Libro de leyendas de Baja California

¡Alto! Debes saber algo. Este libro de leyendas de Baja California tiene las mejores leyendas del estado, pero no solo las históricas y bellas, sino que también tiene la más espeluznantes, así que ten cuidado al leer, no va a ser que te conviertas en uno de los personajes de estas historias de Baja California.

Leyendas de Baja California

El gato negro

Cuenta la leyenda que en un pueblo de Ensenada vivía una muchacha que amaba a los gatos. Además de trabajar, se dedicaba a cuidarlos, alimentarlos y darles cariño. Siempre estaba rodeada de ellos. Cuando veía a alguno abandonado en la calle, se lo llevaba de inmediato a su casa. Todos los vecinos sabían de su amor hacia esos animales. Es por esta razón que, en vez de llamarla por su nombre, le decían “la muchacha de los gatos”.

Leyenda de Baja California del gato negro

Una noche se despertó al oír fuertes golpes en la ventana. Con algo de miedo fue a ver qué pasaba, pero se calmó al pensar que de seguro era algún vecino que necesitaba algo. Al asomarse se sorprendió muchísimo, pues no había nadie, sólo un gato negro que la miraba con ojos brillantes. Ella le abrió para dejarlo entrar y el gato se le acercó ronroneando, así que lo acarició un rato y luego se volvió a dormir.

Pasaron varios días. El gato negro era el más cariñoso de todos los que vivían con la muchacha. La seguía a donde iba y hasta dormía en su cama. Sin embargo, la joven se dio cuenta que los otros gatos empezaron a alejarse e incluso a irse de su casa. No entendía por qué estaba sucediendo eso  y se puso muy triste, pues cada vez tenía menos gatitos. De entre éstos, ella quería especialmente a una gata siamés a la que había criado desde pequeña. Como no quería que también se fuera, decidió dedicarle más tiempo.

Una tarde, la joven llegó de trabajar y, con gran pesar, vio cómo sólo dos gatos se acercaron a ella: la siamés y el negro. Levantó a la gata, la abrazó, la besó y se sorprendió mucho al ver que el gato negro se enojaba. A ella le dio miedo porque los ojos se le pusieron rojos, se le pararon los pelos del lomo y empezó a gruñir tan fuerte que parecían los gritos de una persona. 

A la noche siguiente, mientras le servía leche a su gata, el gato negro se acercó y comenzó a maullar enojado. Al ver esto, la muchacha trató de levantar a la siamés, como para protegerla, pero el gato se adelantó y saltó sobre la gata, por lo que pelearon ferozmente. Desesperada por no poder separarlos, corrió a buscar una escoba. Cuando regresó, la gata estaba muerta y el gato negro se lamía las garras. Entonces la joven se puso a llorar y con la escoba echó al gato a la calle. Durante varias noches, el animal estuvo maullando en la ventana, esperando a que le abriera para entrar. Ella le gritaba que se fuera, incluso hasta le echó agua, pero nada parecía funcionar.

Cierto día, la muchacha regresó de su trabajo y encontró al gato dentro de la casa, por lo que se espantó muchísimo porque se veía enorme, en verdad grandísimo. Trató de sacarlo, pero el gato ni se movió, sólo se le quedó viendo a los ojos; de pronto ¡saltó sobre ella para arañarla y morderla! La muchacha quiso zafarse, gritar, hacer algo, pero el gato enredó su larga cola en el cuello de la joven y apretó hasta que ella dejó de respirar. El negro animal se quedó un rato junto al cuerpo, luego salió por la ventana y desapareció en medio de la noche. 

Nadie se hubiera enterado de la muerte de la joven, pero los otros gatos regresaron apenas huyó el gato negro y, al ver que ella no se movía, se pusieron a llorar. El llanto de tantos gatos hizo que la gente fuera a asomarse y fue así como encontraron a la pobre muchacha. 

Algunos dicen que los gatos siguen yendo a esa casa, pues el alma de la joven todavía los cuida y alimenta.

La Salada

La Salada fue una enorme laguna que se secó hace muchos años y hoy es como un desierto de arena que brilla con el sol. La carretera de La Rumorosa pasa por uno de sus costados y su vista es impresionante. Desde lo más alto se le ve una especie de enorme mancha blanca que se pierde en el horizonte. Así la veía el señor Vicente Martorel todos los días al bajar por la carretera en su viejo camión de pasajeros. Le gustaba mucho porque se acordaba cuando todavía tenía agua.

Leyenda de Baja California de la Salada

Una tarde hacía su recorrido acostumbrado, pero no llevaba pasajeros. Bajaba tranquilamente aquellos cerros silbando una alegre canción. De pronto, unos pájaros chillones, negros como la noche, salieron de la arena de La Salada y empezaron a seguirlo. No les hubiera dado importancia, de no ser porque salían cada vez más y tan rápido que pronto se convirtieron en una nube negra de chillones.

—¿Qué es esto? —pensó asustado— nunca había visto tanto animal junto.

Los pájaros se lanzaron sobre el camión dándole alazos y picotazos, por lo que Vicente se detuvo en una curva.

—¡No lo puedo creer! —dijo en voz alta—. Salen del fondo de La Salada.

Los pájaros dejaron de volar y se pararon alrededor del camión hasta volver aquello una laguna de plumas negras. De La Salada no quedaba un pedacito blanco. Ni el señor ni los pájaros chillones se movían. Pasaron los minutos y Vicente sólo atinó a tocar el claxon, pero las aves no se movieron. Esto le dio mucho miedo, pues pensó que no era natural. 

De repente, una trompeta militar lo sacó de sus pensamientos. Miró a lo lejos sobre los pájaros y descubrió una enorme nube de polvo. El sonido se acercaba, así como una manada de caballos a todo galope; se oían gritos de hombres, como si un ejército cruzara La Salada. Los pájaros empezaron a volar en todas direcciones, revoloteando y chillando hasta ensordecer a Vicente, que cayó de rodillas al pie de su camión, temblando de miedo y sin entender nada. 

Pasados unos minutos no quedaban ni pájaros, ni ejército, ni polvo, como si todo aquello hubiera sido un mal sueño.

Trató de reponerse de la impresión y, ya calmado, se sentó frente al volante y encendió el motor para seguir su camino, pero de pronto sus ojos se encontraron con algo desconocido: ¡Era un animal con alas enormes que se precipitaba sobre el camión!

Al día siguiente, unos hombres que pasaron por ahí lo encontraron con los ojos bien abiertos, mirando no se sabe qué; tenía las manos aferradas al volante y el cuerpo frío, cubierto de sal.

Dicen que en La Salada suceden cosas extrañas, pero ¿quién lo puede asegurar?

La señora del cinco

Muchas personas dicen que esto es una leyenda, es decir, que la historia tiene algo de verdad y algo de imaginación, pero todos los que vivimos en la ciudad de Mexicali, Baja California, sabemos que es cierta. Es una historia muy vieja, la gente de mayor edad se la cuenta a sus hijos y ellos hacen lo mismo. 

Hace muchos años, en el centro de Mexicali, vivía una señora que maltrataba a sus hijos. Les gritaba todo el tiempo, les pegaba y los encerraba en la casa. Así pasó el tiempo, hasta que sus hijos se hicieron mayores, se casaron y, claro, la abandonaron.

Leyenda de Baja California de la señora del cinco

La señora comenzó a sentirse culpable y con remordimientos, por lo que fue a la iglesia de la ciudad a hablar con el sacerdote. Le contó todos los sufrimientos que les había hecho pasar a sus hijos durante muchos años. El padre, al escuchar las crueldades que la mujer había cometido, le dijo que sus pecados eran muchos y que él no podía hacer nada por ella. 

—Una horrible madre como usted debe ir a Roma, sólo ahí puede encontrar el perdón de Dios —le dijo.

Pero la señora era muy pobre y no tenía manera de pagar un viaje, ¡mucho menos hasta Italia! Así que el sacerdote le ordenó que pidiera limosna, pero para que su penitencia fuera más dura, sólo debía aceptar monedas de cinco centavos y si le daban monedas de otra cantidad, debía devolverlas.

La mujer salió de la iglesia y ese mismo día empezó con su misión. Todos los días se sentaba frente a la iglesia a pedir dinero. Mucha gente se sorprendía al ver que cuando le daban monedas de mayor valor, las rechazaba, por lo que comenzaron a decirle “la señora del cinco”.

Años más tarde y poco antes de conseguir el dinero suficiente para el viaje, enfermó de gravedad y murió.

Cierta noche después de su fallecimiento, un señor que caminaba frente a la iglesia vio a una vieja que llevaba un velo en la cabeza con apariencia muy humilde. La mujer se le acercó y le dijo:

—Señor, ¿no me regala un cinco?

—No tengo, pero tome esta moneda de veinte.

—Entonces ella se descubrió la cara y era el rostro de una calavera.

—¡No pedí veinte centavos, pedí cinco! ¡Lo maldigo!

Muchas personas comenzaron a relatar lo mismo, y dicen que a algunas de ellas les ocurrían desgracias al poco tiempo. Por supuesto, los papás de los niños mal portados comenzaron a decir: 

—¡Pórtate bien o te llevará la “señora del cinco”!

La historia se volvió tan popular que, en Mexicali y durante muchos años, los vecinos se acostumbraron a llevar siempre una moneda de cinco si salían a la calle, y las casas de todas las familias contaban con un vasito lleno de monedas de cinco centavos por si la mujer tocaba a la puerta. ¡No se iban a arriesgar a ser parte de la maldición!

En la actualidad, todavía hay personas que dicen haberla visto. Hay una profesora de secundaria que contaba que cuando ella tenía 9 años, en su casa también juntaban moneditas de cinco y que se hablaba de la leyenda de la señora, aunque nadie de la familia la hubiera visto. Un día la dejaron sola en la casa y le dijeron que no abriera la puerta para nada. Ella recordó la historia, pero no le dio miedo. Al poco rato de que sus papás se fueran, alguien llamó a la puerta y la profesora, con mucho miedo de abrir por los delincuentes y los fantasmas, se asomó por la ventana. Dice que se quedó helada al ver a una figura con una capa negra que parecía flotar y no tener cabeza. Jamás supo si se trataba de la señora del cinco o no, porque no se atrevió a abrirle la puerta, sino que se escondió llorando debajo de la cama hasta que llegaron sus papás.

La enfermera Eva

Dicen que, en una ranchería cercana a la ciudad de Tijuana, vivía una enfermera llamada Eva. Era muy conocida y respetada, porque siempre ayudaba a los enfermos y a los accidentados. Sin importar la hora y el lugar, ella iba a donde se lo pidieran. 

Leyenda de Baja California de la enfermera Eva

Cierto día, llegó a su casa una señora que le rogó muy angustiada:

—Señorita Eva, mi esposo está enfermo, necesita que lo atiendan; por favor, venga a verlo.

—¿Qué es lo que tiene? —preguntó la enfermera.

—Ha tenido mucho dolor de estómago. Toda la noche se estuvo quejando — respondió la mujer.

—¿Por dónde viven?

—Cerca de La Rumorosa —contestó.

—Está lejos —dijo la enfermera—. Primero voy a ver a una vecina que también está enferma, pero dígame cómo llegar y en cuanto me desocupe, iré para allá.

La señora le dio las señas del lugar y se fue. Mientras tanto, la enfermera tomó su maletín y se dirigió a la casa de su vecina. Terminada su visita, salió rumbo a La Rumorosa. Caminó bajo el calor intenso del mediodía, pero en su prisa por llegar a donde la esperaban, equivocó el camino.

—No veo ninguna casa —pensó preocupada— estoy segura de que era por aquí.

Ya habían pasado varias horas desde que salió de su casa y pronto oscurecería. Tenía hambre y sed porque el agua que llevaba se había terminado. Aun así trató de no desesperarse. 

Para donde volteaba sólo veía piedras formando los enormes cerros de La Rumorosa. De pronto, una sensación de temor la invadió, porque recordó historias de ese lugar en las que se hablaba de aparecidos, brujas y otros muchos seres extraños y terroríficos.

«Calma, eres un adulto y no crees en fantasmas», pensó para intentar tranquilizarse.

Decidió volver a caminar y, guardando su miedo, se metió entre aquellos cerros. Por la oscuridad, parecía que las enormes piedras que se encontraban por todos lados se transformaban en horrendas personas y animales que gritaban su nombre: ¡Eva, Eva!

La mujer se echó a correr desesperada entre las rocas hasta que sus pies resbalaron, por lo que se pegó en la cabeza y perdió el conocimiento.

Pasaron los días y como los vecinos no sabían nada de ella, la fueron a buscar a su casa, pero no la encontraron. Supieron algo hasta que en las curvas de La Rumorosa vieron a una mujer vestida de blanco que pedía aventón —o raite, es decir, que levantaba el dedo pulgar para que los camiones o los tráileres la llevaran—. El camino era tan difícil que nadie podía detenerse, pero aun así, cuando menos se lo esperaban: ¡aparecía sentada a un lado del conductor! Todos se espantaban muchísimo. La mujer se quedaba muda y siempre desaparecía frente al panteón. Se dice que los habitantes tenían tanto miedo que ya no querían pasar por aquellos lugares, pues corría el rumor de que era la enfermera muerta.

Otros cuentan que en la Cruz Roja de Tecate, muchos pacientes han sido atendidos por una misteriosa mujer, muy cuidadosa en las curaciones, que desaparecía siempre al llegar la enfermera de turno. A pesar del susto que les dio ver cómo se desvanecía, la mayoría coincide en que fue de mucha ayuda. Algunos incluso cuentan que si no se hubiera aparecido, habrían muerto desangrados.

Mucha gente ha acudido con el sacerdote de la localidad para que ayude a la enfermera en pena, pero, como nadie sabe dónde murió, no han podido hacer nada. Es por esto que la enfermera seguirá vagando por los caminos de La Rumorosa durante muchos años más.

El trailero fantasma

Hace mucho tiempo, sobre la carretera de La Rumorosa, un trailero manejaba a toda velocidad rumbo a Mexicali, pues su esposa estaba a punto de dar a luz y quería llegar rápido a su casa. Además, él llevaba el dinero para pagar el hospital. Por desgracia, cuando iba a tomar una peligrosa curva, perdió el control y se estrelló contra unas rocas.

El chofer se bajó del tráiler golpeado y aturdido. Se revisó todo el cuerpo y se alegró al darse cuenta de que no le había pasado nada grave. Entonces esperó a que pasara alguien para que le ayudara o lo llevara a la ciudad, pero durante mucho tiempo nadie cruzó aquellos cerros. El hombre se quedó dormido. Al despertar se sorprendió al ver todo oscuro. No entendía qué estaba sucediendo, así que decidió caminar. Avanzó una buena distancia. Sabía que la salida de La Rumorosa estaba cerca y, sin embargo, de pronto se dio cuenta ¡que estaba en el mismo lugar del accidente!

Leyenda de Baja California del trailero fantasma

A los tres días hallaron el camión, pero no al conductor. De él no se supo nada hasta que, en una ocasión, años más tarde, un muchacho, que manejaba un tráiler, se detuvo porque un hombre le hizo señas para que lo llevara. 

—Amigo, me llamo Francisco Vázquez —le dijo— y necesito con urgencia que le lleve este dinero a mi mujer porque va a tener un niño y es para pagar el hospital. Yo no puedo ir, mi tráiler se descompuso y no lo puedo dejar aquí.

—Sí, señor, con gusto se lo llevaré —contestó el muchacho— sólo dígame dónde vive su señora.

El hombre le entregó un papel en el que anotó la dirección y el nombre de su esposa. Al despedirse, el joven sintió que un escalofrío le recorría la espalda, pues al darle la mano, el señor estaba tan frío como un muerto. El muchacho no le dio importancia, subió a su tráiler y se encaminó a Mexicali.

Al día siguiente fue a buscar a la señora, pero no la encontró. Alguien le dijo que ya no vivía ahí, que hacía tiempo se había cambiado. Sin darse por vencido, preguntó en varios lugares hasta que una anciana le indicó dónde vivía. Al llegar tocó la puerta y esperó a que le abrieran.

—¿Dígame, joven? —preguntó la señora.

