuenta que, por ejemplo, se encontró una nota de suicidio en 1964 que decía así: “Mientras me preparo para tomar mi vida, siento que es necesario disipar cualquier sentimiento de culpa o dolor que he introducido a través de este acto. No es culpa de nadie más que de él. Una vez me desperté y sentí su presencia. Otra vez me desperté y vi su forma. Otra vez me desperté y escuché su voz, y me miró a los ojos. No puedo dormir sin miedo de lo que podría pasar cuando abra los ojos. No puedo despertar jamás. Adiós”. 

Hay muchas notas de este tipo. Lo curioso es que todos hablan acerca de una criatura extraña, pero nadie la describe con claridad, por lo que muchos piensan que, en realidad, nunca existió tal ser; pero esto no puede ser así, porque los abuelos aseguran que, en sus tiempos, esta terrible criatura sí aparecía hasta en los periódicos, pero, al parecer, el gobierno se encargó de desaparecer todas las evidencias.

Un señor de la comunidad dijo:

—Hace mucho tiempo, unos hombres vinieron a preguntar. Cuando les dijimos lo que estaba sucediendo, se asombraron y dijeron: “es él”. Luego nos dieron unas pastillas, supuestamente para evitar un terrible contagio de aquella criatura, y casi todos se las tomaron. Yo no lo hice y, mire usted, soy de los pocos que recuerdan a esos intrusos. ¡Les borraron la memoria a mis amigos y a mi familia!

Por desgracia, al día siguiente de hacer esta declaración, el anciano murió, por lo que ya nadie nunca sabrá que pasó en realidad, ni sabremos cómo fue que un hombre, en perfecto estado de salud, muriera de un día para otro.

La serpiente petrificada

Cuentan que, hace muchos años, la población de Fresnillo pudo haber sido devorada por una gigantesca serpiente que venía del mar y que a su paso arrasaba con todo. Lo anterior lo escuchamos por voz de nuestros padres. Ellos, a su vez, lo supieron de sus abuelos. Platicaban la leyenda a su manera, para que la gente supiera por qué había sobre la población una amenaza de tal magnitud. He aquí una de las tantas versiones.

La serpiente se encontraba muy cerca de Fresnillo. Los aullidos y ruidos que producía al deslizarse por la tierra eran claramente escuchados por los atemorizados habitantes. Mucha de la gente que la había visto afirmaba que surgió de una tormenta que azotó por varios días la región y afectó también al pueblo de Fresnillo. 

Aquello ocurrió por el mes de agosto, en temporada de lluvias. La gente sabía que aquel fenómeno no era una tormenta común, sino que era la temida ¡culebra! —así se le llamaba, en aquellos tiempos, a las trombas o tornados, aunque en las zonas rurales se le sigue conociendo como culebra y… se le sigue temiendo—.

De acuerdo con la sabiduría popular, para detener la fuerza de una culebra hay que “cortarla” con un cuchillo, machete o cualquier objeto filoso. La gente de antes lo hacía cada vez que aparecía una.

Según cuenta nuestra historia, se había convocado a una mujer mayor de la comunidad para que ella hiciera el corte de aquella culebra. Mientras lo hacía, oraba constantemente sin dejar de dividirla simbólicamente con el objeto filoso, haciendo el tajo imaginario en el cielo. Gracias a eso se evitaron más daños a la comunidad. Luego de que el temporal amainó, todos los vecinos creyeron que ya había pasado todo, pero no fue así.

Leyenda de Zacatecas de la serpiente petrificada

Resulta que la culebra se convirtió en la feroz serpiente que desde el mar venía a tragarse todo lo que encontrara a su paso. Lo peor es que su destino era Fresnillo, una ciudad que ya contaba con una buena cantidad de personas. 

Según se escuchaba decir entre los atemorizados habitantes, venía a devorar a todos por su mal comportamiento —por ejemplo, se había perdido el respeto a los mayores, los niños desobedecían a sus padres, y los adultos se trataban mal entre sí—. Varios campesinos que alcanzaron a verla en la distancia, muy alarmados llegaron hasta el pueblo minero para avisar del peligro que estaba a punto de caer sobre los habitantes. Dijeron que era una serpiente enorme y ya no una culebra de lluvia. Contaban que, al verlo, el monstruo producía estridentes ruidos y se movía de tal manera que hasta la tierra temblaba.

Tras escuchar lo que estaba pasando, toda la gente buscó protección en los templos. Algunos querían huir a otras partes, pero tenían miedo de ser devorados. Sin embargo, fue un sacerdote quien tuvo el valor de enfrentar a la gran víbora. 

Al sentirse protegido por su fe, el sacerdote rezaba sin cesar, pidiendo que este feroz animal se fuera y no causara más daño. Cuentan que el conjuro dio resultado, ya que la serpiente quedó petrificada en el rumbo conocido como Sierra de Valdecañas. 

Después de este suceso, los habitantes cambiaron su manera de ser, se portaron mejor, fueron más solidarios, pero el acontecimiento jamás se olvidó. Y, por si alguien pone en duda que esta historia en verdad sucedió, ahí está la serpiente convertida en montes serranos.

Pero aquí no termina la leyenda. Cuentan que hace varios años —en 1993, para ser precisos— la serpiente trató de despertar. Movió su cuerpo ligeramente, pero es tan poderosa que hasta la tierra tembló.

Ella sigue ahí y se puede observar dónde quedó petrificada en la sierra de Valdecañas. Desde cualquier parte de Fresnillo se puede ver. Su cuerpo y su cabeza son enormes. Está dormida, sí, pero ¡en cualquier momento puede despertar!

La monja aparecida

Hay muchas leyendas de personas que se aparecen en el estado. Voy a relatar una de tantas.

Dicen que en la esquina del Jardín Madero y Callejón Sor Juana Inés de la Cruz, (La Rinconada de la Purificación, como la conocemos en la actualidad), hace tiempo era una casa de altos. Era grande, amplia y tenía ventanas que daban a la calle. Durante el tiempo de la Revolución, las personas que la habitaban dejaron la ciudad, y se trasladaron a la Capital. En ese tiempo la construcción quedó abandonada durante muchos años.

Cuentan que las dos ventanas que daban al Jardín Madero se quedaron abiertas, cosa que a nadie le parecía raro, pues así se habían visto siempre. 