—Perdone, ¿aquí vive la esposa del señor Francisco Vázquez?

—Soy yo —contestó ella—, ¿qué se le ofrece?

—Ayer en la carretera, su esposo me pidió que le trajera este dinero, porque se le descompuso el tráiler y no puede venir.

—¡No puede ser! —lo interrumpió la señora tapándose la boca—. Mi marido murió hace cinco años.

La pobre mujer se puso a llorar y al muchacho le temblaron las piernas. Le dejó el dinero a la señora y se fue para su casa muy asustado. Al llegar, abrió la puerta y descubrió frente a él al trailero de la carretera y brincó espantado. Sintió que una fuerza extraña lo invadía.

—¡Gracias, amigo! —le dijo el muerto con voz cavernosa, mientras desaparecía.

El joven podía escuchar los latidos de su corazón y tardó un buen rato en recuperarse de la impresión. Tiempo después, al platicar con unos amigos, se enteró de que el trailero ya se les había aparecido a otros hombres, pero que ellos no habían cumplido el encargo del muerto. Dicen que a todos ellos se les fue secando el cuerpo hasta quedar como esqueletos.

El pozo de las cadenas

Cuentan en Tecate, un pueblo ubicado al final de La Rumorosa, que, en tiempos de la Revolución, allá por 1910, vivía un matrimonio sin hijos. Eran personas pacíficas y trabajadoras. El señor cultivaba sus tierras, mientras su esposa se hacía cargo de la casa. En ese entonces no había mucha gente en los alrededores y los caminos sólo eran brechas secas que levantaban unas polvaredas que dejaban ciego a cualquiera.

Leyenda de Baja California del pozo de las cadenas

Cierto día, unos hombres tenían mucha sed porque llevaban horas caminando bajo el sol, el cual quemaba durísimo. Al ver al señor que trabajaba en su parcela, se acercaron.

—¡Buenas tardes! 

—¡Buenas tardes! —contestó el señor, dejando su labor y echándose aire con el sombrero—. ¿Qué les trae por acá?

—Las ganas de encontrar buena fortuna —respondió uno de los hombres.

—Vamos para Tijuana, ya atravesamos La Rumorosa —dijo el otro.

—Pues todavía les queda mucho camino.

—Tenemos sed, ¿no tendrá un poco de agua que nos regale? —preguntó uno de los extraños.

—¡Qué caray!, me acabo de tomar el último trago —respondió el campesino— pero si no tienen prisa, mi casa está cerca y tengo un pozo.

—No, no tenemos prisa, vamos —dijeron los hombres.

El señor se apresuró a levantar sus instrumentos de trabajo. Estaba contento porque, como era raro que alguien pasara por el lugar, la visita de cualquiera era una novedad y se aprovechaba para saber cosas de lejos. Así que, sin desconfiar, llevó a los hombres hasta su casa. Al llegar presentó a su esposa y éstos saludaron quitándose el sombrero.

Los hombres bebieron toda el agua que pudieron, comieron como si llevaran días sin probar alimento y platicaron largo rato. La tarde iba cayendo, los coyotes comenzaban a aullar, mientras la luna dejaba ver sus primeros rayos. Los hombres no dieron muestras de marcharse, se veía que estaban a gusto. Entonces el señor y su esposa les prepararon un catre con ramas de cachanilla (para los que no son del norte, cachanilla es una planta silvestre de fresco aroma) donde dormir. Muy avanzada la noche, un grito se escuchó con mucha fuerza. A los pocos segundos también se escuchó su eco.

Nadie sabe qué ocurrió, pero cuentan que los extraños se pusieron de acuerdo para robarle al señor lo poco que tenía. Como éste se resistió, lo amarraron con unas cadenas y lo echaron al pozo. La luna fue el único testigo de aquel suceso. Tampoco se supo nada de su esposa. ¿Y de los asesinos? Menos.

Desde entonces, hay noches en que en el pozo se escucha mucho ruido. Quien lo ha oído, dice que el muerto logra salir y arrastra sus cadenas mientras llora entristecido. Cuentan que vaga en busca de su esposa desaparecida y de los desalmados que lo mataron. La gente que pasa por ahí en la madrugada, comenta que se pueden ver claramente, alrededor del pozo, las huellas de unos pies encadenados y si se pone mucha atención, el eco de aquel terrible grito.

Cuesta Blanca

Hace muchos años, Rosarito no era más que un pueblo con una carretera de dos carriles y una refinadora de petróleo; sin embargo, ya contaba con el famoso Hotel Rosarito, que fue visitado por personajes tan conocidos como Al Capone; el traficante de alcohol más famoso de la historia; Dolores del Rio, la gran actriz mexicana; el gran ídolo universal: Marlon Brandon; y Maria Felix, de quien poco más se puede decir. 

En aquel lugar se festejaban los mejores eventos. Las personas viajaban de diferentes lugares del mundo para celebrar aniversarios, bodas, compromisos, bautizos, etc. 

Un día se celebró en el Salón Azteca una boda: la boda de Camilo y Victoria. Una pareja de jóvenes muy enamorados que se habían decidido a unir sus almas para toda la vida bajo los tradicionales votos: “estaré contigo en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad”.

Pasaron momentos muy especiales con familiares y amigos. En el Salón Azteca nunca se había sentido esa atmósfera tan llena de amor y además fue un día bello, aunque el cielo estuviera gris y el viento húmedo.

Llegó la hora de despedirse de sus invitados. La novia lucía preciosa con su vestido sencillo y elegante. El novio era feliz con sólo observarla imaginando la vida que tenían por delante. Partieron entre risas y abrazos y, de pronto, empezó a llover con gotas gruesas y un viento muy fuerte. Nada de esto disminuyó el ánimo de los novios, pues consideraban que era romántico ir viendo la lluvia en camino a su noche de bodas.

cuesta

El padre de la novia les dio un gran viaje por Europa como regalo de luna de miel. Por eso los novios se dirigieron a Los Ángeles, pues de ahí saldría su vuelo.

En el camino hacia su destino, tenían que pasar por el lugar conocido por todos como la Cuesta Blanca, una parte de la carretera muy peligrosa donde los automóviles con frecuencia exceden su velocidad y son víctimas de accidentes terribles. Ahora hay muchos coches y casas, además de que está alumbrado, pero en aquel entonces, era un lugar solitario y oscuro.

Victoria y Camilo iban conversando sobre su próximo viaje, mientras imaginaban cómo serían París y Venecia, Londres y Roma. La lluvia era cada vez más intensa. Apenas se alcanzaba a ver el camino por el parabrisas del carro. Entonces, en la curva de la cuesta, Camilo vio una vaca que intentó cruzar la carretera. Al ver el automóvil, el animal se asustó y se echó a correr de regreso, pero Camilo perdió el control y el coche fue a caer en un voladero. Dio múltiples vueltas y se estrelló sobre una gran roca. El conductor salió disparado del auto y quedó herido de muerte, agonizante y dando gritos de dolor. Victoria estaba también muy lastimada, pero pudo salir del carro y corrió hacia su amado. 

Ella sabía que debía conseguir ayuda. Fue hacia la orilla de la carretera a pedir auxilio, pero los pocos carros que pasaban a esas horas de la noche no se detenían, pues una muchacha con vestido de novia gritando y cubierta de sangre los asustaba o simplemente les importaba poco. 

Victoria sentía que, con cada segundo que pasaba, las posibilidades de salvar a Camilo disminuían. Ahogada en llanto, decidió pararse en medio de la carretera para forzar a alguien a detenerse y, entonces, pasó un camión de carga, pero el conductor no la vio. Camila perdió la vida al instante. Después de eso, no volvió a pasar ningún carro en toda la noche.

Al otro día, el conductor no soportó la culpa por lo que se entregó a las autoridades y éstas acudieron al lugar de los hechos. Encontraron el carro destrozado y a Victoria y Camilo muertos uno junto al otro. No se explicaron cómo había llegado el cuerpo de Victoria al lado del de Camilo, pues el conductor les dijo a las autoridades que ella había quedado tirada junto a la carretera.

La felicidad de los recién casados había sido muy corta. El vestido antes blanco, quedó completamente rojo. Ahora Victoria se aparece en la cuesta a pedir ayuda. Su vestido es de un blanco tan radiante que a veces deslumbra a los conductores y pierden el control. Otras veces se aparece con el vestido desgarrado y lleno de sangre y, cuando alguien se detiene a ayudarla, ella les dice: Es muy tarde ya… y desaparece.

Leyenda de la Laguna Hanson

En el siglo XIX, un noruego llamado Jacob Hanson llegó a Baja California, prácticamente como un ermitaño, y adquirió una propiedad en la zona central de la Sierra de Juárez, donde estableció un rancho con el objeto de criar ganado de calidad.

Cuenta la leyenda que la actividad ganadera del noruego generó una verdadera fortuna, la cual enterró en un lugar secreto dentro de su propiedad, ya que en aquel tiempo no había bancos en los alrededores donde depositar el dinero.

Un día, aprovechando la soledad en que vivía Hanson, unos ladrones lo asaltaron y lo asesinaron, pero ni ellos, ni los muchos exploradores que llegaron al lugar, pudieron encontrar el tesoro que con mucho cuidado escondió el noruego.

Sin embargo, Hanson dejó para la posteridad otro tesoro que protegió en vida y que persiste hasta nuestros días: una enorme laguna dentro de lo que fuera su propiedad, rodeada de pinares y única en Baja California por su singular belleza.

Hasta la fecha hay personas que van a buscar el tesoro de Hanson. Algunos de ellos dicen que han visto un fantasma que dice algo, pero no se le entiende pues lo pronuncia en un idioma que no conocen.

La niña de la escuela primaria

Esta historia se desarrolla en una escuela primaria llamada Antonio Amaya Estrada, de Tijuana. Cuentan que ahí había una niña muy buena y alegre, pero a la que maltrataban mucho. ¡Dicen que hasta su maestro le pegaba! Aunque esta costumbre era habitual hace mucho tiempo, en realidad, nunca fue del todo bien vista.

Leyenda de Baja California de la niña de la escuela primaria

Fue tanto el daño que le hicieron sus compañeros y su maestro, y fueron tan graves las heridas que le produjeron, que la pobre niña murió en la escuela.

Si le preguntas a cualquier niño, maestro o padre de familia de la escuela, te dirá que el fantasma de la niña se aparece a las doce de la noche en los salones de atrás, y que si te encuentras con ella, te cortará la cabeza y así aparecerás en la mañana. Claro, esto nadie lo sabe con certeza, pues, ¿qué tendría que estar haciendo alguien en la escuela a esa hora?

La última bienvenida

Era 1978. Guillermo llegó a Tijuana, procedente de Sinaloa, directamente a la casa de los suegros de su hermana. Sus planes eran establecerse en esa ciudad y, para ello, días antes había hablado con su hermana para pedirle alojamiento por unos días en la casa de sus suegros. 

No hubo problema, pues ya antes había llegado de visita quedándose en ese mismo caserón de la colonia Libertad, una de las más viejas de la ciudad. 

El viaje había sido largo y cansado. Al llegar, en la Central Camionera, abordó un taxi que lo llevó directo a la vieja casa que parecía estar vacía. 

Le pidió al taxista, con el que por cierto había tenido una amena charla de fútbol, que lo esperara un momento,  ya que tenía el presentimiento de que no había nadie en la casa y, de ser así, tendría que llevarlo a un hotel para pasar la noche, sobre todo porque ya comenzaba a oscurecer. 

Leyenda de Baja California de la última bienvenida

Tocó la puerta varias veces. Estaba a punto de rendirse cuando escuchó pasos que provenían del interior de la residencia. Entonces le hizo una seña al chofer para que se retirara y el taxi arrancó de inmediato desapareciendo entre las calles de la colonia. 

De pronto se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo y que, a pesar de los ruidos que escuchó, nadie había abierto la vieja puerta de madera. 

Decidió llamar de nuevo y, después de unos segundos, la pesada puerta se abrió y apareció el rostro de Rubén, el cuñado de su hermana. 

—¡Hola! ¿Por qué no me abrían? —preguntó el joven—. Creí que no había nadie en la casa. Ya me iba a ir a un hotel —le dijo y luego le estrechó la mano. 

—Disculpa, estaba arreglando algunas cosas —le contestó en un tono seco—, pero siempre es un placer saludarte. 

En ese instante lo invitó a pasar y, ahí mismo, se despidió de él, diciéndole que se quedaba en su casa. 

—Ah y salúdame mucho a tu hermana y te encargo mucho a mi hermano. 

La última frase de Rubén desconcertó a Guillermo, que no pudo establecer mayor comunicación porque su anfitrión salió de la casa cerrando la puerta de madera de inmediato. 

Abrió la puerta con la esperanza de encontrar a Rubén todavía por ahí cerca y así preguntarle qué estaba pasando, pero ya no estaba. 

Rubén era un hombre atlético al que le gustaban los deportes y los autos deportivos. Sin embargo, en esa ocasión lo había notado enfermo, como pálido y ausente. 

El joven entró en la casa y recorrió todos sus cuartos, entonces supo que estaba completamente solo y decidió sentarse en el sofá de la sala a mirar televisión. La verdad es que se sentía un poco extraño, algo estaba sucediendo, pero no sabía qué era.

No supo en qué momento se quedó dormido y sólo sintió cuando su cuñado Gabriel lo sacudió un poco para despertarlo. 

—¿Tú qué haces aquí? —le preguntó, Guillermo. 

Cuando abrió los ojos, miró a su cuñado y a su hermana quienes lo miraban sumamente extrañados. 

—¿Quién te abrió la puerta? —dijo Gabriel. 

Guillermo se frotó los ojos tratando de despertar. Vio que toda la familia estaba ahí a su lado y respondió que había sido Rubén. 

La contestación pareció enfurecer mucho a todos los presentes. 

—Ésa me parece una broma de muy mal gusto —dijo Gabriel. 

—En serio, él me abrió la puerta. Les dejo saludos y por cierto, me encargó mucho que te cuidara, cuñado. 

Al escuchar esto, toda la familia se echó a llorar. Se escuchaban murmullos como «no puede ser cierto», «pero él no sabía de su muerte», «es su espíritu que está con nosotros para cuidarnos».

Al ver el desconcierto de Guillermo, su hermana se acercó para explicarle que venían precisamente del velorio de Rubén, quien, por desgracia, había fallecido días antes en un horrible accidente automovilístico.

Dicen que, en las noches, un auto a gran velocidad pasa delante de la casa de la familia de Rubén. Al parecer, tienen un pariente que los está cuidando desde el más allá.

El tesoro y los aparecidos de la Zona Norte

Reclinado como siempre en una mecedora, el viejo don José todavía recuerda, como si fuera ayer, a esas personas que llegaron a su propiedad con la intención de escarbar por todas partes. 

—No creo que supieran bien la ubicación de lo que buscaban —dijo don José sobándose la barbilla y riendo con cierto sarcasmo—. Es más, estoy seguro que ni saben bien lo que podrían encontrar.

Habían pasado cerca de treinta años desde su última visita. El viejo reconoció que los dejó que escarbaran en su patio y les cobró un buen dinero, pero después de unos días, se aburrieron de sacar paladas de tierra y desperdicios, por lo que se fueron. 

—Y no han sido los únicos. Hace años eran muchos los que venían y se pasaban hasta semanas en su búsqueda, ahora ya nadie viene buscando el tesoro del legendario bandolero. 

Entre los recuerdos del viejo, había gente extraña, sobre todo americanos que llegaban con un mapa y le pedían permiso para investigar el terreno. Casi a todos les permitió el acceso a su propiedad, que antes era mayor, pero, debido a las múltiples crisis, tuvo que vender muchos de sus terrenos. 

Los únicos interesados en el tesoro que, supuestamente, había enterrado el legendario bandolero Joaquín Murrieta, no sólo fueron personas aventureras, pero de bien, también hubo otros. Por ejemplo, el viejo don José recuerda haber disparado contra unos vaqueros a los que sorprendió husmeando por sus terrenos. 

—Hace como cuarenta o cincuenta años de esto. Nuestra región estaba completamente deshabitada en aquel entonces. Incluso mi padre me comentó que antes había un río caudaloso y lo que hoy es el bordo, eran unos islotes grandes. 