En una ocasión, dos trasnochadores que se dirigían a sus hogares después de una noche de fiesta, ya cerca de las doce de la noche, se quedaron platicando en el jardín. De pronto uno de ellos vio una luz parecida a la de una vela, que se movía en una habitación de la casa con las ventanas abiertas.

—¿Ya vio, compadre?

El otro hombre volteó y le extrañó mucho.

—¡Qué raro, compadre! Pues si ahí no vive nadie desde hace harto tiempo.

Se quedaron viendo durante un buen rato y observaron cómo volvió a pasar la luz. Esta vez sí distinguieron que, efectivamente, se trataba de una vela que llevaba en su mano una monja vestida de blanco, misma que se paseaba en la habitación de un lado a otro. Al poco rato desapareció. 

Después de algún tiempo de estar esperando para ver si veían de nuevo a la monja, cansados e intrigados por su experiencia, se retiraron a sus domicilios, prometiendo volver al siguiente día y a la misma hora, pero ya en sus cinco sentidos.

Leyenda de Zacatecas de la mona desaparecida

El fenómeno se repitió día tras día, pero solamente aparecía de las doce de la noche en adelante y durante una hora aproximadamente. Ya intrigados, un buen día decidieron investigar más a fondo y se entrevistaron con una señora, pariente de la familia, a quien le habían encargado las llaves. Le explicaron a la mujer el motivo de su inquietud, quien extrañada les facilitó las llaves para que fueran a investigar, ya que, efectivamente, ya hacía muchos años que la casa estaba sola. Esa misma noche, los dos amigos se metieron y se instalaron en un rincón de la sala donde se veía a la monja.

Eran casi las doce de la noche. Ya tenían más de una hora esperando la aparición. De pronto, se escuchó en la sala un ruido como de pasos arrastrados. Una tenue luz se veía en el pasillo que conectaba con la sala. Esa luz se fue haciendo más intensa, hasta que iluminó por completo la habitación y, efectivamente, ¡ahí estaba lo que ellos creían que era una monja!

En realidad, era el hábito de una religiosa, ¡que se movía solo como si adentro hubiera un cuerpo! Uno de los amigos, ante la inexplicable aparición, cayó de inmediato al suelo, fulminado por un ataque al corazón; mientras que el otro salió corriendo despavorido de la casa.

Alcanzó a llegar a la Presidencia Municipal, donde, atropelladamente, les contó la visión que acababa de tener, para luego quedar completamente loco.

A las pocas horas sacaron el cuerpo de la persona que había muerto, a quién encontraron con un rictus de terror en su rostro. Semanas después, los dueños de la casa ordenaron, desde la Capital, que destruyeran el segundo piso de la casa, y nunca más se volvió a saber de la extraña aparición.

El Santo Niño de Atocha

El Santo Niño de Atocha es muy importante en todo el mundo, sobre todo en sitios como España, Colombia, Honduras y hasta en el sur de Estados Unidos. México, claro, no es la excepción. Y hablando de nuestro país, si en algún lugar el Santo Niño de Atocha es importante y reconocido, es en Zacatecas.

Sobre él hay muchas historias, pero comencemos por el principio. Su origen es español y cuenta la leyenda que, en el siglo XIII, la ciudad de Atocha fue invadida por los musulmanes, quienes, enseguida, encarcelaron a todos los hombres cristianos. Los presos solamente podían recibir la comida que les llevaran sus hijos menores de doce años. 

Así fue como empezó a correr el rumor de que un niño pequeño, vestido como peregrino, les llevaba comida a los presos que no tenían hijos o que eran mayores de doce años. Los carceleros le permitían entrar a la prisión, pero pronto se dieron cuenta de que la comida y la bebida que llevaba el niño en la canasta ¡nunca se agotaba y alcanzaba para todos! 

Leyenda de Zacatecas del niño de atocha

Ante este milagro, las mujeres de Atocha fueron al templo donde se encontraba Nuestra Señora de Atocha, le rezaron y le agradecieron el milagro. Al hacerlo, se percataron de que el niño que sostenía la Virgen en brazos tenía los zapatitos hechos jirones y se encontraban llenos de polvo. ¡El Niño de Atocha salía por las noches a auxiliar a los cristianos presos!

Ya en México, se cuenta que cuando arribaron los conquistadores españoles, un general y sus tropas llegaron a un fresno que se encontraba cerca de un pozo donde la gente iba a acarrear agua. Como el lugar era fresco, el general descansó bajo el árbol y decidió llamarle al paraje: Fresnillo. También pensó que sería una buena idea fundar una villa en ese sitio. Cuando el pueblo se estaba construyendo, unos mineros que se encontraban cerca de un lago vieron llegar una mula que cargaba una gran caja de madera en el lomo. Los mineros liberaron a la mula del peso para que pudiese descansar y beber agua, pero en cuanto le quitaron la caja, la mula salió huyendo. 

Los mineros abrieron el cofre aquel y encontraron una moneda de plata, con un Cristo crucificado, llamada corpus. El general ordenó que ahí se construyera una iglesia y que el nombre de la ciudad fuera Plateros. Luego mandó traer de España una imagen de Nuestra Señora de Atocha, la cual colocó en el altar de la iglesia, a la que se llamó Iglesia de San Agustín, junto con el Cristo de plata. Poco tiempo después se descubrieron minas de plata en Fresnillo. 

En una ocasión ocurrió una terrible explosión y muchos mineros quedaron atrapados. Las esposas de los trabajadores acudieron a la iglesia a rezarle a la Virgen de Atocha y se percataron de que ¡el Niño no se encontraba en los brazos de su madre! Así es, el Santo Niño de Atocha había acudido a donde se encontraban los mineros atrapados para darles comida y agua, y para mostrarles el camino de salida de la mina. Cuando regresó a su sitio, sus ropas y zapatitos sucios eran testimonio de su divina ayuda. 

Desde entonces, cada vez que les acontecía alguna catástrofe a los mineros, el Niño acudía en su auxilio. Al Santo Niño de Atocha se le colocó en una caja de cristal para que todos lo vieran y lo adoraran, además se convirtió en el Patrón de Zacatecas y en el protector de los mineros.

Hoy en día, las peregrinaciones acuden a venerarlo y a llevarle muñecos para su diversión en el día de su nacimiento: Navidad. 

Si vas a Zacatecas, no olvides visitarlo y dejar un juguete en su honor, porque los niños, por Santos que sean, siguen siendo niños.

El fantasma del campanario

La parroquia de la Purificación se ha convertido en uno de los emblemas para los fresnillenses, donde, cuenta la leyenda, se aparece un hombre vestido como militar. Tiene grandes bigotes y un rostro agresivo. Dicen que acecha a cuanta persona sube al área donde los coristas deleitan con las canciones religiosas a los asistentes a misa.

Con el paso de las generaciones, niños y adolescentes que han formado parte del coro han bajado aterrorizados al temer encontrarse con el fantasma del campanario, nombre que le han dado al espíritu que han visto sacristanes y organistas.

Algunos han descrito al fantasma con el uniforme de paño azul, chaquetilla con botonadura brillante, botas militares y en la cabeza una especie de sombrero de capitán.

Leyenda de Zacatecas del fantasma del campanario

Los que han pasado por la escalinata que lleva al campanario o que tan sólo suben a la zona donde los coristas se colocan, han visto que se esconde el rostro ensangrentado de un hombre. Sobre todo, se puede observar cuando la luz se filtra por las ventanas.

Su historia se ha divulgado entre chicos y grandes desde 1913, que fue cuando sucedió un sangriento combate a tiros entre las fuerzas del general Pánfilo Natera y de José Natividad del Toro que, al parecer, era el jefe de los militares en Fresnillo.

Del Toro y varios de sus elementos optaron por esconderse en el campanario de la iglesia y ahí abrieron fuego contra las tropas de Natera. Pese a los disparos, Del Toro no salió, por lo que los contrarios prendieron chile seco en la entrada del campanario. Esto hizo que surgiera muchísimo humo picante, por lo que algunos de los seguidores del general salieron corriendo, menos él, que prefirió quitarse la vida.

Su cuerpo fue bajado a rastras por sus subalternos, quienes dejaron manchas de sangre por la escalinata. Los seguidores de Del Toro fueron fusilados en el atrio de la iglesia. Con el paso del tiempo, algunos dicen haber visto a Del Toro aparecerse en el primer nivel del campanario, otros en el atrio y algunos llegan a confundirlo con un policía, pero al acercarse se dan cuenta de su vestimenta antigua y de pronto se desvanece.

En aquella iglesia sucede algo curioso, si a alguien le llaman corista, es como si le dijeran: eres la persona más valiente que conozco.

La Curra de Plateros

Este relato trata sobre una mujer muy bien vestida, de esas a las que muchas personas les denominan copetudas. Surgió en los cuarentas, cuando una dama cuya figura y vestimenta eran impecables, recorría las calles de Plateros, principalmente en la Plazuela de la Cruz Verde, lamentándose sin razón aparente.

Cuenta la leyenda que la mujer dormía donde le daban posada y comía los alimentos que le brindaban los vecinos de la localidad.

Era escalofriante que la dama saliera de entre la oscuridad de la noche, con una mirada triste. Pasaba por las calles sin decir palabra y al final de la vía, ¡simplemente desaparecía del camino!

Leyenda de Zacatecas de la curra de plateros

Nadie sabe de dónde salió la mujer que recorría las vías del asentamiento rural y consiguió el apodo de La Curra de la calle Plateros. Al parecer no era una pordiosera, mucho menos una loca, pues su comportamiento era de una persona educada.

Para las personas que no estaban acostumbradas a verla por la calle, era atemorizante encontrar a una mujer que vestía con un ropaje tan antiguo; aunque muchos la admiraban, pues caminaba con la elegancia que recordaba esa época donde el esplendor era el común denominador en las clases altas de la sociedad minera.

Algunos han referido que La Curra se dirigía a una de las casas que eran de un sacerdote, al parecer del padre Abasta, y que la administraba don Domingo. Era la marcada con el 29.

Dicen que se dejó de ver a la mujer por ahí de 1955; sin embargo, uno que otro trasnochador o fiestero ha asegurado que ha visto a esa dama elegante otra vez por las calles de Plateros y que se escucha su lamento, como años atrás.

Pancha La Curra, como también la llaman, camina de un lado a otro visiblemente cansada, hasta desorientada, pues no encuentra por ningún lado la casa 29, ni el zaguán lleno de macetas y de pajarillos cantores, tampoco aquel gigante mezquite que desde la calle se veía, ni las bardas de adobe colorado.

No se sabe muy bien qué está buscando, pero todos piensan que sólo quiere que Zacatecas sea un lugar mejor, donde se pueda caminar de noche sin tenerles miedo a los ladrones, pero sí a los fantasmas.

Leyenda de Tepizuasco

En las ruinas descubiertas recientemente en el cerro de Tepizuasco, que se localizan como a unos cuatro kilómetros al noreste de la cabecera municipal, se ha generado esta leyenda.

Se cuenta que un señor llamado Roberto, dueño de una parte del cerro donde edificó su domicilio, se encontró un par de ídolos prehispánicos que recogió y llevó a su casa. Dichos pedazos de barro lo transformaron, pues pasó de ser católico, a un creyente de los dioses ancestrales de nuestra tierra.

No sé sabe qué pasó, pero algo cambió en la mente de Roberto, quien, sin poder controlar lo que le sucedía, se suicidó. 

Leyenda de Zacatecas de tepizuasco

Después de su muerte, la gente comenzó a decir que Roberto tenía comunicación con aquellas reliquias, las cuales le ordenaban que siguiera obteniendo vestigios. Las personas dicen que las cosas ocurrieron así:

Alguien descubrió que este hombre estaba robando objetos que nos pertenecen a todos los mexicanos, así que lo delató ante las autoridades arqueológicas. Esto hizo que Roberto dejara de llevar las antigüedades a su casa, lo que causó un gran enojo a las figurillas, las que al instante lanzaron una fatal sentencia: 

—¡Cobarde! Nos has traicionado, tendrás tu recompensa: morirás. 

Acto seguido: Roberto murió. ¿Cómo fue? Nadie lo supo. El caso es que encendió cuatro velas, se acostó y murió. Así fue descubierto su cuerpo sin encontrar lesión alguna.

Dice la leyenda que esas figuras de barro son muy poderosas y que sí reúnen todos los objetos que les hacen falta, tendrán el poder suficiente para regresar a vengarse de los hombres que destruyeron la fe que la gente tenía en ellas. 