Nunca se pudo explicar quiénes eran esos vaqueros, pero lo extraño es que su padre ya le había dicho que los vería. 

—Fueron víctimas de Joaquín Murrieta —le contó cuando era niño—, los enterró junto con el tesoro, que consiste en muchísimo oro. 

Él escuchaba a su padre con atención y nunca pensó ver a los vaqueros penando por ahí; por eso, cuando los vio, les disparó con un viejo rifle que usaba para cuidar sus tierras. Creyó haber herido a uno, pero nunca lo encontró. 

Leyenda de Baja California del tesoro y los aparecidos de la zona norte

Otros muchos vecinos, de los más viejos de la zona, también cuentan sobre los vaqueros, quienes van vestidos como cuando la fiebre del oro azotó a California, pero pocos hablan de los lingotes enterrados. 

Los libros dicen que Joaquín Murrieta realmente existió y vivió de 1829 a 1853. Se supone que fue asesinado por un guardabosques texano, quien lo persiguió por una recompensa que el gobierno puso sobre su cabeza. 

Murrieta logró fama por ser una especie Robin Hood de la sierra, debido a que robaba a los ricos para repartir a los pobres. ¡Hasta corridos se escribieron sobre él! Para la gente del lugar, era un héroe conducido al crimen por las injusticias sociales. 

El ídolo usó la fiebre del oro como su escenario y, desde siempre, se condujo con sus cuadrillas por los diferentes poblados para asaltar a los millonarios. La leyenda cuenta que era de Baja California, pero hay quien dice que era un sonorense que viajó a California atraído por el oro. 

Los viejos habitantes de Tijuana ubican a este personaje en lo que hoy se conoce como la Zona Norte e incluso aseguran que ahí enterró todas las riquezas que robó en el vecino estado americano y lo enterró junto con varios cuerpos de sus enemigos. Para muchos esto no tiene sentido, porque si le regalaba a los pobres su dinero, es poco probable que tuviera algo para enterrar. Tal vez por esta razón es que don José se burla en su mente de los buscadores de tesoros.

La historia de Murrieta dice que, de camino a California, fue interceptado por ocho forajidos que lo ataron a un árbol y lo golpearon brutalmente. Además asesinaron a su esposa y a su hermano para arrebatarle los títulos de unas minas. 

Los ladrones lo dieron por muerto y lo dejaron tirado. Cuando éste se levantó y vio lo que habían hecho, juró venganza y al poco tiempo encontró y mató a los ocho desalmados y, desde entonces, se dedicó a robar cargamentos de oro para repartirlos entre los pobres. 

Los habitantes de Tijuana dicen que todavía se puede ver a los vaqueros rondando por las noches, y se ríen de los extranjeros que vienen a buscar el tesoro de Murrieta, pues saben que en esa ciudad hay mucha pobreza y el héroe hace tiempo que ya repartió todo su tesoro.

Los aparecidos de las fábricas

Transcurría la década de los noventa cuando Bertha Alicia se desempeñaba como gerente en una maquiladora que recién abría sus puertas en el fraccionamiento El Florido. 

Leyenda de Baja California los aparecidos de las fábricas

Un hombre harapiento, con la camisa desfajada, lleno de mugre y sin zapatos, entró al estacionamiento de la fábrica. Era un personaje muy extraño, pues era de color, cargaba una cubeta, tenía los ojos desorbitados y pedía agua en inglés. 

Water, water —decía.

Parecía que lo habían arrastrado, porque la ropa la traía completamente sucia y el cabello también estaba lleno de polvo. 

Cuando Bertha Alicia lo vio, reaccionó de forma instantánea, volteó hacia atrás buscando a alguno de los guardias para que sacaran a ese hombre que intentaba burlar su vigilancia. 

El aparente vagabundo desapareció y ella no entendió cómo sucedió, porque sólo lo perdió de vista unos instantes. Luego les gritó a los guardias, que llegaron en cuanto la oyeron. 

—Quiero saber quién dejó pasar al negro que anda pidiendo agua — les preguntó en tono enérgico. 

Primero se desconcertaron, porque ellos no habían permitido el paso de nadie, pero mientras la mujer lo fue describiendo, uno de los guardias abrió los ojos y dijo: 

—¡El Aparecido!

—Qué aparecido ni qué ocho cuartos —dijo Bertha—, yo lo vi. Era de carne y hueso, estaba parado al lado de mi carro con una cubeta y quería agua. 

Uno de los guardias explicó que había visto al hombre negro rondar las instalaciones de la fábrica, siempre con su cubeta en la mano y luego desaparecía. 

La leyenda cuenta que, unos años antes, la Policía había hallado el cadáver quemado de un hombre de color justo, en el terreno que ahora es el gran estacionamiento de la maquiladora. Llegó el Servicio Médico Forense por él, se lo llevaron, pero nadie supo qué había sucedido ni qué pasó con el cuerpo. Meses después comenzaron las apariciones del hombre de color que pedía agua, quizás para apagar las llamas que lo hicieron arder, aunque nadie lo sabe a ciencia cierta. 

Pero esto no es todo. Las fábricas de El Florido son reconocidas por sus historias de terror y la del Quemado no es la única. Por ejemplo, cuentan que en una noche fría y solitaria, uno de los guardias estaba a punto de quedarse dormido cuando creyó haber escuchado la voz de una pequeña. De inmediato, se levantó y asomó por la caseta, descubriendo así a una niña de unos cinco o seis años que caminaba hacia él. 

—Auxilio, ayúdeme señor por favor —gritaba la niña, que tenía la piel pálida por completo y traía puesto un vestido claro. 

El guardia se apresuró a buscar su macana y salió de la caseta, pero la niña había desaparecido. Esto espantó mucho al cuidador, pero poco a poco se fue convencido de que sólo había sido una ilusión o que tal vez estaba soñando despierto.

Más tarde volvió a oír los gritos a lo lejos y miró la misma silueta que se perdía en la oscuridad al final de la calle. De nuevo quiso ayudarla, pero no la encontró. 

Días después le contó a sus compañeros lo que había pasado y éstos se rieron al escuchar el relato. 

—Estoy hablando en serio —les dijo. 

—Sí, no eres el único que la ha visto —dijo otro guardia—. Dicen que la pequeña desapareció y sus padres nunca supieron qué le pasó. Algunos dicen que un loco  enterró su cuerpecito por aquí y que por eso vaga pidiendo ayuda.

Los demás guardias volvieron a reír al escuchar esto, pero todos lo hicieron con un poco de nervios, pues tenían que volver a sus puestos, por lo que se quedarían solos. Unas horas después se escucharon los gritos de niña y una voz tenebrosa y profunda que pedía:

Water, water…

El pasajero aparecido

Ramiro, un conductor de camión, estaba dando su última vuelta y ya planeaba retirarse a su casa a descansar, cuando el retrovisor lo sorprendió con la imagen de un hombre que estaba sentado hasta atrás. ¡Tremendo susto se llevó! Casi estuvo a punto de chocar al perder el control del autobús, pero como era un chofer experto, lo recuperó rápidamente

Hacía cinco minutos pensaba que su camión estaba vacío. No se había dado cuenta de la presencia del misterioso pasajero, que estaba mirando por la ventanilla. «Tal vez iba acostado y por eso no lo había visto», pensó Ramiro.

Leyenda de Baja California del pasajero aparecido

Volvió a mirar el retrovisor y, claro, el hombre seguía ahí. Parecía tener unos 50 años, vestía un traje oscuro y estaba cruzado de piernas cómodamente con las palmas de sus manos en las rodillas. 

El conductor se frotó los ojos y de nueva cuenta revisó el espejo, sentía que algo extraño estaba pasando, pero no podía comprender qué era. El pasajero seguía ahí inmóvil con su postura de catrín. 

—¿A dónde va a bajar, señor? —preguntó Ramiro, pero no escuchó respuesta. 

El pasajero ni siquiera se inmutó. 

Ramiro decidió detener el autobús para obligar al hombre a descender y continuar su camino a casa, porque ya había acabado su ruta, pero su sorpresa fue grande cuando lo hizo y el pasajero ya no estaba. 

Cuenta la leyenda que incluso los taxistas han visto a este extraño personaje. Unos han intentado recogerlo de las paradas que están cerca de lo que  años atrás fuera el Hipódromo Agua Caliente, pero no se sube. El hombre sólo toma taxis en su parada habitual o ahí espera su camión.

—Una vez lo vi, pero cuando llegué había desaparecido —contó un chofer de uno de los ya famosos taxis rojos. 

Historias similares se escuchan por la ciudad y todas coinciden en señalar que el hombre va bien vestido, de traje, es de piel blanca y tiene entre 50 y 60 años. Nunca le han escuchado decir una palabra.

Cuando se sube a los transportes y desaparece, casi siempre lo hace a la altura de la zona conocida como Agua Caliente. Sus apariciones se registran en la noche, poco después de las diez y hasta la medianoche, aunque sobre esto hay muchas versiones al respecto, pues hay quienes dicen que incluso lo han visto en la mañana, pero podrían estarlo confundiendo.

Dicen que se trata de un jugador, un hombre que viajaba solo al hipódromo para apostar en las carreras de caballos y que ganaba mucho dinero. Tenía un instinto inigualable para encontrar al caballo ganador y siempre regresaba con pequeñas fortunas a su casa; pero como todo buen apostador, este hombre nunca quedaba satisfecho y siempre continuaba. 

—Estaba enfermo por el juego —dicen los pobladores que juran haberlo conocido en vida—, hasta que un día lo perdió todo y enloqueció. En medio de su locura, se suicidó. 

Es por esto que su alma vaga todas las noches. Toma su camión porque era su medio de transporte para llegar al hipódromo, que, al parecer, era lo único que le importaba. 

Cuando ganaba, el jugador siempre viajaba en taxi, así que del hipódromo se iba a los bares de las cercanías y se embriagaba. 

Cuentan que su muerte fue por los años treinta y que, desde entonces, en distintas fechas, muchos trabajadores del volante lo han visto o se han encontrado con él. 

—Nunca habla, sólo se sienta y observa, aunque cuentan que un compañero habló con él hace muchos años —dice uno de los taxistas, aunque se nota que no cree que en verdad el fantasma haya pronunciado palabra alguna.

El chofer que logró hablar con el pasajero misterioso, según la leyenda, contó la historia a un par de sus amigos y después no se supo más de él. Igual que su pasajero, desapareció sin dejar rastro.

Los seres de la colonia Alemán

Una noche, el sueño de Antonia se vio interrumpido por una serie de extraños sonidos que provenían de la puerta de su habitación. Era como si alguien estuviera rascando con un rastrillo con toda su fuerza. Cuando abrió los ojos, los ruidos desaparecieron. 

Creyó que todo había sido un mal sueño y se dispuso a dormir de nuevo, pero los ruidos volvieron a aparecer. 

Ni su pequeña ni su madre, que dormían en la misma habitación, parecían haber escuchado algo, porque seguían completamente sumidas en el sueño. Tampoco tenía en casa algún animal que pudiera haber ocasionado esos sonidos tan extraños. 

A pesar de que estaba completamente estremecida y sumida en un temor que la paralizaba, Antonia decidió armarse de valor y salir de la cama para verificar qué estaba pasando. En cuanto comenzó a caminar hacia la puerta, escuchó los pasos de alguien, o algo, que corría hacia uno de los cuartos traseros de la casa. Volvió a detenerse un instante y luego agarró un bastón que tenía debajo de la cama para utilizarlo como protección y continuó. Abrió la puerta de golpe y sólo encontró oscuridad, así que decidió encender la luz para buscar lo que había ocasionado el ruido. 

Leyenda de Baja California de los seres de la colonia Alemán

En la habitación de junto, dormía un tío suyo que estaba de visita y la puerta de su recámara estaba entreabierta. Él parecía estar dormido, así que no fueron sus pasos lo que escuchó. 

Luego de unos minutos, al no encontrar nada, volvió a pensar que todo había sido producto de su imaginación y volvió a dormir. El resto de la noche transcurrió tranquilo. 

A la mañana siguiente, Antonia decidió no comentar nada con la familia, pues terminó por pensar que había sido un mal sueño. Además, no quería que pensaran que se había vuelto loca. 

Pero fue el tío quien tocó el tema:

 —¿No oyeron algo anoche? —preguntó.

Antonia se estremeció y sólo afirmó con la cabeza. Su mamá y la niña negaron con indiferencia. 

—¿Lo escuchaste tú también? —preguntó la joven.

—No sólo lo escuché, lo vi.

Entonces intentó describir algo que en realidad no conocía y se contradijo con un notable nerviosismo en su tono. 

Señaló que, en efecto, había escuchado los rasguños en la puerta, pero de pronto la criatura o lo que fuera, al sentirse descubierta, empujó la puerta de su cuarto y corrió hacia la parte trasera de la casa para escabullirse por la ventana. También dijo que él estaba acostado y lo único que vio fue lo que podía ser un gato enorme con cuerpo de humano, el cual se arrastraba, pero por el ruido de sus pisadas imaginó que las patas las tenía llenas de garras y, claro, que su peso y tamaño no eran los de un gato normal. 

—Era muy grande, no lo alcancé a ver muy bien, pero escuché cómo rugía mientras se movía casi arrastrándose en el suelo — añadió. 

Quizá pudo haber sido un gato el que esa noche se metió en la casa de Antonia, ubicada sobre Mar del Norte en la colonia Alemán, pero entonces recordó que noches antes tuvo una experiencia inusual. También estaba dormida y despertó para ir a tomar agua a la cocina, pero en cuanto abrió los ojos, vio a un extraño ser que estaba parado en una de las esquinas de su habitación. 

Lo describió como de metro y medio de altura, ojos grandes, negros y medio rasgados, piel blanca, brazos y piernas delgadas, y las manos cubiertas de una especie de garras; además parecía tener pelambre en la espalda y la parte trasera de la cabeza. 

Tampoco dijo nada porque en cuanto cerró y volvió a abrir los ojos, el extraño ser había desaparecido. De hecho ya había olvidado si eso lo soñó o de verdad lo había visto. 

Esta historia pudiera ser una más de tantas. Sin embargo, otros vecinos de la misma colonia, e incluso de colonias vecinas, prefieren dormir con las ventanas cerradas, porque dicen que cosas extrañas suceden cuando las dejan abiertas. 

—En casa de doña Elizabeth —contó uno de los vecinos del lugar—, el otro día encontraron toda la alacena tirada e incluso su hija, una niña de tres años, ha dicho que se meten los monstruos en la noche y por eso hasta dejan las luces prendidas.

—En mi casa pasó lo mismo —se atrevió a decir otro vecino.

—En la mía creo que es un perro gigante el que ataca —dijo otra vecina que, al parecer, nadie le creyó porque era una señora que siempre inventaba cosas de los demás y que, además, quería sobresalir en todo. 

Lo que todos los vecinos saben es que de noche algo extraño está ocurriendo ahí, pero nadie se ha atrevido a ir a la policía, porque la vez que lo hicieron, les contestaron que sólo era un caso de histeria colectiva. Lo curioso es que ningún policía se atreve a ir ahí a patrullar de noche.

El inquilino de Otay

Cuenta la leyenda que los integrantes de una familia de la colonia Otra vivieron cosas espeluznantes. Todo comenzó con las historias que contaban los niños.

—No quiero dormir en el cuarto de arriba porque ahí vive el monstruo —dijo el niño más pequeño cuando su abuela le asignó la habitación.

Todos se desconcertaron al escuchar esto, aunque no era la primera vez que contaban algo así los habitantes de la casa de los abuelos. 

Ya antes, otra de las nietas había dicho lo mismo en una ocasión en que la mandaron a que buscara una cosa que se había perdido justamente en la habitación de arriba. 

—No quiero ir porque luego me sale el monstruo —fue su respuesta.

—¿Cuál monstruo? —preguntó la dueña de la casa. 

—¿Es que nunca lo has visto? —contestaron los dos niños al mismo tiempo y el niño se decidió a describirlo:

—Es un hombre sin cabeza y que tiene sangre en los hombros. Camina muy extraño y hace sonidos que dan mucho miedo. 

—Además nos molesta —dijo la hermana. 

Aunque, como ya dijimos, no era la primera vez que una presencia de este tipo se sentía en la residencia, quizás sí fue la más evidente, porque hasta le pasó a María, la mamá del pequeño. Fue entonces cuando comenzaron a creerles a los niños y dejaron de pensar que se estaban inventando historias. 

Leyenda de Baja California del inquilino de Otay

Fue un fin de semana en el que María decidió pasarlo en casa de su madre. Ella estaba dormida y de pronto una sensación de impaciencia la despertó. Lo primero que vio fue un rostro a escasos centímetros de su cara, lo que la sorprendió mucho, aunque no pudo distinguir muy bien quién o qué era. 

A diferencia de los niños, María había visto a un hombre que definitivamente sí tenía cabeza. Cuando contó la historia, dijo que lo que más le había impresionado del extraño ser era su mirada perdida.

Otros integrantes de la familia coincidieron en haber sentido una presencia. A algunos se les había sentado en la cama mientras estaban acostados, aunque nunca pudieron ver más que sombras. 

La residencia es una de esas casas viejas y grandes con más de tres habitaciones. La familia no siempre vivió ahí, pues un tiempo lo hicieron en otra ciudad. Así que el papá de María, el abuelo de los niños espantados, rentó la casa durante unos meses.

—Un hombre que al parecer trabajaba en una línea área —comentó María a los niños.

Por años, ese hombre vivió en la casa y la cuidó como si fuera suya, incluso en un tiempo ofreció comprársela al dueño, pero éste nunca accedió. El inquilino se vio afectado a principios de los ochentas, cuando la línea área en la que trabajaba sufrió una crisis económica muy fuerte. Por desgracia, el pobre hombre ni siquiera podía pagar la renta a tiempo al propietario de la casa de Otay. Entonces, el padre de María le solicitó a su inquilino que abandonara la casa, pero él se negó rotundamente. 

—No me pueden sacar de esta casa porque tengo algo muy importante guardado aquí —decía. 

Fue necesario un juicio largo y desgastante, pero la familia pudo recuperar su casa no sin antes registrarse un desalojo legal, que fue necesario para sacar al inquilino. 

Desde ese momento no volvieron a saber de él, hasta que una tarde se enteraron que había muerto en un accidente aéreo.

—Ahora que lo pienso, a lo mejor quien se aparece en la casa es nuestro viejo inquilino que anda en busca de lo que dejó guardado por ahí  —concluyó María, con una sonrisa nerviosa.

La gente piensa que, tal vez, María tenga razón, pero eso no explica por qué los niños ven al monstruo sin cabeza. Algunos vecinos piensan que son dos fantasmas diferentes y esa familia oculta algo que no le han querido decir a los demás, por temor a que los corran de ahí.

La historia de doña Clodo

Cuando se levantó, el reloj le indicó que aún era de madrugada, pero a Sofía le había dado sed y bajó las escaleras para llegar hasta la cocina. 

Todavía con mucho sueño, le pareció escuchar que la televisión de la sala, que estaba justo al bajar las escaleras, estaba encendida y que en el viejo sofá-mecedora estaba plácidamente sentada la tía Clodomira, que meses antes había fallecido. 

Desde luego, Sofía sintió un poco de miedo y corrió a encender la luz, porque la oscuridad comenzaba a provocarle mucha ansiedad. 

La televisión, en efecto, estaba encendida y exhibía una vieja película que era de las preferidas de la tía, pero ella, si es que fue así, ya no estaba. Lo curioso es que  el sofá se movía lento como si alguien se hubiera levantado unos instantes antes. 

Tuvo que sentarse para reponerse de la impresión y, al cabo de un rato, quiso imaginar que todo había sido un espejismo, producto de su cansancio, y prefirió no decirle a nadie. Así que apagó la televisión, fue a la cocina, se sirvió un vaso con agua y regresó a su habitación como si nada hubiera pasado.

Doña Clodo, como se le conocía en la colonia Castillo, era una mujer de las de antes, de ésas fuertes y sanas. Le gustaba hablar fuerte y claro y no permitía que nunca nadie se burlara de ella. Cuando regañaba a sus sobrinos, les decía hasta de groserías, pero era tan simpática al hacerlo, que daba un poco de risa, por lo que los sobrinos se portaban todavía peor y ella se enojaba más y más.

Doña Clodo falleció lejos de Tijuana, la tierra que le dio tanto, pasados los noventa años. Eso sucedió en Sinaloa, en la casa de una de sus hijas, y fue enterrada junto a uno de sus yernos, con quien, por cierto, no llevaba buena relación. 

Su deseo era otro. La mujer quería que la enterraran en Tijuana junto a su hijo que había fallecido años antes y quien fuera su compañero toda la vida. 

Toda la familia sabía esto, pero les pareció que era demasiado caro llevar el cuerpo y pensaron que no le afectaba a nadie, porque, al fin, ya estaba muerta y no se iba a dar cuenta.

Días después de su supuesta aparición, los eventos extraños volvieron a la vieja casona, porque Sofía recibió una llamada telefónica. No escuchó mucho, eran voces casi inaudibles que parecían pedirle ayuda. Lo tomó como una broma de mal gusto y olvidó el asunto. 

Una tarde, cuando Sofía regresó del trabajo, fue abordada por un vecino que la saludó de manera muy cordial y luego le dijo que no sabía que su tía había vuelto de Sinaloa. 

Sofía se desconcertó. 

Leyenda de Baja California de la historia de doña Clodo

El vecino le explicó que había pasado por la mañana frente a la casa y vio a doña Clodo sentada en una de las sillas del patio. 

—Hasta me saludó al verme —comentó. 

—Usted me está gastando una broma de muy mal gusto, señor. Siempre hemos sido buenos vecinos, pero no somos tan amigos como para que me quiera tomar el pelo de esta manera —dijo la mujer molesta.

—No entiendo nada de lo que me dice —contestó el hombre—. Yo sólo le dije que su tía me saludó. No es para tanto.

—¡Mi tía falleció hace meses! —gritó Sofía muy molesta—. No creo que haya regresado de la tumba sólo para decirle hola, ¿cierto?

El vecino se impresionó mucho por lo que le acaban de decir, se disculpó y dijo:

—Sé que le parecerá increíble, pero yo la vi. No me quedé a platicar con ella, pero clarito la miré cuando levantó la mano para saludarme. Yo hice lo mismo y me seguí de largo porque tenía prisa —añadió.

Ese mismo día, Sofía tenía en la contestadora varios mensajes inaudibles con la voz aguardentosa pidiendo ayuda. Aunque no había relación entre la aparición y las llamadas, ella comenzó a pensar que algo extraño pasaba con su tía y se preocupó mucho.

Pasaron días en tensa calma, hasta que poco a poco se fue olvidando el asunto, pero, algo sucedió una tarde y fue la gota que derramó el vaso: otra llamada. Sofía contestó y escuchó la misma estática de las otras llamadas, aunque esta vez reconoció la voz ronca de una mujer que le decía: 

—Sofía… ayúdame… soy yo, tu tía Clodo… ayúdame. 

Una extraña sensación le recorrió la piel y se dio cuenta que en verdad algo extraño estaba sucediendo. 

Decidió comunicarse a Sinaloa para comentar lo ocurrido y su sorpresa fue enorme cuando le dijeron:

—¡Qué bueno que llamas, mija! Mira tú, resulta que tu tía Clodo se anda apareciendo por estos lares y ya no sabemos qué hacer.  

Esto impresionó mucho a Sofía, sobre todo porque su familia no dejó lugar a dudas de lo que estaba ocurriendo. Ella no podía creerlo y no encontraba explicación, así que recurrió a un amigo de mucha confianza para contarle. 

Él escuchó con detenimiento el relato y luego le dijo con voz pausada: 

—Tú tía pide ayuda porque su deseo es descansar junto a su hijo y lo único que quiere es que sus restos sean traídos acá y sean depositados donde ella deseaba. Mientras no sea así, va a seguir buscando la manera de llamar la atención.

—¡Estás loco! Eso no puede ser —le contestó Sofía, aunque sabía que en el fondo su amigo tenía razón.

Entonces se puso de acuerdo con sus familiares y se llevaron el cuerpo para enterrarlo donde la tía tanto deseaba. Desde ese día, el fantasma de Clodo dejó de verse, pero en su lugar, aparece un clavel blanco todos los días en la puerta de Sofía. Curiosamente, esa flor era la favorita de su tía.

El volcán mágico

Al norte del Valle de San Quintín, ubicado en el hermoso estado de Baja California, cuentan los antiguos pobladores del lugar que, en tiempos muy remotos, existía un toro que era diferente a otros por su bravura, el color dorado de sus cuernos y su rojizo pelaje. Este animal vivía en paz, hasta que unos cazadores lo empezaron a perseguir para lograr una cuantiosa recompensa que ofrecían por matarlo. 

El toro, al sentirse acechado por los cazadores, huyó para no ser atrapado y se metió a un gran agujero. Con esto ya no pudieron matarlo los cazadores.

Con el paso de los años, ese lugar, conocido como el agujero de San Quintín, fue tomando la forma de un toro. 

Leyenda de Baja California del volcán mágico

En cierta ocasión, los lugareños escucharon un gran estruendo parecido al bramido de un toro. El anciano más viejo del pueblo les recordó aquella creencia de que el toro se vengaría, pero la mayoría de los habitantes se burlaron de él. Sólo algunos oyentes se preocuparon pensando en qué hacer para salir bien librados de tal venganza, por lo que cada año iban a rezar para que el toro no los atacara a ellos. 

Una noche muy obscura, se escuchó de nuevo aquel estruendoso ruido que recordaba el bramido de un toro furioso. Los lugareños salieron de sus casas despavoridos. Se quedaron sin poder hablar o moverse al ver cómo salía fuego de aquel que creían que era un cerro.

En cuestión de segundos, la furia del volcán alcanzó a la mayoría de los incrédulos habitantes, dejándolos sepultados junto con sus pertenencias. Sólo lograron salvarse aquellos ancianos y lugareños que nunca dudaron de la veracidad de las antiguas creencias.

Se dice que ahora, al pasar por ahí, se puede escuchar el bramido del toro, pero también los lamentos de los cientos de personas que decidieron no creer la historia del animal que clamaba venganza.

La hechicera buena

Las leyendas son historias que comparten algo de cierto con algo de fantasía, justo como los mitos, es decir, aquellas historias que nos hablan, de forma simbólica, de seres que representan la fuerza de la naturaleza o aspectos de los seres humanos. La siguiente leyenda es un mito Pai-Pai, que es un pueblo originario de Baja California. Se dice que sólo quedan unos cuatrocientos miembros y sólo la mitad de ellos hablan la lengua Pai-Pai. Así nos cuentan ellos su maravilloso mito:

En el comienzo del mundo, habitaban tres brujos con grandes poderes. Los cuales formaban parte de la misma familia. Padre, madre e hija eran grandes hechiceros capaces de controlar la naturaleza con sus palabras mágicas. Todo lo que pidieran era posible sin importar lo que fuera, sólo con mencionar el nombre.

Leyenda de Baja California de la hechicera buena

Los brujos adultos, padre y madre, dedicaban su magia a hacer el mal por medio de hechizos: 

—¡Muévase la tierra! 

Y con agitar suavemente una rama del árbol sagrado, comenzaba a temblar. 

—¡Desbórdense los ríos! 

Y se inundaban los caminos. El agua se llevaba todo lo que estuviera a su paso incluyendo casas y gente. 

—¡Peste, venir! 

Entonces aparecían enfermedades novedosas y extrañas.

Cuando estaban de buen humor, a las personas del pueblo les echaban el mal de ojo para que tuvieran mala suerte. Ellos confundían el miedo con el respeto, por eso se hacían respetar con base en el miedo. Todos les tenían pavor, incluyendo sus vecinos y amigos. La única que no parecía malvada, era su hija Mar; la bruja joven, quien tenía el cabello inmensamente largo de color azul y la piel teñida como la arena.

Mar se preguntaba: «¿Por qué hacen esto? Nadie les ha hecho ningún daño». Sorprendida del mal que provocaban sus padres, les preguntó: 

—¿Por qué usan la magia para hacer el mal, en lugar de hacer hechizos para el bien, curar y sanar personas? 

Su padre, el brujo mayor, le respondió molesto: 

—Tú no hagas preguntas, tú también dedica tu magia a hacer el mal.

Y se llenó tanto de furia por la pregunta de su hija, que hizo que se formara un huracán.

La joven fue después con su madre y le hizo la misma pregunta: 

—Mamá, ¿por qué usas tu magia para hacer el mal? 

La madre se llenó de coraje y le contestó: 

—Tú no te metas en lo que no te importa. Usa tu fuerza para hacer el mal sin mirar a cual. 

Y en cuanto terminó de hablar con su hija, nombró un diluvio y comenzó a llover con gran fuerza.

En ese momento, Mar se dio cuenta que sus padres no estaban dispuestos a cambiar y que había demasiada maldad en su corazón; sin embargo, ella sabía que tenía el mismo poder que sus padres. También sabía que el secreto de la magia estaba en el amuleto de poder que estaba hecho de conchas marinas y coral. En el centro del collar estaba un ojo de borrego cimarrón que se movía cómo si tuviera vida. Estaba muy bien guardado en una canasta de junco, que era protegido celosamente por una serpiente venenosa.

Sin importar el riesgo que esta hazaña implicaba, Mar decidió quitarles a sus padres el collar esa misma noche. Así que esperó a que estuvieran profundamente dormidos para acercarse a la canasta, después abrió la tapa cantando una canción de cuna pai-pai para adormecer a la serpiente. La serpiente estaba aturdida por la hermosa melodía, así que Mar pudo tomar sin dificultad el collar mientras el animal reptó para escapar de la canasta y arrastrarse por toda la habitación.

Una vez que tuvo el collar entre sus manos, salió de la casa para no ser descubierta por sus padres, pero la serpiente despertó a los brujos con su cascabel. En cuanto vieron que la víbora estaba fuera de la canasta, se dieron cuenta de que se habían llevado el collar mágico. Enseguida miraron las huellas en el piso y descubrieron que se trataba de su hija. Así que fueron siguiendo las huellas para dar con ella, pero les fue difícil encontrarla por más rápido que avanzaban.

El brujo mayor, fastidiado de no darle alcance, pensó en usar su magia. 

—Voy a llamar a la lluvia. ¡Venga la lluvia! ¡Venga, Cui! 

Tronó el cielo y comenzó a llover con gran fuerza, pero se dio cuenta de que no había sido buena idea, ya que el agua borraba las huellas, así que no le quedó más remedio que detener la lluvia y llamar a la nieve. 

—¡Venga la nieve! ¡Venga, Pak! 

Y nevó por todas partes, cubriéndose el valle y las montañas de una espesa nieve que les hacía más difícil el paso, ya que se hundían en ella. 

Desesperado por no poderla atrapar, la madre hechicera llamó al poderoso viento: 

—¡Venga, Kiub! 

En ese momento sopló cada vez más y más fuerte el viento, haciendo que la niña avanzara más lejos con la fuerza del aire que la hacía volar como si fuera un ave.

La pareja de brujos decidieron unir sus fuerzas para detener a su hija y crearon un arco y una flecha mágicos. Apuntaron hacia la pantorrilla derecha, donde la joven tenía un lunar grande y redondo, y clavaron la flecha exactamente en el lunar. 

La joven, herida, como pudo siguió caminando hacia el mar hasta perderse entre las olas. La pareja de hechiceros intentó hacer lo mismo, pero en cuanto tocaron el agua, sus cuerpos se fueron haciendo duros y pesados hasta quedar convertidos en piedras.

Dicen los Pai-Pai que desde entonces el alma de la hechicera buena protege a los niños y a los jóvenes para que no pasen ningún peligro. También dicen que es por esto que al océano se le llamó mar y que los caracoles y los corales son de buena suerte.

El coyote y las hijas del tecolote

El siguiente es otro mito Pai-Pai que nos recuerda la importancia de conocer nuestra cultura.