La leyenda de Santo Santiago

Se cuenta que un buen día, sobre el cerro de Santiago, descubrieron la figura de un dios blanco montado a caballo que, al parecer, se había desenterrado solo, ya que deseaba volver a tener su pueblo, que, se supone, está debajo de aquel lugar. 

Leyenda de Zacatecas de Santo domingo

Los representantes religiosos de aquel tiempo decidieron llevarlo a la parroquia del señor de Jalpa, pero a los pocos días la estatua se regresó al sitio donde fue encontrada.

De nuevo la llevaron a la Iglesia y, para que no les ocurriera lo mismo, la amarraron a la jacaranda que estaba en el atrio de la parroquia. Nadie sabe cómo, pero la figura desataba el nudo y dejaba tirado el lazo, para regresar al cerro. Siempre volvía al mismo lugar debajo de un árbol, por lo que decidieron hacerle ahí su capilla.

Los sacerdotes aseguraron que era el Santo Santiago, que todavía cabalga por estas tierras. Desde ese tiempo, los habitantes de la comunidad, que por cierto se llama los Santiagos, el 25 de julio representan la guerra que hubo entre los caxcanes y los españoles en la guerra del Mixtón. A esta danza se le llama Tastuane.

Se dice que esta figura ha protegido desde entonces a todos los pobladores, quienes, poco a poco han comprendido que ellos son los verdaderos descendientes de ese pueblo mágico que la figura vino a cuidar.

La soñadora de Jalpa

Esta leyenda tuvo lugar en la ciudad de Jalpa, Zacatecas, al inicio del siglo XVIII. En aquella época vivía, en esta hermosa ciudad, una joven de singular belleza y de escasos 21 años. En ese tiempo era normal que a esa edad ya estuvieran casados, pero ella era la excepción.

Esta muchacha se llamaba María Guadalupe y era parte de una familia de clase media acomodada, por lo que tenía acceso a la amistad de muchos jóvenes, los cuales le parecían sin gracia.

En los paseos dominicales, Lupita sobresalía de las demás por su figura alta, su hermoso pelo largo, sus ojos verdes expresivos y una sonrisa contagiosa. Semana a semana los jóvenes intentaban abordarla y declararle su amor, sin embargo, todos eran rechazados, por lo que llegó el momento en que ninguno se le acercó. 

Pasó el tiempo. Lupita veía a sus familiares y amigas casarse, pero ella estaba sola. No se explicaba por qué no llegaba a su vida el ser amado especial. Al preguntarle la gente qué buscaba, ella contestaba: un hombre trabajador, guapo, gentil que venga montado en un hermoso corcel blanco. 

Leyenda de Zacatecas de la soñadora de Jalpa

Todos los días, por las tardes, se dirigía a la iglesia pidiéndole a la virgen de Jalpa que le enviara a ese ser especial con el que ella soñaba. El día 7 de diciembre soñó que la virgen le daba un manojo de trigo, diciéndole, al mismo tiempo, que tenía que ir de rodillas al templo del Señor de Jalpa, y que a cada tramo lanzara a su derecha una pequeña espiga de trigo. Si hacía esto, al final encontraría lo que buscaba. 

Por la mañana su sorpresa fue enorme al ver el trigo sobre su buró. Tomó una frazada y se dispuso a peregrinar hincada hasta el templo. Ya llevaba un buen trayecto recorrido cuando, en una calle, apareció un apuesto jinete montado en un corcel blanco. Como ella iba rezando, no se dio cuenta de esto. 

El corcel iba comiendo despreocupadamente las pajillas de trigo que ella lanzaba. El apuesto jinete miraba de reojo a Lupita. Al llegar a la iglesia, terminó con el manojo de trigo. El joven bajó de su montura, dándole la mano a Lupita para ayudarle a levantarse del piso. Como sus rodillas estaban algo sangrantes, él le ofreció gentilmente su pañuelo, ligeramente mojado del agua de una fuente cercana. Ella agradeció sonriente el gesto. Ya se iba a retirar cuando vio que un corcel blanco se acercaba al joven. En ese instante Lupita comprendió ¡que se había obrado el milagro! Lo demás es fácil de imaginar: se casaron y vivieron felices. 

Desde aquel entonces, la Virgen de Jalpa es famosa por sus múltiples milagros, pero, sobre todo, por darle el amor a quien se lo pide de corazón. Por eso, las madres les dicen a sus hijos:

—Si quieres conseguir un buen marido o una buena esposa, rézale a la Virgen de Jalpa, como lo hizo Lupita.

El tesoro de Andrés Espitia

—Cuando tengan necesidad de ir a Jerez por el Camino Real, lleven siempre un burro blanco, porque sé que los bandoleros de la región no asaltan a quienes se hacen acompañar por un animal de ese color, a lo mejor es la contraseña para no hacer perder el tiempo entre amigos. 

Esto decía Andrés Espitia a sus parientes que vivían en el rancho del Encino Mocho. Se cuenta que él recomendaba esto porque, de pura casualidad, un día llevó a pastar a sus animales hasta el cerro de Los Coyotes. Ahí vio, aunque muy lejos, en una brecha cercana al cerro de La Campana, que una banda de asaltantes iba a robar a unas carretas que por ahí pasaban. Junto a los caballos, iba una mula blanca. Al verla, uno de los ladrones dijo:

—¡Déjenlos, son amigos! 

Fue así como supo que una mulita blanca podía ser el salvoconducto para evitar el atraco de los tan temidos Tulises, que es como se les llamaba a los miembros de aquella temible banda. 

Andrés se consiguió un jumento blanco para poder andar por la región. Así, desde Tetillas, donde tenía su vivienda, iba a recoger leña a los potreros de San Juanillo y San José de Abajo. A veces llegaba hasta el cerro Colorado, a las colinas de El Tajo, donde se suponía que tenían su guarida los famosos bandidos. 

A ese cerro nunca se le había ocurrido subir, por puro temor, puesto que las pláticas que hacían los viejos de ese lugar lo dejaban sin aliento. 

Espitia se dedicaba a vender leña en las rancherías cercanas. Ahí, entre sus amigos, pregonaba su supuesto secreto, por ello ya era conocido en muchas partes como el del “burro blanco”. 