La familia de Don Tecolote estaba compuesta por seis lindas niñas que, por ser hijas del sabio Tecolote, eran muy inteligentes y hábiles para volar muy alto. Después de leer los acostumbrados libros de ciencia, medicina y arte en la biblioteca de su padre, las niñas esperaban inquietas el sonido de la chicharra que anunciaba la tarde para salir a jugar, cantar, bailar y, por supuesto, volar para distraerse de sus ocupaciones intelectuales.

Jugaban, entre otras cosas, a la víbora de la mar, «por aquí pueden pasar, los de adelante vuelan mucho y los de atrás se quedarán, tras, tras, tras». Por todos lados, en el bosque, se escuchaban sus risas y llenaban de alegría a quien las escuchara, sobre todo al Coyote, quien se había convertido en su mejor amigo. 

Leyenda de Baja California de el coyote y las hijas del tecolote

El Coyote Pai se escondía silenciosamente entre las ramas para tomarlas por sorpresa y hacerles cosquillas en las costillas, en las axilas y en los pies. Después de hacer su clásica travesuras, el Coyote Pai se escondía sin que pudieran atraparlo: 

—¡A ver quién me encuentra!

Y se perdía entre la maleza. Era difícil dar con él porque era un experto en caminar sigilosamente entre la hierba, así que no podían atraparlo después de haberles hecho una broma.

Esto fue así hasta que, en cierta ocasión, las hijas del Tecolote se pusieron de acuerdo para darle una lección. Salieron volando antes de lo acostumbrado de sus clases sin ser vistas por su padre y se fueron a esconder del Coyote en el cielo, haciéndose pasar por estrellas y se colocaron velas encendidas en las pezuñas. Cuando llegó el Coyote, como todas las tardes, intentó atraparlas, pero no había nadie en los lugares de siempre. Entonces, las niñas comenzaron a cantar una canción para molestarlo sin que él pudiera encontrarlas. 

Las buscaba entre las ramas, los árboles, el nido y no lograba dar con ellas. Mientras merodeaba por aquí y por allá, las niñas comenzaron a gritar: 

-¡Oye, Pai, por acá! 

Entonces el Coyote corría y se arrojaba a donde creía que estaban, pero nada.

Las niñas seguían gritando entre risa y risa:

—¡Por acá, en este lado! ¡Ya casi nos encuentras!

Y nada. No podía descubrir el secreto y cada vez se iba enojando más, hasta que le gritaron: 

—¡Acá arriba! 

Entonces el Coyote volteó al cielo y pudo verlas. 

—¡Ah, ya las vi! ¡Qué bonitas se ven las hijas del Tecolote! ¡Parecen constelaciones de estrellas!

El Coyote Pai quería estar junto a ellas. Le parecía maravillosa la idea de volar y ser parte del cielo. Así que comenzó a gritar: 

—¡Quiero ir con ustedes! ¡Yo también quiero ser una estrella!

Las hijas del Tecolote siguieron con su plan: 

—¡Claro, claro! ¡Vamos a enviarte una cuerda para que subas! 

Tomaron su cabello y entre todas tejieron una larga trenza que parecía una enorme escalera que llevaba al cielo. La arrojaron al Coyote para que subiera por ella. En cuanto llegó al piso, no perdió la oportunidad para subir con las muchachas. 

—¡Allá voy! —repetía el Coyote Pai muy contento.

Subía y subía metros de cuerda para estar junto a las hijas del Tecolote. Ya que estaba a punto de llegar, las muchachas cortaron la cuerda y el Coyote cayó desde lo alto hasta la tierra: 

—¡Ayyyyy! 

En cuanto su cuerpo golpeó el piso, comenzó a temblar desmembrándose todo. Se rompió parte por parte hasta hacerse pedacitos y, finalmente, polvo que el viento fue esparciendo por todos lados.

La abuela del Coyote alcanzó a escuchar la voz de su nieto antes de caer, por lo que fue a ver lo que sucedía. Al llegar al lugar, los restos de su nieto estaban regados por todos lados.

Entonces se dio a la tarea de juntarlos y los puso en su delantal para llevarlos a su casa. Una vez ahí, con el polvo hizo una harina y con la harina panecitos que puso a cocinar en el horno. Después se sentó a llorar por su nietecito. Mientras lloraba, Dios pensó en recompensar el amor de la abuela. Así que hizo que el polvo de la harina comenzara a brillar y a flotar mágicamente, saliéndose del horno, luego de la casa y fue esparciéndose por todas partes del mundo. 

Ahí donde caía el polvo nacía un coyote, y otro y otro más, hasta poblarse toda la tierra de coyotes. Lo que hizo que la abuela se pusiera muy contenta al ver tantas manadas de coyotes.

Mientras tanto, Dios hizo que las niñas no bajaran nunca más a la tierra y se quedaran en cielo convertidas en estrellas. Por eso se dice que los Tecolotes y los Coyotes se la pasan cantando las estrellas.

La casa de la Industrial

En la colonia Industrial de la ciudad de Mexicali, hay una casa abandonada con una horrible historia. Ahí vivía una familia normal: un ama de casa, un padre trabajador y tres hijos, la mayor de 20 años, el más pequeño de 9 y Ana de 15.

Leyenda de Baja California de la casa industrial

Ana era esquizofrénica, por lo que siempre estaba encerrada y amarrada en su cuarto para que no hiciera daño a su familia o incluso a ella misma. Todas las noches se escuchaban sus gritos desgarradores, pues tenía visiones de demonios queriéndole hacer daño. Nadie supo cómo, pero una noche se liberó y en silencio fue hacia la cocina por un cuchillo. Mientras escuchaba voces en su cabeza, fue hacia su primera víctima: su hermano menor, al que asfixió con terrible crueldad. Después se dirigió a su madre, quien se estaba bañando. Entró cuidadosamente al baño y le dio treinta puñaladas en todo el cuerpo, luego entró al cuarto de su hermana y la degolló al mismo tiempo que le decía que la quería. Ya sólo quedaba una persona: su padre, que estaba dormido en el sillón. A él no se sabe cómo lo mató, pues su cuerpo no tenía ninguna herida. Tal vez el hombre murió de la impresión de ver a todos sus seres queridos muertos, pero nunca lo sabremos.

No se sabe qué pasó con Ana la loca, pero se dice que su familia deambula aún por la casa. Por lo menos, eso es lo que cuentan los vecinos de esa vivienda que, hasta la fecha, permanece abandonada, pues cuentan que en las noches se pueden escuchar los gritos de todos los miembros de la familia que fueron asesinados.

Todos los meses de octubre, un grupo de actores hace dramatizaciones acerca de lo que sucedió hace algunos años en ese lugar, por lo que terminó convirtiéndose en un sitio turístico.

El piano de la primaria Leona Vicario

Se dice que en la primaria «Leona Vicario» se escucha el sonido de un piano en el sótano. Cuentan que quien lo toca es la maestra de música que murió hace muchos años en ese lugar. 

Leyenda de Baja California del pinao de la primaria Leona Vicario

No se sabe exactamente cómo pasó, pero generación tras generación, se ha ido contando que, el último día de clases para salir de vacaciones de verano, la maestra se encontraba tocando el piano en ese lugar. Como ya era hora de que todos se fueran y pensaban que ella estaba ahí, los guardias fueron y tocaron la puerta. La maestra no escuchó nada, ya que estaba tocando el piano, y ellos tampoco oyeron la música, pues era un salón con recubrimiento acústico, por lo que se retiraron creyendo que ahí no había nadie y cerraron con llave. 

La profesora se dio cuenta hasta tres horas después, pero para ese entonces ya era demasiado tarde. En ese entonces no existían los teléfonos celulares, por lo que no pudo lograr mucho, sólo gritar y golpear la puerta hasta que no pudo hacerlo más. Así, pasaron las horas, los días. La maestra, sin comida y sin agua, cada vez se iba sintiendo peor, hasta que un día falleció.

Fue hasta que los alumnos, maestros y directivos regresaron de vacaciones, cuando se dieron cuenta de que la maestra se había quedado encerrada durante dos meses. Hasta hoy, se sigue escuchando claramente ese piano y muchas personas van a esa escuela sólo para comprobarlo.

La Faraona de Agua Caliente

El casino y los bungalows de Agua Caliente eran un lugar impresionante. Todo el sitio estaba lleno de árboles y pájaros exóticos que traían de otros países para resaltar la belleza de este lugar. Al teatro se llevaban a los artistas más prestigiosos y famosos de la época, entre los que se encontraba La Faraona, una bailarina cautivadora.

Ella había sido contratada para trabajar en el casino por unas pocas fechas, sin embargo, su éxito fue tal, que extendieron su contrato por un tiempo muy largo. Al terminar cada presentación, la bailarina se encontraba en el bar del casino con un caballero inglés, del cual estaba enamorada. Sin embargo, él no estaba interesado verdaderamente en la joven, sólo estaba fascinado por su belleza y en la suerte que ésta tenía en el juego. Se decía que La Faraona traía un hermoso brazalete de esmeralda que, como talismán, le permitía ganar enormes sumas de dinero.

Leyenda de Baja California de la faraona de Agua Caliente

La Faraona entregaba todas sus ganancias al caballero inglés. Cuando una amiga cercana a ella le preguntó por qué hacía eso, le contestó que el caballero era descendiente de un Lord y le había prometido un título de nobleza para después ambos irse a vivir a Inglaterra. 

Este romance duró mucho tiempo. Todos en el lugar sabían de él y veían cómo ella cada vez estaba más enamorada, y él cada vez más rico. 

Una mañana, muy temprano, el caballero inglés salió despavorido del bungaló en el que vivía con La Faraona. Gritaba desesperadamente pidiendo auxilio, decía que habían intentado envenenarlo, que la bailarina había muerto y que él estaba convencido de que le pasaría lo mismo.

Dicen que la noche anterior a este atroz crimen, un velador del casino vio a través de la ventana del bungaló de la pareja. El velador pudo observar cómo los dos contaban sobre la mesa el dinero que habían ganado. Eran muchas monedas de oro que después guardaron en un baúl que cerraron con llave, la cual escondieron en el ropero. Después de esto, el Caballero bebió su copa de vino y se acostó. 

El velador cuenta que, junto a las copas de vino, había también un revólver. Vio cómo la bailarina entraba a otra habitación para salir vestida con una bata blanca bordada de perlas. Después, sigilosamente se acercó a su enamorado y, con delicadeza, metió la mano bajo la almohada donde él dormía para sacar la llave del ropero, lo abrió y sacó el baúl. Guardó el revólver en su bata y salió del bungaló arrastrándolo.

Era una noche lluviosa, pero eso no le importó a la bailarina y tampoco el peso del baúl. La mujer se perdió en el jardín, entre los árboles. El velador no quiso seguirla por temor a que ésta le disparara, sin embargo, intrigado por lo que ocurría, se quedó a esperar su regreso. 

Una hora después, La Faraona volvió a toda prisa y, al cerrar la puerta, despertó al inglés, que de inmediato se percató de que ya no estaba la llave bajo su almohada y que el ropero estaba abierto. También se dio cuenta de que el baúl ya no se encontraba ahí. Entonces buscó el revólver y al no encontrarlo se abalanzó contra su pareja con la intención de ahorcarla. Como la puerta estaba cerrada, el velador no pudo intervenir. El inglés arrojó a la bailarina a la cama, mientras que esta reía histéricamente. Después, con cierta angustia, comenzó a llorar con rabia y desesperación, pues se dio cuenta de que él no la amaba y que sólo estaba con ella por interés. Después de un rato ambos se tranquilizaron.

Comenzaron a discutir de nuevo, pero más relajados. Ella sirvió dos copas de vino, y sin que éste viera, sacó un pequeño frasco de entre sus pechos y vació su contenido en una copa. Se acercó al oído de su pareja, le susurró algo y le entregó una de ellas. Los dos bebieron al mismo tiempo. El veneno hizo efecto inmediatamente. Ella cayó al piso. El hombre salió a pedir auxilio y pudieron salvarlo. Después de este suceso, el inglés abandonó la ciudad para nunca más volver. 

Algunos dicen que La Faraona se suicidó frente al caballero para hacerlo sufrir, pero otros dicen que, sin que nadie se diera cuenta, el hombre cambió las copas y que la del veneno en realidad era para él.

No se sabe qué pasó con el cuerpo de La Faraona. Muchos aseguran que en las noches lluviosas se puede ver a la bella bailarina paseando por lo que fueron los jardines, protegiendo su tesoro. También se cuenta que ella posee una belleza resplandeciente y que sus pies descalzos parecen besar el césped mientras danza y mueve con suavidad su bata blanca bordada de perlas.

Juan Soldado 

En la noche del 13 de febrero de 1938, desapareció frente a su casa la menor de ocho años Olga Camacho Martínez. En ese tiempo, la ciudad de Tijuana contaba con apenas 19,000 habitantes, razón por lo cual casi todos los vecinos se conocían. 

Al día siguiente de la desaparición de la niña, la pequeña ciudad era un caos. Los vecinos buscaban a la pequeña. Casi a las diez de la mañana del día siguiente, unos jovencitos encontraron el cuerpecito de la menor. 

Leyenda de Baja California de Juan Soldado

Entre los principales sospechosos estaba Juan Castillo Morales, conocido posteriormente como Juan Soldado. Era un soldado raso quien, al ser encarado, se desplomó, lloró y pidió perdón. Confesó que había cometido el crimen bajo la influencia del alcohol y la marihuana. La mujer de Juan Castillo Morales relató al investigador que una semana antes lo había sorprendido en el intento de violar a una sobrina suya. 

La noche en que desapareció la niña Olga Camacho, Juan Soldado apareció en la casa de su pareja manchado de sangre. Se quitó la ropa y le pidió que la lavara. Al revisarla, la policía encontró fibras de tela que correspondían con las encontradas en las uñitas de la niña asesinada. 

El reo fue trasladado la mañana del 17 de Febrero de 1938 al panteón municipal conocido como Puerta Blanca, ahora conocido como el panteón municipal No. 1 y le aplicaron la Ley fuga, es decir, que le permitieron escaparse para, mientras lo hacía, dispararle por la espalda a sangre fría. 

Eso ocurrió a la vista de los vecinos de la ciudad, que se congregaron en las partes altas del panteón para atestiguar la muerte de Juan Soldado. 

En las noches, dicen los cuidadores del cementerio, que se puede ver al soldado corriendo para tratar de esquivar las balas al tiempo que grita:

—¡Lo siento, lo siento! ¡Fue el alcohol!

Los enamorados

A finales del siglo XIX, en el poblado de El Triunfo, en Baja California, vivía un rico matrimonio que tenía una hija muy bella y de carácter. Esta joven, llamada Alma, se enamoró de Narciso, un muchacho que trabajaba en el campo,  por lo que no tenía mucho dinero. Sin que les importara la diferencia económica, se hicieron novios, pero los padres de Alma no estaban de acuerdo con el noviazgo, por lo que decidieron encerrarla en su recámara y le prohibieron que volviera a ver a Narciso.

Leyenda de Baja California de los enamorados

Sin embargo, el muchacho acudía a la casa de Alma. Al llegar, en lugar de tocar la puerta, lo hacía en la pared de la cocina con una vara, para que la enamorada supiera que no la había olvidado. Al oír el ruido, la muchacha se ponía muy contenta y entonces podía dormir tranquila.

Un día, Narciso decidió irse a San José del Cabo para buscar un trabajo que le diera buen dinero y así poder casarse con Alma. Le dijo a una vecina que le entregara una carta a su novia, donde le explicaba que había partido a hacer fortuna. Pero la mujer nunca pudo darle la carta a Alma, porque sus padres la vigilaban muy bien y no logró verla.

Pasó mucho tiempo y los padres de Alma decidieron que ya era hora de que se casara. Arreglaron la boda con la familia de un muchacho al que juzgaron conveniente. Parecía que el matrimonio ya era un hecho cuando, una noche, Alma escuchó un ruido en la pared de la cocina. Salió de la casa apresuradamente y se encontró con Narciso que le propuso que huyeran para casarse y ser felices.

Así lo hicieron. Se fueron a vivir a la playa donde construyeron una bonita casa y vivieron juntos por muchos años. Así es, no todas las leyendas son de asesinatos, muertes y fantasmas, porque las historias de amor también son leyendas que nos permiten encontrar la felicidad que existe en Baja California y en el país entero. 

Maija Awi, dios Serpiente del Agua

Los kumiai, conocidos también como tipai-ipai, kamia o diegueños, habitan en el noroeste de México, en el estado de Baja California. Dentro de su tradición oral se encuentra una leyenda muy bella que se ha transmitido de generación en generación hasta llegar a nuestros días.

Leyenda de Baja California de Maija Awi Dios Serpiente del Agua

Dicha leyenda nos cuenta que hace mucho tiempo vivía en el mar una serpiente que se llamaba Maija Awi, Serpiente de Agua. Era un magnífico ser que tenía todos los conocimientos del mundo. Dentro de ella se encontraban los bailes, los cantos, la música, la cestería, la cerámica y todo lo que hace falta para la supervivencia de un pueblo, es decir, su cultura y su forma de entender el Universo. Los indígenas que habitaban en Wikami, un importante poblado, la esperaban con ansia para que les diera su sabiduría y conocimientos.

Cuando Maija Awi llegó, le regalaron comida y bebida para que les enseñara a bailar y cantar. Sin embargo, los kumiai le dieron tanta comida que la Serpiente del Agua engordó de manera extraordinaria. 

Las personas de la comunidad, al ver que no se llenaba con nada de lo que le daban, tuvieron miedo de que se las comiera y decidieron quemarla. Cuando estaba en el fuego, Maija Awi estalló y todos los conocimientos que llevaba dentro se esparcieron por los pueblos que formaban la comunidad kumiai, mismos que se beneficiaron con toda esa maravillosa sabiduría. 

Desde entonces, la Serpiente de Agua fue venerada y adorada como correspondía a tan gran dios, pues gracias a ella tenían el canto y el baile, ¡tenían el arte!, por lo que se transformó en el símbolo por excelencia de la cultura kumiai.

Coyote crea el mundo

Los Kiliwa son un grupo étnico que vive en el norte de Baja California. Como ya vimos más arriba, los mitos son historias que cuentan sobre la naturaleza o muchos aspectos de la humanidad, pero existen otros mitos fabulosos llamados fundacionales, que nos explican cómo es que cada grupo entiende que se creó el Universo y la vida en nuestro planeta y, claro, el hombre mismo. El siguiente es un maravilloso mito fundacional de los Kiliwa.

En un principio no existía nada. No había Tierra ni Cielo ni nada, todo eran sombras y oscuridad. De la oscuridad surgió Coyote-Gente-Luna, dios de la sabiduría, la magia y la muerte. Divinidad lunar masculina estrechamente ligada a Topo, luminosa y amarilla como la región de donde proviene, el sur. Llegó con un gran bastón sagrado. Durante mucho tiempo aulló en la oscuridad sin que nadie lo oyera afirmar que venía de donde todo era redondo y cóncavo, como su misma casa,  que su luminosidad provenía de los pedernales que llevaba atados a las rodillas y que al caminar producían múltiples y maravillosas chispas. Lo que dijo no fue oído por nadie, porque nada existía y todo era silencio y oscuridad. Nadie oyó a la deidad del sur. Con nadie pudo compartir su luminosidad. Al sentirse muy solo, cantó:

¡Qué triste está aquí el Coyote!

¡El Coyote, la luz y la negrura!

¡La oscuridad sobrecoge!

¡Aúlla el Coyote-Gente-Luna!

Fue entonces cuando se soñó como el padre del mundo de los kiliwas y de todas las cosas. Tan solitario estaba que temió enfermar, así que tomó la decisión de crear al mundo. Del sitio donde se encontraba el Ombligo del Sur, tomó un buche de agua salada y escupió, entonces todo el sur se volvió amarillo. Tomó otro buche de agua y lo escupió hacia el norte que se volvió rojo. Como le gustó tanto lo que hacía, tomó un gran buche y lo escupió hacia el oeste. Al ser el trago demasiado grande, la región se inundó y se formó un profundo y picado mar; la región se tiñó de negro. Tomó un pequeño buche de agua fresca del Ombligo del Sur y lo arrojó hacia el Este, donde se creó un pequeño y blanco mar. Coyote-Gente-Luna había creado los cuatro rumbos del universo.

Coyote quiso poner un nombre a cada región, pero no pudo porque el mundo no tenía fondo. Por lo cual pensó que era necesario cubrir al Centro-Ombligo-de-Arriba y al Centro-Ombligo-de-Abajo. Se quitó la piel del cuerpo y la extendió sobre el Ombligo de Abajo y la Tierra ya no estuvo desfondada. Como quedó sin piel, Coyote tuvo frío; entonces tomó los seis colores del universo inventados por él, más el color negro y se vistió con ellos. Su costado derecho se pintó de rojo y blanco, el izquierdo de amarillo y negro. La parte superior de su cuerpo se coloreó con franjas azules y la parte inferior ostentaba franjas color café. Al lado izquierdo de la cara lo tiñó de verde; al derecho, de rojo y blanco. Finalmente, en su cráneo aplicó una capa de ceniza.

Leyenda de Baja California Coyote crea al mundo

Escupió hacia los aires para teñir de azul la oscuridad del Cielo y pisoteó la Tierra para que se endureciera, la cual cobró el color del amate. A la Tierra la llamó Ipá Mat, Tierra para la Gente Divina. Así, pudo poner nombre a cada rumbo y designarle un color. Al Ombligo de arriba le puso el nombre de Milsu, “color café”. 

Contento con su creación, sacó hojas de tabaco de su pecho, las molió y se puso a fumar en su pipa sagrada. Se quedó dormido y el humo que salía de su pipa formó las veredas, los senderos y los caminos de la Tierra y el Cielo. 

Cuando Coyote se despertó y vio lo hermoso de su obra, cantó de felicidad; sin embargo, se dio cuenta de que aún estaba muy solo, entonces se arrancó el escroto, lo infló con aire de sus pulmones hasta que pudo meterse en él, y obtuvo su j’anal tai, su primer sonaja.

Poco después decidió crear el Cielo, Meltí Iipá Jalá, cóncavo como su antigua casa amarilla, para impedir que se salieran el agua, el color, la luz y el aire. A las dos montañas hechas de tierra sagrada las llamó We y Ko-Masi, Cerro del Hombre, y Wey Ke-Masi, Cerro de los Chamanes. De sus pantorrillas formó cuatro borregos cimarrones que colocó en cuatro montañas para que sostuvieran el Cielo con sus cuernos. Cada montaña estaba asociada con un color y un rumbo espacial. 

Como los borregos estaban solos en sus esquinas, Coyote quiso darles compañía. Fue a la casa de su abuela que era artesana y trabajaba el barro, construyó cuatro hornos y modeló un venado, un pez, una codorniz y un gato y los metió en hornos. Cuando estuvieron listos, los llevó a las montañas, pero los animales no se llevaban bien, por lo que Coyote decidió quedárselos y crear otros que hicieran compañía a los borregos.

Trajo barro del sur que le preparó la abuela y, en un horno gigantesco, metió muchas figuras de animales: arañas, moscos, zorrillos, todo lo que se le ocurrió, y ya cocidos los llevó a las montañas. Pero sucedió lo mismo, los animalitos no congeniaron. Muy triste, Coyote decidió crear al hombre. Hizo un nuevo horno y fue por arcilla al Valle de San Matías, la amasó con semen y forjó cuatro figuras tan grandes que no cupieron en el horno, razón por la cual Coyote abrió un enorme hueco en la montaña, las metió ahí y procedió a incendiarla. Pasadas trece lunas, los hombres salieron y Coyote les ordenó que se fueran a las montañas para hacerles compañía a los borregos. El dios le dio un nombre y una pluma roja a cada uno de los hombres.

El primero recibió el nombre de Sacerdote-Chamán; el segundo Cuervo-Chamán, el tercero Soldado-Chamán y el cuarto se llamó Chamán-Gente-Común. Por desgracia, los hombres tampoco congeniaron con los borregos. Enojado, Coyote los regañó. Los hombres, molestos, decidieron casarse con sus primos Venado, Codorniz, Pez y Gato, para enfadar más al dios. Furioso, Coyote les preguntó a los hombres por qué habían hecho algo así, pero no contestaron nada. Ante su silencio, Topo le dijo que se había olvidado de dar el habla a los hombres.

Se arregló el problema cuando Coyote enseñó la lengua kiliwa a los cuatro chamanes. Los hombres le explicaron al dios que ya habían formado una familia con sus primos. De Sacerdote-Chamán y Venado nacieron el topo, el caballo, la liebre, y el oso; de Cuervo-Chamán y Pez, surgieron la estrella de mar, el caballo de mar y la serpiente; de Soldado-Chamán y Codorniz, el correcaminos, el águila, el cuervo y el pájaro; y de Chamán-Gente-Común y Gato, nacieron el león, el oso, la cigarra y la zorra. De estos padres hombre-animales nacieron todos los indios kiliwas.

La leyenda del Diablo

Se dice que aquí en Mexicali, el Diablo se apareció en una conocida discoteca por el año de 1960, lo que provocó el pánico entre todos los presentes. Este hecho incluso se difundió en los medios de comunicación, lo que ocasionó que los jóvenes de esa época la pensaran dos veces antes de ir a bailar.

En la calle 11 empezaron a propagarse los centros nocturnos, en donde había música, bebidas embriagantes de diversos tipos y en grandes cantidades. Claro, eso hizo que la clientela de jóvenes parranderos aumentara considerablemente. Los chicos invitaban a las muchachas a esos lugares para bailar toda la noche, emborracharse y divertirse. 

Leyenda de Baja California del Diablo

En cierta ocasión, en una de las discotecas más famosas y mientras todos estaban pasándola bien, entró un muchacho desesperado y casi sofocado, gritando:

—¡En La Ronda se apareció el diablo!

Naturalmente, nadie le creyó, pues todos pensaron que estaba borracho, pero al ver que de La Ronda, una conocida discoteca, salían histéricas las personas, se causó un gran alboroto. Algunos se fueron rápidamente a sus casas, otros curiosos fueron a ver y oír de otras personas qué había sucedido.

Cuenta la leyenda que una persona muy elegante y bien parecida sacó a una muchacha a bailar. Ella aceptó y bailaron durante muchas horas. Cuando dieron las 12 de la noche, esa persona comenzó a transformarse. Primero le salieron cuernos, cambió el tono de piel y comenzó a oler a azufre, despidiendo mucho humo. Algunos dicen que se desató un gran torbellino ahí adentro. De pronto, el extraño ser desapareció llevándose con él a la joven.

Mientras pasaba esto, la histeria colectiva hizo su aparición. Todos estaban aterrados y huían de la discoteca. El lugar se quedó solo en unos cuantos minutos. Al día siguiente el rumor ya se había corrido entre la población mexicalense, lo que ocasionó que muy pocas personas fueran a esos centros nocturnos.

Esta leyenda la cuentan muchas personas, claro, todas con una versión diferente. Es muy posible que todo surgiera porque un muchacho muy popular y al que todos conocían como El Diablo, haya ido esa noche a la disco. Algunos cuentan que, en esa ocasión, en realidad, este joven ocasionó un gran pleito, por lo que la gente comenzó a salir diciendo:

—¡El diablo está adentro! ¡Está acabando con todos!

La Bufadora y su leyenda

En Ensenada hay un bufón conocido como “La Bufadora”. Este hermoso fenómeno se da cuando las olas son más violentas, entran directamente en una cueva en la base del arrecife y suben por un cañón submarino que les sirve de embudo, lo que aumenta su fuerza. El agua y el aire succionado, son forzados a salir a través de la única salida… una angosta hendidura en la roca. Entonces se crea un espectacular chorro de agua que estalla con fuerza hacia arriba, convirtiéndose en millones de gotas que caen sobre los espectadores. 

Leyenda de Baja California de la Bufadora

Casi cada minuto, agua y aire son lanzados hacia arriba, lo que produce un tremendo bufido. Precisamente éste es el origen de su nombre: Bufadora. 

Hay una hermosa leyenda sobre este sitio, que fue creada porque las ballenas emigran de las aguas frías del norte a las aguas tibias del sur. Se cree que hace miles de años, una ballena bebé se separó del grupo para explorar las costas. Como era muy pequeña y no tenía experiencia, la ballenita se quedó atorada entre las rocas. A pesar de gritar durante horas, sus compañeras no la escucharon, por lo que decidió reunir fuerzas y lanzar un chorro de agua, después otro y otro para llamar la atención. 

Sin embargo, el lugar en donde se había atorado estaba muy escondido y las otras ballenas continuaron su camino. 

Después de algún tiempo, la ballena se convirtió en piedra y, desde entonces, lanza su grandioso bufido esperando que sus compañeras la vean y vayan por ella.

Tecate

Cuenta la leyenda que el nombre de la ciudad de Tecate tiene un origen singular.  Las primeras crónicas indígenas dicen que a este valle lo bautizaron como “Valle de la Lechuza” hace más de 300 años y que en la lengua nativa lo nombraron Mat Chikcak que significa: Tierra donde hay muchas lechuzas.

Leyenda de Baja California de Tecate

Desde tiempos inmemorables, la montaña sagrada fue asociada con pequeños valles fértiles donde crecían verdes pastizales y largas cañadas con encinales, en donde se encontraban también bellotas e infinidad de plantas y arbustos que los antiguos Kumiai utilizaban como alimentos, medicinas, así como para sus ritos mágicos-religiosos.

El orgullo de la tribu era una linda doncella llamada Iztakat, ágil como el colibrí y alegre como arroyuelo que baja de la montaña.

Un día, bajó de dicha montaña un guerrero llamado Cuchuma, que era miembro de otra tribu, venía cazando venados, impresionando con su atlética figura y feroz mirada.

Los jóvenes se enamoraron perdidamente y formaron una hermosa comunidad, que tomó el nombre de la bella doncella: Iztakat, lo que, con el transcurso de los años, se fue transformando en Tecate.

Rosarito: playa embrujada

Cuenta la leyenda que una pareja de novios tuvieron una horrible pelea, así que para solucionarla, decidieron ir en la noche a platicar a una playa de Rosarito. Eran las dos de la mañana.

Al llegar al estacionamiento se dieron cuenta de que estaban completamente solos. Aun así, y tal vez por eso mismo, decidieron bajar del carro para conversar más cómodamente.  

Leyenda de Baja California de la playa embrujada

Se quedaron ahí platicando, pero como a los diez minutos escucharon que había llegado otro carro con una pareja. Un poco incómodos, porque querían privacidad, vieron que la pareja se bajó y comenzó a caminar en la playa. Al poco tiempo ya no pudieron ver a los recién llegados y se olvidaron de ellos.

Por ahí de las tres de la mañana, la pareja se había reconciliado y decidieron acercarse más al mar y sentarse a ver las olas. En eso estaban, cuando a lo lejos empezaron a ver que venía una persona corriendo, como de la estatura de un niño. Les llamó la atención porque el jovencito se iba de lado y después corría normal, luego otra vez de lado y después como si fuera un perro, y así muchas veces.

Al niño no se le podía ver la cara porque estaba muy oscuro. Cuando estuvo muy cerca de ellos, vieron que no era un humano, sino un ser extraño, algo parecido a un animal. Al darse cuenta de esto, la pareja se fue corriendo al carro. La joven prendió el auto y aceleró sin voltear atrás. Hasta la fecha nadie sabe qué fue lo que vieron aquellos jóvenes, pero los habitantes de la playa dicen que es un nahual y que es un espíritu bondadoso que cuida el lugar.

Por cierto, nadie sabe qué sucedió con la pareja que llegó mientras los jóvenes discutían, pero es muy posible que sólo diera una larga caminata y luego regresó a su carro. O tal vez no.

El fantasma de la plaza Cachanilla

Cuenta la leyenda que en la plaza Cachanilla aparece un fantasma con una terrible historia ocurrida hace muchos años en Mexicali. 

Leyenda de Baja California de la plaza Cachanilla

Se dice que una joven le fue infiel a su novio, mismo con el que estaba comprometida. Él confiaba plenamente en ella, pero un día la vio con otro joven y esto despertó la ira en él. Se enojó tanto que esperó en casa y le dijo lo que había visto. Aunque ella lo negó en un principio, tuvo que aceptar la verdad. Entonces el novio le quitó la vida en un arranque de locura originado por los celos y el dolor que sentía. 

Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, envolvió el cuerpo de la joven, la puso en la cajuela de su carro y se dirigió a uno de los lotes baldíos de la antigua jabonera para esconderla allí. Luego huyó del lugar a toda velocidad. Esto pasó en lo que hoy es el centro comercial.

Muchos dicen haber visto un fantasma triste perteneciente a una joven que recorre los pasillos. Camina de uno a otro, sin saber dónde se encuentra, pues parece estar buscando algo. Algunos ni siquiera conocen la historia, pero todos la describen igual. 

Del joven se cuenta que el resto de su vida fue atormentado por cometer este terrible crimen y jamás pudo vivir en paz con la culpa. 

El niño de la Casa de la Cultura de Mexicali

Cuenta la leyenda que, en lo que hoy conocemos como la Casa de la Cultura en Mexicali, murió un niño en el baño de la planta baja. 

Leyenda de Baja California del niño de la Casa de la Cultura de Mexicali

Hace muchos años este lugar era una escuela primaria llamada Cuauhtémoc. Todo fue parte de una broma. Al parecer, sus compañeros lo encerraron en un armario del salón y no le dijeron a nadie. El niño, de tanto esperar, terminó por quedarse dormido y esto fue su perdición, pues horas después, un hombre fumigó el lugar, sin darse cuenta que la criatura estaba encerrada ahí. Pocos minutos después, el niño falleció por asfixia y nadie pudo salvarlo.

Desde entonces, hay personas que dicen haber escuchado a este niño que grita pidiendo ayuda y otros mencionan que se escucha que juega en la planta alta del edificio.

Quienes más lo han visto son otros niños que se divierten con la pelota con él. Al parecer, sólo los pequeños pueden verlo.

El jinete sin cabeza

Un señor de unos sesenta años, que se llamaba Carmelo, tenía una parcela en el Valle de Mexicali, donde sembraba, según la temporada, algodón o trigo. La cuidaba mucho y tenía la costumbre de regarla en la madrugada, porque a esa hora las matas aprovechaban más el agua. 

Un día, como a eso de las cuatro de la mañana, escuchó muy cerca el trote de un caballo. Se le hizo extraño que alguien anduviera por ahí, pero, con todo y eso, dijo con amabilidad:

—¡Buenos días!

Como no le contestaron, volteó hacia donde provenía el sonido y grande fue su sorpresa, pues no había nadie, pero Canelo, su perro, no paraba de ladrar. Nunca creyó en cosas de espantos y, sin embargo, esa vez le ganó el miedo. Trató de calmarse y se fue a su casa. Todo el día se la pasó inquieto y a la hora de la comida le platicó a su mujer lo que había ocurrido, pero ella no le creyó.

Leyenda de Baja California del jinete sin cabeza

Pasaron los días y nada extraño se escuchó en la parcela, pero un lunes muy temprano, el señor salió acompañado de Canelo y, cuando subió a su troca, se dio cuenta de que había olvidado su comida. Al regresar a su casa, un caballo desbocado hizo que se detuviera en seco, pues el animal andaba sin tocar el piso y se dirigía justo hacia él. Casi lo tenía encima cuando ¡desapareció!

El señor tragó saliva y no se movió durante un buen rato. Todavía tembloroso, entró a su casa, donde se quedó dormido. A mediodía su señora lo despertó:

—Carmelo, levántate a comer. ¿Qué tienes? Estás pálido.

—Es que me pasó una cosa bien fea y ya no pude ir a la parcela —dijo el señor y le contó lo del caballo aparecido.

Al escuchar a su marido, la señora se persignó porque le dio mucho miedo y, al ver que Carmelo se dirigía hacia afuera, le dijo:

—¡No vayas a la milpa, te puede suceder algo malo!

El señor no le hizo caso. Se subió a la troca y se fue. Al llegar, dio unos pasos y se paró bajo un árbol frondoso. Subían a lo lejos los últimos rayos del sol cuando, a su espalda, escuchó las pisadas de un animal que se acercaba. Al voltear, descubrió a un enorme caballo blanco frente a él. Lo montaba un jinete vestido de charro, quien dejó al viejo paralizado del miedo, pues su cuerpo terminaba en los hombros: ¡no tenía cabeza!

—¿Quién eres? —preguntó armándose de valor— ¿para qué me quieres?

No hubo respuesta. Carmelo empezó a sudar, quería moverse y no podía. Ver al jinete sin cabeza lo había paralizado. Entre las ramas del árbol sólo se oía el sonido del viento. En eso, se escuchó una voz que venía de quién sabe dónde, parecía que salía de la tierra porque era hueca y tenebrosa.

—Soy Joaquín Murrieta, de seguro has oído hablar de mí; vengo a confiarte un secreto.

—¿Qué es lo que quieres? —dijo el señor en voz alta.

—Escucha con atención lo que voy a decirte: en esta parcela enterré un magnífico tesoro y quiero dártelo, pero con una condición.

—¿Cuál? —preguntó Carmelo.

—Sólo tú puedes desenterrarlo. Nadie, absolutamente nadie más debe hacerlo, porque, aquel que lo haga, caerá muerto como lluvia del cielo y tú, junto con él.

La voz se fue apagando. En un abrir y cerrar de ojos el descabezado desapareció con todo y caballo. El señor se quedó sorprendido. Después de un rato se subió a su camioneta y se dirigió al pueblo. Cuando llegó, era tanta su emoción que a todos los que veía les platicaba su aventura y su buena suerte. Reunió las herramientas que necesitaba y regresó a la parcela, pero no volvió solo, pues lo acompañaba un grupo de hombres.

A Carmelo no le importó que destruyeran su sembradío, ya que, por todos lados hacían hoyos con picos y palas. Al cabo de unas horas, uno de ellos gritó que había dado con algo. Se fueron a ese lado del terreno y escarbaron con los rostros llenos de felicidad. Encontraron costales repletos de monedas, cadenas, anillos y otros objetos de oro y plata. Brincaban y gritaban de felicidad, pero eso no duró mucho: un jinete sin cabeza en un gran caballo blanco apareció entre ellos.

Carmelo se acordó entonces de la advertencia de Joaquín Murrieta; sin embargo, era demasiado tarde. El espectro dio una orden a su caballo, éste pateó la tierra y el tesoro empezó a hundirse jalando a todos los que estaban ahí entre gritos de espanto y desesperación.

Carmelo suplicó que no lo hiciera, que lo castigara a él y no a aquellos inocentes, pero fue inútil. 

En unos segundos no quedó nadie, sólo Carmelo y el jinete, que, en un instante, desapareció sin decir nada.

Carmelo regresó a su casa, no dijo ni una palabra a su esposa, se sentó en la entrada y no se movió más. Pasaron los días, el viejo no volvió a comer y se fue secando hasta que murió.

Nadie más supo de lo ocurrido. Se dice que Joaquín Murrieta sigue cabalgando por aquellas tierras buscando a quién darle su tesoro.

La escuela Presidente Alemán

Se dice que en la escuela Presidente Alemán, de la colonia Cuauhtémoc, ocurren cosas extrañas. El edificio, construido en 1951, contaba con todos los elementos modernos para ser, en aquella época, una escuela de buen nivel. Entre otras cosas, tenía un teatro y un piano. Allí funcionaron las escuelas Presidente Alemán, Centro Escolar Revolución y la Secundaria Nocturna XXX. Cientos de alumnos asistían y muchos profesores trabajaban allí. 

Leyenda de Baja California de la escuela presidente Alemán

Con el tiempo, la población de la colonia fue disminuyendo y las escuelas vespertina y nocturna desaparecieron. La escuela Presidente Alemán cerró algunos grupos y el edificio se empezó a abandonar. En la actualidad son oficinas administrativas del Sistema Educativo.

Alrededor de este edificio, casi abandonado por muchos años, surgieron varias leyendas; una de ellas dice que, en algunas ocasiones, en el teatro se escuchan las notas musicales del piano y que se pueden escuchar los pasos de los actores ensayando sus obras, aunque cuando cualquiera se asoma, obviamente no puede ver nada. Algunas personas aseguran que han oído, cuando la escuela está sola, el sonido que se produce cuando se arrastran mesa-bancos.

Se cree que pueden ser sonidos guardados en las paredes viejas, pero la mayoría sabe que hay algo más ahí dentro. ¿Te atreverías a visitar este lugar de noche y averiguar quién hace tanto ruido?

Las piedras hechiceras

Cerca de Ensenada, junto al mar, hay un lugar conocido como El Aguaje de la Zorra, donde siete caminos se unen en un montón de piedras que, dicen los lugareños, son buenas o malas según se porten los que pasan por ahí.

Un día, a un muchacho llamado Felipe, que andaba por la vida quejándose de todo, pues no le gustaba caminar, no le gustaba el frío ni el calor, en fin, nunca estaba contento, su mamá lo mandó a la costa a traer mariscos porque era la temporada. Ya estaba a punto de irse cuando le dijo:

—Felipe, no se te olvide que tienes que cortar una rama para dejarla en las piedras.

El joven no respondió, agarró su cesta, levantó los hombros y se fue. Al llegar al cruce de los caminos, se dio cuenta que el montón de piedras ya estaba cubierto de ramas y de flores. Recordó lo que su mamá le había dicho, pero como buen caprichoso, no le dio la gana cortar la rama, así que ni se detuvo.

Leyenda de Baja California de las piedras hechiceras

—Para qué les pongo yerbas, ésas son cosas de gente que no tiene qué hacer —se dijo— ¡son puras piedras!

Llegó a la costa, donde, por todos lados, jóvenes, señores y niños buscaban ostiones y mariscos. Algunos ya estaban descansando tirados sobre la arena y otros chapoteaban entre las olas. El sol brillaba intenso en el horizonte.

—¡Cuánta gente, de seguro que ya no hay nada! —pensó enojado Felipe.

Se dirigió hacia unas rocas en donde no había nadie, se metió al agua, se acomodó la cesta y empezó a buscar mariscos; sin embargo, pasados unos minutos, su cesta seguía vacía.

—No puede ser, siempre hay muchos, a lo mejor aquí no se acercan —se dijo en voz baja— pero no quiero ir adonde están todos ésos —dijo señalando a las personas que estaban ahí.

Torció la boca y se sentó en las rocas, miró que a lo lejos el mar se fundía con el cielo; todo era azul. Volvió la cabeza para ver a la gente y se dijo:

—Voy a tener que ir para allá, pero, ¿y si mejor le digo a mi mamá que no había nada?, ¿me creerá?

Estaba pensando esto y no se dio cuenta de que una enorme ola empezó a crecer detrás de él. En unos segundos se levantó de tres a diez metros, como si fuera un cerro de agua. Al ver aquella ola, los otros pescadores huyeron espantados. Le gritaban a Felipe para que se saliera, pero el muchacho no escuchaba. Estaba riéndose solo. Por su mente cruzaba veloz el recuerdo del montón de piedras. De pronto, volteó al escuchar el rugir de la ola, pero no tuvo tiempo de nada: el cerro de agua cayó sobre él y se lo tragó. Un huarache voló por los aires y la cesta quedó flotando un momento, luego se hundió lentamente. Más tarde el mar regresaba a la calma y de Felipe no quedaron ni señales.

Días después, en El Aguaje de la Zorra, encima de las piedras hechiceras, que así es como les llaman, un cesto lleno de mariscos yacía entre las ramas que la gente acostumbraba poner. Se cree que era el cesto de Felipe.

La novia del panteón de Puerta Blanca

Hace muchísimos años, una hermosa y adinerada joven, llamada Enriqueta Gil, se enamoró perdidamente de un muchacho de clase baja.

Su padre se opuso rotundamente a que su hija se relacionara con alguien a quien él consideraba un plebeyo y prohibió el amorío, algo que Enriqueta no tuvo más opción que obedecer,

Sin embargo, la tristeza la invadió al saber que nunca estaría con su amado, ocasionándole una terrible enfermedad que fue acabando poco a poco con su vida.

Leyenda de Baja California de la novia del panteón de puerta blanca

Su familia, desolada, la sepultó en el Panteón Municipal #1, conocido como el de la Puerta Blanca.

Pero se cuenta que la bella Enriqueta no pudo descansar en paz, pues su pena era tal que se le ha visto vagar por el panteón, vestida de blanco, buscando a su amado por todas partes.

Taxistas que trabajan por la zona, dan cuenta de ello e, incluso, algunos han tenido un acercamiento con el espíritu de la joven y dicen que la han llevado a su casa.

Una noche, por el año 1951, un taxista circulaba por las afueras del panteón cuando observó a una joven vestida de blanco parada en el lugar, por lo que se orilló y le ofreció el servicio. La mujer aceptó y le dijo que la llevara a una casa ubicada sobre la calle Quinta. Al llegar, le explicó al taxista que no tenía dinero, pero que le dejaría un anillo como garantía para que regresara a cobrarle a su padre.

Al día siguiente, el taxista volvió a aquella gran casona de la calle Quinta y preguntó por su pasajera de la noche anterior. El padre de la joven, quien atendió la puerta, se molestó muchísimo pensando que se trataba de una broma, pero el taxista le mostró el anillo de su hija, dejándolo asombrado.

Al cuestionar al taxista sobre la argolla, el conductor le explicó lo que había pasado con la joven que recogió en el panteón, detallando sus características, las cuales  coincidían con las de la muchacha plasmada en las fotografías que el padre le mostró.

Otros taxistas, que también han trasladado a Enriqueta a su casa en la calle Quinta, señalan que la joven les pide prestada su chamarra, pues asegura tener mucho frío.

Cuando, al día siguiente, regresan por su pago y su chamarra, se llevan la terrible sorpresa de la muerte de Enriqueta. Lo más extraño es que su prenda siempre está colgada al interior de la recámara de la muchacha.

En una ocasión, un joven llamado Juan Zárate, recién llegado a Tijuana desde Jalisco, bajó de un camión Azul y Blanco en la entrada del Panteón Municipal #1.

Ahí se topó con una hermosa jovencita de pelo negro rizado, con un vestido blanco y una rosa en el pecho, quien le pidió la acompañara a su casa. Juan accedió a caminar junto a la mujer, pues pensó que temía andar sola a esas horas.

Ambos emprendieron la marcha, pero al llegar a la reja de la entrada principal del panteón, la jovencita se detuvo y Juan alcanzó a ver que la puerta estaba cerrada con candado. Sin embargo, el joven se distrajo durante unos segundos y, al voltear nuevamente a la puerta, observó que su acompañante se encontraba dentro del cementerio y la entrada aún tenía el candado puesto. Al notar que la veía, la mujer le tendió las manos a Juan y le dijo: 

—Ésta es mi casa, ven conmigo. 

Después, comenzó a jalarlo de los brazos. Juan luchó para zafarse y corrió sin parar hasta llegar a la casa donde vivía con su primo en el callejón Juárez. El pobre muchacho duró semanas sin poder hablar debido a lo que había vivido, y sólo pudo contar su experiencia a través de una hoja de papel, donde escribió todo lo que le había pasado con la bella Enriqueta.

Las Gemelas Fantasma

Es común que en los pueblos alejados de las ciudades los niños tengan que caminar largos trayectos para llegar a la escuela. Así es como las gemelas, Ana y Gaby, llegaban a su escuela cada día: acompañadas de su mamá. 

Estas hermanas compartían todo, parecían ser las mejores amigas y hasta tenían los mismos gustos. Su vínculo era muy especial, cuando una se sentía triste era porque la otra estaba llorando. Lo mismo pasaba cuando una de ellas estaba feliz, pues la otra también estaba sonriente.

Leyenda de Baja California de las gemelas fantasma

Cada mañana debían atravesar una carretera con mucho cuidado, debido a la alta velocidad de los carros que transitaban. Después de llegar a la primaria, la mamá de las gemelas se dirigía a su trabajo. Pero un día, su rutina se vio alterada cuando recibió la llamada de su jefe exigiendo que se presentara en su oficina de inmediato. Es por esto que las gemelas tuvieron que ir solas a su escuela. A pesar de que en el camino siempre se encontraban con otros niños, esta vez no había más que una densa neblina del amanecer.