Su falta de discreción fue motivo para que, un buen día que tranquilamente recogía leña por la Loma de las Viudas, fuera interceptado por tres agresivos jinetes que de brusca manera le marcaron el alto.

—¿Ansina que tú eres el que anda por ahí diciendo que eres muy endino porque te respetamos y crees ser de nuestra ley? —preguntó uno. 

—¿Creibas que no sabíamos lo que andabas chismeando. Si nomás te’ stábamos tantiando pa’ fregarte tu mentao burro un día de’stos —dijo otro. 

—Vamos a llevarte con el jefe, pa’ que veas como se castigan a los habladores, y jálale por la buena si no quieres ver endenantes cómo a sablazos te lo pintamos de colorado —terció el último.

No le quedó más remedio a Andrés que subir a su burro y ser llevado por desconocidas veredas hasta El Tajo. Luego siguieron avanzando entre los riscos hasta llegar a un refugio natural situado en la Mesa Alta. 

—Mira Pedro, ya te trajimos al del burro blanco, si lo querías pa’ matarlo, aquí mesmo lo despellejamos.

—No, déjenlo —dijo el que parecía ser el jefe—. Yo crioque voy a echar una guena platicadita con él.

El asustado Espitia fue conducido a una cueva. Luego de un rato, salieron ambos.

 —Usté me ha caído bien, acuérdese de lo que platicamos —dijo Pedro Landeros, y dirigiéndose a los demás, continuó—: A partir de ora, Andrés Espitia es de los nuestros. Como lo habíamos decidido endenantes, porque nos conviene tener un conocido en la región y además ya naiden le cree su historia de la contraseña del burro. 

Y así, poco después, les acompañaba en sus andadas. En Tetillas, por ejemplo, no les causó extrañeza que comprara un caballo de los buenos. 

—Es muy trabajador y juntó pa’ mercarlo —decían los pobladores.

Tampoco se les hacía extraño que durara días sin llegar al rancho, pues a veces se desaparecía semanas vendiendo leña. 

Es importante aclarar que, en la mitad del siglo pasado, eran muy comunes las bandas de salteadores en la región. Los ladrones guardaban sus botines, para ir incrementando su riqueza y luego huir a otras regiones para comprar alguna finca donde pudieran vivir tranquilamente. 

Robar les era relativamente sencillo, pues por el lado sur y sureste, los altos acantilados hacían inexpugnable el Tajo, mientras que, por el poniente y norte, sólo se podía entrar por una estrecha cañada, de ahí que escogieran ese lugar como su centro de operación. Además, desde la Mesa Alta podían ver desde Villanueva a hasta Jerez, y así anticiparse con mucho tiempo a los viajeros y sorprenderlos en los lugares menos pensados. Tan buena era la visión, que un solo centinela era suficiente en el mirador para advertir cualquier movimiento extraño o intento de ataque.

Cierto día, Andrés Espitia había llegado desvelado, pues el día anterior se realizó un baile con tambora en Tetillas. Al echar suerte, le tocó la primera guardia. El sol de la mañana y el licor ingerido hicieron su efecto, por lo que al poco rato Espitia se encontraba roncando. Antes de quedarse dormido pensó: “Al fin que, ¿quién se animaría a llegar a nuestra fortaleza?».

Sus dulces sueños fueron interrumpidos por unas detonaciones muy cercanas. Los militares de Jerez, comandados por Bernardino Castilla, recibieron la orden de acabar con el bandolerismo, por lo que decidieron revisar la zona. De esta manera los Tulises fueron sorprendidos dentro del Tajo, gracias a que el centinela no silbó la contraseña con oportunidad. 

Espitia, al ver los acontecimientos, sólo pudo correr al cubil y tapar la entrada con una peña que de antemano tenía preparada. Luego de hacer esto, olvidándose de su caballo, huyó entre los barrancos hasta llegar a Santa Clara, donde se ocultó varios días.

Mientras, Bernardino Castilla, al analizar los resultados de su ataque, se dio cuenta de que sobraba un caballo, por lo que dedujo que se le había escapado uno de los bandoleros. Al comunicar al gobernador el triunfo de su campaña, no recibió las esperadas felicitaciones, sino una terminante orden de localizar al prófugo y entregarlo vivo al supremo gobierno. Lo querían vivo para saber dónde tenía escondido su valioso botín. 

Leyenda de Zacatecas del tesoro de Andrés Espitia

Los militares estuvieron indagando en la región para ver si alguien conocía los caballos. En el rancho de San José les dijeron que era de Espitia, por lo que se dedicaron a buscarlo, pues todos sus compañeros ya habían muerto. 

Sus familiares fueron encarcelados para que dijeran el paradero del bandido, o el lugar donde tenía el producto de sus atracos. Pero los asustados parientes desconocían ambas cosas. ¡Ni siquiera sabían que era parte de la banda! 

Mientras tanto, Andrés Espitia permaneció en la región y continuamente acudía a Villanueva, donde confundido entre la gente, disfrutaba de los bailes mientras los músicos cantaban las canciones de los Tulises.

—Mire, mi cabo, ya que de Tulises cantan, aquél es el que dicen que se les escapó de El Tajo —le dijo un soplón a los soldados que resguardaban el lugar. 

De inmediato fue arrestado, pero hubo otro problema: ¡La cárcel estaba llena! Así que lo pusieron en la torre del templo, pero como hacía mucho frío, le dieron una cobija para taparse. Muy listo él, deshiló la cobija y con esto hizo una cuerda que sacó por la ventana para descender con facilidad. 

Cuando, al día siguiente, los captores se dieron cuenta de esto, no pudieron creer su habilidad e ingenio. 

Espitia huyó, pero necesitaba saber qué había ocurrido con la guarida de El Tajo, por eso estableció su escondite en una serranía cercana al rancho del Saucillo. Ahí, poco a poco, hizo amistad con un leñador que con frecuencia llegaba. A cambio de monedas de oro, el serrano le proporcionaba alimentos y lo necesario para sobrevivir, además de informarle de todos los acontecimientos de la región.

Mientras tanto, el Gobernador, al ver que la posibilidad de obtener un buen tesoro se le estaba escapando de las manos, giró instrucciones para que, en las rancherías de Jerez, Fresnillo, Villanueva y Zacatecas se ofreciera una jugosa recompensa a quien encontrara al ya famoso bandido Andrés Espitia. 

Por un tiempo, el montero que llevaba alimentos al cerro aguantó la tentación de entregarlo, pues Espitia le pagaba generosamente, pero la posibilidad de ver más de cien pesos juntos, lo traicionó.

Mientras el prófugo tomaba sus alimentos, el benefactor cortaba leña y en ocasiones se acercaba a platicar, de ahí que no hubiera desconfianza alguna. En una de esas ocasiones se arrimó por la espalda del bandido y le dio un fuerte golpe. Al verlo sin sentido, lo amarró fuertemente en su burro y procedió a llevarlo hasta la hacienda de Malpaso. La codicia es la codicia, y en Malpaso, el administrador de la hacienda los encerró a ambos, torturando al infeliz Espitia para arrancarle la ubicación de su tesoro. 

Ese día estaba de paso el sacerdote de Jerez y al darse cuenta del sufrimiento del apresado, se indignó y se ofreció a darle auxilio médico y espiritual. En confesión, Espitia le dijo dónde estaba el botín, por lo que el sacerdote lo escribió en un papel que guardó

Ya más muerto que vivo, Espitia fue conducido a Zacatecas, donde, ante el enojo de la autoridad superior, falleció en una de las celdas de la prisión que se encontraba en parte del ex-convento de Santo Domingo. El leñador que lo entregó fue liberado luego de sufrir severos castigos, como la amputación de tres dedos, y sin que se le diera recompensa alguna. De inmediato juntó sus pocas pertenencias y huyó de la región por miedo a la venganza de los familiares de Espitia. 

Tres meses después de la confesión, murió el cura de Jerez. Hay quien dice que su deceso fue a consecuencia de acudir a buscar el tesoro de los Tulises. 

Después de un siglo de este acontecimiento, se encontró, entre los documentos de la iglesia, un papel amarillento y añejo que, dicen, es la confesión de Espitia escrita por el sacerdote. Ésta es la transcripción:

“En el nombre sea de Dios, que todo lo puede, a quien posea esta mi carta, ruego que rece por mi alma si es que ya estoy muerto. Los designios de la providencia divina me llevaron por caminos que no son los recomendados, pero tardé para arrepentirme. Por eso pido perdón ahora.

»Mi nombre es Andrés Espitia. Pertenecí a una banda de asaltantes que llenábamos de temor a los arrieros, desde San Isidro, hasta las haciendas de Buena Vista y el Cuidado. Juntamos mucho de nuestro trabajo, mismo que guardamos en espera de que se acabara la guerra. El botín se encuentra, y pongo mi alma como aval, en el cerro partido por la culebra. Ahí hay una piedra grande con una argolla. Ésa es para sostener una soga con la que se bajará al despeñadero cosa de catorce metros. Al llegar a una piedra negra se quita lo que hay arriba y quedará al descubierto la abertura de una cueva. Los huesos de tres desdichados guardan la entrada. Ruego los lleven a terreno santo y les sean rezadas misas por su ánima, pues murieron con violencia y en pecado. 

»Dentro de la cueva está una imagen de la Purísima Concepción. Ésta tiene una diadema de oro con cinco grandes diamantes, dicen que de doce quilates. También tiene un manto azul y una túnica blanca. Ruego a quien la encuentre, que la lleve al Real de Bolaños de donde la robamos en el 61.

Adelante está un Santo Santiago de madera café que trajimos del pueblito de Moyahua. Está arreglado para que cuando alguien pase, suba la espada, que es muy afilada y puede hacer daño. En esta parte del escondite encontrarán sables, cuchillos, pistolas, mosquetones y rifles, aparte de pólvora y balas. También hay algo de ropa que usábamos para que no nos reconocieran después de los asaltos.

En la cueva que sigue es donde están los cofres llenos de monedas de oro y plata de antes de la guerra —no recuerdo cuantas—, pero son como para llenar tres carretas. Además, hay dos barras pesadas de oro fundido. Si alguien encuentra esto, que deje tres costales en el templo de Jerez para los pobres y que mande hacer o que hagan un vestido con oro y plata para la virgen de La Soledad.

Anteriormente había una entrada en la mesa del cerro, pero no existe ya, porque antes de ser atrapado, la cerré con la trampa y no se abrirá más.

Todo lo dicho es verdad y pido, a quien encuentre esta carta, que no olvide rogar por mi alma y la de mis compañeros muertos en el cerro del Tajo de Villanueva.

Marzo 13 de 1870,

Espitia”.

Aunque nunca nadie encontró el tesoro, lo que sí se ha encontrado es a los fantasmas de los tres guardianes de la cueva, quienes se han encargado de asesinar a todos los valientes que han intentado ir por el botín. Por cierto, ahora que se tienen nuevas armas e instrumentos tecnológicos, se está organizando una nueva búsqueda y se buscan voluntarios, ¿quieres ir?

Catalina

Existe una leyenda muy antigua de Zacatecas que nos cuenta que, hace ya muchos años, vivía en Jerez una mujer a quien se le consideraba muy hermosa por los habitantes de la localidad. Su nombre era Catalina. Las mujeres la envidiaban y los hombres la codiciaban, pero a ella la tenían sin cuidado las pasiones que despertaba. La joven sólo vivía para arreglarse, contemplarse en el espejo sin parar, y salir a caminar por la ciudad y sus alrededores.

Cierto día, se alejó más de lo debido y se metió en una cueva para ver qué había en ella. Estaba explorando tranquilamente cuando, de repente, un hechizo maligno provocado por un ser misterioso, la convirtió en piedra. Los habitantes de Jerez se dieron cuenta de lo sucedido y se enteraron, por medio de un chamán, de que la única manera de salvar a la pobre mujer era que algún joven guapo y valiente se introdujera a la cueva, tomara la piedra en que se había convertido la desdichada, saliera sin voltear para atrás y se dirigiera a una iglesia. Pero, si miraba para atrás, la mujer se convertiría en serpiente. Sólo evitando esto la piedra volvería a ser la bella mujer.

Leyenda de Zacatecas de Catalina

Joaquín era un muchacho que había conocido a Catalina y estaba enamorado de ella en secreto. Cuando se enteró, decidió ser su salvador. Para esto se armó de valor, y unas buenas pistolas, y se dirigió a la cueva. Al llegar, muerto de miedo, se introdujo en la caverna. Al acostumbrarse a la oscuridad pudo distinguir una bella piedra del tamaño de una calabaza grande, la tomó en sus brazos y salió de la cueva.