Su madre les dio indicaciones sobre cómo cruzar la carretera, no sería tan difícil si lo hacían tomadas de la mano y mirando hacia ambos lados. Era algo que hacían cada día, así que ya tenían la seguridad de poder cruzar sin problema. Así lo hicieron, estando a la orilla miraron hacía un lado, después al otro y, al ver que el paso estaba libre, entonces se atrevieron a cruzar.

En cuestión de segundos se escuchó un severo golpe y gritos aterradores. Cuando las personas se acercaron, vieron que un camión había atropellado a las gemelas, sus pequeños cuerpos estaban debajo de las llantas. La carretera se llenó rápidamente de sangre y el conductor del camión prefirió darse a la fuga antes de que alguien lo viera.

Cuentan que desde entonces los espíritus de las gemelas se aparecen en la misma carretera cada año a la misma hora y que sus almas aún buscan a aquel chofer que las atropelló.

Fantasmas de la casa de la Cultura de Tijuana

Mitos, leyendas e historias rodean el legendario edificio que hoy alberga la Casa de la Cultura de Tijuana, donde empleados del lugar afirman que, sin importar el horario, se registran hechos paranormales.

Algunos han escuchado pianos que se tocan solos, puertas que se azotan, pasos que retumban, luces que se prenden, así como risas y jugueteos de niños y cosas parecidas que son parte de las situaciones que se viven ahí.

Leyenda de Baja California de los fantasmas de la casa de la cultura de tijuana

El oficial Alfredo Romero, es uno de los custodios del lugar y uno de tantos que ha escuchado que tocan el piano. También habla de que, cuando uno entra en el pasillo haciendo el recorrido, se escuchan las puertas que se mueven o cuando están afuera, se prende una luz. Esto hace que, de inmediato, vaya a verificar que no se haya quedado nadie, pero no hay nada. También le ha tocado escuchar a niños corriendo y gritando ya muy noche, risas, cosas que se mueven. También suceden cosas así en pleno día, cuando el lugar está cerrado y vacío, pero tiene que hacer la ronda de vigilancia. 

Su compañero, Jesús Camacho, dice que este tipo de hechos extraños se registran con mayor intensidad a las tres de la madrugada, por lo que deben inspeccionar forzosamente, aunque sepan que no se trata de alguien vivo.

Martín García, uno de los trabajadores de la cafetería cuenta que sí ha visto una niña en el área del teatro, aunque al principio creyó que era gente que no respetaba el horario de cierre del edificio, hasta que se dio cuenta que era la misma niña casi todos los días y desaparecía en el segundo piso. Entonces se dio cuenta que se trataba de un espíritu. 

Este edificio se construyó desde los años veinte, para convertirla en la escuela Álvaro Obregón, que fue la segunda primaria urbana en esta ciudad. Después, por 1977, se volvió sede de la Casa de La cultura de Tijuana. Así que este recinto alberga muchas almas e historias espeluznantes.

La de las cinco esquinas

Las «Cinco Esquinas» es una localidad en Tijuana, a la altura de la colonia Alemán, que se encuentra en la calle Segunda, cuesta arriba si vas a Playas de Tijuana y es una zona de cerro urbanizado y de las más antiguas de Tijuana. Cada una de las esquinas tiene sus negocios, puestos, librerías y los abarrotes que nunca faltan. 

A Juan le gustaba subir por la calle Segunda, de vez en cuando, para hacer ejercicio, ya que es un lugar apropiado por lo inclinado del suelo. 

Un día salió de su casa para llegar a las cinco de la tarde y, como se decía que ahí habían visto a una mujer que aparecía y de repente ya no estaba, quiso también hacer un poco de investigación.

Leyenda de Baja California de las cinco esquinas

Se bajó del taxi en la calle Constitución y se fue caminando por la Tercera hasta la calle Mutualismo, para doblar a la Segunda. Se aproximó a las «Cinco Esquinas», cerca de la hora pensada, un poco pasadas las cinco de la tarde.

Con el pretexto de comprar tiempo aire para su celular, entró a una pequeña miscelánea y, aprovechando que no había tantos clientes, le dije a la tendera: 

—¿Es cierto que se aparece aquí una señora? 

—No, al menos yo no estoy enterada, soy nueva en la zona —respondió la muchacha mirándolo como si estuviera loco.

Siguió caminando un poco más y entró a una panadería, tomó una cemita y cuando fue a pagar le dijo a la señora que lo atendió:

—Soy reportero de mi propia página de leyendas. ¿Sabe usted algo de una señora que se aparece en las «Cinco Esquinas»?

—Yo no la he visto, pero los niños, usted sabe cómo son y, como aquí estamos rodeados por todos lados de panteones, no ven sólo a una señora, sino a toda una familia de fantasmas —respondió la mujer pensativa.

—¿Cosas de niños? —interrumpió una clienta—. Gente adulta también los ve y, si se espera hasta un poco más tarde, cuando oscurezca, tal vez también los vea.

—La ven cruzar de una esquina a otra, cruza una calle, cruza otra, y vuelve a cruzar otra —dijo el panadero—. Cuando más atento estás, algo te distrae y ya se te perdió. ¿Qué hace?, ¿qué quiere?, ¿para qué se manifiesta? Tal vez no se quiere ir sola y es su forma de llamar la atención.

Por un momento creyó que lo que le decían era en broma, pero pronto se dio cuenta que esa gente estaba hablando en serio y que aquello parecía un reto. 

Juan no creía en estas cosas, pues era muy escéptico, pero le gustaban las leyendas. Entonces decidió irse a comer la cemita al parque Teniente Guerrero. Se sentó en una banca bajo un árbol, disfrutando de la tarde, mientras veía y escuchaba a los músicos del parque para hacer tiempo.

Eran las 6:05. Se aproximaba la noche, así que decidió volver a las «Cinco Esquinas». Le entusiasmaba el desafío, así que llegó al lugar y, con la mirada, comenzó a buscar, esperando ver algo que para él no existía. 

Más tarde, se dirigió otra vez a la panadería. La señora que lo había atendido ya no estaba, ahora despachaba una muchacha mucho más joven. Cuando vio que la miraba a través del cristal, notó que se había asustado. Entró y quiso comprar otro pan para disculparse, pero se dio cuenta de que eso no era suficiente, pues era claro que ella había creído que era un fantasma.

Se dio cuenta que el ambiente era totalmente diferente al de hacía un par de horas. Parecía todo más lento, pesado, como si faltara movimiento, alegría, gente, como si la luz de los negocios fuera demasiado tenue y los carros hubieran bajado de velocidad. Era el mismo lugar, pero enrarecido. 

De pronto, un viento helado sopló en la calle. Los cristales de la panadería se empañaron. Juan corrió a la puerta, pero un grito de la joven del mostrador lo detuvo.

—¡No vayas! Se puede poner furiosa y no te imaginas de lo que es capaz. Odia a los mirones.

Esto hizo que Juan retrocediera. Cuando pasó el frío y todo volvió a su ritmo, el joven salió del negocio para nunca volver. Él no pudo ver a la señora, pero, desde entonces, afirma que existe la mujer de las “Cinco Esquinas” y que no hace falta verla para sentirla muy cerca y palidecer del miedo. 

La enfermera de la muerte

Martín era un buen hijo, responsable y amoroso con su padre. Sólo vivían ellos dos juntos, así que el muchacho se encargaba por completo de todo.

Un día, el anciano enfermó gravemente. Martín ya presentía su muerte, así que estuvo con él, acompañándolo junto a su cama.

En el hospital, el joven escuchó al doctor decirle a una enfermera que los órganos del paciente ya estaban fallando y que le quedaba poco tiempo de vida.

Leyenda de Baja California de la enfermera de la muerte

Martín no perdía la esperanza, pero el doctor y las enfermeras ya hablaban de él, como si estuviera muerto. 

—El de afuera, ¿era su hijo? —decían como si ya no viviera su padre.

— ¿Era de la fe católica? —le preguntó una enfermera a Martín.

—Es. Todavía no se ha muerto o ¿ya se murió y no me lo han dicho? —respondió muy enojado mientras entraba al cuarto.

—Disculpe, es que a su papá ya le están fallando los órganos —respondió la enfermera muy apenada— ¿Son católicos?

—No, bueno sí, pero mi papá dejó de serlo.

—Ya no hay más que se pueda hacer —volvió a decir gentilmente la joven—. Si quiere vaya por un sacerdote, al menos, para que usted se sienta mejor.

El muchacho salió del hospital y se dirigió al seminario de la calle diez, en Tijuana. Eran más de las once de la noche y la oficina estaba cerrada, por lo que no había alguien que pudiera darle informes. Resignado, volvió al hospital.

La enfermera con la que había hablado, ya no estaba, habían cambiado de turno mientras Martín buscaba un sacerdote. La nueva enfermera parecía extranjera. El joven se acercó a preguntarle:

—¿Por qué le cubrieron los ojos con vendas a mi papá?

—Por si Dios le hace el milagro, para que no se le resequen, ya que después de varios días en terapia intensiva, se empiezan a secar las retinas. ¿Ya fue por un sacerdote?

—Vengo de buscar uno, pero el seminario y todas las iglesias están cerradas.

—Qué importa —dijo la mujer mientras tomaba y levantaba una de las manos del anciano para besarla—, se ve que su papá fue muy bueno.

Martín no pudo más y salió de la habitación, triste y resignado. Al poco tiempo se oyó el sonido del aparato que marca el sonido del corazón, ahora con un sonido agudo y continuo. La enfermera llamó a través de un timbre a los doctores del hospital. Trataron de revivirlo, pero no se pudo.

A los pocos días, después de los funerales y del entierro, Martín recordó a la enfermera que le tomó la mano a su padre para besarla. Entonces decidió ir a darle las gracias  con un pequeño detalle. Compró una tarjeta y le agregó un billete. 

Más tarde, fue al hospital a preguntar por la enfermera que cubría el turno nocturno. 

—Llega a las diez cuarenta y cinco de la noche —le dijo la recepcionista. 

Volvió a esa hora a preguntar por ella. Entonces la mandaron llamar, pero no era a la que buscaba.

—Yo soy la única enfermera que cubre este turno, —dijo la enfermera.

—A quien yo busco es alta, rubia, parece extranjera, ¿qué ya no está con ustedes?

—¡Qué raro! —dijo la recepcionista— Aquí no hay nadie parecido a quien describe.

Entonces, la enfermera que cubría ese turno, se llevó a Martín para hablar con él aparte y le dijo:

—Ella no es extranjera, no tiene nacionalidad. A quien usted se encontró es a la muerte. Algunos familiares de los pacientes desahuciados la han visto y, después de besarle la mano al enfermo, ellos mueren en paz.

Martín estaba impactado, pues a nadie le había dicho nada sobre el beso que aquella mujer le había dado a su padre.

Muchos se han encontrado a la muerte, pero algunos no saben que es ella, pues siempre cambia de aspecto para que no la descubran ni le rueguen por dejarlos vivir un poco más.

El niño de la alberca

El Parque Morelos es un lugar muy atractivo y familiar en Tijuana. Cuando llevaba un mes de abierto, una de tantas familias quiso ir a visitarlo. Pasaron un día muy agradable, pues mientras la madre y el padre descansaban junto a una de las albercas, sus hijos jugaban por todos lados con un amigo que habían hecho ahí.

Llegó la hora de partir, pues estaban por cerrar el lugar, así que la madre fue por sus pequeños de cinco, siete y diez años, a la alberca donde estaban sus pequeños.

La señora notó que su amigo seguía con ellos, pero ya no se veía ninguna familia en el lugar. Le pareció muy extraño que un niño tan pequeño, como de unos ochos años, estuviera lejos de su familia en un lugar como ése, donde se corren tantos peligros.

Leyenda de Baja California del niño de la alberca

Aun así, la madre les dijo a los niños que debían irse. Como siempre, ellos pidieron un poco más, a lo que ella accedió, pero sin alejarse mucho de ellos. De pronto, se dio cuenta a qué jugaban.

El amigo los retaba a aguantar mucho tiempo bajo el agua, lo cual de verdad intentaron los niños varias veces. Luego le tocó él y pasó tanto tiempo que la mujer se asustó, así que corrió a la orilla y cuando estaba por lanzarse a sacarlo, el niño sacó la cabeza como si nada. Esto le pareció muy extraño y se puso nerviosa, así que les ordenó a los niños que salieran de inmediato. El más pequeño no se acercaba a la orilla y el extraño niño lo tomó de la mano. 

Los otros dos hermanos se fueron con su padre, mientras la mujer, furiosa, le ordenaba que saliera de la alberca. En ese momento, el amigo, le dijo a la señora:

—Él se va a quedar conmigo, porque yo me aburro mucho aquí.

En ese momento, se sumergió y jaló al pequeño que, muy asustado, apenas pudo soltar un grito y tomar aire.

La mujer se aventó a la alberca y nadó hasta donde había visto a su hijo por última vez. En ese momento, sintió una manita que le apretaba el brazo con desesperación. Al mirar hacia atrás, vio que no había nadie y de pronto, frente a ella, salió su pequeño muy asustado. 

De inmediato lo tomó en sus brazos y lo llevó a la orilla. Entonces el pequeño le dijo:

—Mi amigo se ahogó, pero nadie lo pudo salvar. Se siente solo, ojalá podamos volver pronto para hacerle compañía.

La mujer sintió un escalofrío que le recorría todo el cuerpo. Al salir del parque, no quiso quedarse con la duda y le preguntó a uno de los vigilantes si sabía algo al respecto. Ellos no sabían nada y también tuvieron miedo.

Se dice que se trata de un niño que se ahogó, pero no en el parque, si no en el río que está muy cerca de ahí, pero ahora que tiene dónde jugar, pasa el tiempo en las albercas del Parque Morelos, buscando nuevos amigos que se quieran quedar con él para siempre.

Los duendes de las palomas

En el rancho Las Palomas, vivían Isabel y Rosa, dos niñas que se pasaban el día jugando, mientras don Honorio, su papá, cortaba troncos y dentro, la mamá, que se llamaba Chona, preparaba el chocolate para la merienda.

De repente, como a las seis de la tarde, una lluvia de piedras pequeñas empezó a caer por todos lados. Las niñas entraron corriendo en la casa mientras el señor se quedó en el patio, se cubrió la cabeza, buscó por todos lados al que les hacía la maldad y alcanzó a ver que, cerca de un árbol muy viejo, muchas manitas se movían rápidamente. Se acercó y, en ese momento, una piedra le pegó en un ojo, por lo que se metió gritando.

Leyenda de Baja California de los duendes de las palomas

—Mira nada más, ya te dieron, ¿quién será el diablillo que hace esto? —preguntó doña Chona.

—No mujer, nadie que tú te imagines, yo sólo vi unas manos chiquititas, eran como duendes —respondió el señor.

—¡Ave María Purísima! Y ahora, ¿qué vamos a hacer? —dijo la señora espantada.

—Nada mujer, no podemos hacer nada —contestó resignado don Honorio—, contra los duendes no se puede.

Las niñas escucharon con atención la plática de sus papás y con curiosidad miraron hacia afuera, pero no lograron ver a ningún duende. En ese momento, las piedras dejaron de caer. Toda la familia salió al patio que se encontraba totalmente cubierto de rocas y los vecinos se acercaron para comentar el suceso. Estaban impresionados y asustados.

—¿A qué se deberá tanta piedra? —preguntó una señora.

—Son duendes, vecina, son duendes, mi marido los vio, ¿verdad Honorio? —contestó doña Chona.

Mientras los mayores hablaban, las niñas se pusieron a recoger rocas, pero al llegar al viejo árbol, descubrieron un camino de huellas pequeñitas que se perdían en un hoyo al pie del tronco. Isabel y Rosa se asomaron, pues querían ver qué había, al hacerlo, sintieron como si las jalaran hacia adentro y, al mismo tiempo, se oyeron tantas risas, que corrieron espantadas.

Desde entonces, todos los días, a las seis de la tarde, los habitantes del rancho Las Palomas, no salen de sus casas, pues dicen que es la hora en que los duendes hacen sus travesuras, como lanzar una lluvia de piedras.