Caminó muy deprisa con dirección al pueblo. A medio camino escuchó una dulce voz que le decía: 

—¡Joaquín, Joaquín, voltea a verme, soy una dama muy hermosa, ve mi escultural cuerpo! Acércate a mí, y te enseñaré los secretos del arte del amor. 

Esta cantaleta se repitió durante un buen tramo del camino. Joaquín debía hacer uso de todas sus fuerzas para no mirar hacia atrás. Al fin cedió a sus impulsos: volteó y vio que todo era un engaño. En ese momento, la piedra se convirtió en una serpiente que se arrastró bajo una roca del camino.

Catalina nunca regresó a Jerez y Joaquín se volvió loco al darse cuenta de que había condenado al amor de su vida a ser una víbora.

Leyenda del amor

Esta leyenda se desarrolla en el 1850 y tiene a tres personajes principales, que vamos a presentarles:

Un francés de nombre Philipe Rondé que dibujaba la fachada del templo de San Agustín. Le gustaba tanto que a diario se sentaba en el jardín para admirarlo.

Una joven alegre y hermosa, de nombre Oralia, que vivía en una de las casas que daba al frente del jardín. 

Juan, que era muy pobre y soñaba con tener dinero para poder conquistar a Oralia, ya que la amaba en silencio. Era consciente de su pobreza, por lo que la veía muy lejana, casi como si fuera una estrella.

Juan, por las tardes, iba a las minas abandonadas para ver si encontraba plata. Esto lo hacía cuando terminaba su trabajo, que consistía en ir por agua con su burro y venderla. También le gustaba recitar versos de amor. Al regresar sólo tenía la ilusión de ver a Oralia, a la cual, por cierto, le entregaba agua para el árbol que había en el jardín que, dicen, está en el centro de Zacatecas y luego se convirtió en la plaza Miguel Auza.

Oralia sentía un especial cariño por el aguador, pero Juan tenía un rival: Philipe, el francés. La joven se sentía confundida ante su presencia, sobre todo porque éste la colmaba de atenciones.

El francés, impecable en sus modales y pulcro al vestir, visitaba a la familia de Oralia de quien, claro, también se había enamorado. Él y ella se sentaban a conversar junto al árbol del jardín que ella regaba a diario. Juan sufría al verlos, pues comprendía que la diferencia de clases sociales lo separaban de su amada.

Leyenda de Zacatecas de amor

Juan soñaba con dejar de ser pobre. Su gran ilusión era encontrar una veta de plata, por eso todos los días escarbaba con todas sus fuerzas en las minas. Al final, llenaba los botes de agua y los cargaba en su burro para llevársela a las familias de la localidad, dejando al final la casa de Oralia para verla un poco más de tiempo.

La muchacha lo esperaba con impaciencia para que le ayudara a regar su árbol, cosa que se había convertido en una hermosa costumbre y en un símbolo del amor secreto que sentían los jóvenes, pues, por desgracia, a Oralia le gustaban los dos jóvenes.

En la iglesia, Oralia lloró y le pidió a Dios ayuda para su problema sentimental. Al salir se sentó bajo el árbol y se decidió por Juan. ¡No le importó su pobreza! De inmediato se lo comunicó al francés, quien al día siguiente se fue a su país.

Mientras tanto, en la mina Juan seguía trabajando duro y vio un brillo. Continuó excavando ¡hasta que encontró su veta de plata! Al otro día, cuando fue a ver a Oralia para contarle lo que había sucedido, ella le dio un beso sin dejarle decir una palabra. Fue su forma de decirle que lo amaba.

Juan ni se acordó del metal encontrado. Cuenta la leyenda, que su árbol, como muestra de su felicidad, dejó caer cientos de flores sobre ellos.

El cerro El Papantón

Allá en los primeros tiempos, después de la conquista del gran Imperio Azteca, y después de haber sido descubiertas las productivas vetas de Zacatecas, vinieron muchos españoles atraídos por el ruido que hizo el hallazgo de aquellas riquezas en toda la Nueva España.

Con todos ellos llegó también un mozo joven, fuerte y muy apuesto, en busca de mucha plata y oro. Era de las provincias asturianas y se llamaba Antonio Oliva. Por su personalidad, era demasiado orgulloso para ponerse al servicio de sus afortunados paisanos y prefería buscar por sí mismo alguna potente veta de nobles metales que pronto lo hiciera rico.

Pero no siempre la Divina Providencia satisface los deseos del hombre y así le sucedió al buen Antonio. Por más que buscaba, no encontraba los tesoros que habían de hacer de él un hombre adinerado. Entre tanto, tenía que satisfacer las exigencias del hambre y de las demás necesidades de la vida y, sobre todo, buscar la amistad de los indios para que le indicaran los lugares en donde podría encontrar la reluciente plata y el rubio oro.

Leyenda de Zacatecas de el Papanton

En aquel tiempo, aún eran muy escasos los padres misioneros. Aunque muchos de los naturales del país estaban ya bautizados, no por eso habían olvidado sus antiguas creencias. De ellos quedaban los maravillosos curanderos, que cargaban sobre sus espaldas el conocimiento milenario de sus ancestros.

Antonio Oliva había hecho algunos estudios en España y era, para los tiempos en que vivía, un notable herbolario. Estos conocimientos le sirvieron para hacerse amigo de algunos yerberos, quienes le sirvieron de guías en las intrincadas serranías.    

Sin embargo, aunque sabía mucho, reconoció pronto que algunos de sus amigos yerberos indios le eran superiores en conocer las cualidades benéficas y nocivas de las plantas que tanto abundaban en aquellas comarcas. Por más que les rogó, jamás quisieron revelarle sus secretos.

Con el tiempo perdió la esperanza de encontrar plata como se había imaginado. Así que se esforzó más en su oficio de curandero. Después de mucho tiempo, por fin logró obtener la confianza de uno de sus compañeros, a quien salvó de las manos de las autoridades españolas que lo perseguían por sus brujerías, y éste le reveló que, en aquel cerro de extraña forma, en una de sus cuevas, residía un espíritu maligno. Tenía la forma de una mula prieta y muy brava, que lanzaba llamaradas por el hocico, pero que era la mayor conocedora de todas las cualidades de las hierbas. Esta mula comunicaba sus conocimientos superiores a aquel que, en una noche oscura de luna nueva, la domara y montara.

—Pero eso sí —dijo el indio—, ya que la montas, la mula diabólica se precipita en una loca carrera, brincando y encabritándose por las faldas de la montaña. Si logras quedarte firme en su lomo, vencida, te revelará todos los secretos de las hierbas. Con tan sólo verlas, sabrás para qué sirven y podrás hacerte un yerbero millonario.

Esta revelación causó profunda impresión en el ánimo del joven Antonio Oliva, que deseaba hacerse rico. Pensó que, al fin era muy fuerte y que podría dominar al diabólico espíritu, que se ocultaba bajo las formas de una mula prieta, y se decidió a subir al cerro, arriesgando hasta la vida para hacerse rico.

Al llegar a la cueva, se lanzó sobre el furioso animal sin espantarse de las bocanadas de fuego y del denso humo de azufre que le lanzaba al rostro. De un brinco se puso en su lomo y se agarró con fuerza de la poblada crin.

Con una sacudida furiosa, que por poco rompe el cráneo del valeroso jinete en la bóveda de la cueva, se lanzó el feroz animal en vertiginosa carrera, pegando brincos y haciendo cabriolas. Sin embargo, el jinete se quedó firme, aunque sentía disminuir sus fuerzas. 

La diabólica mula seguía dando furiosos brincos y más brincos y el infeliz Antonio ya veía llegar su última hora, pues sentía que sus fuerzas se agotaban. Justo en ese momento se acordó de las enseñanzas de su piadosa madre y del fondo de su corazón a sus labios llegó el grito de: 

—¡Ave María Purísima, ayúdame!

En ese instante, con feroz relincho, lanzó la mula una bocanada de humo y se detuvo. De pronto, Antonio Oliva se encontró sentado, ya no en el lomo de la infernal bestia, sino arriba de un negro peñasco, del que penosamente se bajó para dar gracias a la Santísima Virgen que lo salvó. El peñasco todavía existe y en él se pueden encontrar las formas toscas de una mula.

Desde ese momento, Antonio estaba curado de su insaciable sed de riquezas. Luego tomó el camino hacia la pobre capilla de un piadoso misionero y, llegando, le confesó sus culpas. Después de la expiación de sus grandes pecados, se retiró como ermitaño a la misma cueva donde antes viviera el diabólico espíritu. 

Todos los días bajaba vestido con una humilde túnica y el saco lleno de benéficas hierbas, con las que curaba a los pobres enfermos a muchas leguas de distancia, 

En toda la comarca sería conocido como el venerable Papá Antonio. A los pocos años, su cuerpo estaba demacrado por los frecuentes ayunos y su espesa barba blanca le caía hasta la cintura. A donde llegaba el piadoso ermitaño, parecían huir las enfermedades y los desconsuelos. Sólo tenía una gran pena: le tenía un gran cariño a los niños y, sin embargo, éstos le temían y huían de él, porque muchas veces se veía obligado a hacerles tomar amargas pociones cuando estaban enfermos.

Nadie ha vuelto a ver la diabólica mula y se dice que, aunque Papá Antonio hace mucho tiempo que murió, su espíritu sigue cuidando a los más enfermos.

La Casa de la Inquisición 

En un pueblo llamado antiguamente de Nuestra Señora de Sierra de Pinos, hoy conocido simplemente como Pinos, en el estado de Zacatecas, hay una antigua casona que se encuentra muy cerca del Centro donde se ubicaron las oficinas de la Presidencia Municipal. Ahí, se dice que ocurren cosas inexplicables y sobrenaturales.

Hace muchos años, en la Nueva España no se hablaba de otra cosa que no fuera el gran acontecimiento que se efectuaba en la plaza pública. Los reos que cometían delitos contra la fe, purgarían sus pecados con el fuego. Eran personas que, según el Santo Oficio —es decir, la Santa Inquisición—, se les habían metido los demonios, lo que los apartó de la ley de Dios. Por esta razón, decían ellos, cometieron terribles pecados que pagarían en la hoguera, obteniendo así un pase directo al infierno por toda la eternidad.

Leyenda de Zacatecas de la casa de la inquisición

Durante las reuniones sociales en Zacatecas, se comentaban estos casos, a los cuáles se referían con repugnancia y horror. Las almas buenas escuchaban aquellos relatos estremecidas de espanto, pues no podían concebir cómo había en este mundo seres tan perversos.

Para la tristeza de las personas en verdad buenas, este espectáculo había llegado por fin a México.

Para realizar dicho acontecimiento, se levantaban en la plaza tablados cubiertos con paños funerarios, donde se sentaban los personajes más importantes del clero y algunos funcionarios, todos vestidos de luto. En otro cadalso estaban los reos, siempre acompañados por un fraile dominico que, con dulzura, los preparaba para bien morir. La gente se apretujaba para no perder detalle de todo lo que pasaba.

Al iniciar, quien desempeñaba el oficio de secretario, leía al público presente todos los crímenes de los acusados. Después se daba un sermón contra el pecado, sembrando los sentimientos de miedo y angustia en los corazones de los ahí presentes.

Se les ataba a un poste y se prendía fuego a la pira que tenían debajo de los pies. Pronto las llamas se comenzaban a levantar, acompañadas de chispas y una espesa columna de humo. A través de las llamas se podían observar los rostros de dolor de los desesperados reos, pero después ya no se veían más. El fuego se elevaba, hasta que los ejecutados quedaban envueltos por completo. 

La tenebrosa casa perteneció a la corte de la Santa Inquisición. En su fachada se pueden apreciar los sellos del clero, que se distinguía en todas sus propiedades. Son muchas las personas que afirman haber escuchado pasos, golpeteos en las paredes e incluso gritos a mitad de la noche. Los cuidadores de la propiedad cambian constantemente y cuentan historias sobre un personaje vestido de negro y una mujer de pelo largo que caminan por los pasillos.

Es por eso que los habitantes de Pinos creen que estas extrañas manifestaciones se deben a las almas en pena de las personas que murieron durante el trágico periodo de la Santa Inquisición. ¡Ahora buscan venganza sobre quienes los mataron!